Volver en continuo renuevo, como enunciara Roa, deviene una expresión
certera acerca de cómo y en qué forma se presenta el Che en cada una de
las remembranzas que queremos y necesitamos aquilatar. Debemos asumirlo
de forma sugerente y con un compromiso inalterable, no con simples
frases para dejar constancia de su entrega a las causas justas —que sin
dudas supo hacer como nadie?, pues sentimos que el mejor modo de
pensarlo en su natalicio es como ese aliento cotidiano, contrario a la
manera en que se pretendió borrarlo impunemente.
Cada año se habla del hoy, de su presencia perenne, de su eterna
juventud y de sus virtudes éticas, todas expresadas en frases a veces
grandilocuentes, aunque en su mayoría respetuosas y conmovedoras. No
obstante, nos queda la sensación de no poder alcanzar su verdadera
dimensión, o quizás, aun peor, el sentirlo poseedor de una infinitud que
bien se sabe no hubiera compartido; por eso, en el 90 aniversario de su
natalicio valdría la pena intentar resaltarlo, capaz de interponerse
ante la solemnidad impuesta por una muerte salvaje que no mereció y de
la que siempre nos vamos a culpar, aun cuando se distancie en el tiempo,
en las vivencias y recuerdos particulares.
Así pudieran tejerse y mezclarse a la vez imágenes y pensamientos
construidos con el propósito esencial de hacernos un poco mejores.
Cuántos sueños, búsquedas y hechos se presentan en la vida y la obra del
Che que trasciende y nos trascenderá, consciente de que nada de lo
hecho perseguía esos objetivos, solo el disfrute pleno de hacerse a sí
mismo para servir a los demás con paciencia a veces, con prisa
constante, pero sobre todo con entrega infinita, esa que convence solo
de saber que nunca exigió, pidió o realizó lo que no fuera capaz de
alcanzar por su tesón y voluntad.
De pronto y de forma abrupta se nos presenta una realidad innegable,
de esos 90 que conmemoramos solo vivió 39, que parecen y son pocos para
tanto batallar. La cantidad asombra porque de todos los años
transcurridos, 51 de ellos pertenecen a la inmortalidad, mas, sin
embargo, cuánto aliento, cuánta belleza en su rostro y cuánta presencia
vital permanece; indicadores que impulsan a preguntarnos y a
respondernos al unísono una verdad incuestionable: solo el buen obrar es
capaz de mantener la acción de la entrega.
Para los jóvenes, sobre todo, se escriben estas líneas, para que se
sientan estimulados a indagar en una biografía que debe tener como
premisa el despojarse de frases ambiguas y estereotipadas, tan molestas e
irritantes cuando se alejan del deseo y la ambición de lo cotidiano y
de la comprensión del porqué se debe acompañar nuestra vida de una
conducta o un anhelo en el que se sienta el renacimiento de las
aspiraciones más nobles como seres humanos y por encima de todo, el
aprender a valorar conductas que pudieran marcar metas y logros que nos
enriquezcan.
1. El joven Ernesto
Cómo se veía y cómo quería o quiso ser, es siempre una pregunta
imprescindible cuando se busca aquilatar el verdadero valor de una
existencia que se presenta como un paradigma. Estar de acuerdo o no con
esas apreciaciones y cómo se deben obtener esas respuestas, es sin dudas
la vía más precisa y segura para convencer y actuar. Para cualquier
joven inquieto en constante indagación de su entorno y de su yo
interior, una simple inspección descubre los momentos y particularidades
en que el joven Ernesto trató de satisfacer apetencias e inquietudes, y
aunque no se compartan todas, algunas son tentadoras como propuestas de
vida.
Al afán de alcanzar un conocimiento mayor surgió, de forma
inquisitiva, una avidez por la lectura la que asumió como suya a lo
largo de toda la vida y, aunque no se repita en la forma, salvando
incluso las distancias de la época y sus costumbres, el método personal y
auto-impuesto de lecturas para su placer demuestra la posibilidad real
de realizarlo como un reto que va creciendo, como una necesidad
espiritual, capaz de ir completando espacios necesarios para responder
inquietudes o simples dudas.
Ahí está la presencia de un Cuaderno filosófico que construye para sí
a los 17 años y que en diferentes formatos lo extiende a lo largo de su
vida, hasta su muerte en Bolivia. No es la obra de un erudito, es la
intencionalidad de su elaboración la que sirve de pautas para medir los
caminos que los seres humanos somos capaces de construir cuando sentimos
el impacto y la fuerza de lo desconocido y aspiramos a alcanzar
respuestas consecuentes ante tantas interrogantes.
De esa forma, se suma otra de sus cualidades más sobresalientes que
sin la primera no podía haberse producido con la fuerza en que se
presenta, la acción práctica para obtener o culminar las respuestas no
satisfechas con solo las lecturas. Comienza así la aventura de los
viajes, que cambian en objetivos y principios con el tiempo, pero que no
dejan de conmover al viajero, aunque la mirada y las complejidades del
actuar sean diferentes.
Mirar y comprender fueron fuentes fidedignas para recomponer un mar
infinito de preguntas y también para aumentarlas hasta alcanzar las
rutas necesarias para estimular el espíritu y comenzar a auscultar el
entorno y el sujeto actor de la inmensidad que separa a un neófito de un
conocedor en ciernes. Sentir esa necesidad se torna infinita hasta el
final de su vida, sabedor de la profundidad y lo escabroso del camino,
pero también de la satisfacción de poder alcanzar o al menos intentar
acercarse a lo mejor de lo humano por esfuerzo propio, lección que
aprendió y asumió como suya desde que, en un viaje en solitario y con
bicicleta en mano, se decidiera por un futuro incierto y del que no tuvo
retroceso. Una “aventura” indetenible con un agregado sustancial: el
compromiso de hacerse mejor.
2. Por caminos de Revolución
Los momentos más conocidos y más divulgados de la vida de Ernesto-Che
se encuentran en su presencia y actuar dentro de la Revolución cubana,
pero tanto desde el comienzo de la lucha y más tarde a partir del
triunfo de la misma, surgían preguntas acerca de las motivaciones que lo
llevaron a un camino tan arduo y desconocido, en parte.
Muchas de las posibles respuestas las hallamos en los antecedentes
explicados, a través de los cuales encuentra, en primer lugar, un
sentimiento comprometido con los seres humanos, aquellos con los que
compartió desde lo más simple hasta quimeras aparentemente
inalcanzables.
En la vida de Ernesto-Che existe por decisión incuestionable su
inmensa vocación humanista, más allá de modos y modas, y lo más
importante, acompañada de una dosis profunda de reflexión y pensamiento
desde posiciones políticas e ideológicas, cuando asume el marxismo como
su filosofía de vida. El que para muchos estas precisiones se escapen o
diluyan no indica más que desconocimiento de un proceso ascendente que
asume para demostrarse a sí mismo su capacidad y decisión de alcanzar un
compromiso con ese ser humano desposeído y explotado, el que lo conduce
por los caminos de radicalización y de revolución de manera integral.
Como afirmara en carta a su madre, “el camino fue largo, pero sin
retroceso”, demostrado en sus ansias de luchar por hacer de su entorno y
del medio algo más justo y de todos. Aun no conocía a profundidad el
cómo, dónde y cuándo, pero sí sabía de su decisión irrevocable, más allá
de interrogantes; tampoco podía valorar las dificultades y lo escabroso
del camino decidido, excepto la necesidad indetenible de enfrentar esos
retos.
Por ello, aprendió primero, que para entrar en revolución esta debía
ser profunda y radical, al decir de Martí, desde la propia raíz. En ese
punto de inflexión comenzó a percatarse que no basta el deseo de
cambiar, que si no va acompañada de una decisión mayor de transformación
no sería posible alcanzarla, pero además, pudo valorar conceptos y
estructuras mentales y materiales que solo logran emplearse, fuera de
los textos leídos, cuando se conoce la necesidad de cambiar esquemas
acompañadas de un proceso donde el sujeto se convierta en el actor
principal de los cambios imprescindibles, si en verdad se está dispuesto
a conquistar el porvenir.
Sin adentrarnos en detalles de su enorme capacidad para enfrentarse a
tareas y funciones desconocidas, lo que se presenta de forma inmediata
es su resistencia, su voluntad y su compromiso para asumir todo lo que
realiza con un punto de miras inobjetable, hacer y avanzar para
construir un mundo mejor junto con un hombre superior. Es en ese
derrotero que se explica el porqué la importancia del estudio profundo y
creador para obtener esa meta irrenunciable; así pudo comprender del
valor y la determinación de luchar por cambios profundos marcados por la
intención de barrer con un poder de dominación inconsecuente y
selectivo que excluían a la mayoría. Es ahí, donde se convence y actúa
en aras de alcanzar el socialismo como la alternativa posible para
construir un sistema capaz de humanizar al mundo y su entorno.
Ese camino de revolución, de manera consecuente y con su propio
esfuerzo y tesón lo construyó junto con la vanguardia de la Revolución
encabezada por Fidel y con la participación consciente de todo un pueblo
dispuesto a conquistar el futuro y así lo hizo. El poder mencionar
múltiples hechos y huellas demuestran su constancia, pero cuando se
trata de hablar de ejemplo y ética más allá de hechos particulares, lo
importante es comprender la dimensión en que se sitúa lo irrevocable, lo
que contribuye a comprender el porqué, después de obtener una vida
plena en anhelos y logros personales, no bastó y decidió continuar un
ascenso complejo y repleto de escollos, a sabiendas de que esta vez se
trataba de medir fuerzas contra lo irracional de un poder supremo
incapaz de detenerse aun cuando terminara en un holocausto.
¿Sabía y percibía a qué se enfrentaba? Si se puede comprender el
valor y el poder de las fuerzas indetenibles que estremecen desde el
interior, sin dudas la respuesta es afirmativa, solo que sigue siendo
muy difícil de entender a pesar de su humanismo. Resulta doloroso
encontrar las palabras precisas para detenerse a pensar en un final que,
aunque probable, no es aceptado. Es ahí donde, a pesar del acto
definitivo, se produce la encrucijada y la necesidad de interpretar su
otra dimensión y su conversión a la inmortalidad.
3. En los 90 y la encrucijada
Cómo sintetizar en un solo ser tanta fuerza y voluntad, traducido en
un conocimiento profundo, en amor al prójimo y en entrega total, obliga a
un resumen casi inalcanzable, por la manera en que lo hizo para sí y
para los demás.
Se abren en una sola visión panorámica los paisajes y los hombres con
los que pudo sentir y vibrar desde diversas coyunturas y realidades,
pero siempre desde un humanismo pleno que sostenía como principio no
establecer diferencias irreconciliables, solo las propias de sus
particularidades emanadas de la tradición y la cultura, valores
superiores que lo nutren de un pensamiento y acción universales y que,
en parte, nos explica el modo en que es apreciado y comprendido en
cualquier región del mundo, entre hombres sin distinción de razas, solo
con la sensibilidad y la fuerza suficiente para compartir las mismas
actitudes y las mismas ansias de vivir en un mundo de justicia y paz en
el que todos vivamos sin extorsión y con disfrute pleno a partir de
nuestros esfuerzos y voluntad.
Así llegamos a los 90 de un hombre cuya divisa fue y es construir y
compartir un mundo mejor entre todos, con la convicción de que se puede y
se debe luchar por alcanzarlo aun cuando varíen los métodos y
circunstancias, siempre con el deseo de lograr la unión íntegra; solo
así se podrá hacer realidad y hablar de un legado que pertenece a todos,
pero que se debe conquistar con la fuerza universal de un hombre que
por elección decidió llamarse de forma breve: CHE.
(Tomado de Contexto Latinoamericano)