lunes, 29 de febrero de 2016

Con ciertos solidarios

 
 

 
Anoche ocurrió una suerte de milagro en la iglesia de la calle Línea. En el cartel, creado para la ocasión, podía leerse:
Conciertos solidarios

La Parroquia de El Vedado se convierte en anfitriona de este ciclo de conciertos que la Oficina de Leo Brouwer incluye en su programación del bienio 2016-2017. Reconocidos músicos cubanos y extranjeros donarán sus actuaciones sumándose a la Red de Artistas Solidarios. Estos conciertos se dirigen al beneficio de las personas y los grupos más vulnerables de la sociedad cubana, desde niños con discapacidad física o mental hasta adultos mayores en situaciones precarias de vida. Ellos necesitan de nosotros.
El otro firmante del afiche es Caritas Habana.
En el concierto de anoche, que fue el inaugural de esta idea, la temática fue la Alemania Barroca y comprendió un ambicioso programa con muestras de cuatro importantes compositores de ese período.
Fantasía Nº 10 para flauta en Fa sostenido menor, Sonata canónica para dos flautas en La mayor y Sonata metódica en Sol menor, de Georg Philipp Telemann.
Partita para flauta sola, de Johan Sebastian Bach.
Tres sonatas de Halle, para flauta y continuo, de Georg Friedrich Händel.
Sonata para tres flautas, en Re mayor, de Johann Joachim Quantz.
Fuga Canónica de La Ofrenda Musical de J. S. Bach (realización: Leo Brouwer).
Este complejo repertorio fue honrado con rigor y belleza por Niurka González y María del Henar Navarro, y por el cellista Alejandro Martínez, la violinista Desiré Justo y las flautistas Anabel Gil y Martha Cristina Valdivia (alumnas de Niurka).
Lo de “milagro” dicho arriba tiene algo de tropo, pero es también la consecuencia de los cambiantes tiempos que vivimos, lo que da lugar a que coincidan las vocaciones de compromiso en una unidad rotundamente humana.

Bienvenidos a nuestra ciudad estos Conciertos Solidarios, nuevo espacio musical con ciertos y solidarios artistas y participantes.
Tomado del Blog Segunda Cita de Silvio Rodríguez

La imagen Cuba




 




Por: Graziella Pogolotti  
27 de Febrero del 2016 21:37:16 CDT
En un reciente encuentro con dirigentes del turismo, salió a la luz el peso creciente de los visitantes de ciudad. El fenómeno, tangible en el volumen de ingresos, revela la importancia de un componente decisivo de la imagen Cuba, portadora de múltiples aristas acumuladas por la historia. Sería un error estratégico limitar las políticas en este sector a estereotipos reduccionistas como el sol, la naturaleza o en el más denigrante de la sensualidad de los hombres y las mujeres del trópico.
Alejo Carpentier había emprendido su regreso a la Isla en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, al cabo de una prolongada estancia en París. Su compañera de entonces era francesa. Tomarían juntos un barco atracado en un puerto holandés. Al presentar sus pasaportes en la frontera de ese país, las autoridades, suspicaces, los separaron de los otros pasajeros. Conducidos al despacho de un oficial de más alta jerarquía, vueltos a examinar, surgió la pregunta inquietante. El destino de la pareja era La Habana, pero la francesa tenía un visado cubano. Un maletero presente acotó dudoso: «Creo que La Habana es una ciudad de Cuba». El entuerto se aclaró.
Durante mucho tiempo, antes del crecimiento vertiginoso de la industria turística, poco se sabía en el mundo acerca de nuestro país. Habano se asociaba a tabaco, el puro de los españoles, producto de lujo, marca de distinción para las élites. La música popular aportó otro componente al invadir Europa y Estados Unidos en los 30 del pasado siglo. El triunfo de la Revolución universalizó la visión de la isla. Capturados por el mercado, las barbas, los collares, el vestir informal, se hicieron moda y símbolo. No hubo entonces turistas de paquetes, sino visitantes y peregrinos respetuosos.
Cuba había adquirido voz propia. Contribuía a renovar el pensamiento de la época. Era portadora de una cultura. Nuestro cartel sentó cátedra. Nuestro cine se convirtió en impulsor de las vanguardias latinoamericanas. A la vez, comenzaba una sistemática tarea de recuperación del patrimonio edificado.
Para Cuba, el potencial turístico no se limita a quienes, llegados a la tercera edad, escapan de los rigores impuestos por climas gélidos y a aquellos vacacionistas que disfrutan con sus familias la seguridad de nuestras playas y hoteles. En ambos casos, se trata con frecuencia de compradores de paquetes, escasos en dinero de bolsillo. El atractivo más rentable se fundamenta en los rasgos que definen nuestra singularidad como nación. El análisis de la composición demográfica de los países emisores muestra franjas sociales numéricamente considerables con intereses culturales, científicos y académicos. De esa zona poblacional puede nutrirse un turismo cualificado, con preferencia por las ciudades.
Los centros urbanos ofrecen la imagen viva de un acumulado de culturas. En ellos se encuentra nuestro gran tesoro, nuestra marca de singularidad. La conmemoración del medio milenio de las villas fundadas por Diego Velázquez llamó la atención sobre sus valores intrínsecos a nacionales y extranjeros. Entre todas ellas, por razones geográficas e históricas, La Habana es la ciudad mítica por excelencia, validada por nuestro cancionero popular, por el testimonio de los libros de viajeros, por las voces de poetas, narradores y ensayistas. Pero desde hace años, nuestro cronista mayor, Juan Formell, nos dijo que «La Habana no aguanta más». Las causas del deterioro son múltiples. Las han señalado numerosos especialistas. Sin embargo, no es hora de lamentar, sino de encontrar soluciones que contribuyan a preservar el inmenso legado tangible e intangible acumulado por sucesivas generaciones.
Algunos trabajos recientes del arquitecto Pedro Vázquez complementan la extensa bibliografía acumulada por estudiosos durante los últimos años. Estamos acostumbrados a ver en los arquitectos meros decoradores de fachadas. En verdad, la profesión articula arte y técnica. Son constructores de espacios ajustados a las demandas de cada época. El urbanista conjuga un conjunto de saberes culturales, artísticos, sociales y económicos. Tienen una perspectiva integral e integradora que no descarta los problemas de orden subjetivo.
Por la dimensión aplastante de los gastos requeridos para la rehabilitación de la capital, la solución deseada parecería escapar a nuestras posibilidades actuales. Los valores acumulados en ella abren el apetito de especuladores inescrupulosos. Un síntoma de ello se advierte en la compra de edificaciones en los barrios situados en nuestra zona costera. Para afrontar el desafío, se impone el intercambio de saberes y experiencias acumulados por profesionales de alta calificación. En este tema se entrecruzan factores objetivos y subjetivos. Por ese motivo, el diseño de estrategias debe centrar la mirada hacia adentro, hacia los habaneros por nacimiento y adopción, verdaderos protagonistas de toda hazaña transformadora. Sobre esa base, se acrecentarán los beneficios de la industria turística. Pensemos, ante todo, en nuestras fortalezas latentes. Recordemos que urbe y urbanidad, ciudad y ciudadanía, tienen raíces comunes. Pauperización del entorno e indisciplina social se retroalimentan mutuamente.
 Tomado de Juventud Rebelde

lunes, 22 de febrero de 2016

La lupa y el catalejo



 
 Por: Graziella Pogolotti
20 de Febrero del 2016



La lupa agranda lo pequeño. El catalejo acorta las distancias. Literal o metafóricamente, hechos a la medida del ojo humano, ambos instrumentos sobreviven a la creciente irrupción de las nuevas tecnologías. La lupa nos permite hurgar en lo más íntimo y recóndito de nuestra realidad, en los detalles reveladores de la esencia de nuestros conflictos. El catalejo define, en el aquí y en el ahora, las coordenadas básicas del mundo en que vivimos.
En días recientes, sus Santidades, el Papa Francisco y el Patriarca Kirill, firmaron en La Habana un documento de enorme alcance en un planeta cargado de incertidumbre, amenazado por la autodestrucción de la naturaleza y la desaparición de los seres humanos que la habitan, devorado por el insaciable afán del lucro y por la indetenible carrera armamentista.
Muchos observadores subrayan la importancia de salvar el cisma milenario que separó a los cristianos de Oriente y de Occidente. Vía de superación de antiguos fundamentalismos, este gesto, de indiscutible valentía, traduce en hechos concretos una proyección ecuménica largamente acariciada. Su significado sobrepasa el hábito circunscrito a los creyentes.
Las iglesias y las naciones siempre han tenido clara conciencia del poder convocante de los símbolos. Cristóbal Colón plantó los pendones de Castilla y Aragón en la isla semidesierta de las Bahamas, para dejar sentada la apropiación de un mundo que, desde entonces, se llamaría Nuevo. El Papa Francisco y el Patriarca Kirill enviaron un mensaje cargado de sentido al escoger a La Habana como sitio de encuentro. En momentos de tanta trascendencia, nada es casual. En efecto, calificaron el sitio seleccionado de «encrucijada entre el norte y el sur, entre el este y el oeste». En el siglo XVIII, el historiador Arrate definió a la Isla como «llave del nuevo mundo y antemural de las Indias Occidentales». Por supuesto, el criollo ilustrado se situaba todavía en la perspectiva de Madrid y se centraba en los rasgos del entorno geográfico.
Ahora, sin embargo, en pleno siglo XXI, ante los peligros que nos amenazan, los firmantes no aluden a la geografía. Tampoco evocan el puerto que acogía a las flotas antes de cruzar el Atlántico, cargadas de oro y plata arrancados a las entrañas de América. Reconocían en Cuba, en el Caribe, y en la Tierra Firme, un espacio comprometido con la defensa de la paz, libre también, por común acuerdo, de armas nucleares.
En el trasfondo de tan prístina declaración, intervienen también razones de orden histórico y cultural. Con palabra profética José Martí percibió temprano que el centro de gravitación del mundo comenzaba a abandonar a Europa y se trasladaba, con paso de siete leguas, a la otra orilla del Atlántico. Vivió en Estados Unidos sin perder un minuto en el estudio de una sociedad que abría numerosas interrogantes al porvenir. Observó las ansias de expansión y comprendió las intenciones ocultas tras la Conferencia Monetaria Panamericana. «Con los pobres de la tierra / quiero yo mi suerte echar», afirmó, asimismo, el Maestro. Por eso «patria es humanidad».
José Martí empleó simultáneamente la lupa y el catalejo. Fundó la unidad desde abajo. Llevó su oratoria incandescente a los círculos de trabajadores e introdujo el periódico Patria en Cuba de manera clandestina. Tuvo que valerse de los recursos del conspirador. Los detalles descubiertos a través de la lupa le permitieron valorar a los hombres y las mujeres en la medida exacta de cada cual. Así lo demuestra su extensísimo epistolario. Sabe tocar la fibra sensible de cada persona y puede resultar ríspido cuando lo considera necesario. El catalejo se proyecta hacia la más prestigiosa prensa hispanoamericana de la época. En Nuestra América, la isla se inscribe en el proyecto continental.
En cada caso, con precisión de artesano, tiene en cuenta los rasgos característicos del interlocutor deseado. En otro tiempo, Fidel procedió con similar estrategia. La historia me absolverá se distribuyó de mano en mano. Del conocimiento de ese programa surgió el compromiso de los futuros combatientes de la Sierra y el llano, así como su extensa retaguardia. Después del triunfo de la Revolución acudió a la pantalla de la televisión para convocar a la reflexión y al diálogo íntimo mientras andaba por las calles y frecuentaba la Universidad. Al revisar nuevamente su discurso pronunciado en la ONU en septiembre de 1960, podemos desentrañar aspectos esenciales de su estrategia comunicativa. La campaña contrarrevolucionaria había alcanzado una temperatura altísima dirigida a satanizar la imagen del proceso transformador recién iniciado. La tribuna internacional ofrecía el espacio ideal para romper el cerco mediático. Pero el orador había identificado a sus interlocutores verdaderos en aquella sala repleta. Eran los recién llegados, representantes de antiguas colonias que estaban conquistando su independencia política. El catalejo se orientaba hacia el Tercer Mundo. El llamado de ese día al cese de la filosofía del despojo tiene hoy más vigencia que nunca. Con las armas listas para la defensa necesaria, el país reafirmaba su vocación por la paz.
Por su historia y por su cultura, por su solidaridad con los oprimidos, por sus pequeñez altiva, por el empleo de la lupa y el catalejo en favor de la construcción de un proyecto original, atemperado a las realidades de nuestra América, La Habana se sitúa en la encrucijada simbólica, abierta a la paz y a la esperanza, tesoros inapreciables para el diseño de un porvenir mejor.
Tomado de Juventud Rebelde.




Cumpleaños infantiles, alfombra roja para los adultos







Ya no es como antes. Incluso hasta semánticamente parecen haberse enriquecido las acepciones, tan inverosímiles y por momentos, sórdidas. Ahora un cumpleaños infantil —y me refiero sobre todo del primer añito a los cinco— deviene todo un evento social de altos calibres, catalizador de energías familiares y devorador de ahorros de años, que sienten romper de cuajo los sacrificios almacenados de a poco, ante el golpe anticipado de una alcancía rota.


Ahora los tradicionales “pica-cakes” —que si bien por suerte, nostalgia u obligación distan mucho de desaparecer ante los in­costeables presupuestos de los modernos cumples— han cedido popularidad frente a las estruendosas celebraciones modernas. A las piñatas de cajitas de cartón reciclado las arrollaron las de Barbies, Sofía, Rayo McQueen, Mickey & Co., Kitty…
Y la moda o el modismo de lo chic, llegado de Afuera, ha detonado en un florecimiento de este segmento del mercado nacional: piñateras, arrendadores de espacios y de parques inflables, muñecones (preferiblemente de Disney y con honorarios que no bajan de los 15 CUC, a menos que contrates a buena parte de los personajes de la filmografía)… Hasta le han puesto las cosas más fáciles a los padres con la efervescencia de los organizadores de eventos, que ofertan paquetes increíbles, no lo dudo, pero casi por regla, impagables para la gran mayoría trabajadora.
Otra diferencia notable es la tendencia actual de que sea el homenajeado —y como hablamos de niños, les toca en realidad a sus padres— quien obsequie regalos a sus invitados. ¡De verdad que los tiempos cambian! En las versiones más chic, digo.
Lo más triste, en cambio, no es el análisis financiero ni el desgarramiento automático de bolsillos, lo es —eso sí— la incertidumbre sobre si el niño o la niña, a tan corta edad, se divierte o se aturde, aun cuando muestre algunos síntomas humanamente perceptibles. Es que después de tanto esfuerzo, uno —en su posición de padre— prefiere convencerse de que sin duda la pasó en grande. Y así justificamos los excesos que en los restantes 364 días del año no nos podemos permitir.
Por si el mosaico de festividades estuviera incompleto, dicen buenos oídos que ya el boom de la farándula de los cumples infantiles diseñados para niñas está en una dupla capaz de dejar paranoicos a los más sosegados: la de los miniquince (a los cinco años) y prequince (a los diez), que obviamente sellan con broche de oro en la pomposa fiesta de los QUINCE.
Pero lo nocivo no lo veo en el modo en que cada familia decida homenajear a sus infantes, está en imponérselos. Todo padre desea, sin duda, lo mejor para su hijo, la clave radica en tratar de entender cuál es la percepción que ellos tienen de “lo mejor” en esta fase primigenia de la vida. Y al decirlo, también me siento responsable de haber pensado en algún momento, no como mi hija, con la inocencia de sus escasos añitos, sino como adulta.
Con el paso del almanaque, la memoria va borrando lo fastuoso de un momento, archiva las esencias. Y lo esencial entonces no son las veces que el pequeño se cambie de ropa costosa en su fiesta, los pisos del cake, la caterva de globos, la dimensión de la piñata, la concurrencia de animadores profesionales (payasos, ma­gos, muñecones) ni los novedosos formatos contemporáneos para la memoria fotográfica y audiovisual de ese día. Sobre todo porque dicen los médicos que cuando crecemos no recordamos nada anterior a los tres años.

Da igual que usted celebre con lo que tiene a mano, sin necesidad de empeñarse con los vecinos por el dinero que todavía no ha ganado; trate solo de que su chiquitín la pase bien y no le siembre en el hipotálamo los formalismos excesivos ni el consumismo importado. Apele a la creatividad y, si puede, involúcrelo también de su mismo cumpleaños, en vez de imprimirle la presión de que debe cuajar una sonrisa encartonada con cada flash de la cámara “para que quede bonito”. A fin de cuentas la fiesta es de él y para él, y no para alimentar el ego de padres en busca de su alfombra roja. De lo contrario, podría matarle a su pequeño la ilusión que acompaña su inocencia. Y quizá eso sí lo recuerde, como el sonido de la alcancía rota.
Tomado de Granma