viernes, 29 de enero de 2016

Los “cola-terales”





Corrió la voz de que había huevos por la libre y en el mercadito de la barriada la mañana torció su apacible andar en agitado ritmo.
Comenzaba así la epopeya de descontar tiempo y espacio en la carrera para romper el estambre, momento de realización cuando sientes en las manos el leve y apreciado peso del cartón de posturas de gallina. Pero, dicho así al vuelo —imaginar que la faena transcurre tan rápido como entra una bola por la tronera— sería falsear esa realidad pespunteada por la incertidumbre de si los “cola-terales” a la cola te dejarán un resquicio para avanzar hasta la meta.
La impaciente serpentina humana de variados colores apenas crece hacia atrás, revienta por los costados presionada por los “adjuntos” y su compañía, ruda maraña de aspirantes al premio forcejeando en la cabeza de la fila, imponiendo su gardeo a presión encimados al mostrador. A ultranza violan el orden, la decencia, el respeto y el derecho de quienes persisten en preservar su turno.
Tan irrespetuosos son estos protagonistas de la guapería barriotera, que hasta obvian al anciano apuntalado por un bastón llegado al lugar entre los primeros, quien aun cuando pudo hacer valer su condición de limitado físico motor, prefirió sumarse como uno más en su correspondiente puesto.
Ni la impaciencia por comprar el producto, ni la presunción de que puede acabarse antes de que podamos alcanzarlo justifican dar paso a la ley de la selva. Sin embargo, en estos avatares de la venta de mercancías que por momentos suelen desaparecer del mercado, se crea una ebullición a la que en no pocas oportunidades contribuye el dependiente si le sirve hasta una decena de cartones de huevos a una misma persona, sabiendo que su destino no será únicamente el de alimentar a la familia.
Temprano en la mañana es costumbre ver a personas de la tercera edad en su disciplinada fila para adquirir el periódico. Muchos se sientan en el parque a leer las noticias, como también son muchos los encargados de llevar a casa las compras matinales, porque los padres del hogar cumplen su jornada laboral y los niños acuden a la escuela.
Entonces, si sabemos que cualquier cola puede estar nutrida de personas de la tercera edad, ¿entraña algún mérito vulnerar los derechos de estos abuelos? ¿Acaso no sería mejor auxiliarlos para facilitarles la gestión en lugar de violarles su puesto? De seguro, cualquiera de estos fortachones que obvian el orden establecido entre quienes están interesados en adquirir algún producto, igualmente tienen en casa a una madre, un abuelo, o una tía de avanzada edad, para quien reclama con celo el máximo respeto mientras cumple alguna gestión.
Los años no pasan por gusto, y aparejada a esta máxima tan repetida por aquellos que arribaron a algo más que el medio siglo de vida, debemos tomar conciencia de cómo se torna lenta su locomoción, también la visión y el oído no responden con la calidad de años precedentes. ¿Acaso quienes hoy muestran la lozanía de la juventud no piensan que algún día llegarán a la tercera edad?
Relaté al principio de estas líneas una experiencia de días atrás, pero de la misma manera estos “colados” los encontramos al tomar el ómnibus, en la taquilla del cine, a la entrada de cualquier espectáculo público, a la hora de comprar un medicamento en la farmacia, porque para ellos no existe la convivencia sana, asentada en el respeto a los demás; siempre andan apurados y les resulta demasiada pérdida de tiempo pedir el último para no entronizar la desorganización amiga —en no pocas ocasiones— de disgustos que pasan de la palabra a la agresión física.
 Tomado de Granma.

El Trigal, mercado mayorista de productos del campo.






El Trigal, mercado mayorista de productos del campo. Foto: Darío Alejandro Alemán / Cubadebate.

Cuando en diciembre de 2013 abrió en La Habana el primer mercado mayorista agropecuario, El Trigal, uno de sus objetivos era que se redujera el precio de los alimentos del campo y que estos llegaran a los hogares sin intermediarios. Amparado por el Decreto 318 (839 Kb en PDF) de noviembre de ese año, la cooperativa concentradora se constituyó con 10 socios en un área de 16 mil metros cuadrados y 292 espacios para que los productores, luego de cumplir con sus compromisos con el Estado, comercializaran su mercancía. Sin embargo, su función no contempla establecer precios, sino que se limita al alquiler de espacios y servicios a los pequeños agricultores, a las cooperativas (con sus vendedores) y a los vendedores mayoristas de productos agropecuarios que hacen uso de la instalación (compradores/vendedores que van por los campos comprando a los campesinos y lo traen a vender aquí, con los precios más caros), explica Tatiana Oliva, vicepresidenta de la cooperativa. “No participamos de la comercialización, de hecho no tenemos nada que ver con el precio, que se da por oferta y demanda. Desde la base, es la cooperativa o el pequeño agricultor quien fija el precio de su mercancía. Aquí lo regulan según la cantidad de productos. Ellos van midiendo. A medida que avanza la jornada puede bajar un poco, según el nivel de oferta y demanda. La mercancía se trae y se vende en el día”, agrega. Las tarifas por la renta del espacio son de 120 CUP en el andén, en el borde de la nave; y 100 CUP en el área interior. También alquilan montacarga, a vendedores o compradores, a 1 CUP el minuto. Las carretillas, por su parte, se cobran a 60 pesos. “Artemisa y Mayabeque son los que más vienen para acá, si bien tenemos clientes desde la Isla de la Juventud hasta Guantánamo. Este es un lugar que concentra a todos los vendedores, administrado por nuestra cooperativa de servicios que estamos en la puerta, el montacarga, las áreas, las oficinas, las carretillas…; pero el encarecimiento del producto no está dado por el hecho de estar en El Trigal. De los 120 pesos que cuesta el alquiler, solo de un camión de mercancía puede salir en un centavo por libra aproximadamente. Son los vendedores quienes se comunican entre ellos y fijan un precio. Sabemos que hay problemas con la lluvia de estas semanas y eso encarece muchos productos. La malanga y el tomate, por ejemplo. No intervenimos ni en la cantidad de productos ni en su precio.” Este no es un tema nuevo en la economía. En 1959 una de las primeras misiones del gobierno revolucionario fue la de erradicar los intermediarios y especuladores que se dedicaban a la comercialización de los productos agropecuarios. La ley de la oferta y la demanda imperaba y permitía el enriquecimiento de algunos con la necesidad de otros. Las medidas que se llevaron a cabo entonces hicieron evidente la necesidad de organizar el aparato estatal de manera que existiera un espacio para la comercialización de las producciones a precios justos y estables. Hoy no se trata de eliminar la figura del intermediario, sino de refrenar los intentos de especular con los precios a costilla del bolsillo nada abultado de la población.
Mercados Mayoristas: del mundo a El Trigal
Los mercados mayoristas funcionan en varias partes del mundo, generan empleo y posibilitan el acceso a alimentos a una gran cantidad de personas que no reside cerca de los puntos de producción. En njuestra región resaltan por su antigüedad y eficiencia experiencias como las de Argentina, con la FENAOMFRA (Federación Nacional de Productores y Operadores de Mercados Fruti-Hortícolas); Brasil, con ABRACEN; España, con MERCASA; Francia, con los MIN (Mercados de Interés Nacional) y México, con el CEDA (Central de Abastos de la Ciudad de México). A El Trigal pueden acudir a comprar todas las personas naturales y jurídicas, entidades del sector turístico, centros educacionales, hospitalarios, laborales, etc. El acceso al lugar cuesta tres pesos (moneda nacional). Todos los servicios los controla la cooperativa, que tiene bien identificados, con pullovers y chalecos, tanto a carretilleros como a cobradores de entradas. Si bien la cooperativa no actúa en la compraventa ni fija precios, sí vela que no se vendan productos no autorizados como carne de ganado equino, vacuno y bufalino, leche fresca y sus derivados, miel de abejas, tabaco, café, cacao y sus derivados ni otros rubros subsidiados por el estado y que no reportan excedentes. ¿Quién tiene entonces la responsabilidad por los altos precios?

Aunque la culpa de los altos precios la siguen pagando los camioneros y productores cuyas mercancías transportan, lo cierto es que con el crecimiento del turismo y las nuevas formas de comercialización no estatal, la demanda de alimentos ha crecido. Además, la producción nacional de algunos de los productos más encarecidos sigue siendo insuficiente. Para colmo, en 2015 esta declinó en algunos renglones y por lo general los rendimientos que se obtienen están muy alejados de la media internacional y de nuestras necesidades.
e acuerdo con una productora que vende su cosecha en El Trigal, y que pidió no ser identificada, es posible que el mismo producto tenga precios diferenciados en el propio mercado, o que varíen en el día. La campesina comenta que el transporte de la mercancía supone un gasto de al menos 1000 CUP, en su caso desde Mayabeque. Varios vendedores declinaron hacer algún comentario sobre el funcionamiento de la cadena. Producto del desabastecimiento reciente y el malestar por los altos precios, han sido foco de atención y ninguno quiere comprometer su trabajo, dicen.
Así, los precios son expresión final de los altos costos de producción, circulación y comercialización, más los beneficios correspondientes a cada uno de los segmentos de la cadena. Es urgente la aplicación de medidas que regulen los precios, establezcan tope a los productos fundamentales, teniendo en cuenta que los productores son autónomos, y asumen sus costos de producción, que no son, por mucho, bajos.
La opinión de un destacado productor:

“El Trigal fue una entidad creada con un objetivo muy positivo de concentrar todas las producciones provenientes de Artemisa y Mayabeque para que luego fueran distribuidas en La Habana. Pero realmente la cooperativa mía no tiene nada que hacer en el Trigal, ni lo tuvo cuando empezó, ni lo tiene ahora. Ese establecimiento dejó de ser hace un tiempo para lo que fue creado y se ha convertido en un antro de perdición en todos los aspectos. Los precios son abusivos, es por hoy un negocio de muchos cuentapropistas para enriquecerse y donde se desvían las producciones para otros destinos que no son los recomendables”. Abelardo Álvarez Silva, Presidente de la Cooperativa de Créditos y Servicio (CCS) Antero Regalado.

Tomado de Cubadebate.


lunes, 25 de enero de 2016

“Bondades” del ayudante



No tiene una plaza fija en un centro de trabajo estatal ni reza en la lista de los cuentapropistas, y aunque si se le pregunta por qué no falta al sitio donde cada día se le puede encontrar, seguramente te dirá que es por puro placer, algo así como una contribución voluntaria, para matar el tiempo o “tirarle un cabo a su socio el bodeguero”.
El ayudante del bodeguero —allí donde lo haya, puesto que se sabe que no todos los establecimientos lo tienen ni todos los bodegueros lo permiten— a veces llega primero que él y otras sabe más que el mismísimo responsable del establecimiento sobre lo que cualquier consumidor podría preguntar. Con total dominio de entradas y salidas de productos, ventas, propone y dispone, sin el menor escrúpulo, sobre víveres y documentos como si entre sus “nobles” funciones le correspondiera hacerlo también a él.
Claro que si viene una inspección que se respete, de esas que busca la verdadera deficiencia y sobre ella trabaja (no de las que podría confabularse con el bodeguero para que al llevarlo “suave”, lo “salve” con algo), el ayudante no cuenta como tal. Sin embargo, sin el menor escrúpulo, y como exhibiendo victorioso su “buen” puesto se expresa, actúa, interviene, y da explicaciones delante de los usuarios que, asumiendo una verdad contra la que poco o nada pueden hacer, admiten su presencia como un nuevo color del arcoíris cotidiano.
La pregunta cuya respuesta se conoce es: ¿quién le paga al ayudante? El mismo coro que puede responderla consiguiendo un empaste perfecto en la mezcla de las voces, el mismo que somos todos, es quien asume el “pago” de ese personaje que tiene en muchas de las unidades de abastecimiento normado un puesto tristemente reservado.
Y claro está, ni todo el mundo es mal intencionado ni todos los bodegueros restan onzas a sus clientes, pero en no pocas ocasiones la existencia del ayudante es directamente proporcional a productos mal pesados, que hacen que nos vayamos de la bodega con menos cantidades de las que nos pertenecen.
Grano a grano se le llena el buche a la gallina, dice el dicho, y onza a onza, no pocos vividores (en la bodega, los mercados y más allá) adquieren un suministro económico que nos burla y nos lanza a la cara aquello de que el vivo vive del bobo y el bobo de su trabajo. Si no somos los vivos, al menos no seamos los bobos. Allí donde compremos seamos más exigentes con el peso de nuestros productos.
La batalla puede y llega a ser desgastante. Pero los afectados no nos debemos sentar en el banco de los perdedores. Ya vi hace poco, después de cierta cola, una colita aparte, de gente que vino a reclamar con cara de pocos amigos el pollo mal pesado... El ayudante, que discutió —o mal justificó— su error a los primeros reclamadores, como un robot programado para echar más en la bolsa callaba impúdicamente y al menos por esa vez los consumidores llevaron su peso exacto a casa.
Tomado de Granma.


Abuela



Por: Yunet López Ricardo 

Y si existen hormigas bravas, ¿por qué también no hay contentas? Ella fue la única que pudo responder la pregunta del niño que señalaba el escozor en su hombro. Le acarició el pelo, se arrodilló a su lado, secretearon unas palabras y cuando el pequeño estuvo convencido, con esfuerzos, se puso de pie.
Ya no es la muchacha que bailaba charleston la noche entera, ni tiene el pelo largo, no monta la yegua Mora ni enciende el tocadiscos para cantar, junto a Pablo Milanés, Mis 22 años. De esos días solo guarda un puñado de memoria y el mismo brillo para mirar, aunque la piel alrededor de sus ojos delate el rumbo del calendario.
Despertó un día y el escaparate le había permutado sus vestidos con pliegues ajustados por batas de casa; y las madrugadas, que eran de sueños profundos, se le llenaron de viajes entre la cama y el baño, mas sigue pareciéndole que fue ayer cuando el planeta le quedaba chico para vivir y hasta el espejo le lanzaba piropos.
Hoy miré sus manos, esas que a pesar de lunares y venas asustadas son hermosas todavía y saben como nadie hacer costuras en mi ropa, cuando es el corazón quien ensarta las agujas y los ojos se conforman con intentarlo. Pronto llegará al cumpleaños 70 y ya escucho sus demandas para que en esa fecha igual la dejen cocinar; entonces, al mediodía, luego de sazones y especias, la casa se perfuma con dulce de leche.
Nadie como ella cuenta las historias de hace más de 50 años, cuando vivió en Oriente, en una casita de tablas y piso de tierra, se bañaba en los ríos hondos y miró al abuelo partir con un fusil al Escambray para luchar contra los bandidos, mientras en su vientre crecía mi mamá.
Ante el asombro de un nieto, la costura amorosa o una tarde en la cocina para que todos disfruten del dulce de leche más dulce del mundo, poco le interesa que a su figura no se ajuste un vestido, ni duerma toda la noche o el dolor en la rodilla, pues el escaparate se llevó la ropa, el espejo la piel lisa, pero los años dejaron a cambio la fortuna de haber vivido.
Se siente dichosa aunque ya no corre burlando peñascos y camina al paso del reloj, barre el patio, busca las pastillas para quien antes le robaba besos, también algunas para ella, y se sienta en el portal a esperar los nietos que llegan de la escuela para ayudarlos a hacer los deberes.
Por eso mi abuela, aquel día en que mi hermano de siete años le preguntó por qué, si existen hormigas bravas, no hay también contentas, respondió que las felices estaban en lo profundo del agujero, con la tarea hecha, mirando la televisión y comiendo papas fritas, mientras que las otras andaban bravas porque habían salido a buscar las libretas que olvidaron en el aula.
Tomado de Juventud Rebelde.