lunes, 31 de agosto de 2015

“La cultura es, ante todo, una forma de vida.”



 
Hace ya algún tiempo sugerí a Elier Ramírez este discurso de Carlos Rafael Rodríguez en el VI Congreso de la UNEAC, efectuado en enero de 1988. Gracias a Elier, que me avisa hoy lo ha publicado en su blog Dialogar dialogar, por sacarlo del papel y traerlo a la Internet. Es también un homenaje a ese consecuente y brillante intelectual comunista que merece ser más leído en nuestros días.
Regresamos con el recuerdo a aquellos días, hace más de 26 años, en que la Revolución celebró su primer Congreso Nacional de Escritores y Artistas.
¡Qué confusión tan maravillosa y creativa pero, a la vez, colmada de peligros la de entonces!
Coincidían en aquella época quienes convertían el Evangelio en un instrumento de combate reaccionario y otros, desesperadamente asidos al Dios que no querían abandonar y hondamente atrapados, a la vez, por una Revolución que parecía exigírselo. Confluían allí los que habían ido a la Sierra en busca de una renovación en el marco burgués y se negaban a aceptar otra premisa con quienes, llegados a la guerrilla sin comprender lo que era el socialismo lo habían asimilado en pocos meses y se situaban ahora en la posición intransigente de todo neófito. Escritores y artistas honestos que trabajaron su obra casi en la soledad sin comprometerse con lo prevaleciente, que siempre habían abominado, pero sin suscribir tampoco la tesis de la izquierda, que les parecían ajenas e incomprensibles, compartían sus aspiraciones –hasta ese día frustradas- de una cultura distinta, libre y poderosa, con las de colegas, no menos afamados, mílites en el marxismo-leninismo durante largos años de confrontaciones y amarguras. Escritores, pintores, músicos, que no necesitaban demostrar quiénes eran porque sus obras lo justificaban, compartían los asientos del Congreso con otros hombres y mujeres que traían entre sus manos la obra inédita y aspiraban a situarse en el ámbito cultural como un resultado de la Revolución.
Así nació la UNEAC, en instantes en que, para recordar a Alfonso Reyes, habría que realizar, aún, “el deslinde”.
Poco después se marcharon los que pretendían enfrentar a la Revolución y el Evangelio al que temporal y oportunistamente se adscribieron. En la fuga dejaron abandonado el Cristo en el que no creían. Los otros, los auténticos poseídos de la fe, supieron darles a su Dios y a su Revolución lo que a cada uno debía corresponderle. Ellos están aquí.
Los revolucionarios fortuitos y convencionales y sus consocios, casi todos mediocres con solo uno que otro escritor verdadero, se fueron a rumiar el rencor de no haber podido agenciarse las posiciones que, sin merecer, ambicionaron. El sectarismo quedó extirpado, como una mala hierba, y los neófitos volcados al izquierdismo inmaduro, encontraron en definitiva el camino accidentado y complejo de la participación revolucionaria.
La Revolución les dio enseguida a los adultos –a quienes la falsa República condenara al retraso- la ortografía y la gramática que les permitieron dar mejor forma a sus ricos hallazgos literarios espontáneos.
De las aulas de nuestra Revolución Educacional, en las que ya no quedaban afuera ni los ayer pobres y desvalidos hijos de obreros y de abrumados campesinos, surgieron nuevos literatos, pintores y músicos, que no necesitaban vender su alma al diablo de la politiquería para conseguir una plaza en el Conservatorio o en la Escuela de Arte.
Como símbolo del sitio que la Revolución quería ubicar a la cultura, allí, en el lugar mismo en que la burguesía había tenido su “club” aristocrático más exclusivo, a las cercas del cual no permitían ni asomarse al negro curioso, se situaban las Escuelas de Arte, malogradas arquitectónicamente algunas de ellas por quienes no supieron subordinar la audacia de sus líneas a los requerimientos de la enseñanza.
Así, en estos 27 años, los que soñaban escribir o pintar, o componer, pero no habían podido quebrar el cerco de la ignorancia formal y acceder a las escuelas, jóvenes o viejos, tuvieron en la Revolución la oportunidad que anhelaron. Ella los nutrió de los instrumentos culturales. A los que llevaban soterrado su talento se lo sacó a la luz, y hoy están entre nosotros, con sus antiguos colegas de antecedentes revolucionarios o aquellos que, sin tenerlos, no los necesitaron, porque la Revolución no se los ha pedido y ha mirado tan sólo a su obra y su actitud.
¿De qué hablar en este Congreso al que se llega con el mismo enfebrecimiento con que arribamos al otro tres décadas atrás y en el que se nos abren al examen tantos conflictos que antes permanecían cerrados por la estulticia o por la inercia?
Estamos en el natalicio de Martí. Nos encontramos en el rumbo hacia los 60 años del “Guerrillero” admirable. Montaigne dijo alguna vez que el intelectual era heroico “hasta la muerte exclusive”. Martí y el Che supieron ser heroicos incluida su hermosa y desgarrada muerte. A ellos sí podemos considerarlos intelectuales plenos, y ellos nos inducen a partir en nuestro examen del intelectual de la Revolución y, desde luego, del artista y el músico.
Nos referimos, claro está, a aquellos a quienes Gramsci llamó “intelectuales orgánicos”, y a los que denominó con sagacidad “servidores de la superestructura”, lo que provoca de inicio en los demás una cierta desconfianza que es necesario vencer.
Lenin descubrió el origen de esa reserva instintiva de los trabajadores hacia los hombres del arte y la cultura cuando aludió al “señoritismo intelectual” que afecta a la mayoría de ellos y que él supo delimitar magistralmente en una cierta actitud de superioridad respecto a los iletrados que se transparentaba, en medida mayor o menor, aún en tierra como la nuestra.
Lo primero que habría que anotar es que ese espíritu que tiende a separar a los protagonistas de la cultura de los demás va siendo vencido entre nosotros. La obra de arte la realizan hoy en buena parte hijos de obreros o gentes surgidas de una familia campesina. Pero hemos de reconocer que, pese a eso, todavía no se ha podido eliminar frente a los escritores y artistas cierta reticencia de quienes pueblan las fábricas o cortan la caña. Lo sabe bien Tomás Alvarez, intelectual del pueblo, antiguo trabajador del campo que no quiere dejar de serlo; pero a quienes sus antiguos compañeros consideran, por confesión propia “distinto”.
El acercamiento cada vez mayor de intelectual y pueblo debe romper en definitiva esas barreras. Y para conseguirlo es de suma importancia que los escritores y artistas cubanos hayan comprendido cada vez más que están muy lejos de ser la “conciencia crítica” de la sociedad. No lo han sido nunca. Cuando Gramsci los califica como “servidores de la superestructura”, no olvida el papel subalterno a que durante siglos estuvieron condenados, pese a la rebeldía sutil de Sócrates o a individualismo desafiante de Miguel Angel. El ascenso burgués concedió, sin duda, algunas ventajas y permitió a intelectuales y artistas aparentes osadías pero los obligó a hablar, siempre, a tono con las fuerzas dominantes que les dictaban el tema o los condenaban a vivir al margen de la sociedad en un asilamiento a veces espléndido pero no pocas veces sobrecogedor. Recordemos tan solo a Verlaine o a Kafka.
No, la sociedad no tiene una conciencia crítica predeterminada. Si en nuestra Cuba socialista algún grupo pudiera reclamar ese papel, es el Partido; pero no lo hace. Porque el Partido sabe demasiado bien que su fuerza rectora le viene de tener las raíces enclavadas en los redaños de la clase obrera y de todos los sectores del pueblo y que para convertirse en guía político e ideológico debe respetar las actitudes críticas de aquéllos y recibirlas como su acervo más importante.
Libre de las pretensiones de convertirse en el reservorio crítico de la sociedad, enriquecidos por su modestia histórica, nuestros escritores y artistas podrán acercarse más a ser “testigos de la verdad”.
Nada más y nada menos que eso les pediríamos que fuesen. Al proponérselo, quedarán libres de caer en ese “discurso artístico-literario de tono apologético, y moralizante, carente de búsquedas y de problematización, basado en fórmulas rudimentarias de dudosa eficacia movilizativa” del que el Informe Central ante el Congreso se quejaba como síntoma de los malos momentos de nuestra cultura.
Porque es necesarios que nos entendamos. La Revolución a que se llama a servir al escritor y al artista no es una vía acotada en la que caben apologistas y acólitos.
Se ha mencionado con razón en este Congreso un documento que tendrá ya para siempre valor permanente en nuestras tareas de la cultura, las Palabras a los Intelectuales” de Fidel. En aquella tarde, cuyo resplandor nos ilumina todavía, en medio de dicterios subrepticios y de medias palabras deliberadas, se fue abriendo paso la imagen necesaria de nuestra cultura de hoy de mañana. Se repite con frecuencia la frase magistral: “Dentro de la Revolución, todo: contra la Revolución nada”. En el debate sobre el Informe, se analizó si a esa frase le correspondía una interpretación estrecha que pone fuera de la Revolución a todos los que no pueden ser considerados como revolucionarios. Me asocio al criterio expuesto por Roberto Fernández Retamar. Me atrevo a sostenerlo no sólo porque me correspondió el privilegio de estar junto a Fidel en los momentos previos “un caso digno de tenerse muy en cuenta…un caso representativo del género de escritores y de artistas que muestran una disposición favorable hacia la Revolución y desean saber qué grado de libertad tienen dentro de las condiciones revolucionarias para expresarse de acuerdo con sus sentimientos”.a su discurso, en un encuentro inolvidable con quienes entonces tenían la responsabilidad orgánica de conducir nuestro trabajo cultural, sino porque la frase no fue una expresión accidental, sino la culminación de un análisis en el que queda muy claramente expresada la función abarcadora de la Revolución en la cultura.
“La Revolución –dijo en ese discurso Fidel un poco antes de pronunciar su histórica definición- no puede renunciar a que todos los hombres y mujeres honestos, sean o no escritores o artistas, marchen junto a ella. La Revolución debe aspirar a que todo el que tenga dudas se convierta en revolucionario. La Revolución debe tratar de ganar para sus ideas la mayor parte del pueblo; la Revolución nunca debe renunciar a contar con la mayoría del pueblo; a contar –concluyó- no sólo con los revolucionarios sino con todos los ciudadanos honestos que, aunque no tengan una actitud revolucionaria ante la vida, estén con ella.”
“Nadie ha supuesto nunca –dijo en aquella tarde- que todos los hombres, o todos los escritores, o todos los artistas, tengan que ser revolucionarios”.
Y señaló, con admirable precisión:
“La revolución sólo debe renunciar a aquellos que sean incorregiblemente reaccionarios, que sean incorregiblemente contrarrevolucionarios”.
Así fue, compañeros y compañeras, recordémoslo, la respuesta de Fidel ante un escritor católico que había preguntado si podía hacer una interpretación desde su punto de vista idealista de un problema determinado. Fidel consideró esa inquietud como
“un caso digno de tenerse muy en cuenta…un caso representativo del género de escritores y de artistas que muestran una disposición favorable hacia la Revolución y desean saber qué grado de libertad tienen dentro de las condiciones revolucionarias para expresarse de acuerdo con sus sentimientos”.
Es bueno recordar no sólo la frase definitoria sino sus antecedentes inmediatos, porque más de una vez en el pasado se quiso interpretar aquélla por la vía estrecha para imponer decisiones extemporáneas o criterios de capilla en nombre de la Revolución y del Partido. El Partido nos guía, como un gran conductor que sólo podrá cumplir sus tareas cimeras si toma en cuenta todos los factores que componen nuestra sociedad y conforman nuestra realidad. De la historia reciente los intelectuales y artistas han aprendido que no deben ver al Partido como alguien detrás de un buró, en el Comité Central, dictando directivas, bien intencionadas tal vez pero inconsultas o esterilizadoras. Es mucho más que eso. Poseer el título de militante es, para un escritor revolucionario, no sólo la prueba de que ha aprendido a manejar el marxismo-leninismo como instrumento de profundización y de amplitud al interpretar la vida sino el recuerdo de modo permanente de que su conducta ejemplar no le ha dado nuevos privilegios sino que le ha traído mayores responsabilidades. Pero no poseer el carné del Partido está muy lejos de ser denigratorio. La Revolución es mucha más amplia, mucha más heterogénea, mucho más complicada que el Partido. En el turbión revolucionario caben todos los que no están opuestos a nuestras aspiraciones, a nuestros postulados. Siguiendo esa concepción fidelista, la Revolución Cubana podía decir también que su divisa no es “los que no están con nosotros están contra nosotros” sino aquella otra: “los que nos están contra nosotros están con nosotros”.
No se trata, no, de mermar el significado y el sentido que los intelectuales militantes del Partido adquieren en el torrente de la intelectualidad. Muy lejos de ello. Recordando que ese tipo de revolucionario “pone la Revolución por encima de todo lo demás”, Fidel en aquella ardiente tarde puntualizó:
“El artista más revolucionario sería aquel que estuviera dispuesto a sacrificar hasta su propia vocación artística por la Revolución”.
La imagen de Rubén Martínez Villena, con su pureza diamantina, flotó en ese momento sobre nosotros.
Ese es, compañeras y compañeros, nuestro punto de partida. El camino hacia el comunismo es menos fácil de lo que nos parecía a algunos hace 50 años. Tenemos que transitarlo en la diversidad y con la diversidad.
El primero de los Lineamientos que se le han presentado al Congreso en el Informe define plenamente la responsabilidad fundamental de los artistas y escritores, de los hombres y mujeres de la cultura, en esta etapa. Se declara allí como indispensable “fortalecer el papel de la cultura en la sociedad cubana de hoy”.
Nada resulta más necesario. Hemos realizado una hermosa, profunda, abarcadora, Revolución educacional, pero nos falta incorporar a esa Revolución el ingrediente indispensable de la cultura. No se trata –y estoy seguro de que ustedes me comprenden- de atiborrar a nuestros estudiantes de referencias culturales, de nombres de autores o referencias de obras. Eso no es la cultura, sino tan sólo uno de los ingredientes culturales. La cultura es, ante todo, una forma de vida. Cuando, ante el comportamiento de unos campesinos españoles, Chesterton pudo decir: “¡Qué cultos son estos analfabetos¡”, le daba a la cultura esa significación omnicomprensiva. Confesemos, es una obligación revolucionaria, que todavía estamos lejos de lograr entre nosotros como patrón de vida las formas culturales que corresponden a nuestra sociedad socialista. Tenemos un pueblo cada vez más instruido, pero todavía no tenemos un pueblo culto.
Yo recuerdo con amargura, hace pocos años, haber asistido a un acto en el cual, después, después de escuchar una charla magistral de nuestro siempre presente Nicolás Guillén, el locutor anunció, para nuestra sorpresa: “Y ahora, compañeras, comienza el acto cultural”. Y venía detrás un combo de segunda clase.
No se trata de reproducir la vieja y falsa contraposición entre lo culto y lo popular sino de incorporar a lo popular el sentido enriquecedor de lo culto. Se ha dicho con verdad que cultura es todo lo que no es naturaleza. Pero la cultura de la Revolución no puede ser una creación imperfecta. Varela, Luz, Martí, Alejo, Juan Marinello, Portocarrero, fueron la cultura; Nicolás, Alicia, Mariano, Leo, Roberto, son la cultura; Pablo y Silvio son también la cultura, como los Irakere, Portillo de la Luz, José Antonio y Sandoval, como la Danza Moderna o el Conjunto Folclórico. Pero que el bacalao lleve o no lleve papa no es necesariamente la cultura a la que aspiramos. Hay que atreverse a decirlo, si es que realmente queremos como se proponen las resoluciones, “fortalecer el papel de la cultura en el socialismo cubano de hoy”. Es bueno diferenciar lo popular auténtico de la chabacanería con pretensiones de pueblo.
Se alega con frecuencia de que hay que partir de nuestros niveles culturales. Correcto. Pero partir de ese nivel no significa adaptarse a él, Lenin, que se nutría como nadie del pueblo, y Fidel, leninista contemporáneo, han sabido tomar al pueblo como punto de partida para una incesante proyección hacia arriba. Sepámoslo hacer nosotros, librémonos de las excrecencias populistas.
Si algo se nos puede reprochar es no haber sido lo necesariamente exigentes. Es una muestra de eso que suelo denominar “resignación socialista” el no haber peleado lo suficiente por introducir desde nuestra enseñanza primaria la educación artística de nuestros niños y jóvenes. Si saber disparar un arma en nuestra Patria de hoy es condición indispensable para todo ciudadano, esto no puede conducirnos a olvidar apreciar a Degas o a Picasso, a Bethoven o a Prokofiev, es también importante (APLAUSOS)
¿Por qué hemos de condenar a quienes laboran voluntariamente en la microbrigada, o dan 120 horas de su tiempo libre al esfuerzo común, a que tengan todavía que contemplar personajes que recuerdan demasiado a los de “Crusellas” y “Palmolive”?, a pesar de que reconozcamos los esfuerzos de la televisión por acercarse a la cultura. Un pueblo como el nuestro, además de confirmar cada día que ama a la Revolución, ha dejado atrás el analfabetismo y tiene una clase obrera que en su conjunto aspira a cumplir los nueve grados de educación, no merece ser alimentado espiritualmente con productos adulterados. Tiene derecho a lo mejor, y estamos en la obligación de proporcionárselo.
Se oye hablar de “cultura masiva”. Para mí la cultura “masiva”, no es cultura. Yo creo en la cultura hacia las masas, con las masas y para las masas. Son cosas distintas, aunque luzcan semejantes.
Cabe que nos preguntemos si estamos ya en el camino de esa cultura, a la vez revolucionaria y abarcadora, a que aspiramos.
Creo que no debemos dudarlo.
Porque es cierto que –como aquí se ha dicho- lo que nos han faltado no son las definiciones y las líneas de política. Las empezamos a tener en ese discurso de Fidel de 1961, y las encontramos, reforzadas por una experiencia de 16 años, en la Resolución del I Congreso del Partido. De lo que hemos carecido es de la capacidad para ponerlas en práctica. Ahora el Partido, impulsado por la rectificación, que sitúa la conciencia política en el plano central de sus preocupaciones, trabaja por transformar aquellas palabras rectoras de entonces en una línea permanente de acción. Y ahora también el Congreso de la UNEAC da a los escritores y artistas de nuestro país la coherencia y la voz necesarias para dejar de ser una fuerza amorfa y subalterna y convertirse en parte de esa gran batalla renovadora.
Los intelectuales cubanos no pueden retrasarse. Les tocará, como a los demás, poner el ladrillo, mezclar la arena, levantar así las viviendas, el consultorio del médico de la familia, los círculos infantiles. Pero tienen además su propia, específica, irrenunciable tarea que no pueden traicionar. Les corresponde realizar la obra seria en lo literario, en lo musical, en lo plástico, a la que el crecimiento revolucionario los conmina. Les toca, por encima de eso, la hermosa y alta tarea de llevar esa obra, y las obras de sus antecesores cubanos y no cubanos –porque la palabra “extranjero” debe ser abolida de la cultura – a millones de hombres y mujeres que esperan por ellas. Mientras haya galerías de arte sin espectadores, mientras los niños no tengan acceso, por inercia de quienes los educan, al museo; mientras Mozart siga siendo un buen pretexto para la comedia musical de turno; mientras Pushkin y Shakespeare resulten desconocidos para cientos de miles que los disfrutarían si se les acercara a ellos, la misión de los promovedores de la cultura no habrá terminado.
Nadie tiene derecho a esperar. A cada cual le toca lo suyo. El Partido orienta, pero la UNEAC y sus miembros tienen su órbita propia, y la inercia los hará culpables. No es momento de querellas sino de conjunciones, pero si hay inmovilidad oficial las armas de la crítica están ahí para usarlas. La Revolución, que condena la pelea innecesaria, ha respaldado siempre la pelea justa, lo que rechaza es la quietud pesimista (APLAUSOS).
Y si se quiere estar mejor preparado para esa batalla, en que conjuntamente han de participar el Partido y la UJC, los ministerios, los sindicatos, sin duda que la UNEAC debe preocuparse más por la incorporación a ella de nuestra juventud intelectual.
Creo que no tendré que jurar ante ustedes que no tengo nada contra los viejos. Pero me asusta que en este Congreso, en que los literatos y los artistas han logrado expresar su combatividad, aunque sea a la manera pausada del gremio, apenas un 2% de los participantes tenga menos de 30 años. Menos de 30 años tenía José Martí cuando empezó su faena liberadora sin tregua; a Mella no le permitieron llegar a los 30 años. Entre los firmantes de la “Protesta de los 13”, muy pocos pasaban de los 25 años. No tenían 30 años los editores de la “Revista Avance”, ni Nicolás Guillén cuando escribió “Sóngoro Cosongo”. Con poco más de 20 años, Roa, José Antonio Portuondo, Mirta Aguirre y otros se paseaban ya en las letras cubanas de su tiempo. Y, para decirlo de una sola buena vez; el protagonista de “La Historia me Absolverá”, ese Manifiesto de Montecristi de nuestra época, no había rebasado, cuando se puso al frente de su pueblo, los 27 años (APLAUSOS). Y aquí, entre 518 delegados, solo 9 no pasan de los 30 años.
Mal síntoma sería si ello se debiera a la desconfianza; peor aun si se originara en la inmadurez. Creo que el origen de esa ausencia está, más bien, en una falta de perspectiva.
Permítaseme una sola reflexión final.
En la Resolución se nos propone también “el rechazo de toda desviación ética, política e ideológica, que pretenda erosionar nuestra voluntad de luchar por el socialismo” y se proclama la aspiración de estar “tan lejos del dogmatismo como del liberalismo, tan lejos de la intolerancia como de la complacencia”.
Al llevarlo a la práctica, no debemos olvidar sin embargo que, aunque el liberalismo es peligroso y la complacencia inaceptable, más peligroso todavía, en el terreno de la cultura y la ciencia, son la intolerancia y el dogmatismo (APLAUSOS). Aquéllos no pueden penetrar –por su signo político- en nuestra unida y fuerte Revolución. Pero si no vencemos el dogma nos corroerá y nos cerrará el camino hacia la amplia y noble cultura del socialismo, en la cual la del Hombre tiene que ser, como lo proclamaba Máximo Gorki, “una hermosa palabra”.
Patria o Muerte (OVACIÓN)
Tomado del Periódico Granma, 29 de enero de 1988
Publicado en el Blog La pupila insomne

Fábulas para un tórrido verano



Graziella Pogolotti
29 de Agosto del 2015 22:58:40 CDT



Como Las mil y una noches profusamente publicada en ediciones para niños una vez depuradas de los pasajes con excesiva carga erótica, las fábulas tampoco fueron concebidas para la infancia. Las conocimos con el sabor moralizante de Iriarte y Samaniego. En verdad, estaban destinadas al consumo de adultos y, al igual que las historias de Scherezada, pasaron de una a otra civilización, de un milenio a otro.
Fedro llevó al latín las fábulas del mítico Esopo. Consciente del pragmatismo característico de la civilización romana, escribió un prologuillo para justificar, en términos de utilidad, que los árboles hablaran. El propósito era doble: divertir y aconsejar, seducir para transmitir un mensaje. Puente entre las tradiciones que recorrieron el Mediterráneo desde el Oriente más recóndito, la latinidad permeó las culturas que gestaba la pequeña Europa. La construcción de un imaginario anclado en el sentido común contrarrestaba la seducción ejercida por las palabras engañosas al servicio del más poderoso.
Cuenta Fedro que el lobo y el cordero acudieron al río compulsados por la sed. En lo alto de la corriente, estaba el lobo. Más abajo, su presa. «Ensucias mi agua», reclamó el primero. «No es cierto», respondió el segundo, «porque estoy en lo bajo». La fiera apeló a otros pretextos. La víctima siguió argumentando su inocencia. Agotadas las razones, el lobo se lanzó sobre el indefenso animal y lo devoró.
De más remoto origen, La zorra y el cuervo llegó a mis oídos a través del dulce Jean de La Fontaine, célebre escritor del siglo XVII francés. Asociamos la época al poder omnímodo de Luis XIV, el Rey Sol, llegado a lo más alto del dominio europeo, a punto de instalarse la dinastía borbónica en el tronco de España. Pero el cambio de época se anunciaba de forma soterrada. Confinada en Versalles, la nobleza agigantaba su carácter parasitario. Por la vía del saber y por su creciente peso económico, la burguesía mostraba su fuerza en todos los ámbitos y reclamaba sus derechos legítimos al ejercicio de la política. Nombrado ministro de Hacienda, Colbert impulsaba las prácticas mercantiles. En tiempos de mecenazgo, el poeta La Fontaine fue abandonado a su triste suerte, según lo narra su amiga, la señora Sévigné en su clásico epistolario.
La zorra y el cuervo invita a meditar sobre las debilidades humanas, heridas abiertas a la ponzoña de la seducción. Asentado sobre la rama de un árbol, el cuervo sujetaba en su pico un apetitoso pedazo de queso. Tentada por la golosina, la zorra se extendió en alabanzas acerca del hermoso canto del pajarraco. Poco a poco, ablandó su resistencia. Al cabo, el cuervo abrió el pico para entonar su horrendo graznido, y el objeto del deseo cayó en las fauces abiertas del astuto mamífero. La sagaz perfidia utilizaba en su favor la tonta vanidad.
A lo largo de medio siglo de historia vivida, el recuerdo de la fábula del lobo y el cordero ha vuelto a menudo a mi memoria. Las imágenes satanizadoras de nuestra islita se han sucedido, ajustadas a la medida de cada contexto. Al socaire de la Guerra Fría, fuimos satélite de la Unión Soviética y amenaza para la seguridad de Estados Unidos, sin tener en cuenta que la Revolución triunfó sin ayuda externa y que, en algunos aspectos relevantes, las ideas que la animaron no coincidieron siempre con las de Moscú. Luego, el eje del conflicto se centraba en nuestro apoyo a los movimientos de liberación latinoamericana, aunque se acallara la colaboración cubana en la búsqueda de soluciones conciliadoras al cese de la etapa insurreccional en los países hermanos. Más tarde, el escollo se definió en el apoyo militar a la independencia y al Gobierno legítimo de Angola. El resultado final sobrepasó las expectativas con la derrota del apartheid y la independencia de Namibia. La contribución de nuestro país resultó muy eficaz en las negociaciones de paz que dieron fin al conflicto bélico.
Con el derrumbe de la Europa socialista, se aplicaron dos políticas simultáneas. Se apretaron las tuercas del garrote con el endurecimiento del bloqueo y se construyeron vías para sojuzgar el pensamiento y reintegrar al imaginario popular la noción teleológica del destino manifiesto. Se apoderaron de la nobilísima causa de los derechos humanos —que es la nuestra, la de los pobres de la tierra, expresa en los términos interdependientes de la Revolución Francesa— y rescataron la noción fatalista de un mundo dominado por el jolgorio de la libre empresa.
Para sobrevivir, el poder hegemónico no puede desprenderse de su propia naturaleza. Su estrategia intenta restaurar el pasado con la mirada en la Isla y en un continente poseedor de enormes reservas naturales. El campo de batalla se define ahora en el terreno de las ideas, en prácticas desmovilizadoras de la opinión pública y en el despliegue de imágenes seductoras. Tonto sería taponear oídos para escapar al canto de sirenas. Hay que enfrentar las verdades con lucidez y transparencia, superar nuestras debilidades, traducir la noción abstracta de humanismo en la dimensión concreta impuesta por el hoy, el aquí y el ahora.
Tomado de juventud Rebelde



Temores



Por Cristina Pacheco

Domingo, 30 de agosto de 2015

 En la familia hay preocupación por el comportamiento de la abuela Guillermina. Se ha vuelto muy susceptible, hace cosas raras y ha cambiado sus hábitos: sale menos cada día, no contesta el teléfono y si lo hace pide toda clase de informes para cerciorarse de que le habla una persona conocida. Mina, como le decimos de cariño, desconfía de todo el mundo, hasta de mí que soy su nieta.

Procuro visitarla cada quince días, pero antes la llamo por si tiene algún compromiso. Un martes, Mina no me contestó y, sin decir mi nombre, le dejé un mensaje pidiéndole que se comunicara conmigo. Esperé hasta la noche y la abuela no me llamó. Entonces marqué su número. “¿Quién habla?” No reconocí la voz al otro lado del teléfono y pregunté lo mismo: “¿Quién habla?” En vez de responder me pidió el nombre. Creí haberme equivocado y volví a preguntar: “¿Es Mina?” “¿Qué Mina? ¿Quién eres?” “Karla”. Después de una pausa escuché un suspiro de alivio: “Niña, por ahí hubieras empezado”, dijo mi abuela con su tono grave de siempre. Al día siguiente me ofreció disculpas: “Perdona, hija, pero es que a cada rato llaman desconocidos que me ofrecen cosas y me preguntan datos... Para deshacerme de ellos finjo la voz y digo que la señora, o sea yo, no está en la casa.”

II

Todo el mundo dictamina. Mi madre piensa que los cambios en el comportamiento de la abuela son consecuencia de su edad. Mi tía Delfina coincide con ella y dice que es hora de recurrir a un geriatra para que le recete alguna pastilla. Por Eduardo, su segundo marido, sabe que pueden aliviarlo todo: desde insomnio, ansiedad, inapetencia, migraña, taquicardia, desmemoria, hasta falta de vigor.

Mi primo Rafael considera que mi mamá y la tía Delfi se preocupan demasiado y están viendo moros con tranchetes: en estos tiempos, ¿quién no es desconfiado? Por otra parte, ¿qué tiene de malo que la abuela salga menos que antes? ¡Nada! Es su gusto y punto. Hay que respetarla. Como siempre, mi hermana Yareli suscribe lo que dice Rafael. Emita, la pedicurista que atiende a Mina desde hace años, recomienda que le demos vitamina B12, que tanto fortalece el cerebro y los nervios.

A mí, como soy la menor, jamás me piden opinión. Si lo hicieran les diría que las personas cambian. No podemos pretender que Mina sea la misma de antes ahora que está a punto de cumplir un montón de años. La tía Josefina tiene un punto de vista mucho más drástico: ve en las actitudes de la abuela señales de un mal aterrador: demencia senil.

III

Según mi tía, a qué otra cosa puede atribuirse el hecho de que el domingo pasado, cuando le preguntaron qué deseaba como regalo para su cumpleaños, Mina haya pedido lo que menos imaginamos y nos hizo reír tanto que hasta lloramos.

Todo habría seguido en paz si a mi hermana Yareli no se le hubiera ocurrido decirle a Mina: “Ay, bebé lindo, si mi abuelo Mateo supiera lo que se te antojó para tu cumpleaños diría que estás bien, pero bien loquita.” Por el cambio en la expresión de la abuela era evidente que Yareli acababa de meter la pata. Rafael fingió disgustarse con mi hermana, le preguntó qué clase de bromitas eran esas y la amenazó con darle pamba.

Comprendí que el intento de mi primo por salvar la situación había sido inútil cuando vi que a Mina se le llenaban los ojos de lágrimas. Sin decir nada, se levantó de la mesa y fue por la bolsa que había dejado en la sala. Aunque imaginé lo que iba a decir, le pregunté qué estaba haciendo. “Me voy. No pienso quedarme en una casa donde creen que estoy loca”. Eduardo, con su tonito pegajoso de siempre, la previno: “Señora, cálmense; no vaya siendo que se nos ponga mala”. Mi tía Josefina le lanzó una mirada reprobatoria a mi hermana y el primo Ángel, que nunca dice nada, abrió la boca para empeorar las cosas: “Yareli: ¿ves lo que hiciste?”

Mi madre nos pidió calma y se acercó a la abuela: “Por favor, no te vayas. Necesitamos que estés con nosotros porque vamos a darte una sorpresa que ni te imaginas”. La abuela apretó su bolsa contra el pecho y se encaminó a la puerta: “Mientras no sea que van a llevarme a un manicomio...” Sus palabras me dolieron y le reclamé: “No es justo que nos hables así. Además, ¿de dónde sacas eso?” La abuela se volvió hacia Yareli: “Pregúntaselo a ella”.

Desconcertada, Yareli nos hizo testigos de que su intención no había sido ofenderla y se echó a llorar. Esperanza, la mayor de mis tías, intervino: “Madre: no te vayas. Urge que hagamos planes para tu cumpleaños. Falta muy poco. Queremos celebrártelo como cuando vivía papá Mateo, ¿te acuerdas?” Mi abuela se puso a la defensiva: “Claro que sí, o qué ¿también piensas que estoy loca?”

Rafael dijo que la situación era insoportable y que mejor se iba. Mi tía Delfi le pidió ayuda a su esposo Eduardo y él le gritó a mi primo que se largara de una vez. Rafael lo llamó imbécil pendejo. Estaban a punto de los golpes, pero mi madre lo impidió diciéndoles que si querían pelear se fueran a la calle, porque en su casa no toleraba escándalos. A partir de ese momento todo fue confusión.

Yareli, histérica, tomó a la abuela de las manos y la obligó a mirarla: “Bebé, no vas a ofenderte sólo porque dije que si mi abuelo te hubiera escuchado decirnos: ‘de regalo quiero una pistola y una computadora’, habría creído que te volviste loquita.”

Mina, sonriente, negó con la cabeza: “Te equivocas. Mateo habría pensado otra cosa: que tengo miedo por cuanto está sucediendo en el mundo y que deseo conocer, aunque sea a través de la pantalla, los lugares a donde soñábamos con ir y en los que jamás estaremos.”

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2015/08/30/sociedad/032o1soc
Tomado Del Blog Segunda Cita.


El círculo vicioso del maltrato







Todos, sin importar nuestra profesión, nivel académico o características personales, formamos parte de un amplio espectro llamado sociedad, donde interactuamos con nuestros semejantes. En ese medio, pasamos indistintamente por dos estados: en determinados momentos necesitamos de los demás y al mismo tiempo, los demás necesitan de no­so­tros. Es una cadena interminable, que nos acompaña durante toda la vida.
Sin embargo, en ese proceso lógico de nuestro decursar por este mundo, deben primar ciertas fórmulas para proveer equilibrio a las relaciones entre seres humanos. Aunque esas vías, sencillas y harto conocidas debieran formar parte del actuar cotidiano, a veces cometemos el error de pensar de un modo egoísta, y tratar a quienes nos ro-dean del mismo modo en que fuimos o somos tratados. Esa premisa resultaría magnífica si se aplicara solo de forma positiva, pero, lamentablemente, no es así.
Lo cierto es que cada vez con más frecuencia se observa el principio de que si alguien te maltrata, debes hacerle lo mismo a otra persona. Si hablas con alguien y no te presta atención, pues tú dejarás de escuchar a quienes se dirijan a ti. Si no fuiste bien atendido en un determinado lugar, actuarás del mismo modo cuando visiten tu casa o centro de trabajo. Ahí, comienza lo que pudiera llamarse círculo vicioso del maltrato, una cierta rebeldía que impide ver con claridad, y por lo tanto, juzgar a justos por pecadores.
Este tipo de actitudes son mucho más frecuentes de lo que pudiera pensarse y deterioran las normas de educación formal, los principios de la comunicación y peor aun, nuestra condición de seres humanos. Es precisamente la capacidad de pensar lo que nos diferencia de los animales, entonces ¿por qué no explotarla al máximo, antes de dar lugar a un comportamiento instintivo?
Miles de cosas buenas o malas nos suceden a diario. Componentes naturales de la cotidianidad, por los que no podemos culpar a nadie. Por eso, si tenemos un día difícil, es preferible aislarse hasta que se aclaren las ideas y no descargar sentimientos encontrados y frustraciones con quienes no la deben ni la temen. Tampoco podemos olvidar, que tanto en el hogar como en el trabajo, la escuela o la calle, somos seres sociales y por lo tanto, hay normas que no debiéramos violar.
Pensemos por un instante, ¿tiene acaso que pagar el cliente la desavenencia de una dependienta con su hijo?, ¿debe una mujer recibir un golpe de su esposo, solo porque este no supo entenderse con su jefe en la oficina? De ejemplos como estos pudiéramos escribir todo un libro, pero la moraleja es la misma: quienes nos rodean merecen respeto y consideración. Cuando seamos capaces de entender esa verdad, nos ahorraremos mu­chos malos ratos.
Uno de los fragmentos que más aprecio del concepto de Revolución emitido por nuestro Comandante en Jefe, es precisamente aquel en el que habla de ser tratados y tratar a los demás como seres humanos. Esas palabras, más allá de lo que significan para nuestro sistema social, constituyen una lección para todos los hombres y mujeres del planeta, pues la violencia solo genera violencia y el maltrato, solo genera maltrato.
Somos un pueblo culto, pero debemos ha­cer mejores galas de ese privilegio. Apren­damos a escucharnos, a entendernos, y será esa una victoria más ante la degradación y la pérdida de valores que amenazan nuestra condición humana. Si no somos capaces de enfrentar lo mal hecho, lo que nos hiere o lastima, no tenemos el derecho de arruinarle a nadie un solo instante de su vida.
Hablar es hermoso, para rugir, están los leones. No permitamos nunca que ellos se alcen en dos patas, y nosotros, comencemos a caminar en cuatro.

Tomado de Granma








Aprender enseñando







Porque gesticulen parecido, o sus ojos, nariz y boca muestren rasgos similares a los de su madre o padre, ello no otorga derecho a los progenitores para imponerles criterios negándoles el espacio a la confrontación de ideas.
 Haberlos traído al mundo no concede patente para gobernarlos a ultranza. Y la experiencia como mamá o papá enseña que, en tanto vayan creciendo quienes una vez fueron parvulitos, más creatividad, lucidez, honestidad, transparencia, indulgencia, solidaridad y comprensión deberán derrochar los mayores, no solo para asistirlos en la toma de decisiones (que al final asumirán en honor a su independencia), sino en aras de preservar la confianza mutua que fortalezca el vínculo afectivo padres-hijos.

Una amiga de la juventud me comentó con cierto tono de queja en su entonación que su única niña —a quien le ha dedicado la vida entera— esgrime un comportamiento evasivo cuando la invita a hablar de determinados temas que le preocupan. Esquiva conversar de asuntos “delicados” y, sin embargo, se los consulta a una vecina igualmente “entrada en años”.
Sin ánimo de quedarme solo con la versión de una de las dos partes, fui al encuentro de la joven —conocida desde que nació— además de haber crecido y estudiado en las mismas escuelas de uno de mis hijos. Sentados en un banco del parque cercano a su casa le pregunté si depositaba toda la confianza del mundo en los criterios y consejos de su madre.
“¡Yo no desconfío de ella, pero cuando me quiere explicar algo emplea un tono de regaño y se contraría si no hago lo que me indica! Así es imposible entendernos. Prefiero no discutir y  evitar encontronazos, por eso me escurro hasta donde vive la vecina, una señora de la misma edad de mi mamá quien —quizá por no tener ningún vínculo sanguíneo conmigo, o por ser más condescendiente— habla con indulgencia hasta darme la vuelta por tal de hacerme entender cómo resolver ciertas cuestiones”, dijo la muchacha, hoy convertida en una universitaria con excelente aprovechamiento académico.
La letra con sangre entra. Así decían antaño quienes amarraban cortico a sus hijos imponiéndoles férreas conductas, cercenándoles sus libertades y en ocasiones frustrándoles sueños, sin que ello —cuando los muchachos entraran en la adolescencia— les garantizara tener allí la simiente de un hombre o una mujer de bien.
No pocos descendientes, ya en la adultez, lejos de experimentar agradecimiento y amor hacia sus padres, abrigan rencores y reproches contra aquellos que los abochornaban en público si hacían algo incorrecto cuando eran pequeños, o porque les pegaban en presencia de otros para corregir determinada falta. La violencia solo engendra violencia.
Desatar la agresividad para intentar reducir a la obediencia a los muchachos —ya sea diciéndoles palabras obscenas, recriminándolos o golpeándolos en presencia de conocidos o no— lejos de contribuir al respeto, conduce a la rebeldía. Y un joven rebelde, que lo niega todo y lo contradice todo porque nunca ha encontrado amor y comprensión, se torna en un problema para la sociedad.
Cualquiera de nosotros, madre o padre, ha enfrentado de­sa­venencias con sus hijos, es natural, máxime si en la convivencia diaria no todos tiran parejo del carro de los deberes hogareños. Quienes hayamos protagonizado algunos de esos enfrentamientos sabremos que el diálogo pausado, capaz de generar confianza mutua para resolver las diferencias, es la única vía de preservar el respeto y el amor para toda la vida.

Tomado de Granma




Sergio George: Estoy aquí por la música cubana…



Esta isla es la madre de la música latina, vengo aquí a aprender, asegura el productor musical que está detrás de los éxitos de artistas como DLG, Marc Anthony, Ricardo Arjona, Gloria Trevi, Bacilos, Oscar de León, Luis Enrique...




Sergio George (segundo de derecha a izquierda), comparte junto a artistas como Leoni Torres y Alexander Abreu. Foto: Cortesía del entrevistado


Pedro Pablo Cruz
29 de Agosto del 2015
En la segunda mitad del siglo XX ganó relevancia una figura que ha devenido clave en los circuitos de creación y comercialización-difusión de la música. Una especie de abogado del diablo, juez y parte que trata de buscar el balance entre los intereses de las disqueras (sean grandes o alternativas), las tendencias del mercado, los patrones de consumo cultural de los diferentes públicos y los artistas. Se nombra: productor musical. Así, este «mago» ha ganado tanta notoriedad como el mejor instrumentista o el cantante que más vende. Es uno de los que mueve los hilos, y en muchos casos define el repertorio, lo que sucede en el estudio y un poco más allá; en otros crea al artista, lo descubre, lo posiciona y recibe igual o mayor cantidad de premios.
Algunos son grandes artistas y no solo comerciantes de arte. Tal es el caso del llamado quinto Beatle, George Martin. O de Simon Cowell, quien han estado tras el éxito de fenómenos de nuestros días como Il Divo y One Direction. Dentro de la música latina, Sergio George resulta, tal vez, el de mayor relevancia en los últimos tiempos. Con él conversamos durante su breve estancia en La Habana, a mediados de enero. Cierto que desde entonces a la fecha, los meses no se han detenido, pero JR considera que nunca es tarde para que nuestros lectores conozcan sobre el quehacer de un grande, que no se esconde para asegurar que ama la cultura cubana, a pesar de que no nos visitaba desde el 2000 o quizá —no lo recuerda con certeza— desde 1999.
«Planeé este viaje porque necesitaba conocer compositores, músicos de acá. He venido básicamente a nutrirme. Veo que la ciudad ha cambiado bastante: hay más vida, se ve excelente. Y siento como siempre el calor humano, eso no va a cambiar nunca», afirmó Sergio George.
«Estoy trabajando con talentos nuevos, por eso he venido a buscar canciones y compositores, porque los mejores están aquí. Musicalmente todo está aquí. Es un viaje relámpago de fin de semana para conocer a gente nueva como Osmani Espinosa, y también para reencontrarme con viejos amigos como Lázarito (Valdés) y Manolito (Simonet)».
—¿Qué lugar tiene la música cubana entre sus referentes?
—Un lugar fundamental. Desde hace 30 años estoy muy al tanto de la música cubana. El fanático de la música o el que es un experto como arreglista no puede dejar de escuchar la música cubana, que siempre está presente en lo que hago, sea con Marc Anthony o cualquier otro artista. Muchas de mis ideas musicales nacieron en Cuba. Estoy muy al tanto de lo que está pasando aquí, de la evolución del son hasta la timba, de la entrada del reguetón y su unión con la propia timba, etc.
«¿Influencias? Desde la Sonora Matancera, el formato charanga, Lilí Martínez en el piano, hasta Manolito Simonet, Lázaro con su Bamboleo, Isaac Delgado, ahora Gente de Zona..., aunque el número uno es para Van Van».
—Un ejemplo de esa cercanía es la inclusión de un tema de Polo Montañez en el disco 3.0, de Marc Anthony…
—El tema de Polo lo escogió Marc y me lo trajo al estudio. Ese es un disco que se hizo sin arreglos, no se escribió nada, ni una nota musical, sino que, por ejemplo, se tarareaban las ideas a los metales. Entonces Marc me enseñó la canción. La quería hacer como un son, respetando el sonido de Polo, y yo estuve de acuerdo porque pensé que iba a tener mejor difusión a nivel global de esa forma. Claro, uniendo otros elementos, enriqueciéndolo, pero teniendo como centro el sabor del son.
—Usted es categórico al afirmar que ya no hay géneros puros…
—El público quiere buena música, muchas veces no sabe si lo que escucha es un reguetón, una salsa o una timba; quiere éxitos. Yo me concentro en hacer música buena y darle un toque de todo. El público general sabe cuándo hay algo diferente.
—Una de sus hazañas como productor con el oído atento a su tiempo y capaz de proponer algo novedoso fue la creación de DLG...
—Puede ser. DLG surgió en 1995, en Nueva York, la ciudad de donde soy. Se definió por hacer salsa con reggae y con rap. Se trataba de un invento al que aún no le puedo poner nombre, pero funcionó. Me gustó mucho porque en ese momento el rap estaba underground y en español apenas se difundía por la radio. No había nada de rap ligado con salsa, fue algo de lo más importante que he hecho en mi carrera.
—Algunas claves para lograr éxitos…
—La base es escuchar lo que el público pide y combinarlo con lo que el cantante quiere hacer artísticamente y lo que me gusta a mí musicalmente. Siempre pienso en lo que el público debería escuchar. Estoy muy al tanto del público viendo noticias, escuchando música, hablando con quienes no son profesionales de este campo, de ellos aprendo mucho más.
—¿Qué debe tener un tema para que funcione en todas partes?
—A mí me encanta la música de Brasil y no hablo portugués, así que tiene que haber melodía, ritmo, filin musical y del cantante, y eso funciona en cualquier lugar, en cualquier idioma. Busco hacer un tema que pueda trascender la barrera idiomática, más allá del inglés o el español, que se entienda musicalmente.
—¿Cómo es trabajar con artistas tan diferentes como Ricardo Arjona, Gloria Trevi, Bacilos, Oscar de León, Luis Enrique…?
—Lo primero es no pensar en lo que hice ayer, pensar en hoy y en mañana. Lo que hice con el que sea ya pasó, pienso en lo que buscan ellos hoy. Aprendo mucho de cada producción y cada artista, porque cada uno de ellos tiene su propio sonido, entonces yo me convierto en un camaleón que cambia para meterse en sus mentes.
—Le propongo intentar definir a algunos de esos artistas con la menor cantidad de palabras posibles: Marc Anthony…
—Gran artista, una de las mayores razones por las que estoy en esta entrevista, en La Habana.
—La India…
—Una de las mejores voces latinas en el mundo.
—Cheo Feliciano…
—Maestro del soneo.
—Andy Montañez…
—Míster Puerto Rico.
—José Alberto «El Canario»…
—Gran showman en tarima.
—Tito Nieves…
—Gran amigo hace más de 30 años.
—Victor Manuelle…
—Uno de los mejores soneros e improvisadores de todos los tiempos.
—Gilberto Santa Rosa…
—Gran caballero y gran sonero.
—Luis Enrique…
—Gran artista, excelente percusionista, un músico completo.
—Los que más lo han marcado…
—Son dos: Tito Nieves y Marc. Porque somos del mismo lugar, del mismo barrio, hablamos inglés primero. También porque el sonido mío les cae como anillo al dedo.
—Usted trabaja mucho porque se respete la música latina. ¿Qué relación guarda esto con el Grammy Latino y el llamado «Grammy americano»?
—El reconocimiento a la música latina ha mejorado por el Grammy Latino. Lo he dicho públicamente, no le veo sentido a una categoría latina en el «Grammy americano», si no le dan el espacio que merecemos, no dicen quién ganó, no lo ponen en el show de televisión. Para mí es mucho más importante el Grammy Latino que una categoría latina en el «Grammy americano».
—Hace unos años en una entrevista afirmó: el público se enamora de la música no de los artistas…
—Así lo creo. Un gran artista marca la diferencia porque es capaz de perdurar para toda la vida. Pero en la mayoría de los casos la gente lo que conoce es una canción; sucede mucho más en la música americana cuando nadie sabe quién canta, solo pega el tema. Claro que también pasa en la música latina. Desafortunadamente no hay mucho talento, o no se han enfocado en calidad, sino en pegar una canción en la radio, y eso está bien, pero no asegura el éxito a largo plazo.
—El proyecto que más le enorgullece…
—Tengo varios favoritos. Uno que no vendió tanto, como uno de los discos de DLG, pero musicalmente me complace mucho. He tenido otros trabajos que artísticamente no eran los mejores pero funcionaron en cuanto a índices de venta.
—¿Qué lugar tiene el Salsa Giants o Los Gigantes de la Salsa?
—Es un disco, más bien una reunión de amigos para un show en vivo que se grabó en Curazao y fue un éxito de ventas. También recibimos el Grammy Latino. Eran temas viejos del repertorio de cada uno de ellos, no había nada nuevo. Pero me enorgullece porque fue, por ejemplo, la última grabación de esa magnitud de un Cheo Feliciano que se lo merecía y mucha gente no lo conocía en el mundo. Me dio mucho orgullo por ellos.
—¿Cómo ocupa su tiempo libre?
—Me gusta ver televisión, noticias y estar con mis hijos. Tengo dos, uno de seis y una de 11. También veo muchos programas de deportes. Yo soy deportista, la verdad es que no quería ser músico, sino pelotero, pero me rompí la muñeca con un fastball y tuve que dejarlo, pero eso era lo mío, no la música. A estas alturas creo que los accidentes no son accidentes.
«Bueno, y claro que escucho mucha música: góspel, brasileña, de todo tipo, incluyendo la de Puerto Rico y Cuba. Y reitero: escucho, porque no bailo nada, tengo swing, creo yo, pero no bailo nada.
—Gracias, Sergio George…
—A ustedes, porque esta isla es la madre de la música latina, de la música tropical, vengo aquí a aprender. Soy un humilde músico, estoy aquí por la música cubana, y tengo que decirle gracias a Cuba, por permitirme ser quien soy.



TOMADO DE JUVENTUD REBELDE

Que reine la uniformidad


27 de agosto de 2015
Hace unos días Jairon protestaba tras probarse el uniforme escolar. La abuela, al arreglar la prenda, no se había circunscrito a los toques de “modernidad” que este había indicado.
La cara de decepción del adolescente era capaz de conmover al más insensible de los mortales, pues para este resultaba casi una odisea el hecho de “no vestir con la última” al comenzar el octavo grado.
Ella, abuela al fin, casi estaba por ceder ante aquel episodio emocional que Jairon interpretaba como nadie; sin embargo un tercer personaje dio un giro de 180 grados a la historia.
Resulta que la madre, al entrar en escena recordó a los dos primeros protagonistas que el uniforme escolar obedece a un reglamento, por tanto no admite tendencias estéticas; entonces Jairon se tuvo que conformar con los ajustes necesarios de la prenda a su talla, y la obra para él terminó sin aplausos.
Episodios como estos afloran, en toda Cuba, por estos días en los que se viven las horas finales del periodo veraniego y se ultiman los detalles para el inicio del curso escolar 2015-2016; pero lamentablemente, en no pocos casos, el desenlace de la trama es bien distinto al antes retratado.
El escaso ejercicio de la autoridad por parte de muchos padres deja brecha abierta a posiciones permisivas que escasamente ponen freno al desenfado juvenil, que muchas veces entra en contraposición con los reglamentos escolares.
La temática ha sido objeto de varios trabajos periodísticos, pero el fenómeno sigue latente, por ello no deja de ser una preocupación.
Sucede que en la etapa de la pubertad y los inicios de la juventud todos andan en busca de la aceptación grupal; meta que generalmente se proponen alcanzar adoptando tendencias de la moda, que en ocasiones ni siquiera se ajustan con la personalidad del individuo, pero no importa, porque el objetivo primario es “encajar”.
Entonces son cada vez más aquellos que, con tal de llamar la atención, ceden ante los embrujos de los piercing, tatuajes y pelados extravagantes.
En los varones es usual, además, que dejen caer los pantalones por debajo de los glúteos para mostrar las fajas del calzoncillo de marca o sencillamente prefieran las camisas por fuera.
Mientras, las féminas cortan las faldas, entallan las blusas, y acuden al exceso de maquillaje y todo tipo de accesorios.
Esa acrecentada dependencia de los adolescentes y jóvenes hacia las tendencias estéticas, es natural y totalmente comprensible; sin embargo el problema está en que estos no parecen entender del todo que cada cosa tiene su momento y espacio, y definitivamente, la moda, nada tiene que ver con la solemnidad que demanda la escuela.
No por gusto desde tiempos inmemoriales surgieron los uniformes para los centros educativos. En Cuba esa prenda identifica a los alumnos de los distintos niveles de enseñanza.
También el uniforme garantiza una igualdad estética, asegura el respeto hacia las normas de educación formal e impide la proliferación de diferencias entre estudiantes de familias de bajos ingresos y aquellos que viven en abundancia y pueden lucir las prendas más caras.
Se hace entonces necesario transmitirle a cada estudiante el respeto hacia ese traje escolar. La institución educativa, principal interesada en el cumplimiento de sus regulaciones, tiene la mayor responsabilidad en este empeño, pero se necesita el acompañamiento de la familia para el éxito de esta importante tarea, pues es precisamente en el hogar, donde los estudiantes se visten a diario antes de salir a clases.
Por tanto toca a padres y demás tutores de los adolescentes y jóvenes velar por el uso correcto del uniforme y fomentar en estos el respeto hacia el centro educativo al que pertenecen.
Este primero de septiembre las calles se convertirán en un mar de colores. Muchos iniciarán el camino por nuevos niveles de enseñanza, en tanto otros se reencontrarán con los amigos y maestros de cursos anteriores.
Todos cargarán sus mochilas de sueños, ansiosos de multiplicar saberes y asumir nuevos retos; no obstante la euforia de los inicios no puede ser pretexto para la relajación en el uso del uniforme escolar.
Es preciso que la fiesta sea con orden y la uniformidad reine desde el mismo comienzo del curso.
                                                TOMADO DE GRANMA

Alianza Martiana convoca en Miami nuevo acto contra el bloqueo a Cuba



Las organizaciones de la emigración cubana en Miami que integran la coalición Alianza Martiana: la Brigada Antonio Maceo, la Alianza Martiana, como organización individual, la Asociación José Martí, la Asociación de Trabajadores de la Comunidad Cubana, la Asociación de Mujeres Cubanas en Defensa de la Familia, el Círculo Bolivariano de Miami y el Círculo de Intelectuales y Artistas Iberoamericanos, nuevamente convocan a un Acto en contra de la política genocida de Bloqueo por parte de los gobiernos de Estados Unidos en contra del derecho a la vida, la paz y el desarrollo del pueblo cubano.
El Acto tendrá lugar este próximo domingo, 6 de septiembre de 2015, comenzando a la 1 de la tarde en el local de la Alianza Martiana que se encuentra localizado en el 3009 N.W. de la Calle 7 en Miami.
Es imprescindible revocar todas las regulaciones y leyes que conforman este inhumano e inmoral engendro para lograr la normalización de las relaciones entre los pueblos de Estados Unidos y Cuba, así como las de sus respectivos gobiernos.
Hoy que tenemos la posibilidad real de dar fin a la política de Bloqueo, todos las mujeres y hombres de buena voluntad, cubanos y no cubanos, debemos empeñarnos en lograr su fin lo antes posible.
(Tomado de Cubadabate)



domingo, 23 de agosto de 2015

Elogio de la curiosidad

Foto: Marianela Dufflar.
Por: Graziella Pogolotti  
22 de Agosto del 2015
En aquel hotelito de la Avenue du Maine, en París, se concentró un núcleo de cubanos. Fueron el imán que atrajo a otros, entre ellos, al gran poeta peruano César Vallejo. En los 30 del pasado siglo, eran jóvenes que buscaban en Europa posibilidades de aprendizaje y refugio ante la represión desatada por las tiranías de nuestro continente. Nací en esas circunstancias con un pedazo de pan bajo el brazo, porque ambas ramas de la familia se apresuraron en enviar ayuda monetaria. Por unos meses pudimos disponer de una habitación con cuarto de baño. Allí colocaban mi cuna cuando los amigos se reunían a compartir una comida criolla y luego, intentaban algunos pasos de baile en tan reducido espacio. Al echar una mirada una noche, Carpentier me descubrió con los ojos bien abiertos a través de la cortina corrida por dedos todavía inseguros.
Tanta curiosidad no respondía a mis características personales. Es un rasgo compartido por cuanta criatura viene al mundo y va reconociendo colores, sonidos y las voces de los familiares más cercanos. Más tarde, cuando adquieren el dominio de la palabra, empiezan a formularse los interminables porqués. Impacientes, padres y maestros tienden a apagar la capacidad de interrogar la realidad circundante, fuente primaria de todos los saberes.
Como todo en la vida, el acicate de la curiosidad es una moneda de dos caras. Una de ellas, perversa, alimenta el brete, el chisme, el lleva y trae, tanto como el corre-ve-y-dile. Es el ojo vigilante que atisba el comportamiento de los vecinos, detecta el marido engañado y lleva cuentas del vestuario de cada quien.
La visión mezquina despilfarra una cualidad que compartimos con algunas especies animales, útiles para seguir pistas, detectar peligros y reconocer el entorno familiar. Nuestra ventaja de bípedos con cerebro desarrollado consiste en que nosotros transformamos en cultura lo que para ellos constituye la formación.
Conviene, pues, estimular desde las primeras edades la capacidad de observación y de establecer las debidas conexiones entre los datos recogidos. Los más pequeños empezarán por reconocer objetos y ampliarán su espectro en la medida en que accedan a espacios más anchos. Es un ejercicio que puede desarrollarse en la escuela con prácticas de descripción, narraciones orales y escritas. El entrenamiento puede convertirse en hábito que acompañará en la vida la observación del paisaje, de las construcciones y del movimiento de las ciudades.
Curiosidad y observación favorecen la comprensión y el conocimiento de los seres humanos que nos rodean. Gestos, inflexiones del habla, instantes de silencio y distracción revelan zonas ocultas y favorecen una relación constructiva de respeto y solidaridad. Es la vertiente empírica de la psicología, una disciplina científico-cultural que muchas veces subestimamos.
Como todas las ciencias, la psicología puede ser instrumentalizada en favor del mercado y la manipulación de los individuos. Inscrita en un proyecto de vocación humanista, ofrece una contribución inestimable. Incorporada al saber común, favorece la comprensión del otro y rompe valladares al revelar conflictos y motivaciones en quienes nos rodean. Enseña a formular las preguntas adecuadas. En lugar de la simplona separación entre buenos y malos, induce a descifrar las razones de una conducta impropia, de un acto de violencia o de un proceso de autodestrucción.
Desde un punto de vista pragmático, con fines socialmente beneficiosos, resulta auxiliar eficaz para el cumplimiento de las funciones de dirección en todos los niveles y contextos, porque la organización del trabajo depende de la racionalidad del organigrama y, sobre todo, del compromiso de los integrantes de un colectivo.
Hace años, tuve la oportunidad de examinar regularmente los expedientes de los cuadros. El recuento de una trayectoria poco me decía de la idoneidad de las personas para determinado cargo. Faltaba una valoración cualitativa de su conocimiento y experiencia, de su flexibilidad de análisis para evitar la aplicación mecánica despersonalizada de orientaciones generales, la aptitud para asumir en lo concreto las relaciones humanas. «Hay que emplear las dos manos, la derecha y la izquierda», afirmaba, con la astucia habitual de los hombres vinculados a la tierra y a la observación de la naturaleza, un campesino devenido dirigente de un plan de desarrollo genético en Cumanayagua.
La psicología constituye esencia de la conceptualización y ejecución de las prácticas pedagógicas. En la formación de la personalidad se decide el cumplimiento de los objetivos deseados en la multiplicación del sujeto activo, creador, solidario, responsable. La humanidad descubrió tardíamente esta verdad. Por eso, la psicología es una ciencia joven. Tanta ha sido su demanda que su desarrollo ha superado en velocidad a saberes de más larga antigüedad y prosapia. La vida pasa como un camión sobrecargado de pasajeros que transita por un camino plagado de baches. Con cada tropezón se desprende algún viajero. En la sociedad del éxito, la víctima se suma en la cuenta de los perdedores. Nuestra filosofía es otra, animada por el propósito de reinsertar al que tropieza con un obstáculo y busca refugio en el ejercicio de la violencia, en los paraísos artificiales de los estupefacientes y el alcohol. Para intervenir en estas situaciones, reorientar al que pierde su brújula y prevenir problemas sociales de mayor envergadura, preservar el equilibrio de la familia y la comunidad, se requiere la acción de trabajadores especializados con sólida formación en psicología y sociología.
La curiosidad es virtud cuando estimula el aprendizaje de la realidad social y natural, impone la mirada introspectiva en el conócete a ti mismo, fuente de toda sabiduría, cuando, convertida en cultura, incita a la permanente problematización de los hechos en un mundo nunca perfecto, pero siempre perfectible.
Publicado en Juventud Rebelde