La Emilioteca: Toda Cuba en el corazón de Washington
Por: Ismael Francisco y Rosa Miriam Elizalde.
Es el mayor coleccionista privado de artículos cubanos en el mundo. Nada que uno haya visto supera lo que se puede encontrar en esta casa. Ni siquiera Cueto, que en abril cumplirá 71 años, puede dar una cifra de cuántos periódicos hay, además de biografías, mapas, menús, monedas, anuarios escolares, cucharas, corbatas, latas de tabaco, películas, libros, piezas rescatadas del Acorazado Maine, botellas de perfume y cuernos donde los ingleses que invadieron La Habana guardaban la pólvora. Están encerrados en su apartamento y en el colindante, del cual se hizo cargo desde la década del 90 para ampliar el espacio de su colección conocida como La Emilioteca.
En la puerta de entrada tiene una fotografía de la verja de su antiguo hogar en Cuba: “Yo siempre he entrado y he salido por la puerta de mi casa”, sonríe cómplice. La imagen lo transporta a la vereda donde transcurrió su infancia, el territorio en el que verdaderamente está la patria, como diría el escritor argentino Ernesto Sábato.
En vez de “la maldita circunstancia del agua por todas partes”, del poema de Virgilio Piñera”, en la casa de Cueto está la “bendita circunstancia de la Isla por todas partes”, dice él. Se las ha arreglado para que cada habitación tenga más estantes que una biblioteca común, y más referencias de Cuba en cualquier archivo local. De los armarios salen catálogos de fichas digitalizadas, partituras de música o toda la historia de la legislación nacional. En un espacio que le ganó al edificio, se encuentra su colección de textos sobre flora y fauna autóctonas. A la vuelta, están los libreros con obras de ficción inspiradas en la Isla. El gabinete de la cocina guarda libros raros y comunes sobre platos y recetas, incluyendo aquel donde la tatarabuela de nuestra tatarabuela anotó los ingredientes para la natilla del almuerzo, que ya no se parecía a la crema catalana que trajeron los colonizadores españoles.
A duras penas hay donde dormir en esta casa, pero incluso en esa habitación minúscula se encuentran sobres de Manila con asientos bibliográficos y libros que se imprimieron hace siglos y que por algún lado hablan de la única obsesión de Cueto. Él los mantiene al pie de su cama casi monástica, sobre la cual solo hay una almohada que tiene pespunteada la palabra “rumba”. A unos pasos, el cuarto de baño. Hay cuadros con viejos anuncios casi en cada milímetro de pared y estuches de anticuario sobre el lavamanos. No me asombraría que el jabón de la ducha también provenga o tenga el nombre de Cuba, porque los dibujos de la cortina de la bañadera recuerdan las estampillas de las cajas de tabaco.
“La colección se fragmenta por motivos evidentes: esta es una casa y no puedo extender las paredes”, afirma el coleccionista, disculpándose, cuando vamos atravesando los angostos pasillos que llevan de una habitación a otra. ”Pero aquí aquí está toda nuestra cultura, desde la etapa precolombina hasta la última frase de Obama sobre la Isla. Es una máquina del tiempo que continúa. Es una metáfora de la Cuba que tiene que ser”, añade.
Cueto nació en
Cuba, pero en 1961 aterrizó en Miami debido a la Operación Peter Pan organizada
por la Agencia Central de Inteligencia, cuando 14 000 niños cubanos llegaron
solos a Estados Unidos. La CIA sembró el pánico: los padres perderían la patria
potestad de sus hijos, que serían enviados a la URSS y convertidos en carne en
lata. Era absurda la campaña, pero funcionó. Cueto llegó al continente sin más
familia, que su obsesión por reencontrarla y su pasión por la Isla.
Como ha vivido
54 años fuera de Cuba -los cumple en abril-, busca y encuentra constantemente
las huellas que su país de nacimiento ha dejado en las demás culturas: “Y me ha
asombrado. Una gran parte de esta colección es el reflejo de nuestra cultura.
Lo que he querido es recuperar, para nuestro patrimonio, la música que
inspiramos en otros, la literatura… Imagínate novelas francesas, platos
holandeses o música inglesa que no narran sus historias, sino las nuestras. Eso
me llena de mucho orgullo”.
Asegura que la
batalla por el reconocimiento de la cultura cubana en Cuba está ganada. “No hay
nadie a quien se le ocurra decir lo contrario, desde Miguel Barnet hasta
Eusebio Leal. Pero la ejecución de eso dista mucho todavía que desear… Nadie
debería dudar de la cultura que hacen los cubanos. Dondequiera que la hayamos
hecho, es cultura cubana.”
Su caso no es
insólito, al menos no esa pasión por Cuba de un patriota en el extranjero. “Por
favor, no nos olvidemos de que la primera poesía cubana, impresa en Nueva York,
se produce frente a unas cataratas de Canadá -José María Heredia con su Oda
al Niágara-. Si un país tiene vocación de internacionalismo en la cultura,
es el nuestro. El ‘hay sol bueno y mar de espuma’, de Los zapaticos de
rosa, no hablaba de Jaimanitas, sino de Bath Beach, en Nueva Jersey, donde
José Martí vivió durante un tiempo.”
La Emilioteca
no está abierta al público, por razones obvias. Apenas hay espacio para que un
pequeño grupo de atónitos espectadores, como los que recorrimos esta noche de
invierno la casa de Cueto. Él quiere llevar a la isla toda su colección, pero
solo si se puede ver tal y como está, en un solo sitio, en un paseo único.
La razón es
absolutamente convincente: “He aprendido de la transversalidad: si tomas una
partitura musical, tienes a un compositor-músico, un letrista-poeta, un
artista que pintó la cubierta y un tema histórico -la explosión de Acorazado
Maine (1898), por ejemplo. Es un documento con cuatro mensajes. Si lo llevas al
Museo de la Música, a nadie de Artes Plásticas se le ocurre ir allí a ver el
grabado de la partitura. Igual ocurre con la vajilla: si la pones en el Museo
de la Cerámica, te pierdes el grabado de Mialhe, la historia que describe, la
arquitectura de la época. Por eso creo que todo debe estar en un mismo sitio.
Aprendes más, puedes ver más. Yo me muevo de un cuarto al otro y todo la
información está aquí. Así debe seguir y así quiero que esté en la Isla de
Cuba.”
Pero, ¿qué hace
tan especial esta colección, más allá de la emoción de que un cubano encuentre
-y casi se desmaye al verlo- un museo como este dedicado a Cuba en pleno corazón
de Washington? “No es la colección en sí misma”, responde Cueto: “Es Cuba.
La Isla tiene un impacto desmesurado en la Historia universal. Su tamaño
y su población no explican la huella que hemos dejado. Trato de documentarlo
con las cosas insólitas que encuentro y que dan fe de esa presencia en otras
culturas. Hay cosas aquí que uno ni se imagina”.
¿Por ejemplo?
“Cuando en 1976, el Museo Real de Holanda hizo la primera exposición de
cerámica holandesa de Maastricht, escogieron la pieza con la imagen de ‘El
zapateo cubano’, del francés Mialhe, para el afiche promocional de la muestra.
¿Por qué lo hicieron, teniendo miles de piezas bellísimas a la mano y sin
compromiso con Cuba? Habla del valor y del atractivo de esa pieza, y habla del
misterio de Cuba”, asegura.
“¿Cómo explicar
-añade- que de siglo en siglo el nombre de La Habana sea tan misterioso y
aparezca en perfumes, jabones, platos, velas…? “Es eso que llaman
‘marca’. El nombre de La Habana y el de Cuba venden.”
Cueto argumenta
esta afirmación y hace un recuento a vuelo de pájaro: En Nueva York se conoce
la ópera gracias a la Ópera de La Habana. El primer Ministerio de Salud Pública
que tuvo el mundo fue un invento cubano. El impacto de la Guerra de
Independencia y de la Revolución de 1959 fue inmenso y su sombras alargadas
llegan hasta hoy. Cuba, esta isla pequeñita, estuvo en el centro de dos
potencias durante la Crisis de Octubre. Había tres cubanos en el escándalo
Watergate. Monica Lewisnky, la célebre becaria de la Casa Blanca que
protagonizó el escándalo sexual junto a Bill Clinton, escribió en su diario
que, estando con el Presidente, llamó el cubano Alfonso Fanjul…
“Hay miles y
miles de ejemplos que ahora se me escapan y podríamos estar relatándolos hasta
mañana. Pero mi palabra es lo que menos importa. Aquí está el testimonio y hay
algo que a mí me queda muy claro: todo esto quiero que esté en Cuba.” Cueto
hace una pausa breve. Está sentado en una silla bastante alta, con la hermosa
Virgen de la Caridad del Cobre que divide en dos la sala de su Emilioteca,
suspendida a sus espaldas. Es el centro de este universo que él ha levantado y
que, por más que se encuentre físicamente en Washington, nunca ha estado
emocionalmente en la capital de los Estados Unidos: “¿Entiendes por qué,
querida?”
Emilio Cueto (La Habana, 1944)
Escritor y
coleccionista. Ha realizado notables estudios sobre diversos aspectos de la
cultura cubana, especialmente la música y los grabados coloniales. Es un ávido
coleccionista de memorabilia cubana y ha preparado exposiciones en prestigiosos
museos de Estados Unidos y de Cuba, entre ellos los catálogos que acompañan a
esas exposiciones: “Grabados coloniales de Mialhe en Cuba” (1994), “Cuba en los
mapas antiguos” (1999) y “La flora y fauna cubanas” (2002). Ha organizado
conciertos de música a partir de partituras de su propia colección. Es abogado,
actualmente jubilado (Universidad de Fordham, 1974). Trabajó para Banco
Interamericano de Desarrollo en Washington, DC. Ha publicado, entre otros,
los libros La Cuba pintoresca de Frédéric Mialhe (2010) y La Virgen
de la Caridad del Cobre en el alma del pueblo cubano, considerados joyas de
la cultura nacional. Trabaja en un libro y un concierto para celebrar los 500
años de la fundación de Santiago de Cuba.
(Tomado de Cubadebate)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario