jueves, 6 de abril de 2017

¿Sabremos aprovechar las posibilidades de la nueva era de la comunicación?


La comunicación en redes va suplantando paulatinamente al modelo comunicativo basado en unos pocos centros emisores dirigidos hacia múltiples receptores. Se pasa en la práctica, de la comunicación como un proceso esencialmente de transmisión, a la comunicación como un proceso de construcción social de sentidos. La red es la gente que la integra, las comunidades que se crean, los intercambios que la animan, que la constituyen y no los dispositivos interconectados, ni tampoco simplemente el contenido informacional vehiculado. La red es ante todo red humana, y no puede existir si no es a través y por los sedimentos culturales que se cristalizan tanto en los artefactos técnicos como mediante la práctica de la multitud de usuarios, productores de sentido.
Como ha dicho Jesús Martín Barbero: «…estamos ante la configuración de un ecosistema comunicativo conformado no solo por nuevas máquinas o medios, sino por nuevos lenguajes, sensibilidades, saberes y escrituras, por la hegemonía de la experiencia audiovisual sobre la tipográfica y por la reintegración de la imagen al campo de la producción del conocimiento. Todo lo cual está incidiendo tanto sobre lo que entendemos por comunicar como sobre las figuras del convivir y el sentido de lazo social».
Estas transformaciones impactan en las formas de elaborar los productos y los servicios de información y en las maneras de consumirlos.
En la producción, las tecnologías digitales abren posibilidades casi infinitas a la imaginación y la creatividad, de tal manera que en el mundo audiovisual las fronteras entre lo real y la ficción se hacen borrosas con todas las consecuencias que se derivan de este hecho. La digitalización  posibilita la democratización de algunos segmentos de la producción informativa y cultural al depender estas más de los conocimientos, la creatividad y la iniciativa de quienes elaboran las propuestas informativas y culturales, que del capital.
La información y los productos culturales que se consumen, requieren de una labor personal de selección y puede ser el inicio de un proceso de producción expresiva gracias a la interactividad de las redes. Las audiencias, de consumidores contemplativos de productos masivos, ahora tienden a transitar hacia la condición de selectivos consumidores-productores conectados en línea e integrantes de comunidades expresivas.
Estos procesos potencian la generación y la socialización de conocimientos y la emergencia de nuevas formas de relacionarnos y de construir comunidades, ahora no determinadas por la proximidad espacial sino por lo común que se comparte.
Los impactos en la subjetividad humana que provocan estos cambios son enormes, incluyen conocimientos y estructuras cognoscitivas que modifican los procesos de percepción, de atención, de aprendizaje y actúan sobre los sistemas de representaciones sociales interiorizados en las personas.
Pero las consecuencias de esos impactos ni aseguran la continuidad del orden capitalista vigente ni tampoco su reemplazo. Lo que sí podemos constatar es que generan contradicciones y por lo tanto posibilidades para el cambio en los ordenamientos políticos, económicos y sociales.
Esas posibilidades se pudieran convertir en realidades si hay una apropiación y una actuación consciente, organizada y crítica sobre la realidad existente en función de los escenarios que expresen los reclamos y los anhelos por una vida mejor y más digna para los humanos y una relación más armónica y respetuosa de la naturaleza. Es decir con un desarrollo sostenible.
La cultura de interacción en las redes puede transformar la participación y las maneras de relacionarnos y abrir su influencia hacia el ejercicio de la ciudadanía. Aparece una posibilidad y un reto adicional; la posibilidad de que las redes amplíen la cultura del diálogo y la construcción colectiva de saberes y proyectos de futuro; y el reto está en evitar que las redes se conviertan en un recurso más de alienación y dominación, de aislamiento y pasividad.
El ejercicio pleno de la ciudadanía, no como una categoría formal, sino como una condición que incluye la apropiación consciente de los derechos y la capacidad de ejercitarlos sin exclusiones es un elemento central al imaginar los escenarios deseados en un proyecto de desarrollo sostenible y que desde nuestro punto de vista es posible en el socialismo, entendido y defendido ante todo no solo como un modelo socio económico sino como un proyecto de emancipación humana.
La participación y el ejercicio del derecho a la comunicación constituyen una de las principales escuelas de ciudadanía porque en las condiciones actuales es en el espacio público de la comunicación mediada tecnológicamente donde se dirimen las principales disputas de sentido.
Como hemos apuntado antes, se ha intentado situar como factor esencial las tecnologías, unos para esperar de ellas los cambios necesarios y otros para culparlas de todo lo negativo que existe,  pero ha quedado evidenciado que lo realmente transformador es el resultado que puede obtenerse de su uso social, es decir, el crecimiento del conocimiento y los valores socialmente compartidos, que solo puede lograrse con procesos comunicacionales que dejen atrás la noción de difusión e incorporen la interactividad, el diálogo de saberes, como su fin, que tiene consecuencias en el desarrollo económico y social y también en los lazos sociales y las maneras de ejercer y defender nuestros derechos.
Otro elemento que queda soslayado en muchos de los enfoques que se hacen sobre el valor del conocimiento y la importancia de «gestionarlo» adecuadamente es el hecho incuestionable de que la actividad cognoscitiva de los hombres y las mujeres no transcurre separadamente de su actividad afectiva–valorativa. No se reduce entonces a procesos de gestión de la información y el conocimiento, si no de procesos que asuman una noción de integralidad que sitúe a los seres humanos en el lugar central que les corresponde en todos estos procesos.
Pero nada de esto ocurre automáticamente con el acceso a las tecnologías digitales, ni el conocimiento de los códigos técnicos para su manejo habilita a las personas y a las colectividades para sacar de ellas el máximo provecho y encarar los múltiples desafíos que entrañan.
Entonces no podemos pensar que es suficiente «alfabetizar» a la sociedad en el manejo de las tecnologías. Alfabetizar remite a dominar un código o lenguaje y aunque efectivamente hay nuevos códigos y lenguajes que dominar, a la vez hay que desarrollar un nuevo componente cultural que nos dé la posibilidad de aprovechar los desarrollos tecnológicos y comprender plenamente los cambios culturales y económicos para ponerlos en función de mejoramiento de nuestras vidas.
De igual manera el término informatización, si se entiende como la asimilación, instalación y uso de nuevas tecnologías de la información y la comunicación tampoco es suficiente para dar respuesta a las transformaciones que tienen lugar a escala global.
En la contemporaneidad es necesario fomentar una cultura informacional que modifique el modo de proceder ante la información y el conocimiento. Esa cultura debe partir de la comprensión de la importancia de estos factores para el desarrollo y el bienestar, y debe incluir saberes, habilidades y hábitos que permitan identificar las necesidades de información, emplear las tecnologías correspondientes, acceder al conocimiento y utilizarlo productivamente en la actividad profesional y en la vida cotidiana.
Hoy día asistimos a la expansión de valores que potencian la vida y la dignidad de los seres humanos. Ha crecido la conciencia sobre la necesidad de forjar una cultura de justicia de género, de hacer retroceder la homofobia, de amar y respetar a la naturaleza, de solidarizarse con los más desfavorecidos e incluso de identificar las causas sistémicas de la pobreza y la vulnerabilidad en la que viven miles de millones de personas. Sin embargo, a la vez persiste la violencia sobre la mujer, la intolerancia hacia la diversidad sexual, la depredación del medioambiente, el egoísmo y el individualismo más primitivo. Resurgen además fundamentalismos religiosos o nacionales que generan discriminación, xenofobia y violencia. Proliferan la corrupción y el crimen organizado. La guerra sigue siendo una alternativa para los más poderosos.
Ni las nuevas tecnologías, ni la centralidad de la información y el conocimiento, ni los procesos comunicativos interactivos, por sí mismos, nos conducen de manera automática al mejoramiento del mundo. Pueden ayudar pero también pueden contribuir a su degradación.
Depende de la conciencia y los valores que prevalezcan, depende de la capacidad de los seres humanos de organizarse y hacer valer el derecho a la vida digna que todos merecemos. La centralidad de los humanos en el desarrollo y las posibilidades de ampliación de los espacios de diálogo y construcción colectiva pueden ser buenas oportunidades.
¿Sabremos aprovecharlas?

(Tomado de Cubaperiodistas.cu, donde se puede acceder al texto íntegro)

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