lunes, 9 de enero de 2017

Virtudes en tiempo de balances

Para autorrevisarse no es preciso ajustarse a fechas. Basta con poner cada día la cabeza en la almohada. Eso, si es que al tiempo de obrar no se escucha en alerta la voz que evalúa, allá adentro, los resortes de nuestros actos.
Los últimos días del año convidan, incluso al menos animado, a resumir ganancias y fracasos. Soy de las que no suele hacer balances de aciertos y fiascos. Pero tengo que aceptar que resulta difícil evitarlos, a fuerza de escuchar los que sí hacen, y además nos comparten, amigos, familiares e instituciones.
Más que oír o esgrimir las metas conquistadas o cuál es el sueño de turno, preferiría alucinar un poco y creer posible que sin esperar a mañana la gente que me importa y hasta la menos cercana, se monte en el tren de ciertas batallas, algunas de las cuales son aún asignaturas pendientes, y resultan obligatorias para alcanzar alturas. Y si no fuera mucho pedir, que esas ofensivas nos hicieran mejores cubanos, que buena falta nos hace. No porque seamos el rostro de la indisciplina y la debacle, sino porque a nuestras muchas victorias —a veces por cotidianas no valoradas en su justa medida— podemos ponerles buenas dosis de mejoramientos, solo posibles cuando la conducta individual se nutre de gallardías.
Pensaré que la queja personal se hará acompañar de la acción; que al fin cada uno asumirá ser con los otros como merece y espera sean consigo mismo, a sabiendas de que hacer lo que corresponde, en el centro de trabajo o en cualquier área de la sociedad, es el primero de los «mandamientos», para exigir que los demás se comporten como tal y así recompensarnos todos. Que sea derogada la «ley del embudo» con la parte ancha para mí, y la sustituyamos por la flecha de dos cabezas.
Que tirrias y querellas mueran por inanición y en su lugar se apueste por la conciliación, la unidad y la fuerza; que la sonrisa emplace a la arrogancia, sin demasiados estragos, solo debilitándola con el influjo de su ternura; que la sensibilidad sea una condición para todo el que guíe tropas humanas.
Si no quisiera demasiado, me encantaría que la distancia entre las familias por ambiciones, mezquindades, incomunicación o razones políticas no fuera un mero enfrentamiento de bandos. Se trata de posturas, no de ejércitos al servicio del odio ni la revancha. Que el más hondo discurra, que el más sensible convoque, que el más sabio convide, que el bien común conquiste.
Sería justo también pedir conciencia a quienes enconan la ciudad agrediendo con indisciplinas y desidias sus calles, o desterrar de la faz de las instituciones la burocracia que nos aniquila y parece enquistarse mientras más se le ataca, o la zancadilla nociva al brillo ajeno, la zancadilla de los mezquinos sencillamente porque sí. Pero por sobre todas las cosas solicito, so pena de agotar la larga lista, el repaso oportuno y responsable a las proyecciones personales, privilegiando la necesidad que tiene de nuestro cuidado el hermoso archipiélago donde vivimos.
Que en el alma de cada cubano no haya espacio para la duda de que si un mundo mejor es posible, Cuba está dentro de él, pero que nada es mejor o peor porque sí, que las razones cuentan y las protagonizamos nosotros. Que debemos echarla p’alante como impulsa una madre a que caminen sus hijos, pero conscientes de que no hay tiempo que perder, ni ayudas falaces que aceptar, ni desvergüenzas que asentir que puedan infamar la dicha de su gente.
Ningún gozo puede ser espléndido si no celamos la felicidad del terruño. Cuba precisa de nuestros desvelos, y para darle lo mejor tenemos que cultivar las mejores prendas. Conservar las afianzadas, desechar ruindades y procurar grandezas son requisitos urgentes para seguir  haciéndola digna. La inteligencia y la instrucción son vanas si no responden al bien. Seamos virtuosos, acaso más, por la prosperidad individual y por la de Cuba.
 Tomado de Granma.

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