lunes, 4 de diciembre de 2017

Vigencia de la prédica de Juan Formell


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Pupy y Formell. Foto: Rafael Lam.
Pupy y Formell. Foto: Rafael Lam.
La cultura de una nación está conformada por la vigencia de hechos cuya trascendencia en el tiempo, les otorga una permanencia que paulatinamente, define la identidad de un pueblo. Por lo tanto, dicho proceso de acumulación, se encuentra en constante evolución determinada por las diferentes variables que inciden en cada momento histórico. En tal sentido, hay figuras del entorno de la música popular que quedan en el olvido, si no lograron el acople de valores artísticos imprescindibles para alcanzar la eternidad, independientemente de que pudieron haber provocado cierta conmoción, pero efímeras por la carencia de un avalado talento. Otras en cambio, como el egregio trovador Sindo Garay, un maestro en las teclas del piano como Ernesto Lecuona o el inigualable Benny Moré y su Banda Gigante entre tantos otros, gozan de la más profunda admiración y respeto del que se diga cubano ahora y para siempre.
Orgullosos de contar con semejante cota de profesionales creadores, el maestro Juan Formell cual ancestral patriarca, nos convoca a meditar en torno al alcance de su obra proyectada en la sociedad de nuestros días.
Dueño como nadie de la habilidad para hacer mover los pies mientras sonreímos con la alegría por haber nacidos en la amada Isla, esta indiscutible realidad representa de inicio, uno de sus mayores logros.
Los Van Van en Luna Park, Buenos Aires, 8 de mayo de 2015. Foto: Kaloian.
Los Van Van en Luna Park, Buenos Aires, 8 de mayo de 2015. Foto: Kaloian.
Cada vez que aparecía un disco de Juan Formell y Los Van Van, este se convertía en todo un acontecimiento social, pues no solo teníamos la nueva música en los oídos sino también en nuestras bocas ya que como pasa con las Series Nacionales de pelota, todos nos tomamos el derecho de dar nuestra opinión acerca de la aclamada orquesta. Aunque este sentido de pertenencia era reverenciado tanto por la radio como por las fiestas en nuestras casas, esas en que nadie salía a bailar hasta que no se hiciera escuchar algo de Los Van Van, pero el inusual vendaval emotivo provocado por el aliento patrimonial de la orquesta, tenía lugar en los conciertos. No importaba en qué temporada era ubicada la pieza que se estaba tocando, ni quien era el cantante que la interpretaba.
Se estaba bailando al pie de una orquesta culminante, estelar que no permitía quedarnos sentados. Decidirse a echar un pasillo con el indetenible desbordamiento de música agradecida, significa aceptar una invitación para compartir el hechizo de que mientras mueves el cuerpo bajo el influjo de un singular grado de euforia, a la vez te abriga la certeza de ser parte indisoluble de esa idiosincrasia que revela el universo de la nacionalidad, espontáneos sentimientos que nacen del profundo amor por todo lo que implican esas cuatro letras sagradas que nombran a nuestro país. Estar conscientes del poder de semejante estado de ánimo, es reconocernos al mismo nivel de intransigencia del trovador que clama por el mayor sacrificio en defensa ante aquellos que pretendan dañarnos.
Bailar o sencillamente disponernos a escuchar un disco de Los Van Van durante la etapa en que estuvo Juan Formell, encerraba una multitud de valores éticos, culturales y espirituales que contribuían a hacernos sentir como que dicha orquesta siempre ha estado entre nosotros, inequívoca vivencia por el grado de cohesión social alcanzado en torno a la misma

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