Mucho se ha escrito de lo acontecido esa noche en la rada habanera y diversas las teorías esgrimidas por las partes involucradas en el conflicto...
Claves para entender la explosión del Maine
- Doctrina Monroe: Principio de la política exterior de EE.UU. de no permitir la intervención de las potencias europeas en los asuntos internos de los países del hemisferio americano. Derivado de un mensaje al Congreso por el presidente James Monroe el 2 de diciembre de 1823, (párrafos 7, 48 y 49). Intervenciones militares de EEUU en Cuba
- 1898: Declara EE.UU. la guerra a España justo cuando Cuba casi tenía ganada la guerra. Como resultado, en octubre sesiona la Conferencia de París donde España le cede a EE.UU. los territorios de Cuba, Guam, Filipinas y Puerto Rico. Los estadounidenses establecen una ocupación militar en Cuba, que se prolonga hasta 1902.
- Agosto de 1906: Solicita Estrada Palma, presidente de Cuba, la intervención debido al estallido de una insurrección en contra de su gobierno
- Abril de 1961: Invaden tropas de mercenarios financiados y dirigidos por EE.UU. la Bahía de Cochinos. El pueblo cubano, organizado en milicias y bajo la dirección del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, derrota a los mercenarios en menos de 72 horas.
- Octubre de 1961: Detecta misiles nucleares de procedencia rusa en Cuba un avión espía de las fuerzas estadounidenses. EE.UU. desencadena un bloqueo naval a Cuba. Este hecho se recuerda en la historia como la Crisis de los misiles o Crisis de octubre.
Desde que en 1823 surgiera la teoría de la “fruta madura” y aprobada la Doctrina Monroe, las apetencias de Estados Unidos sobre Cuba
habían seguido derroteros diversos. Seis intentos de compra de la isla,
una década anexionista y el no reconocimiento de la beligerancia de los
cubanos en su lucha contra el coloniaje español habían estado dentro de
las tácticas empleadas; mas ninguna había dado los resultados
esperados.
Pero ya a inicios de 1898 la situación era diferente. Era el momento de recoger la cosecha o la “fruta madura” de Cuba se perdería para siempre. Para ese entonces, la victoria mambisa era solo cuestión de tiempo, tal y como había predicho el generalísimo Máximo Gómez.
Inexorablemente había que intervenir en el conflicto bélico y para ello se tenía que buscar el cómo; y hacerlo de tal manera que se justificara la intervención y enmascararan los verdaderos objetivos. Ese pretexto fue la explosión del acorazado Maine, el 15 de febrero de 1898, hace ahora exactamente 120 años.
Mucho se ha escrito de lo acontecido esa noche en la rada habanera y diversas las teorías esgrimidas por las partes involucradas en el conflicto. La norteamericana apuntaba a una explosión externa, provocada por una mina, la de España intentaba demostrar que había sucedido de adentro hacia afuera.
Cada comisión trabajó por separado y emitió sus respectivos veredictos. La española contrarrestó la teoría de una mina, pues las evidencias de los daños causados al Maine apuntaban a una explosión de adentro hacia afuera. En tanto, no se descartaba una autoagresión premeditada, a pesar de que había sacrificado la vida de 261 marines norteamericanos.
Se impuso la tesis norteamericana: España no había logrado proteger al Maine, tal y como estipulaban las leyes internacionales y, por la tanto, había sido la causante de la explosión y la pérdida de las vidas de casi tres centenares de marines inocentes.
La prensa amarilla de Estados Unidos —controlada por Joseph Pulitzer y Randolph Hearst— se sumó de inmediato a la campaña que justificaba la necesidad de una intervención en el conflicto y comenzó a acusar directamente a España de haber causado la explosión. La frase del magnate Hearts: “Pongan las fotos, que yo pongo la guerra”, no podía ser más ilustrativa. Incluso, el New York Journal mostró un dibujo inventado y fotos manipuladas que nada tenían que ver con el incidente, pero que presuntamente demostraban cómo se había perpetrado el supuesto sabotaje.
A partir de ahí comenzó toda una campaña mediática que llevó con rapidez de días a la declaración de guerra a España, a la aprobación de la engañosa Declaración Conjunta y al inicio de la guerra hispano-cubana-norteamericana, cuyo resultado trajo consigo la frustración del ideario independentista cubano que tanta sangre había costado en más de 30 años de lucha armada, y que Cuba pasara de colonia de España a neocolonia de Estados Unidos.
En 1911, los restos del Maine fueron reflotados para rescatar los cuerpos de las víctimas hundidos en alta mar a más de mil metros de profundidad, sin que el gobierno de Estados Unidos permitiese que una comisión internacional los inspeccionase.
Pero en 1978 la historia fue revivida, y en esta ocasión los peritos norteamericanos, con el almirante H.G. Rickover al frente, tras revisar los trabajos de la comisión de investigación publicaron un nuevo informe afirmando que la explosión fue accidental y producida desde el interior. Otra investigación con motivo del centenario de la explosión volvió a sembrar las dudas, hasta que la realizada en 2002 reafirmó la tesis del accidente por combustión espontánea.
Y aunque las dudas persisten, en la Historia hay pocas casualidades y es evidente que el incidente del Maine fue un regalo maravilloso para la política expansionista de EE. UU., que ansiaba apoderarse de Cuba y que con ello lo consiguió.
Un pretexto semejante a la voladura del Maine intentó reeditarse en 1962 para derrocar al gobierno revolucionario de Fidel Castro. Así lo evidencia un documento desclasificado en 1997, de los llamados top secret, que establecía literalmente: “Se ha previsto una serie de incidentes bien coordinados a tener lugar en y alrededor de Guantánamo para dar apariencia genuina de ser hecho por fuerzas cubanas hostiles (…) Pudiéramos hacer volar un barco estadounidense en la Bahía de Guantánamo y culpar a Cuba”.
El Remember the Maine de entonces, no puede por tanto ser borrado de nuestra memoria histórica, pues si bien ahora otras son las vías, como la reciente aprobada Fuerza de Tarea en Internet por la administración Trump, las apetencias y aspiraciones imperiales siguen siendo las mismas.
Y esa lección de nuestra historia no debemos olvidarla jamás.
Pero ya a inicios de 1898 la situación era diferente. Era el momento de recoger la cosecha o la “fruta madura” de Cuba se perdería para siempre. Para ese entonces, la victoria mambisa era solo cuestión de tiempo, tal y como había predicho el generalísimo Máximo Gómez.
Inexorablemente había que intervenir en el conflicto bélico y para ello se tenía que buscar el cómo; y hacerlo de tal manera que se justificara la intervención y enmascararan los verdaderos objetivos. Ese pretexto fue la explosión del acorazado Maine, el 15 de febrero de 1898, hace ahora exactamente 120 años.
Mucho se ha escrito de lo acontecido esa noche en la rada habanera y diversas las teorías esgrimidas por las partes involucradas en el conflicto. La norteamericana apuntaba a una explosión externa, provocada por una mina, la de España intentaba demostrar que había sucedido de adentro hacia afuera.
Cada comisión trabajó por separado y emitió sus respectivos veredictos. La española contrarrestó la teoría de una mina, pues las evidencias de los daños causados al Maine apuntaban a una explosión de adentro hacia afuera. En tanto, no se descartaba una autoagresión premeditada, a pesar de que había sacrificado la vida de 261 marines norteamericanos.
Se impuso la tesis norteamericana: España no había logrado proteger al Maine, tal y como estipulaban las leyes internacionales y, por la tanto, había sido la causante de la explosión y la pérdida de las vidas de casi tres centenares de marines inocentes.
La prensa amarilla de Estados Unidos —controlada por Joseph Pulitzer y Randolph Hearst— se sumó de inmediato a la campaña que justificaba la necesidad de una intervención en el conflicto y comenzó a acusar directamente a España de haber causado la explosión. La frase del magnate Hearts: “Pongan las fotos, que yo pongo la guerra”, no podía ser más ilustrativa. Incluso, el New York Journal mostró un dibujo inventado y fotos manipuladas que nada tenían que ver con el incidente, pero que presuntamente demostraban cómo se había perpetrado el supuesto sabotaje.
A partir de ahí comenzó toda una campaña mediática que llevó con rapidez de días a la declaración de guerra a España, a la aprobación de la engañosa Declaración Conjunta y al inicio de la guerra hispano-cubana-norteamericana, cuyo resultado trajo consigo la frustración del ideario independentista cubano que tanta sangre había costado en más de 30 años de lucha armada, y que Cuba pasara de colonia de España a neocolonia de Estados Unidos.
En 1911, los restos del Maine fueron reflotados para rescatar los cuerpos de las víctimas hundidos en alta mar a más de mil metros de profundidad, sin que el gobierno de Estados Unidos permitiese que una comisión internacional los inspeccionase.
Pero en 1978 la historia fue revivida, y en esta ocasión los peritos norteamericanos, con el almirante H.G. Rickover al frente, tras revisar los trabajos de la comisión de investigación publicaron un nuevo informe afirmando que la explosión fue accidental y producida desde el interior. Otra investigación con motivo del centenario de la explosión volvió a sembrar las dudas, hasta que la realizada en 2002 reafirmó la tesis del accidente por combustión espontánea.
Y aunque las dudas persisten, en la Historia hay pocas casualidades y es evidente que el incidente del Maine fue un regalo maravilloso para la política expansionista de EE. UU., que ansiaba apoderarse de Cuba y que con ello lo consiguió.
Un pretexto semejante a la voladura del Maine intentó reeditarse en 1962 para derrocar al gobierno revolucionario de Fidel Castro. Así lo evidencia un documento desclasificado en 1997, de los llamados top secret, que establecía literalmente: “Se ha previsto una serie de incidentes bien coordinados a tener lugar en y alrededor de Guantánamo para dar apariencia genuina de ser hecho por fuerzas cubanas hostiles (…) Pudiéramos hacer volar un barco estadounidense en la Bahía de Guantánamo y culpar a Cuba”.
El Remember the Maine de entonces, no puede por tanto ser borrado de nuestra memoria histórica, pues si bien ahora otras son las vías, como la reciente aprobada Fuerza de Tarea en Internet por la administración Trump, las apetencias y aspiraciones imperiales siguen siendo las mismas.
Y esa lección de nuestra historia no debemos olvidarla jamás.
TOMADO D ECUBAHORA. |