Consecuente con su principal venero ético, el proceso
social instaurado en 1959 en Cuba adoptó y puso en práctica los valores
martianos que nos definen como nación, en tanto proyecto libre y
soberano, sin tutelaje exterior.
Independentismo, unidad, libertad, dignidad, solidaridad, integración entre los pueblos, respeto a todos los seres humanos, dignificación de los humildes y la exaltación de los signos identitarios en los planos cultural e histórico constituyen fortalezas de un sistema que encontró su fuego alentador en el poderoso magma del pensamiento martiano.
Pero un signo distintivo del decálogo del Apóstol está inscrito en trazos indelebles dentro del accionar y la proyección revolucionaria cubana: su antimperialismo. El mismo antimperialismo del hombre que en 1895 denunció «la tentativa de unir por la fuerza bajo un solo imperio las cinco repúblicas de Centroamérica»; y afirmó que «el monopolio está sentado, como un gigante implacable, a la puerta de todos los pobres»; ese capaz de escribir que «cuando un pueblo fuerte da de comer a otro, se hace servir de él».
Hace 41 años que el intelectual cubano Juan Marinello recordaba en una conferencia, pronunciada en el Liceo de Guanabacoa, cómo, al ser el autor de Nuestra América el pensador más avanzado entre sus contemporáneos, supo advertir el inmenso peligro de la gran nación de apetito voraz y demarcar el problema futuro de América como la lucha contra el imperialismo, único modo de asegurar la segunda independencia americana.
«Ya sabemos que mucho después de Martí, es Lenin el que nos dice dónde está la raíz profunda del hecho imperialista, dónde está su razón permanente en creciente peligrosidad, pero indiscutible desde luego. Yo he dicho algunas veces, pensando en este raro fenómeno, que cuando un médico conoce el origen de una enfermedad y la cura, tiene un mérito excepcional. Pero cuando no conoce más que los síntomas, no el origen profundo, y cura también, tiene un mérito mayor. Ese es el mérito de Martí. Él no descubrió, no podía ocurrir aún, las bases determinantes del fenómeno imperialista. Eso le toca hacerlo a Lenin con el arma maravillosa de los hechos. Pero el gran mérito de Martí está en que, sin conocer el origen del hecho, sin embargo, por sus síntomas, por sus experiencias, le da universalidad a sus peligros, y llama a los pueblos americanos a pelear contra su acción», decía Marinello.
Luego de vivir y ser corresponsal en Estados Unidos, tras conocer y estudiar el apetito expansionista del floreciente imperio, Martí, cual hombre sabio y previsor que era, no pudo menos que temer por la rapacidad norteamericana. Rapacidad conducente luego a la mayor parte de las tragedias del planeta.
Resulta admirable, por anticipadora y paternalmente cubana, por leal, la preocupación martiana no ya por impedir la propagación a escala mundial de un sistema de apropiación y exterminio, cuyo alcance él no podía prever, dado su tiempo histórico, sino por impedir que la potencia norteamericana se apoderara de Cuba.
Ningún hijo de esta tierra, con independencia de su generación o ideología, debe olvidar jamás las palabras en su carta a Manuel Mercado: «…Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber –puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo– de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso…». La Revolución no las ha olvidado nunca. Fiel a Martí, conoce al imperialismo y se protege y defiende de este con las armas morales y las armas reales.
Independentismo, unidad, libertad, dignidad, solidaridad, integración entre los pueblos, respeto a todos los seres humanos, dignificación de los humildes y la exaltación de los signos identitarios en los planos cultural e histórico constituyen fortalezas de un sistema que encontró su fuego alentador en el poderoso magma del pensamiento martiano.
Pero un signo distintivo del decálogo del Apóstol está inscrito en trazos indelebles dentro del accionar y la proyección revolucionaria cubana: su antimperialismo. El mismo antimperialismo del hombre que en 1895 denunció «la tentativa de unir por la fuerza bajo un solo imperio las cinco repúblicas de Centroamérica»; y afirmó que «el monopolio está sentado, como un gigante implacable, a la puerta de todos los pobres»; ese capaz de escribir que «cuando un pueblo fuerte da de comer a otro, se hace servir de él».
Hace 41 años que el intelectual cubano Juan Marinello recordaba en una conferencia, pronunciada en el Liceo de Guanabacoa, cómo, al ser el autor de Nuestra América el pensador más avanzado entre sus contemporáneos, supo advertir el inmenso peligro de la gran nación de apetito voraz y demarcar el problema futuro de América como la lucha contra el imperialismo, único modo de asegurar la segunda independencia americana.
«Ya sabemos que mucho después de Martí, es Lenin el que nos dice dónde está la raíz profunda del hecho imperialista, dónde está su razón permanente en creciente peligrosidad, pero indiscutible desde luego. Yo he dicho algunas veces, pensando en este raro fenómeno, que cuando un médico conoce el origen de una enfermedad y la cura, tiene un mérito excepcional. Pero cuando no conoce más que los síntomas, no el origen profundo, y cura también, tiene un mérito mayor. Ese es el mérito de Martí. Él no descubrió, no podía ocurrir aún, las bases determinantes del fenómeno imperialista. Eso le toca hacerlo a Lenin con el arma maravillosa de los hechos. Pero el gran mérito de Martí está en que, sin conocer el origen del hecho, sin embargo, por sus síntomas, por sus experiencias, le da universalidad a sus peligros, y llama a los pueblos americanos a pelear contra su acción», decía Marinello.
Luego de vivir y ser corresponsal en Estados Unidos, tras conocer y estudiar el apetito expansionista del floreciente imperio, Martí, cual hombre sabio y previsor que era, no pudo menos que temer por la rapacidad norteamericana. Rapacidad conducente luego a la mayor parte de las tragedias del planeta.
Resulta admirable, por anticipadora y paternalmente cubana, por leal, la preocupación martiana no ya por impedir la propagación a escala mundial de un sistema de apropiación y exterminio, cuyo alcance él no podía prever, dado su tiempo histórico, sino por impedir que la potencia norteamericana se apoderara de Cuba.
Ningún hijo de esta tierra, con independencia de su generación o ideología, debe olvidar jamás las palabras en su carta a Manuel Mercado: «…Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber –puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo– de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso…». La Revolución no las ha olvidado nunca. Fiel a Martí, conoce al imperialismo y se protege y defiende de este con las armas morales y las armas reales.
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