Graziella Pogolotti •
19 de Agosto del 2017
Las gentes de mi barrio, el de San Juan de Dios, eran personas
humildes que preservaban la noción de la decencia. Había carpinteros,
dependientes de tiendas, maestras jubiladas y graduadas normalistas que
nunca consiguieron plazas, abogados convertidos en distribuidores de
prospectos de medicinas en las consultas privadas, empleados de
oficinas. En el hogar de algunas de mis compañeras de juego se confiaba
en que la elección de Grau San Martín a la presidencia de la República
contribuiría a solucionar los males de la nación. La esperanza se
fundaba en el recuerdo viviente del Gobierno de Grau-Guiteras que siguió
al derrocamiento de la dictadura machadista y no pudo sobrevivir al
golpe perpetrado por el embajador Caffery con el respaldo de Batista y
Mendieta.
Poco duró la euforia de las multitudes que rodearon el Palacio
Presidencial el día de la toma de posesión de Ramón Grau San Martín. El
célebre ciclón de 1944 trajo los primeros negocios turbios. Los
escándalos se multiplicaron y los grupos armados ajustaban cuentas en
las calles. Hubo personajes de siniestra catadura que alcanzaron la
celebridad. Había llegado la hora del desencanto. Entonces, Chibás se
desprendió del Partido Auténtico al que había pertenecido. Fundó su
contraparte, el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo).
En el barrio, cada domingo, a las ocho en punto de la noche, se
escuchaban sus arengas. Para muchos desencantados de ayer, renació la
esperanza. Elaborado con la colaboración de Leonardo Fernández Sánchez,
antiguo colaborador de Julio Antonio Mella, el proyecto proponía
independencia económica, libertad política y justicia social, aunque no
se declaraba abiertamente antimperialista. Todo indicaba que habría de
ganar las elecciones del 52, frustradas por el golpe de Fulgencio
Batista, a pesar de que el dramático suicidio del fundador había
quebrantado la capacidad de convocatoria, animada por la voz de Chibás.
Todo apunta a que, de haber obtenido la victoria electoral, sus
menguadas fuerzas no hubieran podido afrontar los males de la República,
aquejada por una profunda crisis estructural de raíz económica.
Por otra parte, el sistema electoral vigente se sostenía en una
maquinaria política que para su funcionamiento necesitaba buen aceitado
y adecuada alimentación, vale decir, componendas y concesiones, todo lo
cual comprometía de antemano la futura ejecutoria gubernamental. Para
organizarse a escala nacional, los ortodoxos tuvieron que abrir espacios
a viejos políticos, verdaderos caciques en algunos territorios del
país. El Partido Ortodoxo, con vistas a las batallas electorales, se
había convertido en un conglomerado heterogéneo donde coexistían
políticos hechos a las lides tradicionales, intelectuales de limpia
trayectoria, poco duchos en los menesteres de una práctica concreta. Se
había constituido, además, en imán para un sector juvenil radical,
deseoso de impulsar las profundas transformaciones que la nación
demandaba.
La extrema fragilidad del Partido Ortodoxo se puso de manifiesto al
producirse el golpe de Estado del 10 de marzo, protagonizado por
Fulgencio Batista, casi en vísperas de las elecciones. Ante la ruptura
del orden constitucional, se fragmentó en las múltiples tendencias que
contenía en su seno. Con esas limitantes intrínsecas no fue posible
diseñar una estrategia de resistencia que constituyera un factor de
cohesión para la inconformidad popular. Se despilfarró de ese modo el
capital político fundado en la continuidad de la esperanza renovada.
Sin embargo, en la noche en que, con un disparo se suicida ante los
micrófonos de la radio, Eduardo Chibás quiso dar su último aldabonazo;
estaba rodeado en el estudio por un grupo de compañeros. Se encontraba
entre ellos un joven abogado, que se iniciaba por aquel entonces en las
lides de la política nacional. Era Fidel Castro, portador ya de una
visión de futuro y artífice de una estrategia que habría de llevar al
derrocamiento de la tiranía. En las bases juveniles del Partido Ortodoxo
encontraría el fermento vivo de las esperanzas resguardadas. La
agrupación política fundada por Chibás ofreció el ámbito que acogió a
una generación deseosa de proseguir la lucha por edificar la patria
soñada. De esa célula originaria surgieron los asaltantes al cuartel
Moncada. De ese germen, nació el Movimiento 26 de Julio.
Hijo de extranjeros, con formación cosmopolita y residente durante
largo tiempo en otros países, mi padre se interrogaba acerca de las
razones de su arraigo profundo y de su intenso amor por el sitio donde
había nacido. Encontró respuestas en su vínculo con una historia y un
pueblo, forjados en la lucha contra la adversidad, asidos siempre a la
voluntad de construir una nación soberana. La prolongada guerra por la
independencia había topado con la intervención norteamericana. Las
fuerzas se reagrupaban y el enfrentamiento al machadato sobrepasaba, en
su esencia más profunda, el derrocamiento de la dictadura. En la batalla
habían caído líderes de excepcional mención. Llegaron nuevas
desilusiones. Pero, en cada caso, se abrieron espacios políticos para
refundar la cohesión y la esperanza.
La historia es maestra de la vida, pero sus vertientes son tan ricas
como la realidad en que se afinca. Por eso, su estudio adopta múltiples
perspectivas: la política, la social, la económica, la cultural. A esta
última corresponde catar lo escurridizo, aparentemente inapresable, la
memoria de una subjetividad en la que anidan valores y reservas morales.
Captar esas esencias constituye un factor decisivo en la práctica del
arte de la política. La figura de Eduardo Chibás merece el análisis
objetivo que corresponde a los historiadores.
Yo no olvido su voz en mi barrio de San Juan de Dios, la vigilia
popular junto a la clínica donde agonizaba y el entierro multitudinario
que acompañó sus restos desde la Universidad hasta el cementerio de
Colón. A la vera de su tumba se encontraron Abel y Fidel. Consciente de
las limitaciones que condujeron a la disolución del Partido del Pueblo
Cubano, Fidel encontró en sus bases el apoyo necesario para llevar
adelante su estrategia de transformación revolucionaria.
TOMADO DE JUVENTUD REBELDE.
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