lunes, 11 de septiembre de 2017

Regreso a Matanzas

Era mayo de 1961. Habían transcurrido pocas semanas desde la victoria de Girón y de la proclamación del carácter socialista de la Revolución Cubana. En un discurso pronunciado en Matanzas, el Che rendía homenaje a Antonio Guiteras Holmes. Reconocía, en el combatiente asesinado en el Morrillo, la enorme estatura que corresponde a los precursores.
Junto al cubano, recordaba también la caída de Aponte, el venezolano con vocación internacionalista, compañero de armas de Sandino en Las Segovias.
En los procesos históricos, en los avatares de la política y la sociedad hay zonas de la realidad que permanecen soterradas. Constituyen, sin embargo, lo más entrañable de una memoria viviente. Así permaneció entre nosotros el recuerdo de Guiteras, asociado a la audacia de un gesto sin precedentes durante la República Neocolonial, al intervenir la Compañía cubana de electricidad desde su cargo de Ministro de Gobernación. Con esa acción, reivindicaba los derechos de la nación soberana frente a los intereses de un monopolio norteamericano.
En efecto, en septiembre de 1933, Antonio Guiteras fue nombrado Ministro de Gobernación bajo la presidencia de Ramón Grau San Martín. Pocas y convulsas semanas habían pasado desde el derrocamiento de la tiranía de Machado. Bajo la superficie del acontecimiento político, palpitaban estremecimientos sociales derivados de la irreversible crisis estructural de la economía cubana. Conscientes de la gravedad de la situación, los norteamericanos intentaron mediar en los acontecimientos. Los paliativos iniciales no dieron resultado. Poco pudo permanecer en el cargo el presidente Céspedes.
En el entorno de tan complejo panorama, los grupos que participaron en la lucha contra Machado carecían de plataforma unitaria. Hubo contradicciones que resultaron insalvables. La designación del Gobierno Grau-Guiteras fue el resultado de una difícil negociación. Guiteras representó el ala radical de un conglomerado heterogéneo. Actuó como un solitario, asediado a veces desde la derecha y desde la izquierda.
Por vía familiar, Guiteras había recibido un doble legado libertario. De la rama paterna le llegaban las resonancias de la guerra por la independencia de Cuba. De su madre le venían los recuerdos del batallar por la de Irlanda. Estudió Farmacia en la Universidad y se convirtió en viajante de comercio, lo que lo llevó a recorrer el país y le permitió adquirir contactos útiles para su proyecto revolucionario bajo la tiranía de Machado en la provincia de Oriente. Se propuso desde entonces considerar la vía insurreccional como medio idóneo para la toma del poder. Su participación en el Gobierno de Grau convirtió al clandestino de ayer en personalidad reconocida nacionalmente. Perpetrada la caída del frágil equipo gobernante por la acción del embajador norteamericano Caffery, con la complicidad del futuro presidente Mendieta y del entonces coronel Batista, Guiteras no renunció a su proyecto. Tejió las redes de lo que habría de llamarse Joven Cuba.
Experto en clandestinaje, comprendió, al cabo, que las circunstancias impedían un batallar eficaz desde el interior del país. Concibió un proyecto de mayor envergadura. Viajaría a México a fin de juntar recursos para la organización de una insurrección armada.
Preparada bajo las adversas condiciones de la clandestinidad, la salida hacia México debió producirse desde el matancero Morrillo. Víctima de una infame delación, cuando se acercaban al lugar en plena noche, los conjurados cayeron bajo el fuego de las fuerzas represivas allí apostadas. La muerte frustraba la continuidad de un proyecto emancipador. Pero la trayectoria fulgurante de Guiteras se convirtió en leyenda. Integró el imaginario popular, hecho de memoria, tanto como de componentes subjetivos y simbólicos.
En el Morrillo reposan los restos de Guiteras y Aponte, portadores ambos de un ideario asentado en la visión martiana de nuestra América. El Maestro había comprendido que todo proyecto de nación tenía que concebirse a partir del conocimiento profundo de nuestras realidades forjadas bajo el sello del colonialismo y del neocolonialismo. Entonces, como ahora, se imponía la necesidad de elaborar programas que condujeran a superar las contradicciones de un continente pródigo en riquezas naturales y lacerado por las inequidades que perfilaron la sociedad edificada a partir de la conquista. Caído junto a Guiteras, el venezolano Aponte, sandinista primero, revolucionario cubano después, entregó su vida a una causa redentora continental. Su personalidad precursora, en una historia que se va haciendo por eslabones, cobra singular actualidad en el año en que conmemoramos medio siglo de la caída del comandante Ernesto Guevara, rostro entrañable para nuestra América toda y cuando, por otra parte, el continente atraviesa el poderoso embate de la alianza entre el poder financiero y el poder mediático. En esa conjunción de factores nada desdeñables resaltan los efectos de un sutil trabajo dirigido a modelar la subjetividad mediante la construcción de imágenes simbólicas y de expectativas de vida. En el reconocimiento lúcido de la verdad de lo que somos y hemos sido, están las células matrices de una cultura de resistencia.
Al parecer, se han iniciado trabajos de reparación en el Morrillo matancero. Por el valor histórico de un sitio donde se preservan los restos de Guiteras y Aponte, tan imprescindible y urgente obra requiere el cuidado y la atención más esmerada, bajo la conducción de expertos en restauración. Los obreros comprometidos con la ejecución de la obra habrán de tener plena conciencia del significado del lugar, merecedor de reverencia y respeto. Como fuente viva, la memoria histórica nutre la zona más íntima de nuestra subjetividad. Para constituirse en conocimiento verdadero, pasa por la razón y por el corazón. Su aprendizaje transita por la evocación de las efemérides, siempre y cuando se les despoje de formalismos ritualizantes. Se transmite en el aula y a través de los recuerdos de los más viejos de la familia.
Ha de palparse también en el universo tangible que nos rodea, desde la modesta casa del pequeño Martí, hasta la escalinata universitaria por la que generaciones de estudiantes bajaron, dispuestos a ofrendar sus vidas en defensa de un país mejor.
Una vez restaurado, el Morrillo habrá de ser también uno de esos lugares sagrados para el recogimiento y la memoria. 
Tomado de Juventud Rebelde

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