Pertenezco a la cuarta generación de mi familia que
ha vivido bajo los efectos del bloqueo. Eso suma, en un cálculo más o
menos superficial, unas 25 personas, y eso que la mía no es de las más
numerosas. Pero, por un instante, multipliquemos esa cifra, solo esa,
por las miles de familias cubanas y sin lugar a dudas sería asombroso el
número de hijos de esta tierra que tienen tan brutal política ligada a
su árbol genealógico.
Ciertamente, aun con los más contundentes argumentos históricos, es difícil comprender la vileza con la cual un imperio intenta asfixiar a un país, sin mirar más allá de su orgullo herido por la estrella que brilla con luz propia justo bajo sus narices. Cuesta entender que la determinación de un pueblo a ser libre despierte un odio capaz de saltarse los escrúpulos, de voltear la cara a las leyes elementales de las relaciones internacionales y de pisotear los derechos humanos.
Pero ahí está, a punto de cumplir seis décadas, ese monstruo amorfo y decadente que se alimenta de una persecución enfermiza a las estrategias cubanas de mercado, que sabotea acuerdos económicos y financieros, que impone absurdos obstáculos al comercio libre y establece barreras a las relaciones humanas, al intercambio entre los pueblos, al desarrollo en todas sus expresiones.
Soy la cuarta generación, sí, y quizá sea por eso que junto a las características genéticas de mi estirpe, heredé también un inquebrantable rechazo a ese cerco, cuyas exorbitantes lecturas económicas se hacen insignificantes frente al impacto humano, ese que duele más que ningún otro, y que ha tocado a la puerta de cada hogar cubano y de muchos estadounidenses.
Sin embargo, toda moneda tiene dos caras, y no es este un pueblo que se eche a llorar, que se arrodille ante nadie a pedir clemencia. Esta es la fruta que maduró, pero no para caer en patio ajeno, sino para aprovechar en bien propio el jugo nutricio de su historia, de la constancia de los hombres y mujeres que la habitan, y de todo aquel que en el mundo necesite una mano amiga, un acto sublime y austero de internacionalismo.
En esa otra cara de la moneda, el aislamiento ha quedado reservado para quien intentó aislarnos y lo que supusieron nos haría débiles, nos ha dotado de inimaginadas fortalezas. Lo que creyeron apoyo irrestricto a su política, se ha transformado en apoyo a nuestro justo reclamo aun desde sus propias entrañas; lo que concibieron para enterrar a la Revolución, la ha convertido en faro para el mundo.
Con mucho esfuerzo, con limitaciones que escapan a la voluntad de nuestro Estado, luchando sin descanso para derribar las barreras, pero en estas casi seis décadas de persecución y acoso, ninguno de los programas sociales por los que se peleó durante 150 años ha perdido sus esencias.
Jamás en este tiempo un niño cubano ha dejado de recibir los más costosos tratamientos médicos, aunque encontrarlos implique un tercero, un quinto, un décimo país. No ha cerrado ninguna escuela u hospital, aunque cada año ambos sectores necesiten para su sostenibilidad una cifra para nada despreciable del presupuesto del Estado. La escasez de materias primas no ha impedido que las industrias farmacéutica y biotecnológica respondan a las más acuciantes necesidades del pueblo.
A pesar de que el bloqueo sigue ahí, se entregan subsidios para quien por propio esfuerzo no puede levantar una vivienda. Se sostiene cada mes una canasta básica, se respalda la asistencia social.
Cuba ha decidido que su desarrollo no puede supeditarse a tan criminal política. Por eso se apuesta por nuevas estrategias para perfeccionar nuestro modelo económico, se sostienen inversiones en la industria, se ha trazado una estrategia de país para el autoabastecimiento alimentario, se han abierto puertas a la inversión extranjera.
Esas son solo algunas de las millones de razones que nos asisten para acallar los más absurdos intentos de desmoralizar nuestra obra, y son las mismas que demuestran que si hemos podido sostener tamaños logros con el peso del bloqueo, cuánto más no pudiéramos hacer si finalmente se levanta su influencia.
La presentación ante la onu de la resolución «Necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por Estados Unidos de América contra Cuba» ha devenido expresión genuina del sentir de este pueblo. Es toda Cuba quien se expresa desde el podio, y el mundo entero escucha, y solo el imperio y sus lacayos se oponen, porque «no hay fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas».
Hace algún tiempo, cuando cierto mandatario visitaba nuestra isla, y apostaba en su discurso por olvidar la historia y por convertir a las nuevas generaciones en gestores de semejante barbarie, expresé, en las páginas de este propio diario, que puede que mi generación sea diferente, que por ser hija de su tiempo tenga ímpetu de transformación y haga nuevas interpretaciones de la herencia que le legaron sus abuelos, pero creerla capaz de renunciar a su historia, de olvidar su identidad, sus valores, es una apuesta equivocada.
Lo es sobre todo, porque lo que hemos visto en nuestros escasos años, lo que nos ha enseñado el vivir en un país bloqueado es que los sueños, la esperanza y la voluntad no pueden bloquearse. Hemos visto trabajar a nuestros padres, a sus padres antes que ellos, somos el fruto de la familia que crearon en esta Isla, somos en gran medida parte de sus sueños, de esos a los que nunca renunciaron y que ponen hoy en nuestras manos.
Por eso mientras el bloqueo siga existiendo, seguiremos dándole golpes de dignidad, seguiremos oponiéndonos a él como lo hicieron esas personas que nos trajeron hasta aquí. Y aunque confiamos en que llegará el momento en que la justicia y el reclamo unido de los pueblos del mundo lo harán caer, si ese momento se prolonga en el tiempo, nos tocará enseñarle a la quinta, a la sexta o cuantas generaciones vengan, que esa también es su lucha.
Sin importar quién ocupe la silla presidencial en Estados Unidos, y cuánto haga por recrudecer tan arcaica política, nada de ello puede entorpecer nuestra convicción de mirar siempre adelante. Solo esa seguridad nos ha permitido estrechar lazos, abrir nuevas puertas cuando una se nos cierra y exponer nuestros argumentos, con la sabiduría de quien se sabe dueño de su destino y no negocia esa prerrogativa bajo ninguna circunstancia.
Creo que eso les ha quedado claro, no permaneceremos jamás inmóviles ante tamaña injusticia, ante lo que más que bloqueo o embargo tiene que denominarse crimen, pero llevaremos a la par en esa lucha el trabajo diario, la construcción de una sociedad más justa con más oportunidades para todos. Con bloqueo o sin él, que nadie lo olvide: ¡Cuba es nuestra!
TOMADO DE JUVENTUD REBELDE
Ciertamente, aun con los más contundentes argumentos históricos, es difícil comprender la vileza con la cual un imperio intenta asfixiar a un país, sin mirar más allá de su orgullo herido por la estrella que brilla con luz propia justo bajo sus narices. Cuesta entender que la determinación de un pueblo a ser libre despierte un odio capaz de saltarse los escrúpulos, de voltear la cara a las leyes elementales de las relaciones internacionales y de pisotear los derechos humanos.
Pero ahí está, a punto de cumplir seis décadas, ese monstruo amorfo y decadente que se alimenta de una persecución enfermiza a las estrategias cubanas de mercado, que sabotea acuerdos económicos y financieros, que impone absurdos obstáculos al comercio libre y establece barreras a las relaciones humanas, al intercambio entre los pueblos, al desarrollo en todas sus expresiones.
Soy la cuarta generación, sí, y quizá sea por eso que junto a las características genéticas de mi estirpe, heredé también un inquebrantable rechazo a ese cerco, cuyas exorbitantes lecturas económicas se hacen insignificantes frente al impacto humano, ese que duele más que ningún otro, y que ha tocado a la puerta de cada hogar cubano y de muchos estadounidenses.
Sin embargo, toda moneda tiene dos caras, y no es este un pueblo que se eche a llorar, que se arrodille ante nadie a pedir clemencia. Esta es la fruta que maduró, pero no para caer en patio ajeno, sino para aprovechar en bien propio el jugo nutricio de su historia, de la constancia de los hombres y mujeres que la habitan, y de todo aquel que en el mundo necesite una mano amiga, un acto sublime y austero de internacionalismo.
En esa otra cara de la moneda, el aislamiento ha quedado reservado para quien intentó aislarnos y lo que supusieron nos haría débiles, nos ha dotado de inimaginadas fortalezas. Lo que creyeron apoyo irrestricto a su política, se ha transformado en apoyo a nuestro justo reclamo aun desde sus propias entrañas; lo que concibieron para enterrar a la Revolución, la ha convertido en faro para el mundo.
Con mucho esfuerzo, con limitaciones que escapan a la voluntad de nuestro Estado, luchando sin descanso para derribar las barreras, pero en estas casi seis décadas de persecución y acoso, ninguno de los programas sociales por los que se peleó durante 150 años ha perdido sus esencias.
Jamás en este tiempo un niño cubano ha dejado de recibir los más costosos tratamientos médicos, aunque encontrarlos implique un tercero, un quinto, un décimo país. No ha cerrado ninguna escuela u hospital, aunque cada año ambos sectores necesiten para su sostenibilidad una cifra para nada despreciable del presupuesto del Estado. La escasez de materias primas no ha impedido que las industrias farmacéutica y biotecnológica respondan a las más acuciantes necesidades del pueblo.
A pesar de que el bloqueo sigue ahí, se entregan subsidios para quien por propio esfuerzo no puede levantar una vivienda. Se sostiene cada mes una canasta básica, se respalda la asistencia social.
Cuba ha decidido que su desarrollo no puede supeditarse a tan criminal política. Por eso se apuesta por nuevas estrategias para perfeccionar nuestro modelo económico, se sostienen inversiones en la industria, se ha trazado una estrategia de país para el autoabastecimiento alimentario, se han abierto puertas a la inversión extranjera.
Esas son solo algunas de las millones de razones que nos asisten para acallar los más absurdos intentos de desmoralizar nuestra obra, y son las mismas que demuestran que si hemos podido sostener tamaños logros con el peso del bloqueo, cuánto más no pudiéramos hacer si finalmente se levanta su influencia.
La presentación ante la onu de la resolución «Necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por Estados Unidos de América contra Cuba» ha devenido expresión genuina del sentir de este pueblo. Es toda Cuba quien se expresa desde el podio, y el mundo entero escucha, y solo el imperio y sus lacayos se oponen, porque «no hay fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas».
Hace algún tiempo, cuando cierto mandatario visitaba nuestra isla, y apostaba en su discurso por olvidar la historia y por convertir a las nuevas generaciones en gestores de semejante barbarie, expresé, en las páginas de este propio diario, que puede que mi generación sea diferente, que por ser hija de su tiempo tenga ímpetu de transformación y haga nuevas interpretaciones de la herencia que le legaron sus abuelos, pero creerla capaz de renunciar a su historia, de olvidar su identidad, sus valores, es una apuesta equivocada.
Lo es sobre todo, porque lo que hemos visto en nuestros escasos años, lo que nos ha enseñado el vivir en un país bloqueado es que los sueños, la esperanza y la voluntad no pueden bloquearse. Hemos visto trabajar a nuestros padres, a sus padres antes que ellos, somos el fruto de la familia que crearon en esta Isla, somos en gran medida parte de sus sueños, de esos a los que nunca renunciaron y que ponen hoy en nuestras manos.
Por eso mientras el bloqueo siga existiendo, seguiremos dándole golpes de dignidad, seguiremos oponiéndonos a él como lo hicieron esas personas que nos trajeron hasta aquí. Y aunque confiamos en que llegará el momento en que la justicia y el reclamo unido de los pueblos del mundo lo harán caer, si ese momento se prolonga en el tiempo, nos tocará enseñarle a la quinta, a la sexta o cuantas generaciones vengan, que esa también es su lucha.
Sin importar quién ocupe la silla presidencial en Estados Unidos, y cuánto haga por recrudecer tan arcaica política, nada de ello puede entorpecer nuestra convicción de mirar siempre adelante. Solo esa seguridad nos ha permitido estrechar lazos, abrir nuevas puertas cuando una se nos cierra y exponer nuestros argumentos, con la sabiduría de quien se sabe dueño de su destino y no negocia esa prerrogativa bajo ninguna circunstancia.
Creo que eso les ha quedado claro, no permaneceremos jamás inmóviles ante tamaña injusticia, ante lo que más que bloqueo o embargo tiene que denominarse crimen, pero llevaremos a la par en esa lucha el trabajo diario, la construcción de una sociedad más justa con más oportunidades para todos. Con bloqueo o sin él, que nadie lo olvide: ¡Cuba es nuestra!
TOMADO DE JUVENTUD REBELDE
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