lunes, 6 de julio de 2015

Los gallos del merengue cantan en la noche santiaguera. Tomado de Granma



SANTIAGO DE CUBA.—Cuenta Johnny Ven­tura que el día más triste de su vida fue cuando se enteró que Benny Moré no estaba entre los vivos. “Yo lo había visto en 1957 en Santo Domingo y me pareció un gigante, con esa voz aguda, inmensa, tremenda y ese carisma demoledor. Supe entonces que sería una guía y aquí me tienen muchos años después en la Isla del Benny, en la ciudad de Ma­tamoros, en la cuna del bolero y el son”.
Le dicen el Caballo Mayor y no es cosa de juego. En la segunda mitad del siglo XX sentó cátedra como el intérprete de merengue de mayor calado en un país donde el merengue es el aire que todos respiran. Otros han renovado el género —por ejemplo Juan Luis Guerra, que después aparecerá en esta crónica— pero indiscutiblemente Ventura lidera el pelotón de vanguardia donde se ubican, entre otros, Fernandito Villa­lona, Wilfrido Vargas y los Hermanos Rosario, quie­nes llevaron a su culminación la evolución del merengue tradicional.
Ventura llegó a esta ciudad para participar en el 35 Festival del Caribe, la Fiesta del Fuego. Cumplió un compromiso contraído con el Ministerio de Cultura de su país —el titular de la cartera, también en Cuba por estos días, es el reconocido trovador Jose Antonio Rodríguez—, la embajada de Santo Domingo en La Habana y la Casa del Caribe, trama urdida con la complicidad del promotor santiaguero Gonzalo Gonzalez.
Sin embargo no vino solo. Las presentaciones en el teatro Heredia tuvieron como base el programa de la orquesta La Gallera, del maestro Jochy Sánchez, una agrupación con base en Santiago de los Caballeros que se propone preservar el merengue típico, en diálogo con el formato de banda y que toma su nombre de los sitios donde se efectuaban las peleas de gallo, donde único sobrevivió públicamente el merengue en tiempos de discriminación contra el género.
Por si fuera poco se integró al proyecto una cantante siempre muy bien acogida entre los cubanos, Maridalia Hernández, a quien  se le recuerda en su paso por la 440 de Juan Luis Guerra. Con el público que colmó el Heredia, compartió cómo intervino en la reconversión al merengue del batallador son de Adalberto Álvarez A Bayamo en coche —allá se popularizó como A Santiago en coche— y del maestro Guerra entregó una dinámica versión de Ojalá que llueva café.
Pero el peso de la velada lo llevaron Ventura y Sánchez: uno por ser la imagen y la voz del merengue en toda su densidad y brillantez sonora; el otro, por conducir a músicos de varias generaciones, incluyendo a Diomenes Espinal, un niño acordeonista de apenas nueve años ganador del concurso nacional infantil de Perico Ripiao (merengue de tierra adentro) efectuado el año pasado en el Gran Teatro del Cibao.
Ven­tu­ra, como era de esperar, dada su larguísima trayectoria musical y escénica, sazonó con dosis exactas cada una de las piezas de un rosario antológico de merengues, desde Los algodones a Amorio hasta que, jalonado por el público, volvió al proscenio para satisfacer las ganas que los santiagueros tenían de escuchar su Patacón pisao, antecedido por uno de los más delirantes merengues humorísticos, Sorullo y Capullo.
No hay que olvidar que en esta ciudad, por varios años, en la época previa y durante los carnavales, solía recorrer los barrios un equipo reproductor de música, llamado “el carrito de la salá”, y en el cual el Patacón era uno de los temas de mayor pegada.
A los 75 años de edad, Ventura encabezó un espectáculo energizante y agradecido. Y eso que durante el día se preparó para la transmisión televisiva del espectáculo junto al director Víctor Torres; dedicó un espacio a departir con la prensa; compartió sones con el cuarteto de saxofones Magic Sax, y asistió a la conmemoración del aniversario 35 de los estudios Siboney, de la Egrem en Santiago de Cuba, donde fue recibido por Mario Escalona, director general de la entidad discográfica. Como para que todo el mundo supiera que hay Caballo Mayor para rato.



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