viernes, 31 de julio de 2015

Parecidos a sus padres








Una amiga de la familia no reparó en llenar de elogios al pequeño del hogar. Y es que realmente estaba “como para comérselo” esa personita menuda que no alcanzaba los dos años de vida.
Su piel blanca y pelo rubio que le caía en la cara sin cubrir los hermosos ojos azules hacían al niño merecedor de sinceros halagos.
Pero la madre, al parecer insatisfecha con los piropos dichos por la amiga a su vástago, alardeó de la inteligencia del mismo, y le preguntó al pequeño:
¿Cómo se le dice a tía cuando fastidia al nene?
Sin pensarlo dos veces, el niño respondió: tía pu... Luego las carcajadas entre la progenitora y su amiga no se hicieron esperar.
Lamentablemente situaciones como estas inundan nuestra cotidianidad. No son pocos los padres que consideran un average el que su hijo profiera improperios.
Aunque no es privativo de un sexo, el fenómeno se manifiesta con mayor frecuencia en los infantes del género masculino pues, erróneamente, sus progenitores asocian la grosería con signos de virilidad.
Pero se equivocan aquellos que circunscriben la masculinidad al mal gusto y la chabacanería ya que mis tíos, padres y hermanos son “machos, varones, masculinos”, (como suele decirse en jarana para dar fe de hombría), y fueron criados bajos estrictos preceptos de la decencia.
Según cuentan ellos, en sus tiempos de niñez hasta una mirada incorrecta se sancionaba con la mano enérgica de abuela o mamá, quienes supieron transmitirles con el regaño oportuno y la respuesta educativa, una acertada formación hogareña que los transformó en hombres de bien.
Por ese sendero deberían conducir todos los padres a sus retoños, sobre todo en esa etapa de la vida en la que comienzan a dar sus primeros pasos y aún no pueden distinguir el bien del mal.
Aboguemos porque germine la inocencia y la ternura, características que hacen de todos los niños seres especiales y dignos de amar.
Para ello es preciso enarbolar, sin recurrir al maltrato, la rectitud en el carácter, lo cual no significa que se deba privar a los bisoños de merecidas cuotas de cariño.

Contrario a gritos o golpes existen disímiles maneras de rectificar una actitud errónea, máxime si contamos con la ejemplaridad para exigir.
No se puede adjudicar solo a la escuela la encomiable labor de educar, ya que es un proceso cuya génesis comienza desde la cuna.

Toca entonces a cada familia elegir la formación que dan a sus hijos y ser conscientes de que recogerán el fruto de lo que sean capaces de sembrar.
Y es que la infancia es la etapa en la que suelen imitarse patrones cercanos, por eso son los padres y parientes más allegados, los principales encargados de preparar al niño para su correcta inserción en la sociedad. Enseñar a los infantes a proferir obscenidades, nunca será un buen co­mienzo.

(Publicado en Granma).

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