lunes, 6 de julio de 2015

Zapatero a tus zapatos.



Graziella Pogolotti
4 de Julio del 2015
De generación en generación se ha transmitido la célebre anécdota del gran artista. Miguel Ángel desestimaba el criterio de los pontífices que intentaban supervisar sus trabajos en la Capilla Sixtina. Era un hombre del Renacimiento. Dominaba los secretos de la escultura, de la pintura, de la arquitectura y se aventuraba en el terreno de la poesía. Pero, al tropezar con dificultades a la hora de pintar un zapato, acudió a la ayuda de un hombre de oficio. Envalentonado por haber ayudado a encontrar la solución del problema, el artesano se atrevió a opinar sobre otros aspectos de la obra, a lo que Buonarotti respondió remitiéndolo al dominio de sus conocimientos específicos.
Mi lectura particular del incidente difiere de la tradicional moraleja que reduce a cada cual al campo delimitado de su saber técnico. Me llama la atención, por lo contrario, la modestia del gran hombre que no tenía a menos acudir al criterio de otros ante una dificultad interpuesta en su camino. Mi interpretación parece más coherente con el contexto epocal del humanismo en su ambición integradora de prácticas y saberes diversos. En dirección opuesta, el mundo se inclina peligrosamente a la compartimentación de los saberes.
Estas tendencias se expanden desde los centros de poder en detrimento de un pensamiento que vincule estrategias de desarrollo y la cosmovisión indispensable para entender la realidad, delinear proyecciones futuras, establecer la interrelación entre los factores que intervienen en la vida de la sociedad. Las áreas del conocimiento se especializan por necesidad y, a la vez se entrecruzan. Las lecciones de la práctica no son desdeñables, pero su aplicación exige un referente conceptual.
La parcelación de los saberes y la delimitación de los espacios correspondientes puede ocurrir también a resultas de hábitos contraídos a través del tiempo. En más de una oportunidad, el compañero Fidel llamó la atención acerca de las consecuencias de ese proceder en el empleo eficaz de los recursos materiales y humanos. Observó críticamente la tendencia al atrincheramiento en cotos cercados. La mirada vigilante debe estar atenta al cerco burocrático en una rutina resistente a la indispensable problematización de la realidad, así como al empleo desprejuiciado de las herramientas de la investigación científica.
La sociedad, gran receptáculo, ajiaco en permanente ebullición que asimila y modela los numerosos afluentes que vierten en ella —la economía, la industria, la agricultura, el pequeño y gran comercio, la educación y la cultura— constituye el lugar donde esas fuerzas interactúan, se conjugan y cobran sentido. Es el principio y el fin de todo intento transformador, donde se conserva la memoria, se construyen los imaginarios colectivos y se forjan las mentalidades. Es el ámbito inquietante y creador de las contradicciones, agudizadas en tiempos de cambio.
En 50 años, la sociedad cubana ha modificado su rostro. Recuerdo algunos trabajos publicados durante la Cuba neocolonial por el historiador Oscar Pino Santos. Las fotos mostraban a los niños campesinos raquíticos y desnutridos, invadidos por lombrices que se escapaban por sus narices, los desahuciados de las tierras de labranza arrumbados al borde de las carreteras. Los sectores privilegiados de entonces abandonaron el país. Muchos habaneros de hoy proceden de tierra adentro. Se hicieron técnicos, profesionales, oficiales de las Fuerzas Armadas. Hubo una rápida dinámica social. La crisis económica abatió muchas expectativas. Aparecieron desigualdades inéditas hasta el día de ayer. Algunos valores sufrieron el embate de una filosofía del éxito a veces ingenua. Un economicismo vulgarizado produce sus efectos.
Y, sin embargo, de ese ajiaco en ebullición habrán de surgir las fuerzas decisivas para defender nuestras irrenunciables conquistas, garantía de una real soberanía, y avanzar hacia un socialismo sostenible. Necesitamos inversiones de capital para desarrollar la agricultura y la industria, para producir mercancías con alto valor agregado, para nivelar el saldo negativo entre importación y exportación, para consolidar una base económica que garantice un salario real satisfactorio.
Para actuar sobre una realidad movediza, hay que comenzar por entenderla y concertar un propósito común. Para entender, hay que diagnosticar a partir de la interdependencia de los factores económicos, culturales, sociales y educacionales, vale decir, los componentes objetivos y los procedentes de la poderosísima subjetividad. Tal y como sucede con la realidad, el pensamiento es integrador, nunca parcelado. Los saberes contemporáneos son muy extensos, inabordables en su totalidad. Pero, todos los caminos tienen su punto de intersección. Se encuentran en el replanteamiento de las interrogantes fundamentales, imbricadas a las coordenadas de cada época: dónde estamos, de dónde venimos y hacia dónde vamos. De ahí el cómo proceder según las prioridades del momento, sin perder de vista la ruta elegida.
Por eso, la necesidad exige el diálogo entre el zapatero y el artista, entre el planificador y el arquitecto, entre el economista y el sociólogo en un planeta que se fue haciendo cada vez más interdependiente desde que, al decir de Carpentier, Colón redondeó la tierra, impulsó el capitalismo con las ricas materias primas del Nuevo Mundo y el trabajo esclavo. La lucha entre opresores y oprimidos se agudizó al interior de cada país y se proyectó a nivel internacional. Las manos del zapatero y el artista tienen que unirse en la salvaguarda y desarrollo de la nación cubana.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario