El señor caminaba despacio hacia la casa. Cargaba el
cansancio acumulado durante ocho horas de trabajo. Iba como por inercia,
absorto en múltiples preocupaciones, pero aquellas “palabrotas” fueron
más despertadoras que una alarma, con volumen excesivo, cuando todavía
se quiere seguir bajo el calor de la sábana.
Él negaba la posibilidad de que tres niños fueran los protagonistas, pero otra vez retumbaron vocablos similares a los anteriores.
Y el hombre ensayó en su mente, de manera rápida, lo que debía decirles, cómo regañarlos de la manera más favorable para su formación, pero no valió de mucho.
Después de las primeras expresiones, recibió como “premio” algunas ofensas. Preguntó por los padres, y fue peor. Los muchachos corrieron en dirección contraria, y él los llamaba, bastante molesto, hasta que desaparecieron. Luego, retomó el paso de antes.
Unos días después me comentó: “Todavía me parece oírlos. Imagino lo que dirán sus familiares en la casa, y en mi barrio hay otros similares. Sus maestros tienen un reto grande”.
Aunque duela admitirlo, las “malas palabras” van de un lugar a otro y estallan no solo en discusiones y otros momentos emotivos. Para algunos es casi imposible evitarlas, porque las llevan demasiado dentro.
Recuerdo a una señora que llegó a cierta institución con balas verbales de ese tipo, y verdad que estaba desesperada después de tantas gestiones sin lograr la solución, pero esa manera jamás será la adecuada para establecer una comunicación fructífera.
Resulta lamentable que algunos expresen locuciones desatinadas en escenarios diversos. Tal vez, la parte menos grave es esa manía de llamar a las novias “jevitas”, a las madres “puras”. Hoy un muchacho inteligente, más bien está “vola'o”,”sopla'o” o “escapa'o. Los amigos son “socios”, “consortes” y “aseres”. Nadie facilita un encuentro amoroso, sino “pone una piedra”. Aclaro que los términos referidos no clasifican como “palabrotas”, motivo principal de estos párrafos, su calibre es bastante reducido en comparación con el de otros.
La situación de las frases obscenas es peor. Varios parecen considerar que quien no las pronuncie deja de ser “el duro”, “el bárbaro”, el líder del grupo.
La mayor preocupación de ciertos adolescentes y jóvenes es ser aceptados. Es lamentable ver cómo, por tal de “irse tras la bola”, incurren en ese lamentable comportamiento.
Hay quien las dice “tan fresco como una lechuga”, como si fueran chistes o las últimas inclusiones en el Diccionario de la Real Academia. Sus emisores son también adultos.
Por supuesto, es comprensible que, en determinados contextos, se escapen unas faltas, culpa de la emotividad o de algo más. Resulta difícil que, después de darle a nuestro dedo con el martillo en vez de al clavo, digamos ¡Uyyy! o ¡Qué mala puntería!
Algunos se incluyen en el primer repertorio lingüístico de los pequeños. Ahí, junto a “mamá” y “papá”, y, en ocasiones, aplaudimos la “gracia” con una sonrisa. Ellos entonces la repiten y, más tarde, la acompañan con otras peores.
En el fenómeno, influyen materiales audiovisuales de factura nacional o foránea y obras de teatro, libros, humoristas y canciones de moda. Varios cuentos infantiles desechan la inocencia de los de antes y autores hasta se justifican: “Es que los niños son distintos a los de nuestra época”, dicen y luego retocan la corbata inexistente.
Es vital seleccionar de una manera adecuada lo visto en la pantalla y otros modos de entretenimiento, acompañarlos en los juegos y ser exigentes en su formación.
Por suerte, muchísimas personas, incluidos jóvenes y adolescentes, mantienen maneras adecuadas de comportamiento y, en el país, existen múltiples centros y profesionales para la labor educativa y de enseñanza.
La escuela y la familia son indispensables para la formación de valores, apropiados modos de comportamiento y las maneras más adecuadas de expresarse, sin embargo, sería beneficiosa la contribución de cuantos estén cerca y de otros que, desde su profesión, podrían incidir de forma positiva.
TOMADO DE GRANMA
Él negaba la posibilidad de que tres niños fueran los protagonistas, pero otra vez retumbaron vocablos similares a los anteriores.
Y el hombre ensayó en su mente, de manera rápida, lo que debía decirles, cómo regañarlos de la manera más favorable para su formación, pero no valió de mucho.
Después de las primeras expresiones, recibió como “premio” algunas ofensas. Preguntó por los padres, y fue peor. Los muchachos corrieron en dirección contraria, y él los llamaba, bastante molesto, hasta que desaparecieron. Luego, retomó el paso de antes.
Unos días después me comentó: “Todavía me parece oírlos. Imagino lo que dirán sus familiares en la casa, y en mi barrio hay otros similares. Sus maestros tienen un reto grande”.
Aunque duela admitirlo, las “malas palabras” van de un lugar a otro y estallan no solo en discusiones y otros momentos emotivos. Para algunos es casi imposible evitarlas, porque las llevan demasiado dentro.
Recuerdo a una señora que llegó a cierta institución con balas verbales de ese tipo, y verdad que estaba desesperada después de tantas gestiones sin lograr la solución, pero esa manera jamás será la adecuada para establecer una comunicación fructífera.
Resulta lamentable que algunos expresen locuciones desatinadas en escenarios diversos. Tal vez, la parte menos grave es esa manía de llamar a las novias “jevitas”, a las madres “puras”. Hoy un muchacho inteligente, más bien está “vola'o”,”sopla'o” o “escapa'o. Los amigos son “socios”, “consortes” y “aseres”. Nadie facilita un encuentro amoroso, sino “pone una piedra”. Aclaro que los términos referidos no clasifican como “palabrotas”, motivo principal de estos párrafos, su calibre es bastante reducido en comparación con el de otros.
La situación de las frases obscenas es peor. Varios parecen considerar que quien no las pronuncie deja de ser “el duro”, “el bárbaro”, el líder del grupo.
La mayor preocupación de ciertos adolescentes y jóvenes es ser aceptados. Es lamentable ver cómo, por tal de “irse tras la bola”, incurren en ese lamentable comportamiento.
Hay quien las dice “tan fresco como una lechuga”, como si fueran chistes o las últimas inclusiones en el Diccionario de la Real Academia. Sus emisores son también adultos.
Por supuesto, es comprensible que, en determinados contextos, se escapen unas faltas, culpa de la emotividad o de algo más. Resulta difícil que, después de darle a nuestro dedo con el martillo en vez de al clavo, digamos ¡Uyyy! o ¡Qué mala puntería!
Algunos se incluyen en el primer repertorio lingüístico de los pequeños. Ahí, junto a “mamá” y “papá”, y, en ocasiones, aplaudimos la “gracia” con una sonrisa. Ellos entonces la repiten y, más tarde, la acompañan con otras peores.
En el fenómeno, influyen materiales audiovisuales de factura nacional o foránea y obras de teatro, libros, humoristas y canciones de moda. Varios cuentos infantiles desechan la inocencia de los de antes y autores hasta se justifican: “Es que los niños son distintos a los de nuestra época”, dicen y luego retocan la corbata inexistente.
Es vital seleccionar de una manera adecuada lo visto en la pantalla y otros modos de entretenimiento, acompañarlos en los juegos y ser exigentes en su formación.
Por suerte, muchísimas personas, incluidos jóvenes y adolescentes, mantienen maneras adecuadas de comportamiento y, en el país, existen múltiples centros y profesionales para la labor educativa y de enseñanza.
La escuela y la familia son indispensables para la formación de valores, apropiados modos de comportamiento y las maneras más adecuadas de expresarse, sin embargo, sería beneficiosa la contribución de cuantos estén cerca y de otros que, desde su profesión, podrían incidir de forma positiva.
TOMADO DE GRANMA
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