Abocados a la etapa vacacional veraniega, muchos vuelven a preguntarse: qué hacer, adónde ir, cómo recrearnos más allá del baño de mar o el chapuzón en ríos y piscinas.
De las tandas frente al televisor, las partidas de dominó, las chácharas entre amigos y la búsqueda de espacios abiertos en las noches para mitigar el calor.
Nuevamente también se emiten criterios divergentes. Para algunos, las opciones son escasas; otros las encuentran, pero las consideran poco accesibles. Confío, por supuesto, en los que se las arreglan, para enriquecer el uso del tiempo libre de muy diversas maneras y le dan sentido a este periodo de sus vidas, sin dejarse vencer por tantas barreras objetivas —salarios reales insuficientes, desequilibrios territoriales que se reflejan en la infraestructura— y subjetivas como las que paso a comentar.
Año tras año se multiplican los esfuerzos de las instituciones culturales, a lo largo y ancho del país, para diversificar la programación en la etapa estival, y desterrar una visión tópica que todavía, por desgracia, trata de imponerse tanto en cierto sector de la población como en determinadas personas responsabilizadas con la organización de las opciones recreativas. Hablo de la tendencia de asociar recreación a una pipa de cerveza, o unos bafles escandalosos con música de la más baja calidad.
Quienes piensan y actúan así, o demagógicamente entienden que solo de tal modo se satisface el gusto popular, empobrecen y degradan la verdadera dimensión de la cultura comunitaria, la cual cuenta con proyectos de mucho valor a lo largo y ancho del territorio nacional que deben recibir estímulo y atención en esta etapa.
Teatros, salas de cine, plazas y parques, museos, galerías y casas de cultura, instituciones culturales de diverso tipo trabajan en propuestas de muy variada especie, y a partir de intereses y gustos, por atraer a públicos potenciales.
Admitamos, sin embargo, deficiencias y vacíos en la promoción. Es una asignatura pendiente la eficiencia en la comunicación de la programación. Las carencias parten de las mismas instituciones programadoras que no aprovechan las vías a su alcance.
Se echan de menos las carteleras en nuestras ciudades y no se tiene siempre en cuenta el poder movilizador de los medios de difusión territoriales, incluyendo los telecentros y las emisoras provinciales y municipales.
Tampoco la promoción pone énfasis en aquellas actividades que requieren acentos divulgativos más intencionados. Porque no es lo mismo anunciar un bailable, el concierto de un intérprete de música de moda o la proyección de una pe-lícula taquillera, que hacerle saber al público la posibilidad de disfrutar una exposición, visitar un museo, descubrir sitios con valores patrimoniales, como lo hace el programa Rutas y Andares en el centro histórico habanero y lo replican a su modo otras ciudades, o ver un ciclo temático de películas que escapan a fórmulas previsibles.
Debo recordar que la lectura también propicia entretenimiento y existe un programa de presentaciones literarias al alcance de todos en el país. Y que en escuelas, casas de cultura y otras instituciones suelen habilitarse, ahora con mayor sistematicidad y alcance, talleres y cursos de verano desconocidos para muchos.
No puedo concluir sin compartir una idea para mí esencial. Supongamos que la programación se perfeccione, que la promoción funcione, que la comunicación sea eficiente, que la diversidad y la calidad vayan de la mano en todo el país. Si usted no cuenta con motivaciones previas, hábitos precedentes ni sensibilidades anteriormente cultivadas, tampoco sabrá qué hacer, ni adónde ir, ni cómo satisfacer expectativas en el verano La ampliación de horizontes y apetencias culturales no es una práctica estacional, sino una gestación permanente.
TOMADO DE GRANMA
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