Luis Alberto García •
1 de Julio del 2017 21:52:59 CDT
Soy un mambí incómodo. Insurrecto. Siempre irredento. Los que me
quieren mucho, los que me quieren menos, los que me aborrecen y hasta
los que no confían en mí, saben que acierto y yerro, siempre por
convicción y no por compulsión. Es lo que hace que a diario ponga la
cabeza en la almohada sin arrugas internas.
Si opino acerca de tantas cosas vitales y banales, y comparto
aquellas que me mueven el piso en las escasas ocasiones en que consigo
planear por Facebook, no quiero ni puedo ahora dejar de decir lo que
pienso, sin presiones ni sugerencias y a mi manera, acerca de la obra
protagonizada por el actual presidente estadounidense en un teatro de La
Florida hace varios días:
No me gustó la locación ni el nombre de la sala ni el casting ni la
figuración ni el contenido del libreto ni la dramaturgia ni las
actuaciones ni la labor de los asesores históricos (imagino que los
hubo) ni la escenografía ni la música. Los departamentos de vestuario y
maquillaje funcionaron bien.
Se me antoja desde todo punto de vista, imposible, prestarle atención
a un grupo de cubanos que asegura querer lo mejor para su gente y que
pretenda hacerlo bajo una bandera y un himno que no son los de su país
de origen. Está raro eso. Muy raro. No va conmigo. Hiede a anexionismo a
90 millas de distancia.
Si ese mismo grupo aplaude de manera harto entusiasta que a su gente
la sigan hostigando y tratando de rendir por hambre y más miseria,
automáticamente no comulgo con él. Y conmigo, una inmensa mayoría que en
este archipiélago hemos pasado las verdes, las maduras y las podridas.
De igual manera, me consta que hay cientos de miles de compatriotas
diseminados por todo el mundo, que quieren que terminen la asfixia y el
cerco a sus iguales, que dura ya varias décadas.
Que el grupo de actores y extras en aquel «motivito», además, vitoree
la vuelta a la larga noche de bravuconerías y ukases imperiales de
Goliat contra David, asusta y lo descalifica por completo en sus
esperanzas de incidir en la vida futura de su pueblo. Los pueblos tienen
memoria de elefante. Y el odio es mala hierba.
Las cosas iban. Lentas, pero iban. Obama y Raúl respetando y, sobre
todo, respetándose, lo consiguieron para bien de dos naciones, de dos
pueblos. Pudiera decir que hasta para bien del continente. Más aun, de
la Patagonia hasta Alaska.
Ahora nos regresaron al stop motion. Al dominó trancado con los dos
equipos llenos de fichas gordas. Porque si Goliat se pone guapo, por muy
grande que sea, David no come miedo. Como siempre ha sido.
Hay muchas cosas buenas que me emocionan de mi tierra. Y otras muchas
no me agradan del país actual que habito. Peleo, sufro y me desgasto
por la vida que quisiera para mí y los míos, desde aquí. Será «la utopía
de las utopías» para algunos. O un sueño estúpido. Pero es el mío. Y en
ese sueño, equivocado o no, la bandera tiene una sola estrella y suena
el Himno de Bayamo. Y en él caben todos los nacidos bajo las palmas
reales y sus descendientes, más allá de sus posturas ideológicas o
políticas siempre y cuando piensen y defiendan de corazón, con hidalguía
y sentido común, lo que será mejor, de verdad, para todos los cubanos.
Aquello de «con todos y para el bien de todos» no es letra muerta.
No me gustaría en absoluto que el presidente cubano intentara bailar en casa del Trump. No lo ha hecho. Y no lo hará.
De la misma manera no quiero que el Trump quiera dirigir las coreografías en la casa mía. No tiene clave.
PD: Y ahora, vengan a por mí los talibanes de todas las denominaciones. Estoy listo.
(Tomado de La Jiribilla)
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