Por Rolando López
del Amo
De
ser el más tardío en aparecer en la evolución de las especies animales y,
probablemente, el más vulnerable y dependiente entre los mamíferos, el ser
humano pasó a ser el amo del planeta, hasta donde la madre naturaleza se lo
permite.
De
las selvas, bosques y cavernas en las que se alojaron nuestros antecesores,
irguiéndose y liberando sus manos, el hombre comenzó a utilizar trozos de ramas
y piedras como objetos útiles para su defensa y obtención de alimentos.
Un
día descubrió, por azar, las virtudes del fuego y su empleo en usos diversos.
Los griegos antiguos valoraban tanto el fuego que lo presentaban como algo para
uso exclusivo de los dioses que imaginaron. Y, ciertamente, el uso del fuego
dio a los seres humanos un poder que cambió sus condiciones de existencia.
De
la comunicación por señas y gruñidos, gritos y susurros, los seres humanos
fueron creando un lenguaje hablado que les permitiera comunicarse mejor entre
sí y a conservar sus conocimientos en la memoria colectiva. Más tarde buscarían
representación gráfica convencional a sus fonemas y crearon el lenguaje
escrito. De esa forma, la memoria histórica obtuvo un mayor poder de
conservación y difusión.
El
ser humano fue aumentando su lenguaje con la obra que salía de sus manos; y,
con el lenguaje, aumentaba su experiencia, conocimiento e inteligencia.
Pensamiento y lenguaje marchan siempre unidos.
De
simple recolector de los alimentos que la naturaleza le proporcionaba, el ser
humano aprendió a cazar y, después, a domesticar y criar animales útiles y a
cultivar la tierra para obtener alimentos. Y todo esto, claro está, se hacía en
sociedad. Las familias de machos y hembras con sus crías se agruparon en
grupos, clanes y tribus. Los unían lazos sanguíneos, modo de vida,
costumbres, tradiciones, territorio.
Como
ocurre con otros mamíferos, siempre hay algún miembro del grupo que juega un
papel dirigente. En principio, el más fuerte. Pero la fuerza sin inteligencia
es débil. Y los seres humanos encontraron fórmulas de combinar la fuerza
superior de los jóvenes con la experiencia de los mayores y tuvieron consejos
de ancianos de la tribu para consultar las decisiones de los jefes.
Junto
al jefe guerrero y los ancianos existió otra categoría: el que tenía
conocimientos para curar enfermedades. Esto les daba una jerarquía que los
convirtió en seres de autoridad y privilegio que expandieron su oficio al
contacto con las fuerzas de la naturaleza. Estos médicos primitivos se
convirtieron en sacerdotes capaces de relacionarse con las fuerzas ocultas de
la naturaleza que nos crea y nos mata.
Y
con el paso del tiempo, la sociedad
humana se fue dividiendo en clases distintas, en castas. Unos eran jefes
y guerreros, otros sacerdotes, otros trabajaban la tierra o pastoreaban el
ganado o se dedicaban a la artesanía más variada para la producción de
artículos de la vida cotidiana: armas, Instrumentos de labranza, vestidos, calzado,
vasijas, etc.
Los
seres humanos, como otros mamíferos, fijamos
un territorio de asentamiento que no estamos dispuestos a compartir con
otros grupos humanos distintos del nuestro. Pero hay territorios más favorables
por abundancia de agua, fertilidad del suelo y disponibilidad de recursos
naturales. Y en esa puja por establecerse en el lugar más favorable, o
dominarlo para su beneficio, surgieron los conflictos que desembocan en
guerras.
Según
la Biblia, los
judíos, originarios de la península arábiga, proclamaron que su dios, el único
Dios, les había prometido las tierras del Cercano Oriente para su asentamiento
definitivo. Y hacia allí se fueron a desplazar a quienes ya residían en esa
zona. Ahí la raíz del conflicto de Palestina que pervive hasta nuestros días.
En
Cuba, los historiadores hablan de tres grupos indígenas que se fueron
desplazando de este a oeste: los guanahatabeyes fueron empujados al occidente
por los siboneyes y estos por los taínos quienes, a su vez, recibían ya ataques
de los caribes, hasta que llegaron los españoles.
Lo
que quiero destacar es que junto a nuestra historia fabulosa del desarrollo del
conocimiento científico y de la tecnología y de salvadoras ideas humanistas,
todavía persiste la naturaleza animal que alimenta el egoísmo y las guerras.
Pero ahora, los medios de destrucción
son apocalípticos. El recuerdo de las bombas lanzadas sobre Hiroshima y
Nagasaki hace setenta años es apenas una muestra del entonces poder destructivo
de esas armas, multiplicadas hoy en número y potencia y en países que las
poseen. Súmesele a eso la contaminación de nuestro planeta por la acción humana
y concluiremos en que la advertencia dramática de que nuestra especie está en
peligro de extinción hecha por Fidel hace no tantos años, es un llamado urgente
a una sensata cordura universal. Ya entonces había dicho: cese la filosofía del
despojo y cesará la filosofía de la guerra.
La
maravillosa epopeya humana de cara al cosmos del que somos parte minúscula y, a
la vez, grandiosa, tiene la disyuntiva de amar y fundar, o de odiar y destruir.
José
Martí escribió: Es hora ya de que las fuerzas de construcción venzan en la
colosal batalla humana a las fuerzas de destrucción. La guerra, que era antes
el primero de los recursos, es ya hoy el último: mañana (que es ya hoy N.B.)
será un crimen (14-331)
También
nos propuso una fórmula para alcanzar eso que todo ser humano desea: la
felicidad: La felicidad existe sobre la tierra; y se la conquista con
el ejercicio prudente de la razón, el conocimiento de la armonía del universo,
y la practica constante de la generosidad (8-289) La fraternidad no es una
concesión, es un deber (6-227)
Cuando
Fidel nos convocó a una batalla de ideas, que son las que dan forma a la conciencia,
lo hacía con la convicción martiana de que una idea justa que aparece, vence
(5-105) He aquí la ley suprema, legislador de legisladores, y juez de
jueces:- la conciencia humana (9-26) La conciencia es la ciudadanía del
universo (6-363)
Publicado en el Blog Segunda Cita de Silvio
Rodríguez.
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