domingo, 23 de agosto de 2015

La epopeya de la humanidad



Por Rolando López del Amo

De ser el más tardío en aparecer en la evolución de las especies animales y, probablemente, el más vulnerable y dependiente entre los mamíferos, el ser humano pasó a ser el amo del planeta, hasta donde la madre naturaleza se lo permite.

De las selvas, bosques y cavernas en las que se alojaron nuestros antecesores, irguiéndose y liberando sus manos, el hombre comenzó a utilizar trozos de ramas y piedras como objetos útiles para su defensa y obtención de alimentos.

Un día descubrió, por azar, las virtudes del fuego y su empleo en usos diversos. Los griegos antiguos valoraban tanto el fuego que lo presentaban como algo para uso exclusivo de los dioses que imaginaron. Y, ciertamente, el uso del fuego dio a los seres humanos un poder que cambió sus condiciones de existencia.

De la comunicación por señas y gruñidos, gritos y susurros, los seres humanos fueron creando un lenguaje hablado que les permitiera comunicarse mejor entre sí y a conservar sus conocimientos en la memoria colectiva. Más tarde buscarían representación gráfica convencional a sus fonemas y crearon el lenguaje escrito. De esa forma, la memoria histórica obtuvo un mayor poder de conservación y difusión.

El ser humano fue aumentando su lenguaje con la obra que salía de sus manos; y, con el lenguaje, aumentaba su experiencia, conocimiento e inteligencia. Pensamiento y lenguaje marchan siempre unidos.

De simple recolector de los alimentos que la naturaleza le proporcionaba, el ser humano aprendió a cazar y, después, a domesticar y criar animales útiles y a cultivar la tierra para obtener alimentos. Y todo esto, claro está, se hacía en sociedad. Las familias de machos y hembras con sus crías se agruparon en grupos, clanes y tribus. Los unían lazos sanguíneos, modo de vida, costumbres, tradiciones, territorio.

Como ocurre con otros mamíferos, siempre hay algún miembro del grupo que juega un papel dirigente. En principio, el más fuerte. Pero la fuerza sin inteligencia es débil. Y los seres humanos encontraron fórmulas de combinar la fuerza superior de los jóvenes con la experiencia de los mayores y tuvieron consejos de ancianos de la tribu para consultar las decisiones de los jefes.

Junto al jefe guerrero y los ancianos existió otra categoría: el que tenía conocimientos para curar enfermedades. Esto les daba una jerarquía que los convirtió en seres de autoridad y privilegio que expandieron su oficio al contacto con las fuerzas de la naturaleza. Estos médicos primitivos se convirtieron en sacerdotes capaces de relacionarse con las fuerzas ocultas de la naturaleza que nos crea y nos mata.

Y con el paso del tiempo, la sociedad  humana se fue dividiendo en clases distintas, en castas. Unos eran jefes y guerreros, otros sacerdotes, otros trabajaban la tierra o pastoreaban el ganado o se dedicaban a la artesanía más variada para la producción de artículos de la vida cotidiana: armas, Instrumentos de labranza, vestidos, calzado, vasijas, etc.

Los seres humanos, como otros mamíferos, fijamos  un territorio de asentamiento que no estamos dispuestos a compartir con otros grupos humanos distintos del nuestro. Pero hay territorios más favorables por abundancia de agua, fertilidad del suelo y disponibilidad de recursos naturales. Y en esa puja por establecerse en el lugar más favorable, o dominarlo para su beneficio, surgieron los conflictos que desembocan en guerras.

Según la Biblia, los judíos, originarios de la península arábiga, proclamaron que su dios, el único Dios, les había prometido las tierras del Cercano Oriente para su asentamiento definitivo. Y hacia allí se fueron a desplazar a quienes ya residían en esa zona. Ahí la raíz del conflicto de Palestina que pervive hasta nuestros días.

En Cuba, los historiadores hablan de tres grupos indígenas que se fueron desplazando de este a oeste: los guanahatabeyes fueron empujados al occidente por los siboneyes y estos por los taínos quienes, a su vez, recibían ya ataques de los caribes, hasta que llegaron los españoles.

Lo que quiero destacar es que junto a nuestra historia fabulosa del desarrollo del conocimiento científico y de la tecnología y de salvadoras ideas humanistas, todavía persiste la naturaleza animal que alimenta el egoísmo y las guerras. Pero ahora, los medios  de destrucción son apocalípticos. El recuerdo de las bombas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki hace setenta años es apenas una muestra del entonces poder destructivo de esas armas, multiplicadas hoy en número y potencia y en países que las poseen. Súmesele a eso la contaminación de nuestro planeta por la acción humana y concluiremos en que la advertencia dramática de que nuestra especie está en peligro de extinción hecha por Fidel hace no tantos años, es un llamado urgente a una sensata cordura universal. Ya entonces había dicho: cese la filosofía del despojo y cesará la filosofía de la guerra.

La maravillosa epopeya humana de cara al cosmos del que somos parte minúscula y, a la vez, grandiosa, tiene la disyuntiva de amar y fundar, o de odiar y destruir.

José Martí escribió: Es hora ya de que las fuerzas de construcción venzan en la colosal batalla humana a las fuerzas de destrucción. La guerra, que era antes el primero de los recursos, es ya hoy el último: mañana (que es ya hoy N.B.) será un crimen (14-331)

También nos propuso una fórmula para alcanzar eso que todo ser humano desea: la felicidad: La felicidad existe sobre la tierra; y se la conquista con el ejercicio prudente de la razón, el conocimiento de la armonía del universo, y la practica constante de la generosidad (8-289) La fraternidad no es una concesión, es un deber (6-227)

Cuando Fidel nos convocó a una batalla de ideas, que son las que dan forma a la conciencia, lo hacía con la convicción martiana de que una idea justa que aparece, vence (5-105) He aquí la ley suprema, legislador de legisladores, y juez de jueces:- la conciencia humana (9-26) La conciencia es la ciudadanía del universo (6-363)


Publicado en el Blog Segunda Cita de Silvio Rodríguez.






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