domingo, 9 de agosto de 2015

Hacer es la mejor manera de decir



Por Rolando López del Amo 

Surgen en estos días voces preocupadas por la penetración ideológica que pudiera venir de los EEUU después del restablecimiento de relaciones diplomáticas y olvidan que esa penetración siempre ha estado presente.

Nuestra televisión nacional transmite una gran cantidad de material fílmico variado de factura norteamericana, incluyendo videos musicales. Y lo que no se transmite en el país la gente lo busca con antenas clandestinas o lo compra en los famosos paquetes para videos. A ello hay que sumar todo lo que está en la Internet  y la presencia de tres millones de turistas del mundo capitalista cada año a lo largo y ancho de nuestro país. Añádase a esto que hay una colonia cubana en los EEUU cercana a los dos millones de personas.

No se puede vivir dentro de una campana neumática o una torre de marfil. La vida tiene que desarrollarse dentro del mundo real. Históricamente, las ideas han circulado por el mundo, legal o clandestinamente, y las naciones interactúan modos de pensar y de ser y se influencian mutuamente. Esto es un fenómeno natural.

Sabemos bien que los grupos de poder mundial, desde el siglo XX, trataron de controlar la difusión de informaciones y presentar una versión o imagen de las cosas de acuerdo con su conveniencia. El jefe de la propaganda nazi afirmaba que una mentira repetida  constantemente se convertía en una verdad. El siglo XX fue el siglo del gran desarrollo de la publicidad comercial, bien cercana, en su esencia, al mencionado dicho goebbeliano: embellecer lo anunciado para hacerlo deseable.

Los que nacimos en Cuba en el segundo tercio del siglo pasado, antes de 1959, nos criamos bajo una enorme influencia y penetración cultural de los EEUU. En primer lugar, casi el cien por ciento  de las películas que se exhibían eran norteamericanas. Los niños crecimos viendo las creaciones de Walt Disney y el resto de los otros productores de muñequitos estadounidenses. Admirábamos a Tarzán, el blanco rey de la selva que imponía el orden y la justicia a los salvajes  africanos. O deseábamos ser como El llanero solitario, con su caballo Plata. O como El Fantasma, otro justiciero. Y qué decir de Supermán, el heroico extraterrestre venido del destruido planeta Krypton. No era solamente el cine, sino las tiras de muñequitos que venían como suplementos de los grandes periódicos una vez por semana y, posteriormente, en folletos separados a todo color.

Toda la información internacional que se difundía provenía de dos agencias de EEUU, la AP y la UPI. La incipiente televisión cubana transmitía numerosos programas filmados en EEUU. La música era una presencia constante, ya fuera Elvis Presley con su rock and roll, o las bandas de Glenn Miller y Benny Goodman, o las voces de Frank Sinatra y Nat King Cole, o The Platters, o Louis Armstrong. Y qué decir de nuestro deporte nacional, importado de los EEUU y con sus Ligas Mayores como si fueran las nuestras. O el boxeo profesional en el que descolló el campeón Joe Louis.

En la economía  el 85% de nuestro comercio exterior era con los EEUU y las empresas de electricidad y teléfonos eran norteamericanas, al igual que la mayoría de los bancos, las refinerías de petróleo, la planta niquelífera; prácticamente todo el transporte automotor y todo el combustible se importaban de los EEUU y la mayor parte de la industria azucarera pertenecía a empresas de ese país. Sería interminable la lista, incluyendo escuelas privadas y clubes de recreo. Sólo agreguemos a esto que la moda turística para la clase media era ir de vacaciones a los EEUU, aunque fuera solamente un fin de semana a Miami.

La idea del comunismo predominante en el país era la de un verdadero infierno. Cabe preguntarse entonces cómo fue posible que en poco más de dos años este pueblo sumergido en tamaña inundación ideológica se convirtiera, mayoritariamente, en un pueblo antiimperialista y socialista. 

Permítaseme una referencia bíblica: Por sus obras los conoceréis.

El pueblo es sabio y conoce y distingue entre lo que es bueno para él y lo que no lo es. La tiranía de Batista, que tomó el poder mediante un golpe militar apoyado por los EEUU y estableció un gobierno más de ladrones y corruptos y reprimió a los campesinos, a los obreros y a los jóvenes estudiantes no podía ser popular. De ahí que la vanguardia juvenil que encabezó la lucha contra ese régimen de ladrones, torturadores y asesinos, recibiera el respaldo de más del 90% de la población y la tiranía fuera derrotada. Pero con ello solamente comenzaba la revolución. Así lo advirtió Fidel entonces, a pocos días del triunfo revolucionario.

Lo que vino después lo mencionaré no en orden riguroso: reforma agraria, que entregó la tierra a quienes la trabajaban, ya fuera como arrendatarios, sub-arrendatarios, aparceros o precaristas y puso fin al latifundio, principalmente de propiedad extranjera mal habida. Recuperación de los bienes malversados por los gobernantes corruptos. Rebaja de las tarifas de electricidad y teléfonos, de los precios de los medicamentos, de alquileres, y después reforma urbana, que convirtió en propietarios a los inquilinos mediante el pago del alquiler. Eliminación de lacras como el juego y la prostitución, alfabetización de todos los analfabetos adultos. Educación y salud pública gratuitas. Liquidación del desempleo e inicio de la industrialización mayor del país en ramas básicas. Desarrollo de la enseñanza artística gratuita y del deporte. Impulso a la investigación científica.

El conjunto de cosas mencionadas anteriormente, en lo que habría que incluir la eliminación de los barrios de indigentes y la construcción de nuevas viviendas para el pueblo trabajador y la garantía de pensiones para todos los empleados en edad de retiro y la lucha abierta contra todas las formas de discriminación social, eran cosas que se podían palpar. No era palabrería hueca, sino acción social. Y a los que decían que esas medidas eran comunistas, un joven colombiano que visitó Cuba para un encuentro latinoamericano compuso un tema que en una de sus partes expresaba:

Si las cosas de Fidel
son cosas de comunista,
que me pongan en la lista,
que estoy de acuerdo con él.

El ejemplo personal y los hechos son el discurso más elocuente, y no hay Tarzán ni Supermán que los resistan.

La propaganda revolucionaria tiene ejemplos fabulosos de los tiempos en los que casi todos los medios de comunicación eran privados y no simpatizantes de la revolución. Lo que hacía la revista Mella en 1959 y la coletilla disidente que le añadían los trabajadores  de la prensa a los artículos contrarrevolucionarios que esta publicaba, son valiosos ejemplos.

En la defensa de nuestra nacionalidad hay que evitar caer en errores dogmáticos simplistas como los que llevaron en los años sesenta y setenta del siglo pasado a prohibir la difusión de la música de los Beatles, que hoy son homenajeados con  la escultura de John Lennon a tamaño natural hecha por Villa, y que está sentada en un banco de un parque del barrio de El Vedado en La Habana.

Al triunfo de la revolución de Octubre, en Rusia surgió un grupo llamado Cultura Proletaria que enarbolaba posiciones absurdas, como la negación de todo el arte anterior. Lenin le salió al paso con toda fuerza y derrotó semejante disparate. León Tolstoi dividía el arte en dos categorías: bueno y malo, según su factura. Carlos Marx, refiriéndose a La Iliada, decía que lo importante no era explicar el tipo de sociedad que produjo esa obra, sino como todavía seguía deleitándonos.

La nación cubana es el resultado de muchas mezclas étnicas y culturales, y es, como todo en la vida, algo siempre en desarrollo que no puede congelarse en el tiempo. Somos un pueblo internacionalista que cree que la Patria es la Humanidad. Pero un árbol sin raíces no se sostiene. La clave nos la dio José Martí: “injértese en nuestras repúblicas el mundo, pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas”.

La ideología es superestructura que depende, en última instancia, de su base económica. Y es en la realidad económica y política que se consolida la ideología.

Creo que fue el compañero Díaz Canel quien dijo –y no estoy citando textualmente, sino de memoria- que el mejor trabajo ideológico era hacer las cosas bien. Es la idea martiana: hacer es la mejor manera de decir.

Si somos ejemplo de lo que predicamos, si hacemos las cosas bien, tendremos el respeto y el apoyo necesarios para seguir adelante con nuestra obra, con el concurso de todos y para el bien de todos.

Martí nos recordaba: El pensamiento se ha de ver en las obras. El hombre ha de escribir con las obras. El hombre sólo cree en las obras (1-424)

Los sentidos de la justicia y el bien común son lámpara siempre encendida en el corazón de cada ser humano.
 (Tomado del Blog, Segnuda Cita de Silvio Rodríguez)

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