Todos, sin importar nuestra profesión, nivel académico o características personales, formamos parte de un amplio espectro llamado sociedad, donde interactuamos con nuestros semejantes. En ese medio, pasamos indistintamente por dos estados: en determinados momentos necesitamos de los demás y al mismo tiempo, los demás necesitan de nosotros. Es una cadena interminable, que nos acompaña durante toda la vida.
Sin embargo, en ese proceso lógico de nuestro decursar por este mundo, deben primar ciertas fórmulas para proveer equilibrio a las relaciones entre seres humanos. Aunque esas vías, sencillas y harto conocidas debieran formar parte del actuar cotidiano, a veces cometemos el error de pensar de un modo egoísta, y tratar a quienes nos ro-dean del mismo modo en que fuimos o somos tratados. Esa premisa resultaría magnífica si se aplicara solo de forma positiva, pero, lamentablemente, no es así.
Lo cierto es que cada vez con más frecuencia se observa el principio de que si alguien te maltrata, debes hacerle lo mismo a otra persona. Si hablas con alguien y no te presta atención, pues tú dejarás de escuchar a quienes se dirijan a ti. Si no fuiste bien atendido en un determinado lugar, actuarás del mismo modo cuando visiten tu casa o centro de trabajo. Ahí, comienza lo que pudiera llamarse círculo vicioso del maltrato, una cierta rebeldía que impide ver con claridad, y por lo tanto, juzgar a justos por pecadores.
Este tipo de actitudes son mucho más frecuentes de lo que pudiera pensarse y deterioran las normas de educación formal, los principios de la comunicación y peor aun, nuestra condición de seres humanos. Es precisamente la capacidad de pensar lo que nos diferencia de los animales, entonces ¿por qué no explotarla al máximo, antes de dar lugar a un comportamiento instintivo?
Miles de cosas buenas o malas nos suceden a diario. Componentes naturales de la cotidianidad, por los que no podemos culpar a nadie. Por eso, si tenemos un día difícil, es preferible aislarse hasta que se aclaren las ideas y no descargar sentimientos encontrados y frustraciones con quienes no la deben ni la temen. Tampoco podemos olvidar, que tanto en el hogar como en el trabajo, la escuela o la calle, somos seres sociales y por lo tanto, hay normas que no debiéramos violar.
Pensemos por un instante, ¿tiene acaso que pagar el cliente la desavenencia de una dependienta con su hijo?, ¿debe una mujer recibir un golpe de su esposo, solo porque este no supo entenderse con su jefe en la oficina? De ejemplos como estos pudiéramos escribir todo un libro, pero la moraleja es la misma: quienes nos rodean merecen respeto y consideración. Cuando seamos capaces de entender esa verdad, nos ahorraremos muchos malos ratos.
Uno de los fragmentos que más aprecio del concepto de Revolución emitido por nuestro Comandante en Jefe, es precisamente aquel en el que habla de ser tratados y tratar a los demás como seres humanos. Esas palabras, más allá de lo que significan para nuestro sistema social, constituyen una lección para todos los hombres y mujeres del planeta, pues la violencia solo genera violencia y el maltrato, solo genera maltrato.
Somos un pueblo culto, pero debemos hacer mejores galas de ese privilegio. Aprendamos a escucharnos, a entendernos, y será esa una victoria más ante la degradación y la pérdida de valores que amenazan nuestra condición humana. Si no somos capaces de enfrentar lo mal hecho, lo que nos hiere o lastima, no tenemos el derecho de arruinarle a nadie un solo instante de su vida.
Hablar es hermoso, para rugir, están los leones. No permitamos nunca que ellos se alcen en dos patas, y nosotros, comencemos a caminar en cuatro.
Tomado de Granma
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