Glenda Boza
Ibarra •
8 de Octubre del 2015 22:28:46 CDT
8 de Octubre del 2015 22:28:46 CDT
Pasó mucho
tiempo para que entendiera al Che. A estas alturas me pregunto si algún día
tendré su valor. A su altura comprendo entonces el verdadero significado de
altruismo.
Cuando escuché
de su historia por primera vez, hace más de 20 años, sentí el padecimiento del
asma, como lo único en común, sin embargo, por allí comencé a comprenderlo.
Entendí sus
días de «respiración entrecortada», atravesando la Sierra húmeda, la selva
espesa. Sobreviviendo a las noches del pitido en el pecho, de la sensación de
no poder llevar a los pulmones el aire que sobre y pensar todo el tiempo en la
posibilidad de morir. Solo entonces supe la diferencia entre nosotros: él nunca
temió a la muerte.
¿Cómo puede no
temerse a dejar de estar vivo, a cerrar los ojos para siempre?, me pregunté
hace 20 años.
«Menos mal que
existen/ , los que no tienen nada que perder/ , ni siquiera la muerte», me
respondería luego Silvio Rodríguez, en una canción.
«Se arriman a
la noche y al día/ y sudan si hay calor/ y si hay frío, se mudan/ no esperan
echar sombra o raíces/, pues viven/ disparando contra cicatrices».
Este 8 de
octubre regresé en el tiempo. Volví a la plazoleta de mi escuela, aquel día
cuando alguien de mi familia —a ciencia cierta no recuerdo quién— anudó a mi
cuello la pañoleta azul.
Retorné y me vi
formada, nerviosa e impaciente, cerca de mis compañeritos de Primaria, de mis
amigas de toda la vida.
Me encontré
repitiendo que sería como el Che y reflexioné cuánto he hecho ahora, a mis 27,
para cumplir esa promesa que me hice a mí misma cada día durante mis años como
pionera. Ni siquiera sé si podré ser como él, pero lo intento.
Al Che lo sentí
más cerca con apenas diez años, cuando mi padre me presentó a uno de los
ingenieros geofísicos que buscaron y encontraron sus restos.
Quizá Noel
Pérez Martínez no se acuerde de mí. Era muy pequeña y desde el regazo de papá,
lo escuché hablar muy bajito, a lo lejos. Mi hermana Ara, en cambio, insistió
en fotografiarse con él.
Era una foto
imprescindible, que todavía guardamos en casa. Noel había estado allí, en el
lugar donde estuvieron por 30 años los restos de Guevara, a la espera de ser
encontrados, a la espera de los suyos.
Desde aquel día
de 1997, el Che nos acompaña más. Ahora lo hace desde su Mausoleo de Las
Villas, donde es más fuerte su presencia, donde es casi posible sentirlo,
tocarlo.
Y aunque
igualarlo es un reto, precisa de intentos. El Che fue el hombre nuevo del que
habló. «Hiciste una creación única, te hiciste a ti mismo, demostraste cómo es
posible ese hombre nuevo (…), porque existe, eres tú», le escribiría Haydée
Santamaría al conocer de su asesinato en Bolivia.
«Con tus ojos
abiertos, América Latina tenía su camino pronto», mas él nunca los cerró y su
espíritu todavía recorre el continente desde el río Bravo hasta la Patagonia.
Su espíritu
también me acompaña, cada junio y octubre, y a veces siempre. «Menos mal que
existen/ menos mal que existen/ para hacernos…».
TOMADO DE JUVENTUD REBELDE.
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