Una
entrevista concedida por Descemer Bueno a este diario lleva a
reflexionar sobre los derroteros de este prolífico compositor cubano y
acerca de algunos conceptos que expone.
Una entrevista concedida por Descemer
Bueno a este diario lleva a reflexionar sobre los derroteros de este
prolífico compositor cubano y acerca de algunos conceptos que expone.
Sigo su carrera, como muchos de mi generación, desde que formaba parte de Estado de Ánimo, aquella agrupación surgida a principios de los 90 del siglo pasado que, además de su trabajo como banda independiente, acompañaba a Santiago Feliú en memorables conciertos en el teatro Mella. Era una propuesta musical innovadora. Ya Descemer ensayaba la fusión de ritmos, desde los autóctonos hasta los más universales. La experimentación y la búsqueda de resultantes sonoras novedosas continuó siendo una constante, lo mismo en Columna B que cuando integró en el 2001 la nómina de Yerba Buena.
Y es que el Descemer, popular hoy entre los cubanos como cantante y compositor de Bailando y otros temas, se inició en el mundo de la canción atrapándonos con sus boleros, interpretados por Fernando Álvarez y editados en el fonograma Sé feliz de la Egrem. Otro importante álbum fue Amor y música, con Kelvis Ochoa, en la interpretación y autoría de muchos temas. Si bien sus textos tienden a ser claros y sencillos, algunos especialistas sostienen que Descemer llegó a la canción de la mano de dos grandes a quienes admira: Santiaguito y Serrat.
Así nos mostró la primera evidencia de la aparición de caminos diferentes en su carrera como compositor, sin que esto implicara la negación de los anteriores, sino la incorporación de estas búsquedas al resultado creativo que nos venía legando. Ello se evidenció otra vez en el teatro Mella, en el 2014, donde vimos a un Descemer versátil, no solo en la creación, sino también en la interpretación, así como en la variedad de invitados con los que comparte la escena. Un panorama de lo que había sido su carrera hasta la fecha.
Luego han llegado a nosotros sus más recientes éxitos internacionales, no solo por la interpretación de obras de su autoría, sino por las colaboraciones con otros intérpretes. Aquí se demuestra la búsqueda de sonoridades inéditas en el panorama de la música urbana, algo que no es nuevo en la obra de Descemer. Hay en él una búsqueda incansable que, a pesar de la popularidad, no lo ha paralizado ni encasillado. La creación artística, como proceso, es de naturaleza compleja, y en ella la experimentación es totalmente válida.
Es válido también que el artista busque que su obra trascienda, llegue a los públicos y guste. Así llegó Descemer al público cubano. Así se hizo popular y querido como artista, despojado de mercantilismos, porque no los necesita, porque su talento alcanza para hacer buena música, renovadora y sustanciosa, sin entregar el alma a los demonios del mercado.
No reconozco en esa entrevista al Descemer a quien he admirado durante años. Ahora bien, dígalas quien las diga, no puedo comulgar con algunas afirmaciones que se hacen en la entrevista mencionada.
El camino de las concesiones no llevará jamás a otro sitio que a más y más concesiones. En el alma de un creador tiene que habitar mucho la honestidad, para forjar una obra que sea auténtica.
«Trabajar para la gente», no entraña la obligación ir corriendo detrás de las modas, sobre todo las de esta época de regresión estética y ética en que nos ha tocado vivir.
Tomar del pueblo, o de los pueblos, su savia, recrearla y devolverla con maestría y sencillez, es lícito y muy hermoso. Eso es popular. Ahora, montarse en el «carro» de lo fácil, y además, por razones mercantiles, es populismo pragmático que nada tiene que ver con el arte verdadero.
¿Qué significa «Darle a la masividad lo que la masividad quiere»? A mi juicio, un grave error de concepto. Ese gusto de «la masividad» ha sido construido por las corporaciones transnacionales con muchos recursos económicos y una maquinaria promocional muy eficaz, a lo que se añaden nuestros errores institucionales, en el caso de Cuba. Millones de personas en el mundo creen que siguen por elección propia a una celebridad determinada, cuando, realmente, han sido conducidos a ello por esa gran maquinaria.
El gusto puede enriquecerse, transformarse, hacerse mejor y más abierto a manifestaciones artísticas exigentes y profundas. Creadores de vanguardia, de la calidad de Descemer, han contribuido a ampliar los patrones populares del gusto.
¿Por qué los cubanos, que hemos forjado y defendido una verdadera cultura popular, tenemos que subordinarnos a los códigos globalizados y mediocres que nos quieren imponer? En muchos campos, representamos dignamente la diferencia, y no debemos olvidar que tenemos también esa responsabilidad ante la cultura, ante nuestro pueblo y ante la humanidad toda. Así nos ve y nos admira el mundo.
Las grandes transnacionales han convertido en una mercancía el arte y, al banalizarlo, han traicionado el extraordinario mensaje humanista y liberador que hay en la cultura verdadera. El mercantilismo del arte nos empobrece y contribuye al proyecto global de dominación.
La cultura que hace a las personas más libres, al decir de Martí y de Fidel, no es la que se hace para vender, sino aquella que expresa la batalla auténtica, compleja y para nada facilista de un creador por expresar sus verdades, las de su pueblo, las de su generación. Ese es el arte asociado al crecimiento y a la libertad del ser humano, el que defiende nuestra política cultural.
Tomado de Granma
Sigo su carrera, como muchos de mi generación, desde que formaba parte de Estado de Ánimo, aquella agrupación surgida a principios de los 90 del siglo pasado que, además de su trabajo como banda independiente, acompañaba a Santiago Feliú en memorables conciertos en el teatro Mella. Era una propuesta musical innovadora. Ya Descemer ensayaba la fusión de ritmos, desde los autóctonos hasta los más universales. La experimentación y la búsqueda de resultantes sonoras novedosas continuó siendo una constante, lo mismo en Columna B que cuando integró en el 2001 la nómina de Yerba Buena.
Y es que el Descemer, popular hoy entre los cubanos como cantante y compositor de Bailando y otros temas, se inició en el mundo de la canción atrapándonos con sus boleros, interpretados por Fernando Álvarez y editados en el fonograma Sé feliz de la Egrem. Otro importante álbum fue Amor y música, con Kelvis Ochoa, en la interpretación y autoría de muchos temas. Si bien sus textos tienden a ser claros y sencillos, algunos especialistas sostienen que Descemer llegó a la canción de la mano de dos grandes a quienes admira: Santiaguito y Serrat.
Así nos mostró la primera evidencia de la aparición de caminos diferentes en su carrera como compositor, sin que esto implicara la negación de los anteriores, sino la incorporación de estas búsquedas al resultado creativo que nos venía legando. Ello se evidenció otra vez en el teatro Mella, en el 2014, donde vimos a un Descemer versátil, no solo en la creación, sino también en la interpretación, así como en la variedad de invitados con los que comparte la escena. Un panorama de lo que había sido su carrera hasta la fecha.
Luego han llegado a nosotros sus más recientes éxitos internacionales, no solo por la interpretación de obras de su autoría, sino por las colaboraciones con otros intérpretes. Aquí se demuestra la búsqueda de sonoridades inéditas en el panorama de la música urbana, algo que no es nuevo en la obra de Descemer. Hay en él una búsqueda incansable que, a pesar de la popularidad, no lo ha paralizado ni encasillado. La creación artística, como proceso, es de naturaleza compleja, y en ella la experimentación es totalmente válida.
Es válido también que el artista busque que su obra trascienda, llegue a los públicos y guste. Así llegó Descemer al público cubano. Así se hizo popular y querido como artista, despojado de mercantilismos, porque no los necesita, porque su talento alcanza para hacer buena música, renovadora y sustanciosa, sin entregar el alma a los demonios del mercado.
No reconozco en esa entrevista al Descemer a quien he admirado durante años. Ahora bien, dígalas quien las diga, no puedo comulgar con algunas afirmaciones que se hacen en la entrevista mencionada.
El camino de las concesiones no llevará jamás a otro sitio que a más y más concesiones. En el alma de un creador tiene que habitar mucho la honestidad, para forjar una obra que sea auténtica.
«Trabajar para la gente», no entraña la obligación ir corriendo detrás de las modas, sobre todo las de esta época de regresión estética y ética en que nos ha tocado vivir.
Tomar del pueblo, o de los pueblos, su savia, recrearla y devolverla con maestría y sencillez, es lícito y muy hermoso. Eso es popular. Ahora, montarse en el «carro» de lo fácil, y además, por razones mercantiles, es populismo pragmático que nada tiene que ver con el arte verdadero.
¿Qué significa «Darle a la masividad lo que la masividad quiere»? A mi juicio, un grave error de concepto. Ese gusto de «la masividad» ha sido construido por las corporaciones transnacionales con muchos recursos económicos y una maquinaria promocional muy eficaz, a lo que se añaden nuestros errores institucionales, en el caso de Cuba. Millones de personas en el mundo creen que siguen por elección propia a una celebridad determinada, cuando, realmente, han sido conducidos a ello por esa gran maquinaria.
El gusto puede enriquecerse, transformarse, hacerse mejor y más abierto a manifestaciones artísticas exigentes y profundas. Creadores de vanguardia, de la calidad de Descemer, han contribuido a ampliar los patrones populares del gusto.
¿Por qué los cubanos, que hemos forjado y defendido una verdadera cultura popular, tenemos que subordinarnos a los códigos globalizados y mediocres que nos quieren imponer? En muchos campos, representamos dignamente la diferencia, y no debemos olvidar que tenemos también esa responsabilidad ante la cultura, ante nuestro pueblo y ante la humanidad toda. Así nos ve y nos admira el mundo.
Las grandes transnacionales han convertido en una mercancía el arte y, al banalizarlo, han traicionado el extraordinario mensaje humanista y liberador que hay en la cultura verdadera. El mercantilismo del arte nos empobrece y contribuye al proyecto global de dominación.
La cultura que hace a las personas más libres, al decir de Martí y de Fidel, no es la que se hace para vender, sino aquella que expresa la batalla auténtica, compleja y para nada facilista de un creador por expresar sus verdades, las de su pueblo, las de su generación. Ese es el arte asociado al crecimiento y a la libertad del ser humano, el que defiende nuestra política cultural.
Tomado de Granma
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