Es corto el tiempo para hacer.
Como si nos hubiéramos acostumbrado a hablar de crisis de valores, —al punto que ya no puede dejar de ser parte de nuestra vida y nuestro discurso—, buscamos los culpables (el periodo especial y las carencias económicas derivadas de él, por solo mencionar un ejemplo); y hemos olvidado que la formación de las nuevas generaciones es el resultado de nosotros mismos enfrentados a esas estrecheces materiales y mentales, y lo más importante, el análisis de las consecuencias que tendría no empezar a enfrentarlas debidamente.
Hace pocos días escuché a alguien lamentarse porque en el Día de las Madres, uno de los niños de su cuadra, quien formaba parte de otro conjunto mayor de esos “diablillos” que “adornan” todos los vecindarios, arremetieron a piedras contra su puerta. La señora estaba compungida por verse en la “triste necesidad” de hacerle al pequeño y a su familia un llamado de atención desde la inteligencia, la madurez y la civilidad, y pesaba sobre su conciencia la reacción que provocó el acontecimiento.
Porque no estamos acostumbrados a sentirnos responsables con la educación de la sociedad, y creemos que es asunto de la institución escolar, la familia puertas adentro, y no nos consideramos todavía parte de ese necesario eslabón que es la comunidad.
El reclamo del Ministerio de Educación de estrechar los vínculos entre esos tres factores radica precisamente en sentirnos todos partícipes, no ya circunscribiéndonos a límites geográficos, sino entendiendo que la “comunidad país” lo necesita, y que solo allí donde a una familia le falten las herramientas para educar a su hijo, puede ser usted mismo un agente de cambio.
No hay tiempo ya para sentarse a debatir sobre valores, como si se tratara de un concepto subjetivo y no de la vida diaria, que de ir tan rápido no nos deja tiempo más que para criticarnos, y en muy escasas excepciones para tomar partido en la educación de los jóvenes.
Si por cada uno de ellos que usted ha mirado inquisitivo cuando arroja la basura al piso, o lanza malas palabras al viento, o maltrata la naturaleza, o sube el volumen de su música estridente… en lugar de esa contemplación pasiva y el pensamiento enfermizo de creer en la imposibilidad del mejoramiento humano y pensar en la perdición de la juventud, se hubiera abierto paso a una reflexión, una actitud participativa y una lección respetuosa, es posible que ese día su intervención haya sido un granito de arena que transformara un poco más la sociedad.
¿Nos hemos puesto a pensar acaso en lo álgidas que se vuelven las discusiones sobre este tema y cuánto puede influir eso en la propia conciencia de los más jóvenes? ¿O qué funciones cumplen en las escuelas las llamadas estrategias para potenciar valores, cuando a veces no son más que pedazos de papel y tinta engavetados y confeccionados en función de un calendario de informes, sin iniciativa ni intencionalidad? La inteligencia y el ejemplo son los dos únicos pilares desde los cuales construir estrategias de este tipo, y a veces no es necesario ni llevarlas al papel, si las enarbolamos de forma consecuente con nuestros principios y nuestra forma de actuar.
No queda tiempo para ir desdeñando oportunidades de enseñar que existe una mejor manera de vivir, porque puede llegar ese instante en que ya no quedará ni para los lamentos, y cuando ese momento llegue seremos los mismos primates que rascándose la cabeza hace millones de años, no podían explicarse el mundo.
(tomado de Granma).
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