Coherentes, consecuentes
Autor: Pedro
de la Hoz González | pedro@granma.cu
26 de mayo de
2016
La Cuba de hoy nada tiene que ver
con aquel “palmar vendido, sueño descuartizado, duro mapa de azúcar y de
olvido” que tanto le dolió a Nicolás Guillén. Esto que parece obvio no lo es
para algunos trasnochados nostálgicos, que pretenden maquillar el pasado
mediante delirantes e insostenibles malabarismos estadísticos.En más de medio siglo de transformaciones revolucionarias, el país ha registrado notables e indiscutibles avances, reconocidos no solo por los amigos sino también por instituciones y personas para nada sospechosas de afinidades políticas o cercanías ideológicas.
Estas realidades no implican que hayamos cumplido nuestras aspiraciones, ni satisfecho nuestras expectativas. No hablemos ya de aquellas fundadas en la lógica de un proceso en permanente construcción, que se ha abierto paso en medio de agresiones, hostilidades y coyunturas adversas, sin descontar errores propios. Agobios, carencias y necesidades se triangulan en la cotidiana existencia de una sociedad que no se arredra y resiste, y lucha por salir adelante.
El mundo tampoco es el de hace 50 o 60 años. Ni siquiera el de tres décadas atrás. Desde entonces hasta la fecha hemos sobrevivido a la desaparición del orden bipolar, a la peor crisis económica que jamás hubiéramos imaginado, a recurrentes amenazas imperiales, a despiadados intentos injerencistas, a los virus neoliberales que circulan por el orbe y a las imposiciones hegemónicas.
Hay que saber leer ese mundo —el de afuera y el de adentro— y atemperar nuestras estrategias y programas para no perder la brújula y continuar avanzando, como suele decir Raúl, sin prisa pero sin pausa.
Dicho sea esto en atención a dos compulsiones encontradas y extremas. Están, de un lado, los que nos incitan a pisar a fondo el acelerador y apuestan por la restauración capitalista, la desregulación de las leyes del mercado, la teología de la privatización y la naturalización de la desigualdad. Están, del otro, los inmovilistas, los dogmáticos, los adocenados, los acomodados, los inertes; algunos de estos últimos, avezados en las artes del gatopardismo, esa doctrina que propugna aparentes cambios para que nada sea cambiado.
En un reciente ensayo, titulado Problemas del socialismo cubano, el intelectual Fernando Martínez Heredia resume este contrapunto a partir de un deslinde conceptual que comparto: “Cuba está entrando en una etapa de dilemas y alternativas diferentes, entre los que sobresalen los que existen entre el socialismo y el capitalismo, teatro de una lucha cultural abierta en la que se pondrá en juego nuestro futuro. El gran dilema planteado es desarrollar el socialismo o volver al capitalismo. No servirá aferrarse meramente a lo que existe, habrá que desarrollar el socialismo. Tampoco debemos creer que el capitalismo será un futuro inevitable, que hasta podría traer progresos consigo: sería regresar al capitalismo. No se está librando una pugna cultural entre el neoliberalismo y la economía estatal: es entre un socialismo que tendrá que transformarse y ser cada vez más socialista, o perecerá, y un capitalismo que ha apostado a acumular cada vez más fuerza social, ir conquistando con sus ilusiones a la sociedad y que se vayan acostumbrando los cubanos a sus hechos, sus relaciones y su conciencia social”.
Si bien es cierto que la naturaleza de ese escenario nos remite a la cultura, aprehendida en su más amplia acepción, creo pertinente situar en el terreno de la práctica política y económica inmediata ciertas claves para dilucidar la cuestión.
Una de estas claves pasa por la profundización de los mecanismos de participación ciudadana en los debates públicos y su contribución a la toma de decisiones, voluntad que debe ponerse nuevamente de manifiesto durante el proceso que en estos momentos da continuidad al 7mo. Congreso del Partido. El debate amplio y democrático de los documentos programáticos con la militancia del Partido, la UJC, representantes de las organizaciones de masas y de diversos sectores de la sociedad, el cual exige, como lo reclamó el Primer Secretario del Partido, “escuchar, razonar y tener en cuenta la opinión de la militancia y del pueblo en general”, debe conducirnos a asumir conscientemente responsabilidades y compromisos, individuales y colectivos.
Tenemos que aprender a trabajar por conquistar metas medibles, posibles, inmediatas, a sabiendas de que otras, de alcance más dilatado, dependerán de la consistencia con que sepamos consolidar aquellas.
En 1989, Silvio Rodríguez, ante la vista del ya próximo fin de siglo, entonó en una memorable canción: “Pero ahora que se acerca saco en cuenta/que de nuevo tengo que esperar/que las maravillas vendrán algo lentas/porque el mundo tiene aún muy corta edad”. Mas no por ello dejó de clamar: “Venga la esperanza, pase por aquí…”.
Como para saber que mientras todo lo que hagamos se revertirá en ganancias futuras, no podemos darnos el lujo de renunciar a trabajar por mejorar el presente, ahora y aquí, nosotros mismos.
El único modo de hacerlo es siendo coherentes y consecuentes a la vez.
Tomado de Granma
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