lunes, 16 de mayo de 2016

Hegemonía y cultura de resistencia.

Graziella Pogolotti




Por: Graziella Pogoloty


El Departamento de Teatro de la Casa de las Américas está convocando a su habitual Mayo Teatral. Habrá talleres, foros de debate y la presentación pública de obras de reconocidísimos conjuntos escénicos latinoamericanos. En esta ocasión coinciden varias efemérides significativas, entre ellas el cincuentenario de La Candelaria de Bogotá, ejemplo relevante de la cultura de resistencia que se multiplicó en las tablas latinoamericanas después del triunfo de la Revolución Cubana. La originalidad del pensamiento que inspiró el combate en la Sierra Maestra, su espíritu antidogmático y guerrillero abrieron perspectivas inesperadas a los artistas que sufrían el dolor de sus pueblos y soñaban con una auténtica liberación nacional.
Colombia ha atravesado un destino trágico, mucho más sombrío después del asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, un popular líder reformista en lo que se conoce desde entonces como El bogotazo. El azar hizo que Fidel viviera allí aquel momento de insurrección popular. Las negociaciones en curso entre el Gobierno colombiano y las FARC se proponen alcanzar la paz en un conflicto que ha dejado un saldo considerable de muertos y desaparecidos.
Contra viento y marea, los teatreros colombianos han sellado su compromiso esencial con el arte del diálogo permanente con un público que ha ido creciendo junto a ellos. Desde el primer momento, había que repensarlo todo. Buscaron un modelo de producción que asegura la supervivencia. Aprovecharon alianzas circunstanciales con autoridades municipales y con universidades. Preservaron siempre los principios éticos y el propósito mayor. No aceptaron mercedes que implicaran tentaciones mercenarias. Organizaron la Corporación colombiana de teatro articulada a los sindicatos y a los movimientos estudiantiles. De ese modo pudieron hacer giras y animar festivales ajenos al menor atisbo de mercantilismo.
Sobrevivir ha sido difícil. Pero el desafío mayor estuvo en la edificación de procesos de creación para encontrar los nexos entre contemporaneidad y resistencia cultural, en rescatar lo viviente de la creación sin convertirse en un museo arqueológico de la memoria, en la reproducción ahistórica de los arquetipos, y romper las ataduras de un doctrinarismo dogmático. Abandonaron las recetas gastadas del mero reflejo de la realidad y de la retórica aleccionadora dirigida a espectadores subnormales. Investigaron contextos y antecedentes. Cuando lo consideraron útil, acudieron a la colaboración de especialistas.
Santiago García, el maestro fundador, ha sido, ante todo, un artista inscrito en el mundo de las ideas. A lo largo del trabajo ha ganado autoridad, sin ejercer nunca el autoritarismo. Los actores del grupo no son títeres manipulables. Participan desde su inteligencia, su oficio, su talento y sus vivencias personales en una creación colectiva.
Por eso La Candelaria vive. Nunca descuidó la renovación del lenguaje escénico. Incorporó desde el principio la música en vivo. Favoreció el autorreconocimiento del espectador con el empleo crítico e inteligente del humor.
Me valgo hoy de mi pequeño espacio en Juventud Rebelde para abordar una temática que abandoné hace tiempo. En medio de la decisiva batalla cultural contemporánea, me parece imprescindible convocar a teatristas y al potencial público joven dispersos a asistir a las propuestas escénicas de este Mayo Teatral.
No invito a la copia mecánica. Aspiro a sacudir la inercia intelectual que nos corroe.
El proceso creador y el encuentro múltiple con los espectadores cumplen la función suprema del arte. Descubrir la clave de lo que no es visible, de aquello que se oculta tras las apariencias, el núcleo de una cultura de la resistencia. Se origina en La Candelaria, ámbito de estudio, investigación y construcción de cada proyecto. El nombre del grupo nació del limitado remanente del viejo Bogotá, símbolo también de resistencia. Porque, más allá, se expande la urbe que se constituye en imagen tangible del poder hegemónico, abierta al consumo, al mundo del comercio y de las finanzas de dudosa procedencia.
Defender la vida de un teatro vuelto hacia la resistencia constituye de por sí una de las hazañas indispensables en el batallar contemporáneo por la preservación de la especie. Congrega la presencia humana viviente. Enhebra las angustias de las personas con las inquietudes de círculos más amplios. Equivale al foco guerrillero enfrentado al dominio hipnótico de los medios, del entretenimiento, de la invasión del espectáculo frívolo, farandulero que devora y desacredita el espacio de la política.
Durante medio siglo de trabajo e ininterrumpido crecimiento, La Candelaria se ha entregado a un permanente ejercicio de desajenación. En un país desgarrado por la violencia, se ha comprometido con la defensa de la paz y de la justicia. No ha eludido riesgos. Ha reivindicado, sin concesiones, el papel del arte.
Por ese motivo, su obra toda, desde Guadalupe años sin cuenta hasta el más reciente camino, trasciende las fronteras de Colombia. Está hablando también para nosotros. Nos invita a pensar. Sacude nuestras conciencias, nuestra razón de ser y nuestro sentido de la vida.

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