Graziella Pogolotti •
4 de Diciembre del 2016 1:13:27 CDT
Fidel es Cuba porque el Comandante encarnó las esencias más
profundas de la nación y la cultura. Después de los fundadores de la
patria, enhebró en un mismo tejido, memoria y sueños, clave del misterio
de la Isla perseguido siempre por los poetas.
La historia es una fuerza viviente construida una y otra vez, hecha
obra tangible por las manos de los hombres y construida por el
inabarcable universo intangible, unión de mitos y remembranzas, de
instantes de plenitud y de momentos de dolor, de aconteceres personales y
colectivos, de las artes que nos acompañan, del perfil de los héroes y
de la mano amiga de todas las edades. Enraizados en la memoria, parte
inseparable de ella, se forjan los sueños. De Céspedes recibimos el
gesto primero, de Martí, la acción, la prédica, la visión poética y la
base de una política fundada en la ética. De todos ellos nos llegó que
el proyecto de nación descansa sobre el ser humano que lo sostiene.
La vida carga las palabras de ayer de nuevos sentidos. Desde la
perspectiva de ahora, José Martí fue el autor intelectual del Asalto al
Cuartel Moncada, porque representaba la síntesis de una memoria
entretejida de sueños. El gesto de los combatientes que desafiaron la
fortaleza militar de la tiranía devolvía a los cubanos la luz de un
sueño posible, el impulso indetenible de la esperanza, la fe que une y
salva y la confianza en la potencialidad latente que reside en cada uno
de nosotros. Por eso, la derrota fue aparente. Era el anuncio de un
recomienzo. De esa manera, un puñado de hombres, una pequeña vanguardia
se hizo pueblo. Muchos fueron cayendo en la Sierra y en el llano. Pero
una multitud estuvo dispuesta a inmolarse en Girón y durante la Crisis
de Octubre.
Unos pocos fueron cantera de una gran masa. Las razones son
numerosas. Se hizo la Reforma Agraria siempre postergada. Se barrió con
el analfabetismo y hubo escuelas para todos. Se accedió a la vivienda y a
los servicios médicos. En el universo de lo intangible, se conquistó la
independencia malograda. Se rescató la dignidad de la persona, de los
marginados en razón de la pobreza o del color de la piel. Se recató la
dignidad de la nación, que tuvo voz propia y alcanzó protagonismo en el
escenario mundial.
Generaciones enteras han crecido junto a la palabra de Fidel. Sus
discursos constituyen un método pedagógico ejemplar, valedero para todas
las formas de educación. Nunca autoritario, reconstruye la causa de las
cosas y avanza mediante la formulación de sucesivos porqués planteados
desde la primera persona y compartido con la audiencia. Es un modo de
enseñar a pensar, de trazar el camino hacia la independencia de
criterio, de situarse en las antípodas de los recetarios dogmáticos. Así
pudo hacer una revolución antimperialista contra el ejército, así
vencimos y logramos sobrevivir hasta ahora. Han sido años de intenso
aprendizaje, pero de su legado de historia y de conceptos, queda mucho
por aprender. En su pensamiento habrá de encontrar la izquierda
desconcertada de hoy fuentes de primordial importancia. Nosotros
formamos parte de ella, pero situados en la frontera del imperialismo en
momentos de intenso peligro, tenemos que solventar nuestros propios
problemas.
Lector insaciable, Fidel devoró textos de historia, de ciencias
políticas, de economía, de literatura, de economía, de asuntos
fundamentales de las ciencias. Esos materiales dispersos no fueron
asimilados como una sumatoria de datos. Intelectual de cuerpo entero,
para Fidel, fuentes tan variadas de conocimiento se articularon
alrededor de un eje irradiante: el destino del ser humano. Elaboró de
ese modo un saber de inspiración humanista. Trascendió fronteras. Con el
referente de una tradición clásica, mantuvo la mayor actualización
posible. Tampoco se redujo a límites doctrinarios. Asimiló cuanto
procediera de cualquier parte con visos de utilidad. Pero lo hizo desde
la óptica de un pensamiento crítico, atento al aquí, al ahora y a la
especificidad de nuestras culturas y necesidades, siempre curioso e
interrogante, nunca mimético.
Su capacidad integradora de conocimientos y su visión humanista
articulaban las ineludibles consideraciones conceptuales y la cercanía
al ser humano concreto. La teoría no se traducía en abstracción y la
práctica no se traducía en mero utilitarismo. La facultad de
concentración se complementaba con la observación minuciosa. Así se
manifestaba en el trato a sus interlocutores, atento siempre a las
señales de algún padecimiento, al gusto revelador de inquietud o
preocupación. El gesto caballeroso era reflejo de delicadeza de
espíritu. De esas cualidades dimanó su talento de estratega en lo
militar y también en lo político. Al estudiar la tradición del
pensamiento socialista con ojo crítico, se desprendió del legado
mecanicista, venido del positivismo, tan influyente en nuestras tierras.
Sin desconocer el peso de los factores objetivos, tuvo en cuenta el
papel de la subjetividad. Apostó a favor del ser humano. Confió en él.
Sin subestimar las necesidades materiales que nos acosan, creyó que la
batalla decisiva se libraba en términos de mejoramiento humano. Lo había
aprendido en sus lecturas de José Martí. Por eso, fue indoblegable su
voluntad de sembrar futuro, de privilegiar la educación, la voluntad de
superación y de impulsar el desarrollo de la ciencia más avanzada, en
una isla pobre y pequeña. Decir siempre la verdad mirando a los ojos es
muestra de confianza en la persona, acrecienta su autoestima y nos
libera del fatalismo que tanto pesó sobre nuestras conciencias durante
la República neocolonial.
Como algunos artistas excepcionales ha sabido descubrir en la
realidad lo que todavía no era visible para todos. Según García Márquez,
veía crecer la yerba.
Removió ideas, rescató independencia y soberanía. Sembró ciencia,
cultura, autoestima, fe en nuestras fuerzas y en el futuro, ese crisol
unitario que mueve montañas.
Tomado de Cubadebate.
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