La notable vocalista, bajo los auspicios de Producciones Colibrí y por iniciativa de la musicóloga Marta Bonet, recrea como pocos artistas hoy podrían hacerlo, la obra de Adolfo Guzmán, uno de los autores que engrandecieron la canción cubana hacia la medianía del pasado siglo
No es posible permanecer indiferente
luego de la audición del álbum Libre de pecado, de Beatriz Márquez, el
cual acaba de obtener el Gran Premio de Cubadisco 2018. La notable
vocalista, bajo los auspicios de Producciones Colibrí y por iniciativa
de la musicóloga Marta Bonet, recrea como pocos artistas hoy podrían
hacerlo, la obra de Adolfo Guzmán, uno de los autores que engrandecieron
la canción cubana hacia la medianía del pasado siglo.
De una parte está la probada musicalidad de la cantante. Pero sobre todo la manera de encarar estas piezas. No solo cumple con la demanda melódica
–Guzmán es de esos melodistas que tensan la línea de canto y la dibujan con vocación de orfebre–, sino con una ajustada y sensible interpretación.
Sobre esto el musicólogo Jesús Gómez Cairo, en las notas que acompañan el disco precisa: «La voz de Beatriz, potencialmente poderosa, se torna aquí mesurada, se mueve en el espectro de las sutilezas tímbricas y agógicas, absolutamente ajena a cualquier aspaviento, evitando los clímax extremos, adoptando tonos y colores tenues, por momentos susurrantes».
Beatriz llega a Guzmán en el momento exacto. Otro había sido el resultado de emprender anticipadamente la entrega, bueno, nadie lo duda, pero quizá sin la plenitud que ahora se respira. Esta es la versión de la madurez de una artista que nunca ha dejado de crecer.
Luego está la significación de la propia obra de Guzmán y la necesidad de que sus valores queden plasmados como se debe y no se les tenga como referencias pasadas, sino vigentes.
Las 11 obras interpretadas por Beatriz configuran un panorama esencial de la creación de Guzmán. Desde No puedo ser feliz (1953) hasta Por tu falso amor (1970), compuesta especialmente para una jovencísima Beatriz que por entonces comenzaba a fulgurar en la vida musical de la Isla, se llega a la médula de un modo de concebir la canción que desarrolló y actualizó la tradición lírica cubana y la arropó con los hallazgos de la música de concierto, en particular el legado del estilo impresionista.
Por si fuera poco, o Beatriz encontró el respaldo adecuado en la producción musical y dirección artística de Jorge Aragón, autor de formidables orquestaciones. Con el piano, su instrumento, en el centro de gravedad, el músico repartió protagonismo entre la Sinfónica del Lyceum Mozartiano, dirigida por José Antonio Méndez Padrón, y una banda de jazz integrada por probados y jóvenes instrumentistas, y cuando creyó conveniente sumó las calidades del coro Entrevoces, liderado por la maestra Digna Guerra. En Profecía también se escucha y encaja bien Evelyn García Márquez.
Guzmán, Beatriz y Aragón testimonian la continuidad ascensional de lo mejor del panorama sonoro de la nación. Así lo observó Silvio Rodríguez al decir:
«Este disco, como una máquina del tiempo, proyecta talentos de tres generaciones. Lo que los acopla es la virtud musical».
TOMADO DE GRANMA
De una parte está la probada musicalidad de la cantante. Pero sobre todo la manera de encarar estas piezas. No solo cumple con la demanda melódica
–Guzmán es de esos melodistas que tensan la línea de canto y la dibujan con vocación de orfebre–, sino con una ajustada y sensible interpretación.
Sobre esto el musicólogo Jesús Gómez Cairo, en las notas que acompañan el disco precisa: «La voz de Beatriz, potencialmente poderosa, se torna aquí mesurada, se mueve en el espectro de las sutilezas tímbricas y agógicas, absolutamente ajena a cualquier aspaviento, evitando los clímax extremos, adoptando tonos y colores tenues, por momentos susurrantes».
Beatriz llega a Guzmán en el momento exacto. Otro había sido el resultado de emprender anticipadamente la entrega, bueno, nadie lo duda, pero quizá sin la plenitud que ahora se respira. Esta es la versión de la madurez de una artista que nunca ha dejado de crecer.
Luego está la significación de la propia obra de Guzmán y la necesidad de que sus valores queden plasmados como se debe y no se les tenga como referencias pasadas, sino vigentes.
Las 11 obras interpretadas por Beatriz configuran un panorama esencial de la creación de Guzmán. Desde No puedo ser feliz (1953) hasta Por tu falso amor (1970), compuesta especialmente para una jovencísima Beatriz que por entonces comenzaba a fulgurar en la vida musical de la Isla, se llega a la médula de un modo de concebir la canción que desarrolló y actualizó la tradición lírica cubana y la arropó con los hallazgos de la música de concierto, en particular el legado del estilo impresionista.
Por si fuera poco, o Beatriz encontró el respaldo adecuado en la producción musical y dirección artística de Jorge Aragón, autor de formidables orquestaciones. Con el piano, su instrumento, en el centro de gravedad, el músico repartió protagonismo entre la Sinfónica del Lyceum Mozartiano, dirigida por José Antonio Méndez Padrón, y una banda de jazz integrada por probados y jóvenes instrumentistas, y cuando creyó conveniente sumó las calidades del coro Entrevoces, liderado por la maestra Digna Guerra. En Profecía también se escucha y encaja bien Evelyn García Márquez.
Guzmán, Beatriz y Aragón testimonian la continuidad ascensional de lo mejor del panorama sonoro de la nación. Así lo observó Silvio Rodríguez al decir:
«Este disco, como una máquina del tiempo, proyecta talentos de tres generaciones. Lo que los acopla es la virtud musical».
TOMADO DE GRANMA
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