lunes, 27 de junio de 2016

Cerrado por inventar (io)




16 de junio de 2016
Cuando más esperas algo, suele ralentizarse su llegada; mientras más lo buscas, menos lo encuentras. O peor, te hallas por respuesta un boomerang de incertidumbres, absurdos y justificaciones. Después de todo, lo absurdo y lo injustificable no tienen muchas opciones de credibilidad frente a la lógica de la vida y sus problemas cotidianos.
El pasado domingo me llevó de nuevo ante esa encrucijada de la búsqueda por necesidad y lo irracional por contestación. Eran las 3:10 de la tarde y a esa hora tenía pocas variantes cercanas para encontrar lo que me hacía falta. Con el Sol a punto de horno, llegué hasta el centro comercial de Galerías de Paseo y, sorprendida de ver el acceso principal cerrado, le hice un gesto de “explíqueme que no entiendo” a un empleado en el interior de la tienda. Él, gentil y hasta preocupado, me comentó: “estamos cerrados por inventario”.
Mi instinto de ir por más información —tan propio de cualquier cubano e imprescindible en esta profesión— se vio casi amputado al primer swing. “Es que nosotros cerramos por inventario los terceros domingos de cada mes, pero como este coincidirá con el Día de los Padres” se adelantó, me respondió de tajo. Pregunté entonces por qué cerrar en un horario donde hay pocos establecimientos de su tipo abiertos en las vecindades, por lo que dirigirse a allí no es solo la mejor opción, sino muchas veces La Opción. Entonces él, anticipado y cortés, concluyó: “disculpe, yo soy solo un trabajador”.
La puerta volvió a interponerse entre los de adentro y los de afuera, y yo —junto a otros clientes con las mismas necesidades insatisfechas— me vi en la disyuntiva de la urgencia del momento y terminé absorta por la frustración de la “tolerancia” y resignación involuntarias, las que con frecuencia nos topamos como sociedad y pagamos como individuos.
Lo peor de esa secuencia es lo reiterativo en la palestra social, sin una solución contundente a estas alturas. Quizá porque depende más del respeto a la población, del sentido común y de la cultura de la negociación y los servicios, que de fórmulas exógenas o asignación de recursos. Y lo digo no porque discrepe con que la administración de una entidad decida, merecidísimamente, homenajear a los padres de su colectivo. Eso lo aplaudo a todo volumen. Lo que me indigna es lo habitual de los inventarios por excusa, sin información previa o en un horario inoportuno para quien, en concepto, es su razón de ser: el cliente.
Me preocupa también, que este no es un ejemplo aislado ni eufemístico. Poco tiempo atrás, parecía oírle el cuento a esta historia otra aún más inaudita. Estaba entonces en la farmacia ubicada en el ángulo de 11 y 22, en el Vedado, para comprar el medicamento indicado en el tarjetón de mi esposo, el cual le debía ser administrado muy pronto. Al indagar por el último de la fila, responde una de las trabajadoras que no iba a atender a nadie más “porque iban a cerrar por inventario”. Tras inquirir el porqué de la decisión —a las 11 y algo de la mañana— cuando en una unidad de ese tipo se expenden productos altamente sensibles, me dijo (y no de la mejor manera) que le preguntara a la administradora.
Enseguida pedí verla, pero ante la demora en salir, me dirijo nuevamente a la empleada que había anunciado el cierre. Desde la cola, una vecina se impacienta: “A ver si a usted le responden, periodista”. De repente, mi espera llega a su fin, y quien debía atenderme, sale ahora en señal de solución y me comunica que no me preocupe, pues todo había sido un “malentendido” y la farmacia seguiría abierta.

A quienes la urgencia los llevó con el disgusto y la receta a otro lugar, nadie les rectificó ni reparó en tantas explicaciones. El derecho ciudadano —a estos efectos el del consumidor— está por encima de cualquier profesión, no hace distinciones. Sin embargo, hay quienes le temen más a salir en un periódico que a acumular usuarios insatisfechos.
Si a eso le sumamos par de escenas más o menos similares, ocurridas a diferentes horas en la tienda sita en la intersección de Línea y 12, en el mismo reparto, la lista de pruebas se sigue alimentando.

El problema no tiene fronteras ni discrimina el objeto social del establecimiento. Para hacerle gala a su universalidad aquí, hay historias de todo tipo, unas más desatinadas, otras más folclóricas, aunque la mayoría con la misma falta de pertinencia y casi igual resultado. Con la salvedad de que adquirir una frazada de piso (si bien no era la meta en ninguno de los casos) puede esperar al día siguiente, pero un medicamento para una enfermedad crónica no puede sentarse a expensas de la distensión de la burocracia o de los subterfugios que en ella se escudan.
El día que sepamos emplear el tiempo de cada tarea en lo que es, sin tener que desfasar la atención al cliente por no llevar la contabilidad como se debe —al día—, la bandera de las justificaciones absurdas se quedará sin seguidores y a media asta. El día que alguien se tome el trabajo de velar porque en su pedacito no haya cobija para esta práctica contagiosa, de la invención más que del inventario, habremos superado uno de los mayores enemigos del sector de los servicios en Cuba. Y comentarios como este serán totalmente innecesarios. Hasta que ese momento llegue, no nos queda de otra que seguir denunciándolos.
Tomado de Granma.

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