Osviel Castro Medel •
22 de Junio del 2016
22 de Junio del 2016
A algunos podrá
parecerle «teque», pero no me canso de repetir que quienes vivimos este tiempo
necesitamos mirar mucho más el espejo de aquella generación que, privándose de
caudales inimaginables, se marchó a los zarzales y a los campos para tratar de
fundar una nación auténtica.
Ahora mismo
estoy pensando, por ejemplo, en el hombre que José Martí llamó «el millonario
heroico, el caballero intachable, el padre de la república».
Me refiero a
Francisco Antonio Vicente Aguilera, el bayamés nacido el 23 de junio de 1821,
quien llegó a poseer casi tres millones de pesos y más de 4 100 caballerías de
tierra y que murió sin haber cumplido los 56 años, congelado por el frío de
Nueva York, con los zapatos agujereados y el alma tristísima por no ver la
patria levantada.
Podía haberse
pasado el tiempo, como otros, recostado en la almohada cómoda o pavoneándose
por sus fincas; pero una frase suya, pronunciada cuando le consultaron sobre la
decisión de quemar la ciudad de Bayamo, donde estaban algunas de sus
propiedades, resume su filosofía: «Nada tengo mientras no tenga patria».
Y pudo,
incluso, haberse alimentado de intrigas cuando le deslizaron la posibilidad de
asumir la jefatura independentista por encima de Céspedes, quien adelantó el
levantamiento; porque Aguilera era el líder de la Junta Revolucionaria de
Oriente, creada 14 meses antes de la insurrección. Sin embargo, él había
entendido que lo importante era servir desde cualquier puesto.
¡Qué grandes
lecciones para esta era, en la que algunos pasan la existencia ideando cómo
escalar a cualquier precio no para servir sino para servirse, y en la que
ciertos personajes creen que un baúl de dinero puede comprar cualquier idea o
sentimiento!
Con Aguilera
nos pasa igual que con otros: lo recordamos en las «fechas cerradas», pero no
en el resto de los días. Y, al final, lamentablemente, lo desconocemos.
No basta que en
estos días de junio, como hace 14 años, sesione en la Ciudad Monumento un evento
teórico sobre su vida, ni que haya un preuniversitario con su nombre, tampoco
que una escultura lo recuerde encabezando el bayamés Retablo de los Héroes.
A este hombre
que fue bachiller en Leyes y ocupó diversos cargos públicos antes de lanzarse a
la manigua, le debemos más homenajes diarios a lo largo de nuestra geografía y
no solo en la ciudad donde nació y reposan sus restos. A este cubano que llegó
a ser Lugarteniente de Oriente, Secretario de Guerra y Vicepresidente de la
República en Armas necesitamos acudir con mayor frecuencia.
Algunos se han
preguntado por qué no está representado en nuestros billetes numismáticos, por
qué un mayor número de instituciones no llevan su nombre en la nación, por qué
no divulgamos más su obra entre los pinos nuevos. Y no les falta la razón.
Con su historia
se ratifica que estar fuera de fronteras no significa una afrenta porque
Aguilera partió en 1871 y aun desde la lejanía no dejó de latir por la causa de
los suyos hasta que murió enfermo de la laringe seis años después.
Con su
existencia se ratifica que nuestro pasado está lleno de ejemplos, anécdotas,
glorias... mujeres y hombres que no estudiamos cuando en realidad deberían
estar en nuestra mismísima cabecera de todos los días.
Tomado de
Juventud Rebelde
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