lunes, 20 de junio de 2016

Un llamado desde Manzanillo



Graziella Pogolotti
19 de Junio del 2016 1:54:46 CDT
Nunca estuve allí. Pero es ciudad que a todos pertenece por su historia y su cultura. Recuerdos amontonados afluyeron cuando, en reciente Mesa Redonda, alguien denunció que se convertiría en discoteca el patio de un teatro rescatado con tanto esfuerzo. El empeño constructivo se llevó a cabo en días difíciles para la economía nacional. Representaba mucho más que un espacio para la recreación y la presentación de espectáculos artísticos. Tenía un valor simbólico significativo para la comunidad. Constituye un referente a la tradición mambisa de la localidad. Los testimonios concuerdan en que Carlos Manuel de Céspedes tenía palco reservado en la instalación. Las circunstancias han configurado la singularidad de nuestras localidades. Mantener viva esa memoria afianza la identidad y el arraigo que, con ese sello específico, se proyecta hacia la nación toda.
En Manzanillo, la tradición independentista mantuvo continuidad durante la República Neocolonial. La rebeldía de ayer encontró cauce en el desarrollo cultural y en el radicalismo político.
La desidia es madre de la desmemoria. He reclamado, en más de una oportunidad realizar una investigación seria sobre la revista Orto, la publicación cultural más duradera del país. Con el apoyo del impresor Sariol, se logró convocar firmas renombradas de escritores residentes en distintos lugares de la Isla. El epistolario de Juan Marinello refleja, en las cartas intercambiadas con el poeta Manuel Navarro Luna, la labor de animación de la vida cultural impulsada por el grupo. Fueron los corresponsales de la Revista de Avance. Atendieron tareas tan tediosas como la de situar en la librería local los ejemplares de la célebre publicación habanera. Con enorme esfuerzo personal, invitaban a sus amigos capitalinos a dictar conferencias e intercambiar ideas. De esa manera, fue el núcleo irradiante que atrajo a profesionales de variadas especialidades y aficionados a la lectura.
Autor de una conocida narrativa social, Luis Felipe Rodríguez no podía disimular su irritación al saber que lo apodaban Bicicleta en su patria chica.
En ese entorno cargado de intereses políticos y culturales creció el pintor Julio Girona. Aficionado a las letras, dejó un divertidísimo anecdotario que evoca su infancia y juventud. Instalado en La Habana, su hermano Mario diseñó Coppelia, nuestra catedral del helado. Médico de Media Luna, el doctor Sánchez Silveira guardó estrechos vínculos con el grupo de Orto. Su fervor patriótico lo animó, junto a Celia, su hija, a rendir homenaje a José Martí en el Pico Turquino. Con la autoridad adquirida mediante el apoyo a los más necesitados, Celia pudo tejer las redes de colaboradores que salieron al rescate de los combatientes del Granma.
No parece casual que el asesinato de Jesús Menéndez se produjera en la estación de ferrocarriles de Manzanillo. Los crímenes políticos de esta naturaleza tienen con frecuencia un carácter ejemplarizante. El «General de las cañas» fue el más prestigioso dirigente de la clase obrera cubana. En el central Constanza lo conoció Abel Santamaría. Su capacidad de convocatoria era inmensa. Había arrancado al poder hegemónico los beneficios del pago del diferencial azucarero. En Manzanillo, donde hubo la tentación de fundar soviets, podía estallar un barril de pólvora.
Pasamos indiferentes ante tarjas y monumentos. No registramos siquiera los nombres de tantos ilustres olvidados. Los viejos no se reúnen en el parque a evocar remembranzas mientras los muchachones curiosos aguzan el oído indiscreto. La narración oral que preservó la memoria de los cantos homéricos y ha subsistido en el griot africano, cede el paso al mensaje mínimo transmitido por el celular. El uso de la palabra nos convirtió en humanos. Su pérdida puede acarrear retrocesos inimaginables. Perderemos la gracia del piropo, las delicias del noviazgo, la alegría ante los primeros balbuceos del niño. Supongo que ha desaparecido ya el clásico orador de pueblo dispuesto siempre a derramar su verbo suntuoso en todos los entierros.
Por eso aplaudo la defensa apasionada del teatro de Manzanillo. La historia local es inseparable del curso mayor de los avatares de la nación. Pero la excesiva generalización tiende a congelarse en formulaciones abstractas. Termina por reducirse a la manida confrontación entre oprimidos y opresores, vaciada de sangre y de realidad, intangible y carente de sentido.
Hace muchos años visité Rávena, una ciudad que conserva mosaicos maravillosos. Existe como una supervivencia silenciosa, devorada por la expansión comercial de Venecia. Andando por una calle, tropecé con un muro. Una tarja recogía versos furibundos de Dante Alighieri contra su natal Florencia. La pasión, hecha de odio y amor, trascendía siglos y culturas. El pasado emergía con toda la brutalidad de un presente convulso. Con su alarido, la poesía se proyectaba hacia el porvenir. Resultaba una afirmación de fe en la eternidad de la especie humana.
Tan pequeña, nuestra isla conserva un mosaico de cultura. El poeta Regino Boti hizo su primer viaje a Harvard por vía marítima durante la intervención norteamericana. Al bordear la costa de Oriente, observó que, muy criollos, los pobladores de Baracoa usaban sombreros de guano. Más hispanizantes, los gibareños se cubrían con boinas. En cada sitio se conservan costumbres, formas de vida, hábitos alimentarios. Son tradiciones portadoras de energías que trascienden su tiempo.
Tomado de Juventud Rebelde

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