Graziella Pogolotti •
25 de Junio del 2016 19:48:19 CDT
25 de Junio del 2016 19:48:19 CDT
Regreso con
retraso a la reciente Bienal de Diseño. Sabido es que la cartelística de los 60
del pasado siglo alcanzó renombre internacional. Más importante para mí es que
muchos afiches se convirtieron en íconos para los jóvenes de entonces. Los
acompañaban en la intimidad de sus habitaciones y en los espacios compartidos
de la beca. Menor repercusión interna alcanzaron el mobiliario exportado a
algunos mercados de élite y la producción de cerámica, cuya atractiva singularidad
muchos descubrieron en La Faralla del Parque Lenin, bajo los auspicios de Celia
Sánchez. La creación de la ONDi y del Instituto de Diseño Industrial debían
sentar las pautas para la comunicación gráfica y la fabricación de productos.
En el contexto
de la Bienal de Diseño se ha iniciado un imprescindible rescate de la memoria,
útil para entender los procesos vividos y proyectarnos en la práctica según
nuestras dimensiones, necesidades y posibilidades concretas. Habíamos olvidado
a Clarita Porset, matancera y pionera del diseño latinoamericano. Su suerte fue
similar a la de otros cubanos progresistas de mitad del siglo XX. Emigró a
México para escapar de la represión que siguió a la Huelga de 1935. Otra
cubana, Calixta Guiteras, hermana de Tony, tuvo el mismo destino después del
asesinato del fundador de la Joven Cuba. Allí se convirtió en prominente
antropóloga. Clarita, por su parte, dedicada a su profesión, encontró en el
vecino país el clima adecuado para desarrollar una importante obra personal y
hacerse cargo de un magisterio al que nunca renunció. Casada con el muy
reconocido artista plástico Xavier Guerrero, se radicó definitivamente en
México.
Llamada a
colaborar con la Revolución, Fidel le encargó el mobiliario de la escuela
Camilo Cienfuegos, en la Sierra Maestra. El Che, por su parte, solicitó su
colaboración para fundar un departamento de diseño adscrito al Ministerio de
Industrias. Conocedora de las corrientes más avanzadas de la modernidad,
Clarita se adscribió a lo que llamaríamos hoy una filosofía del buen vivir.
En efecto, tomó
esencias fundamentales de la tradición, aquellas que consideran las
características del clima y terminan convirtiéndose en rasgos identitarios. En
Cuba, aprendimos a tener en cuenta el movimiento de la brisa y la protección de
la sombra frente a los embates del sol. En los 50 del pasado siglo, la
incorporación del aire acondicionado y la imitación acrítica llevaron a
desplazar la sabrosura de los aires libres por el atrincheramiento en bares
herméticos. Los tomadores consuetudinarios, a veces solitarios, se acodaban a
las barras. Se privaban del disfrute de la conversación y de la contemplación
del movimiento de la ciudad.
Alérgica al
ornamento gratuito, Clarita optó por la funcionalidad de un mobiliario y la
selección de materiales adecuados al ámbito circundante, todo lo cual favorecía
el buen uso de los pequeños espacios.
Esta reflexión
es de extrema actualidad en el proceso de actualización del modelo económico.
Se proyecta hacia la exportación y hacia la producción de bienes para el
mercado interno con alto valor agregado. Ofrece una vía efectiva para
identificarnos en el exterior, con los embalajes, el etiquetado y la
presentación y para acentuar la singularidad de nuestras propuestas. Somos un
pequeño país que no dispone de redes de maquiladoras dispersas por el mundo. Lo
nuestro tiene que competir en virtud de su calidad. Para satisfacer
progresivamente las necesidades de nuestro pueblo, el respeto por la calidad es
un principio de alcances políticos y económicos. Nuestras shoppings han
introducido paradigmas en valores y modos de vida. Lo bueno viene de «afuera».
El buen diseño, atemperado a las necesidades del cubano, contribuye a reconocer
en la práctica concreta, que lo mejor puede hacerse aquí sin caer por ello en
estrechos proteccionismos.
De la cultura
cubana bien asimilada procede un importante legado. A través de la historia, en
el pensamiento, en el arte y en las costumbres, supimos aprender de aquí y de
allá para ajustarlo a las demandas de nuestra realidad. Viajeros del siglo XIX
observaron detalles reveladores de esa singularidad. Las mujeres prescindían
del tocado, tenían un modo propio de andar y los altos ventanales de las casas
permanecían abiertos a la calle. El sello de la Isla aparecía, según los medios
disponibles, en todas las clases de la sociedad, aun entre los privilegiados
que frecuentaban las capitales del mundo. La sabrosura no se relaciona
necesariamente con la sensualidad. Es un modo de disfrutar la vida y de
regalarnos, a pesar del ajetreo cotidiano, el deleite íntimo de encontrarnos
con nosotros, con lo que somos.
El urbanismo,
la arquitectura y el diseño forman parte del aire que nos rodea.
Edificados por el hombre, contribuyen a modelar cultura e identidad.
Influyen en la calidad de vida. La desidia y el abandono estimulan a los
depredadores. Trabajé algunos años en las escuelas de arte de Cubanacán. Allí,
en el breve espacio de un ladrillo, los pájaros hacían su nido con extrema
delicadeza. Era el hogar para los recién nacidos, obra de perfecta artesanía,
el sitio seguro donde tan bien habrían de estar. Obnubilado por ambiciones y
vanidades, el bípedo pensante renuncia a veces al disfrute de lo hermoso en el
detalle sencillo de lo cotidiano. Hecho a la medida de nuestras necesidades, el
diseño merece, desde ahora mismo, una atención prioritaria.
Tomado de
Juventud Rebelde
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