Acabas de salir
del hospital. Acudes a la farmacia a comprar las medicinas indicadas. Hay
aglomeración. Por algún motivo, los dependientes abandonan el mostrador porque
no les toca, como tampoco le toca al administrador afrontar la situación.
Acudes a una oficina en busca de una orientación para encaminar tu trámite. No
encuentras respuesta, porque no les toca. Observas un depredador en tu
comunidad. No intervienes porque no te toca y porque estás cansado de tantas
gestiones inútiles.
Es un lugar
común recordar que Terencio afirmaba que, por nuestra condición innata de
bípedos, nada humano nos resultaba ajeno. Ante tanta desidia, siento el mayor
respeto por quienes persisten en dirigirse a la prensa para hacer públicos los
problemas de su entorno y me indignan las respuestas formales y justificativas.
Hay muchas maneras de hacer patria mediante el heroísmo, el trabajo esforzado,
la ejemplaridad en la conducta y el cumplimiento de los deberes ciudadanos.
También se hace patria cuidando el pequeño huerto que nos corresponde.
En el mundo
moderno, todas las cosas están interrelacionadas. Una inadecuada distribución
de los efectos escolares al iniciarse el curso genera tensiones en las
familias. Implica pérdida de tiempo con consecuencias en el rendimiento laboral
e irritación creciente que afecta las relaciones humanas, tanto como la
confianza en las instituciones. No se trata de plantear el problema en términos
de culpabilidad. Hay que hurgar en el fondo de las causas, atajar los
comportamientos delictivos, hacer públicas las medidas correspondientes y
determinar los factores que intervienen en la cadena
producción-distribución-venta.
No se puede
demandar responsabilidad social al ciudadano común, si no hay respuesta congruente
por parte de los funcionarios intermedios en el espacio local donde se
manifiestan en concreto los problemas que afectan la vida cotidiana de todos.
En países tropicales como el nuestro, el verano ha sido siempre una etapa
pródiga en enfermedades epidémicas. Fenómenos como la proliferación de vectores
de todo tipo, incluidos los roedores, exigen extremar la higiene. La campaña
contra el Aedes aegypti hace hincapié en la fumigación de las viviendas. Pero
en calles y solares hay salideros de agua potable, recipientes abandonados
donde se acumula el líquido y en muchas azoteas subsisten tanques destapados.
Entre las quejas de los vecinos conocidas a través de la prensa abundan las que
se refieren a la contaminación producida por aguas albañales. Son cuestiones
que exigen respuesta rápida. Faltan los recursos. Lo sabemos. Me pregunto, sin
embargo, si muchas soluciones no pudieran encontrarse mediante la cooperación
entre organismos, uniendo fuerzas y desarrollando iniciativas.
Estos cuellos
de botella son expresión de una mentalidad burocrática en niveles que
trascienden las actitudes del pequeño empleado con quien tropezamos
diariamente. Tras la ventanilla de la recepción se oculta el administrador
ausente, la pereza rutinaria, el inmovilismo y el redactor de informes al
estilo «estamos trabajando en…».
Postergar la
solución de pequeños problemas afecta nuestra calidad de vida y requiere a
mediano plazo inversiones más costosas. La Habana concentra la cuarta parte de
la población del país, con municipios que superan en habitantes a algunas
provincias. Los responsables locales deben tener el nivel y la iniciativa
adecuados para fortalecer la identidad y la presencia del Poder Popular como
entidad gubernamental capacitada para coordinar, según las características
específicas, la acción conjunta de los organismos que le están supeditados. La
contribución popular a la solución de problemas de convivencia, de indisciplina
social y de reparaciones menores, así como el cuidado de los bienes públicos al
servicio de todos, demanda el respaldo efectivo de los representantes del poder
del pueblo, mandatados por los electores. El vínculo interactivo entre uno y
otros se construye progresivamente en la práctica concreta. La escasez de
recursos es muchas veces una verdad indiscutible, pero el impulso a la
iniciativa, la definición adecuada de las prioridades y la lucha contra la
rutina del pensar burocrático contribuyen al hallazgo de soluciones.
Ocurre con
frecuencia que la prensa critica la apatía de lo que, a partir de la
implantación de la libreta de abastecimientos, nos acostumbramos a denominar
«población», a la cual un reciente reportaje del NTV criticó por no atajar las
indisciplinas sociales en el transporte urbano.
Hay que
delimitar responsabilidades. Corresponde a los choferes detenerse en los
lugares señalados, cobrar el pasaje limpiamente, usar la música adecuada
evitando el volumen excesivo de los decibeles. Los pasajeros tienen que sufrir
largas esperas en paradas desprovistas de sombra, a pleno sol o bajo la lluvia,
en medio de creciente aglomeración. Cuando se avizora la cercanía del vehículo,
tienen que poner en alerta todos los sentidos para precipitarse a tiempo en la
dirección debida. Todo ello acrecienta tensiones y favorece tanto la
irritabilidad como la violencia. Algunos pueden ser parásitos con algo de
marginalidad. La mayoría está constituida por un pueblo de trabajadores y
estudiantes que merecen el mayor respeto.
El trabajo por
cuenta propia se ha convertido en una opción laboral para muchos jóvenes. Foto:
Ismael Batista
Del trabajo en
el sector estatal, las cooperativas y por cuenta propia solemos hablar, no así
de ese otro “por la izquierda”, cosa extraña, incluso paradójica, pues sin
importar cuán sumergida o subterránea se le considere, a la economía informal
nos la topamos todos a diario.
Sordos, ciegos
y mudos, como los tres monos del cuento, permanecemos ante la ilegalidad, ese
trapicheo circundante, que puede parecer un “salve”, pero nos pierde, y que no
tiene edad, aunque basta fijarse para distinguir demasiados rostros jóvenes
entre los que viven del invento y los negocios ilícitos, ese enjambre de
“luchadores”, que hacen esto y lo otro, lo que caiga.
Si nos atenemos
al significado exacto de las palabras, trabajo por cuenta propia es eso,
sostuvo —no como elogio, sino por puro apego a la semántica— un delegado al X
Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), en cuyos debates halló
espacio el tema de la creciente incorporación juvenil a las nuevas formas de
empleo no estatal.
En su
intervención en una de las comisiones de trabajo, el joven advirtió de la
presencia en ese escenario laboral, junto al empleador y el empleado, de un
tercer actor, que ni contrata ni está contratado, pero está —por su cuenta,
dijo— y trabaja, no pocas veces en condiciones muy duras, incluso de
explotación.
Sobre lo
debatido en el foro, volvimos luego con Yuniasky Crespo Baquero, primera
secretaria de la UJC, que expresó:
“Para nadie es
secreto que la mayoría de los cuentapropistas jóvenes son empleados; los hay,
incluso, que trabajan ‘por la izquierda’, sin contrato y, por ende, sin amparo
legal, e igual, toda la información recopilada muestra que, contratados o no,
para muchos su trabajo actual nada tiene que ver con lo que estudiaron y
aprendieron.
“Por eso, tanto
en las sesiones como durante todo el proceso orgánico, los principales reclamos
y propuestas en este sentido se centraron en la capacitación (cuanta vía de
preparación y superación les permita desempeñarse mejor en su puesto), la
atención y protección, y el fomento de una cultura jurídica en los jóvenes, que
poco saben de leyes, normas, deberes y derechos, como ciudadanos y en cualquier
ámbito”.
¿QUÉ DICE LA CIENCIA?
Con muchas
horas de vuelo en cuanto atañe a la inserción laboral de los jóvenes, la máster
en Ciencias María Josefa Luis Luis, subdirectora del Centro de Estudios sobre
la Juventud, tiene resultados científicos, vivencias y criterios que compartir:
“¡Claro que hay
muchos trabajando ‘por la izquierda’! Algunos lo admiten, otros lo dejan
entrever. En el trabajo de terreno para más de un estudio sobre los jóvenes
desvinculados, cuando profundizas e insistes, al final reconocen que están
haciendo algún trabajito por su cuenta, es decir, informal e ilegal, porque
burlar el fisco, evadir impuestos y controles administrativos, no solo es
incorrecto, sino que va contra la ley y está penado.
“Igual tenemos
estudiantes universitarios empleados ‘bajo cuerda’, por ejemplo, en una
paladar. Trabajan los fines de semana, en vacaciones o cuando tienen menos
carga docente, cuando están cortos de dinero o quieren comprar algo. También
cuando el dueño los necesita. Existe un acuerdo tácito entre las partes, pero
nada registrado. Están, pero no están, y no es fácil identificarlos, porque los
ves y todo parece normal”.
UNA AGUJA EN UN… ALFILETERO
Por casi dos
años, Aniet fue una de ellos. Su trabajo en una empresa estatal le gustaba,
pero su gran sueño era graduarse de Contabilidad, que estudiaba en el curso por
encuentro:
“Trabajo, casa,
universidad, todo quedaba lejos, y la situación del transporte no hacía sino
agrandar la distancia. Debía cumplir estrictamente la jornada y hacer mi
trabajo. Cualquier permiso, una salida antes de hora, un repaso, estudiar para
un examen y cuanto tuviera que ver con la docencia salía por vacaciones. En
fin, que no tenía tiempo, y eso es lo que exige una carrera como la mía. Así
que dejé la empresa.
“Mi familia me
ayudaba, pero una siempre quiere tener lo suyo y una amistad me ofreció
trabajar en su cafetería: llevarle las cuentas, cubrir algún turno, hacer lo
que hiciera falta. Sabía que no era legal, pero me estaba ahorrando trámites y
dinero.
“No sentí que
me estuvieran explotando, era un favor, que siempre agradeceré. La que sí nunca
estuvo muy conforme fue mi familia. Trataron de quitarme la idea, pero los
convencí con la promesa de que sería por poco tiempo, y así fue, porque cuando
empecé el último año, dejé la cafetería para dedicarme por entero a la carrera
y, ya graduada, volví a trabajar para el Estado, en lo mío, pues aunque gano
menos, es otro mundo y me gusta más”.
Tras escuchar
la historia de Aniet, María Josefa reflexiona sobre una situación que
—asegura— tiene más contras que pros: “No son pocos los jóvenes empleados por
conocidos y hasta familiares. El gesto suele verse como ayuda, y esos lazos
parecen la mejor garantía de que no habrá dificultades, pero, ojo, porque no es
de iguales una relación bajo esos términos.
“Las palabras
se las lleva el viento, y ante una enfermedad, accidente laboral,
incumplimiento de lo pactado u otro problema, el que está ilegal saldrá siempre
perdiendo. No tiene a quién quejarse ni qué exigir. Nada lo ampara ni respalda.
Su posición es de subordinación, y semejante situación termina por dañarlo,
desde el punto de vista psicológico y social: autoestima, sentimientos,
conciencia, valores, comportamientos, imagen…
“Está
ampliamente documentado por estudios, en los cuales jóvenes desvinculados
aseguran sentirse mal vistos por la gente que sabe o intuye que trabajan ‘por
fuera’; cuestionamiento al que suman la inseguridad, el saberse en una posición
ambigua, incómoda, ante las autoridades de la sociedad, con la amenaza perenne
de una inspección, una denuncia o una redada. Vivir en tamaña zozobra no es
bueno y tiene consecuencias”.
¿Y LA FAMILIA?
¿Nadie hace nada en los hogares de esos jóvenes? ¿No se dan cuenta de lo que
ocurre ni ven el peligro? ¿Cómo queda la familia en todo esto?
Antes de “bombardear” a la experta, me hice esas y otras preguntas: ¿Dónde
quedó la frase “pobre, pero honrado”, que como lección de vida tanto
escuchamos?
Que conste,
esos padres y abuelos no eran extraterrestres. Habría que estudiar cómo, cuánto
y por qué la ilegalidad se ha extendido y echado raíces en nuestras vidas, al
punto de que en determinados ámbitos es socialmente aceptada o al menos
tolerada, y a la vista pública se quebrantan normas e ignoran disposiciones.
María Josefa
acepta el desafío. Para ella, además de célula básica de la sociedad, la
familia es pieza clave en este asunto.
“Con razón
dicen que cada casa es un mundo. ¿Cuántos hogares vemos, en que cada quien vive
su vida y el muchacho hace y deshace sin que le pongan frenos? Y no hablemos de
aquellos donde se aplaude, alienta y hasta se conmina al joven a que ‘luche’ lo
suyo.
“Sin embargo,
hay familias que sí se oponen, por las buenas e, incluso, a las malas, pero
terminan cediendo, bajo protesta y un sentimiento de culpa, por no poder darle
al hijo lo que pide y para él quisieran.
“Algunas se
consuelan pensando que al menos el muchacho está tranquilo, haciendo algo,
ganando su dinerito, y no reparan en el daño, en cuánto va resquebrajándose su
sistema de valores, porque sí, muchos de esos jóvenes expresan frustración,
vergüenza o intentan disimular, pero los hay que te cuentan sin tapujos qué
hacen, de qué viven y afirman no importarles lo que piensan los demás”.
RAZONES EN LA BALANZA
“¿Por qué
insistimos tanto en los jóvenes, si el fenómeno no tiene edad? Es que las
primeras experiencias laborales resultan decisivas, nos marcan y definen.
“Igual, en esa
etapa las relaciones sociales pesan mucho, tanto, que es una de las ventajas
que reconocen los jóvenes cubanos al trabajo en el sector estatal y que —junto
a garantías, seguridad y posibilidades de superación que brinda— hacen que
continúen prefiriéndolo a cualquier otra modalidad de empleo.
“No es lo mismo
trabajar solo o con otra persona, que en un centro donde hay gente de cualquier
edad y, especialmente, coetáneos, con intereses similares; un lugar al que van
no solo a hacer lo que les toca y ganar dinero, sino para relacionarse, y son
convocados a una actividad política, una reunión sindical, y organizan una
fiesta, un campismo, una salida al cine o la playa.
“Otra buena
razón es que, para los efectos legales, el trabajo ‘por la izquierda’ no es
trabajo. Los jóvenes viven el presente. El futuro les parece remoto. No tienen
la experiencia ni miden las consecuencias. Quieren divertirse, comprarse ropa y
zapatos de marca, y hacen algún trabajito, pero llegará el día en que deban
pensar en la jubilación, y entonces esos serán años en blanco.
“Existe una
terrible falta de cultura, tributaria y de la legalidad en su conjunto, a nivel
social y, por supuesto, en las nuevas generaciones. Cultura es conocimiento y
respeto, pero para eso resultan imprescindibles la más amplia divulgación, la
educación sistemática y, sobre todo, el hacer cumplir las leyes, aunque el
ejemplo de Aniet nos recuerda que hay casos y cosas.
“Es que
legalizar un trabajo ocasional puede devenir odisea, la gente le huye al
papeleo, repele la burocracia, y tal vez habría que pensar en aligerar los
trámites para contratos eventuales, ser más flexibles y puntuales al fijar el
monto del impuesto, que no puede ser igual si trabajas de viernes a domingo,
que toda la semana, o dos horas y no la jornada entera.
“Con nuestros
derechos, sucede igual que con los deberes. No sabemos cuáles son ni cómo
defendernos cuando son violentados. No hace mucho, en un estudio en un
municipio de la región oriental detectamos una inestabilidad laboral fuera de
lo común en una paladar.
“El horario
excesivo y un salario mucho menor que en otros establecimientos eran las causas
visibles, pero detrás de eso, había varios trabajando sin licencia. Para
pagarles sin perder, el empleador quitaba, a los legalmente contratados, parte
de lo que les tocaba, y está claro que esos ‘por la izquierda’ tampoco recibían
lo justo. De manera que todos eran explotados.
“Cosas así
suceden y no hay cultura de reclamar. Hasta los que tienen sus papeles en regla
piensan: para qué buscarme enemistades y líos, quién va a defenderme, si no me
conviene, me voy. Nada, que en esto hay mucha tela por donde cortar”.
Ciertamente, el
tema se las trae, pero algo me ha quedado muy claro y es que, con perdón de la
semántica y de la opinión del delegado al X Congreso de la UJC, comoquiera que
se mire y lo nombren, el trabajo informal será siempre a cuenta y riesgo, no
por cuenta propia, y a juzgar por la suma de evidencias y argumentos, el
peligro —especialmente para los jóvenes— es extremo.
El Papa
Francisco interviene en la Asamblea General de la ONU. Foto: Mary Altaffer/ AP
Una vez más, siguiendo una tradición de la
que me siento honrado, el Secretario General de las Naciones Unidas ha invitado
al Papa a dirigirse a esta honorable Asamblea de las Naciones. En nombre propio
y en el de toda la comunidad católica, Señor Ban Ki-moon, quiero expresarle el
más sincero y cordial agradecimiento. Agradezco también sus amables palabras.
Saludo asimismo a los Jefes de Estado y de Gobierno aquí presentes, a los
Embajadores, diplomáticos y funcionarios políticos y técnicos que les
acompañan, al personal de las Naciones Unidas empeñado en esta 70a Sesión de la
Asamblea General, al personal de todos los programas y agencias de la familia
de la ONU, y a todos los que de un modo u otro participan de esta reunión. Por
medio de ustedes saludo también a los ciudadanos de todas las naciones
representadas en este encuentro. Gracias por los esfuerzos de todos y de cada
uno en bien de la humanidad. Esta es la quinta vez que un Papa visita las
Naciones Unidas. Lo hicieron mis predecesores Pablo VI en 1965, Juan Pablo II
en 1979 y 1995 y, mi más reciente predecesor, hoy el Papa emérito Benedicto
XVI, en 2008. Todos ellos no ahorraron expresiones de reconocimiento para la
Organización, considerándola la respuesta jurídica y política adecuada al
momento histórico, caracterizado por la superación tecnológica de las
distancias y fronteras y, aparentemente, de cualquier límite natural a la
afirmación del poder. Una respuesta imprescindible ya que el poder tecnológico,
en manos de ideologías nacionalistas o falsamente universalistas, es capaz de
producir tremendas atrocidades. No puedo menos que asociarme al aprecio de mis
predecesores, reafirmando la importancia que la Iglesia Católica concede a esta
institución y las esperanzas que pone en sus actividades. La historia de la comunidad organizada de los
Estados, representada por las Naciones Unidas, que festeja en estos días su 70
aniversario, es una historia de importantes éxitos comunes, en un período de
inusitada aceleración de los acontecimientos. Sin pretensión de exhaustividad,
se puede mencionar la codificación y el desarrollo del derecho internacional,
la construcción de la normativa internacional de derechos humanos, el
perfeccionamiento del derecho humanitario, la solución de muchos conflictos y
operaciones de paz y reconciliación, y tantos otros logros en todos los campos
de la proyección internacional del quehacer humano. Todas estas realizaciones
son luces que contrastan la oscuridad del desorden causado por las ambiciones
descontroladas y por los egoísmos colectivos. Es cierto que aún son muchos los graves problemas no resueltos,
pero es evidente que, si hubiera faltado toda esa actividad internacional, la
humanidad podría no haber sobrevivido al uso descontrolado de sus propias
potencialidades.Cada uno de
estos progresos políticos, jurídicos y técnicos son un camino de concreción del
ideal de la fraternidad humana y un medio para su mayor realización. Rindo por eso homenaje a todos
los hombres y mujeres que han servido leal y sacrificadamente a toda la
humanidad en estos 70 años. En
particular, quiero recordar hoy a los que han dado su vida por la paz y la
reconciliación de los pueblos, desde Dag Hammarskjöld hasta los muchísimos
funcionarios de todos los niveles, fallecidos en las misiones humanitarias, de
paz y de reconciliación. La experiencia de estos 70 años, más allá de
todo lo conseguido, muestra que la reforma y
la adaptación a los tiempos es siempre necesaria, progresando hacia el objetivo
último de conceder a todos los países, sin excepción, una participación y una
incidencia real y equitativa en las decisiones. Tal necesidad
de una mayor equidad, vale especialmente para los cuerpos con efectiva
capacidad ejecutiva, como es el caso del Consejo de Seguridad, los organismos
financieros y los grupos o mecanismos especialmente creados para afrontar las
crisis económicas. Esto ayudará a limitar todo tipo de abuso o usura sobre todo
con los países en vías de desarrollo. Los
organismos financieros internacionales han de velar por el desarrollo
sustentable de los países y la no sumisión asfixiante de éstos a sistemas
crediticios que, lejos de promover el progreso, someten a las poblaciones a
mecanismos de mayor pobreza, exclusión y dependencia. La labor de las Naciones Unidas, a partir de
los postulados del Preámbulo y de los primeros artículos de su Carta
Constitucional, puede ser vista como el desarrollo y la promoción de la soberanía
del derecho, sabiendo que la justicia es requisito indispensable para obtener
el ideal de la fraternidad universal. En este contexto, cabe recordar que la limitación del poder es
una idea implícita en el concepto de derecho. Dar a cada uno lo suyo, siguiendo
la definición clásica de justicia, significa que ningún individuo o grupo
humano se puede considerar omnipotente, autorizado a pasar por
encima de la dignidad y de los derechos de las otras personas singulares o de
sus agrupaciones sociales. La distribución
fáctica del poder (político, económico, de defensa, tecnológico, etc.) entre
una pluralidad de sujetos y la creación de un sistema jurídico de regulación de
las pretensiones e intereses, concreta la limitación del poder.El panorama mundial hoy nos
presenta, sin embargo, muchos falsos derechos, y –a la vez– grandes sectores
indefensos, víctimas más bien de un mal ejercicio del poder: el ambiente
natural y el vasto mundo de mujeres y hombres excluidos. Dos
sectores íntimamente unidos entre sí, que las relaciones políticas y económicas
preponderantes han convertido en partes frágiles de la realidad. Por eso hay que afirmar con fuerza sus derechos,
consolidando la protección del ambiente y acabando con la exclusión. Ante todo, hay que afirmar que existe
un verdadero «derecho del ambiente» por un doble motivo. Primero, porque los seres humanos somos parte del ambiente.
Vivimos en comunión con él, porque el mismo ambiente comporta límites éticos
que la acción humana debe reconocer y respetar. El hombre, aun
cuando está dotado de «capacidades inéditas» que «muestran una singularidad que
trasciende el ámbito físico y biológico» (Laudato si’, 81), es al mismo tiempo
una porción de ese ambiente. Tiene un cuerpo formado por elementos físicos,
químicos y biológicos, y solo puede sobrevivir y desarrollarse si el ambiente
ecológico le es favorable. Cualquier daño al ambiente, por tanto, es un daño a
la humanidad. Segundo,
porque cada una de las creaturas, especialmente las vivientes, tiene un valor
en sí misma, de existencia, de vida, de belleza y de interdependencia con las
demás creaturas. Los cristianos, junto con las otras religiones
monoteístas, creemos que el universo proviene de una decisión de amor del
Creador, que permite al hombre servirse respetuosamente de la creación para el
bien de sus semejantes y para gloria del Creador, pero que no puede abusar de
ella y mucho menos está autorizado a destruirla. Para todas las creencias
religiosas, el ambiente es un bien fundamental (cf. ibíd., 81). El abuso y la destrucción del
ambiente, al mismo tiempo, van acompañados por un imparable proceso de
exclusión. En efecto, un afán egoísta e ilimitado de poder y de bienestar
material lleva tanto a abusar de los recursos materiales disponibles como a
excluir a los débiles y con menos habilidades, ya sea por tener capacidades
diferentes (discapacitados) o porque están privados de los conocimientos e
instrumentos técnicos adecuados o poseen insuficiente capacidad de decisión
política. La
exclusión económica y social es una negación total de la fraternidad humana y
un gravísimo atentado a los derechos humanos y al ambiente. Los más pobres son los que más sufren estos
atentados por un triple grave motivo: son descartados por la sociedad, son al
mismo tiempo obligados a vivir del descarte y deben sufrir injustamente las
consecuencias del abuso del ambiente. Estos fenómenos conforman la hoy tan
difundida e inconscientemente consolidada «cultura del descarte». Lo dramático de toda esta situación de
exclusión e inequidad, con sus claras consecuencias, me lleva junto a todo el
pueblo cristiano y a tantos otros a tomar conciencia también de mi grave
responsabilidad al respecto, por lo cual alzo mi voz, junto a la de todos
aquellos que anhelan soluciones urgentes y efectivas. La adopción de la Agenda
2030 para el Desarrollo Sostenible en la Cumbre mundial que iniciará hoy mismo,
es una importante señal de esperanza. Confío también que la Conferencia de
París sobre cambio climático logre acuerdos fundamentales y eficaces. No bastan, sin embargo, los compromisos
asumidos solemnemente, aun cuando constituyen un paso necesario para las
soluciones. La definición clásica de justicia a que aludí anteriormente
contiene como elemento esencial una voluntad constante y perpetua: Iustitia est
constans et perpetua voluntas ius suum cuique tribuendi. El mundo reclama de todos los gobernantes una
voluntad efectiva, práctica, constante, de pasos concretos y medidas
inmediatas, para preservar y mejorar el ambiente natural y vencer cuanto antes
el fenómeno de la exclusión social y económica, con sus tristes consecuencias
de trata de seres humanos, comercio de órganos y tejidos humanos, explotación
sexual de niños y niñas, trabajo esclavo, incluyendo la prostitución, tráfico
de drogas y de armas, terrorismo y crimen internacional organizado.
Es tal la magnitud de estas situaciones y el grado de vidas inocentes que va
cobrando, que hemos de evitar toda tentación de caer en un nominalismo
declaracionista con efecto tranquilizador en las conciencias. Debemos cuidar que nuestras instituciones
sean realmente efectivas en la lucha contra todos estos flagelos. La multiplicidad y complejidad de los
problemas exige contar con instrumentos técnicos de medida. Esto, empero,
comporta un doble peligro: limitarse al ejercicio burocrático de redactar
largas enumeraciones de buenos propósitos –metas, objetivos e indicadores
estadísticos–, o creer que una única solución teórica y apriorística dará
respuesta a todos los desafíos. No hay que perder de vista, en ningún momento, que
la acción política y económica, solo es eficaz cuando se la entiende como una
actividad prudencial, guiada por un concepto perenne de justicia y que no
pierde de vista en ningún momento que, antes y más allá de los planes y
programas, hay mujeres y hombres concretos, iguales a los gobernantes, que
viven, luchan y sufren, y que muchas veces se ven obligados a vivir
miserablemente, privados de cualquier derecho. Para que estos hombres y mujeres
concretos puedan escapar de la pobreza extrema, hay que permitirles ser dignos
actores de su propio destino. El
desarrollo humano integral y el pleno ejercicio de la dignidad humana no pueden
ser impuestos. Deben ser edificados y desplegados por cada uno, por cada
familia, en comunión con los demás hombres y en una justa relación con todos
los círculos en los que se desarrolla la socialidad humana –amigos,
comunidades, aldeas y municipios, escuelas, empresas y sindicatos, provincias,
naciones–. Esto supone y exige el derecho
a la educación –también para las niñas, excluidas en algunas partes–, que se
asegura en primer lugar respetando y reforzando el derecho primario de las
familias a educar, y el derecho de las Iglesias y de
agrupaciones sociales a sostener y colaborar con las familias en la formación
de sus hijas e hijos. La educación, así concebida, es la base para la
realización de la Agenda 2030 y para recuperar el ambiente. Al mismo tiempo, los gobernantes han de hacer
todo lo posible a fin de que todos puedan tener la mínima base material y
espiritual para ejercer su dignidad y para formar y mantener una familia, que
es la célula primaria de cualquier desarrollo social. Ese mínimo absoluto tiene en lo material tres
nombres: techo, trabajo y tierra; y un nombre en lo espiritual: libertad del
espíritu, que comprende la libertad religiosa, el derecho a la educación y los
otros derechos cívicos. Por todo esto, la medida y el indicador más
simple y adecuado del cumplimiento de la nueva Agenda para el desarrollo será
el acceso efectivo, práctico e inmediato, para todos, a los bienes materiales y
espirituales indispensables: vivienda propia, trabajo digno y debidamente
remunerado, alimentación adecuada y agua potable; libertad religiosa, y más en
general libertad del espíritu y educación. Al mismo tiempo, estos pilares del
desarrollo humano integral tienen un fundamento común, que es el derecho a la
vida y, más en general, lo que podríamos llamar el derecho a la existencia de
la misma naturaleza humana. La crisis ecológica, junto con la
destrucción de buena parte de la biodiversidad, puede poner en peligro la
existencia misma de la especie humana. Las nefastas consecuencias de un irresponsable desgobierno de la
economía mundial, guiado solo por la ambición de lucro y de poder, deben ser un
llamado a una severa reflexión sobre el hombre: «El hombre no es solamente una
libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es
espíritu y voluntad, pero también naturaleza» (Benedicto XVI, Discurso al
Parlamento Federal de Alemania, 22 septiembre 2011; citado en Laudato si’, 6).
La creación se ve perjudicada «donde nosotros mismos somos las últimas
instancias [...] El derroche de la creación comienza donde no reconocemos ya
ninguna instancia por encima de nosotros, sino que solo nos vemos a nosotros
mismos» (Id., Discurso al Clero de la Diócesis de Bolzano-Bressanone, 6 agosto
2008; citado ibíd.). Por eso, la defensa del ambiente y la lucha contra la
exclusión exigen el reconocimiento de una ley moral inscrita en la propia
naturaleza humana, que comprende la distinción natural entre hombre y mujer
(cf. Laudato si’, 155), y el absoluto respeto de la vida en todas sus etapas y
dimensiones (cf. ibíd., 123; 136). Sin el reconocimiento de unos límites éticos
naturales insalvables y sin la actuación inmediata de aquellos pilares del
desarrollo humano integral, el ideal de «salvar las futuras generaciones del
flagelo de la guerra» (Carta de las Naciones Unidas, Preámbulo) y de «promover
el progreso social y un más elevado nivel de vida en una más amplia libertad» (ibíd.)
corre el riesgo de convertirse en un espejismo inalcanzable o, peor aún, en
palabras vacías que sirven de excusa para cualquier abuso y corrupción, o para
promover una colonización ideológica a través de la imposición de modelos y
estilos de vida anómalos, extraños a la identidad de los pueblos y, en último
término, irresponsables. La guerra es la negación de todos
los derechos y una dramática agresión al ambiente. Si se quiere un verdadero desarrollo humano
integral para todos, se debe continuar incansablemente con la tarea de evitar
la guerra entre las naciones y entre los pueblos. Para tal fin hay que asegurar el imperio
incontestado del derecho y el infatigable recurso a la negociación, a los
buenos oficios y al arbitraje, como propone la Carta de las Naciones Unidas,
verdadera norma jurídica fundamental. La experiencia de los 70 años de
existencia de las Naciones Unidas, en general, y en particular la experiencia
de los primeros 15 años del tercer milenio, muestran tanto la eficacia de la
plena aplicación de las normas internacionales como la ineficacia de su
incumplimiento. Si se respeta y aplica la Carta de las Naciones Unidas con
transparencia y sinceridad, sin segundas intenciones, como un punto de
referencia obligatorio de justicia y no como un instrumento para disfrazar
intenciones espurias, se alcanzan resultados de paz. Cuando, en cambio, se
confunde la norma con un simple instrumento, para utilizar cuando resulta
favorable y para eludir cuando no lo es, se abre una verdadera caja de Pandora
de fuerzas incontrolables, que dañan gravemente las poblaciones inermes, el
ambiente cultural e incluso el ambiente biológico. El Preámbulo y el primer artículo de la Carta
de las Naciones Unidas indican los cimientos de la construcción jurídica
internacional: la paz, la solución pacífica de las controversias y el
desarrollo de relaciones de amistad entre las naciones. Contrasta fuertemente
con estas afirmaciones, y las niega en la práctica, la tendencia siempre
presente a la proliferación de las armas, especialmente las de destrucción
masiva como pueden ser las nucleares. Una ética y un derecho basados en la
amenaza de destrucción mutua –y posiblemente de toda la humanidad– son
contradictorios y constituyen un fraude a toda la construcción de las Naciones Unidas,
que pasarían a ser «Naciones unidas por el miedo y la desconfianza». Hay que
empeñarse por un mundo sin armas nucleares, aplicando plenamente el Tratado de
no proliferación, en la letra y en el espíritu, hacia una total prohibición de
estos instrumentos. El reciente acuerdo sobre la cuestión nuclear
en una región sensible de Asia y Oriente Medio es una prueba de las
posibilidades de la buena voluntad política y del derecho, ejercitados con
sinceridad, paciencia y constancia. Hago votos para que este acuerdo sea
duradero y eficaz y dé los frutos deseados con la colaboración de todas las
partes implicadas. En ese sentido, no faltan duras
pruebas de las consecuencias negativas de las intervenciones políticas y
militares no coordinadas entre los miembros de la comunidad internacional. Por eso, aun deseando no tener la necesidad
de hacerlo, no puedo dejar de reiterar mis repetidos llamamientos en relación
con la dolorosa situación de todo el Oriente Medio, del norte de África y de
otros países africanos, donde los cristianos, junto con otros grupos culturales
o étnicos e incluso junto con aquella parte de los miembros de la religión
mayoritaria que no quiere dejarse envolver por el odio y la locura, han sido
obligados a ser testigos de la destrucción de sus lugares de culto, de su
patrimonio cultural y religioso, de sus casas y haberes y han sido puestos en
la disyuntiva de huir o de pagar su adhesión al bien y a la paz con la propia
vida o con la esclavitud. Estas realidades deben constituir un serio
llamado a un examen de conciencia de los que están a cargo de la conducción de
los asuntos internacionales. No solo en los casos de persecución religiosa o
cultural, sino en cada situación de conflicto, como en Ucrania, en Siria, en
Irak, en Libia, en Sudán del Sur y en la región de los Grandes Lagos, hay
rostros concretos antes que intereses de parte, por legítimos que sean. En las
guerras y conflictos hay seres humanos singulares, hermanos y hermanas
nuestros, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, niños y niñas, que lloran,
sufren y mueren. Seres humanos que se convierten en material de descarte cuando
solo la actividad consiste en enumerar problemas, estrategias y discusiones. Como pedía al Secretario General de las
Naciones Unidas en mi carta del 9 de agosto de 2014, «la más elemental
comprensión de la dignidad humana [obliga] a la comunidad internacional, en
particular a través de las normas y los mecanismos del derecho internacional, a
hacer todo lo posible para detener y prevenir ulteriores violencias sistemáticas
contra las minorías étnicas y religiosas» y para proteger a las poblaciones
inocentes. En esta misma línea quisiera hacer mención a
otro tipo de conflictividad no siempre tan explicitada pero que silenciosamente
viene cobrando la muerte de millones de personas. Otra clase de guerra viven
muchas de nuestras sociedades con el fenómeno del narcotráfico. Una guerra
«asumida» y pobremente combatida. El narcotráfico por su propia dinámica va
acompañado de la trata de personas, del lavado de activos, del tráfico de
armas, de la explotación infantil y de otras formas de corrupción. Corrupción
que ha penetrado los distintos niveles de la vida social, política, militar,
artística y religiosa, generando, en muchos casos, una estructura paralela que
pone en riesgo la credibilidad de nuestras instituciones. Comencé esta intervención recordando las
visitas de mis predecesores. Quisiera ahora que mis palabras fueran
especialmente como una continuación de las palabras finales del discurso de
Pablo VI, pronunciado hace casi exactamente 50 años, pero de valor perenne: «Ha
llegado la hora en que se impone una pausa, un momento de recogimiento, de
reflexión, casi de oración: volver a pensar en nuestro común origen, en nuestra
historia, en nuestro destino común. Nunca, como hoy, [...] ha sido tan
necesaria la conciencia moral del hombre, porque el peligro no viene ni del
progreso ni de la ciencia, que, bien utilizados, podrán [...] resolver muchos
de los graves problemas que afligen a la humanidad» (Discurso a los Representantes
de los Estados, 4 de octubre de 1965). Entre otras cosas, sin duda, la
genialidad humana, bien aplicada, ayudará a resolver los graves desafíos de la
degradación ecológica y de la exclusión. Continúo con Pablo VI: «El verdadero
peligro está en el hombre, que dispone de instrumentos cada vez más poderosos,
capaces de llevar tanto a la ruina como a las más altas conquistas» (ibíd.). La casa común de todos los hombres debe
continuar levantándose sobre una recta comprensión de la fraternidad universal
y sobre el respeto de la sacralidad de cada vida humana, de cada hombre y cada
mujer; de los pobres, de los ancianos, de los niños, de los enfermos, de los no
nacidos, de los desocupados, de los abandonados, de los que se juzgan
descartables porque no se los considera más que números de una u otra
estadística. La casa común de todos los hombres debe también edificarse sobre
la comprensión de una cierta sacralidad de la naturaleza creada. Tal comprensión y respeto exigen un grado
superior de sabiduría, que acepte la trascendencia, renuncie a la construcción
de una elite omnipotente, y comprenda que el sentido pleno de la vida singular
y colectiva se da en el servicio abnegado de los demás y en el uso prudente y
respetuoso de la creación para el bien común. Repitiendo las palabras de Pablo
VI, «el edificio de la civilización moderna debe levantarse sobre principios
espirituales, los únicos capaces no sólo de sostenerlo, sino también de
iluminarlo» (ibíd.). El gaucho Martín Fierro, un
clásico de la literatura en mi tierra natal, canta: «Los hermanos sean unidos
porque esa es la ley primera. Tengan unión verdadera en cualquier tiempo que
sea, porque si entre ellos pelean, los devoran los de afuera». El mundo contemporáneo,
aparentemente conexo, experimenta una creciente y sostenida fragmentación
social que pone en riesgo «todo fundamento de la vida social» y por lo tanto «termina por enfrentarnos
unos con otros para preservar los propios intereses» (Laudato si’, 229). El tiempo presente nos invita a privilegiar
acciones que generen dinamismos nuevos en la sociedad hasta que fructifiquen en
importantes y positivos acontecimientos históricos (cf. Evangelii gaudium,
223). No podemos permitirnos postergar «algunas agendas» para el futuro. El futuro nos pide decisiones críticas y
globales de cara a los conflictos mundiales que aumentan el número de excluidos
y necesitados. La laudable construcción jurídica
internacional de la Organización de las Naciones Unidas y de todas sus
realizaciones, perfeccionable como cualquier otra obra humana y, al mismo
tiempo, necesaria, puede ser prenda de un futuro seguro y feliz para las
generaciones futuras. Lo será si los representantes de los Estados sabrán dejar
de lado intereses sectoriales e ideologías, y buscar sinceramente el servicio del
bien común. Pido a Dios Todopoderoso que así sea, y les aseguro mi apoyo, mi
oración y el apoyo y las oraciones de todos los fieles de la Iglesia Católica,
para que esta Institución, todos sus Estados miembros y cada uno de sus
funcionarios, rinda siempre un servicio eficaz a la humanidad, un servicio
respetuoso de la diversidad y que sepa potenciar, para el bien común, lo mejor
de cada pueblo y de cada ciudadano. La bendición del Altísimo, la paz y la
prosperidad para todos ustedes y para todos sus pueblos. Gracias.