lunes, 28 de septiembre de 2015

A cuenta y riesgo, no por cuenta propia



 Resulta demasiado común encontrar rostros jóvenes entre aquellas personas que trabajan ‘por la izquierda’, viven del invento y los negocios ilícitos



El trabajo por cuenta propia se ha convertido en una opción laboral para muchos jóvenes. Foto: Ismael Batista



Del trabajo en el sector estatal, las cooperativas y por cuenta propia solemos hablar, no así de ese otro “por la izquierda”, cosa extraña, incluso paradójica, pues sin importar cuán sumergida o subterránea se le considere, a la economía informal nos la topamos todos a diario.
Sordos, ciegos y mudos, como los tres monos del cuento, permanecemos ante la ilegalidad, ese trapicheo circundante, que puede parecer un “salve”, pero nos pierde, y que no tiene edad, aunque basta fijarse para distinguir demasiados rostros jóvenes entre los que viven del invento y los negocios ilícitos, ese enjambre de “luchadores”, que hacen esto y lo otro, lo que caiga.
Si nos atenemos al significado exacto de las palabras, trabajo por cuenta propia es eso, sostuvo —no como elogio, sino por puro apego a la semántica— un delegado al X Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), en cuyos debates halló espacio el tema de la creciente incorporación juvenil a las nuevas formas de empleo no estatal.
En su intervención en una de las comisiones de trabajo, el joven advirtió de la presencia en ese escenario laboral, junto al empleador y el empleado, de un tercer actor, que ni contrata ni está contratado, pero está —por su cuenta, dijo— y trabaja, no pocas veces en condiciones muy duras, incluso de explotación.
Sobre lo debatido en el foro, volvimos luego con Yuniasky Crespo Baquero, primera secretaria de la UJC, que expresó:
“Para nadie es secreto que la mayoría de los cuentapropistas jóvenes son empleados; los hay, incluso, que trabajan ‘por la izquierda’, sin contrato y, por ende, sin amparo legal, e igual, toda la información recopilada muestra que, contratados o no, para muchos su trabajo actual nada tiene que ver con lo que estudiaron y aprendieron.
“Por eso, tanto en las sesiones como durante todo el proceso orgánico, los principales reclamos y propuestas en este sentido se centraron en la capacitación (cuanta vía de preparación y superación les permita desempeñarse mejor en su puesto), la atención y protección, y el fomento de una cultura jurídica en los jóvenes, que poco saben de leyes, normas, deberes y derechos, como ciudadanos y en cualquier ámbito”.

¿QUÉ DICE LA CIENCIA?
Con muchas horas de vuelo en cuanto atañe a la inserción laboral de los jóvenes, la máster en Ciencias María Josefa Luis Luis, subdirectora del Centro de Estudios sobre la Juventud, tiene resultados científicos, vivencias y criterios que compartir:
“¡Claro que hay muchos trabajando ‘por la izquierda’! Algunos lo admiten, otros lo dejan entrever. En el trabajo de terreno para más de un estudio sobre los jóvenes desvinculados, cuando profundizas e insistes, al final reconocen que están haciendo algún trabajito por su cuenta, es decir, informal e ilegal, porque burlar el fisco, evadir impuestos y controles administrativos, no solo es incorrecto, sino que va contra la ley y está penado.
“Igual tenemos estudiantes universitarios empleados ‘bajo cuerda’, por ejemplo, en una paladar. Trabajan los fines de semana, en vacaciones o cuando tienen menos carga docente, cuando están cortos de dinero o quieren comprar algo. También cuando el dueño los necesita. Existe un acuerdo tácito entre las partes, pero nada registrado. Están, pero no están, y no es fácil identificarlos, porque los ves y todo parece normal”.

UNA AGUJA EN UN… ALFILETERO
Por casi dos años, Aniet fue una de ellos. Su trabajo en una empresa estatal le gustaba, pero su gran sueño era graduarse de Contabilidad, que estudiaba en el curso por encuentro:
“Trabajo, casa, universidad, todo quedaba lejos, y la situación del transporte no hacía sino agrandar la distancia. Debía cumplir estrictamente la jornada y hacer mi trabajo. Cualquier permiso, una salida antes de hora, un repaso, estudiar para un examen y cuanto tuviera que ver con la docencia salía por vacaciones. En fin, que no tenía tiempo, y eso es lo que exige una carrera como la mía. Así que dejé la empresa.
“Mi familia me ayudaba, pero una siempre quiere tener lo suyo y una amistad me ofreció trabajar en su cafetería: llevarle las cuentas, cubrir algún turno, hacer lo que hiciera falta. Sabía que no era legal, pero me estaba ahorrando trámites y dinero.
“No sentí que me estuvieran explotando, era un favor, que siempre agradeceré. La que sí nunca estuvo muy conforme fue mi familia. Trataron de quitarme la idea, pero los convencí con la promesa de que sería por poco tiempo, y así fue, porque cuando empecé el último año, dejé la cafetería para dedicarme por entero a la carrera y, ya graduada, volví a trabajar para el Estado, en lo mío, pues aunque gano menos, es otro mundo y me gusta más”.
Tras escuchar la historia de Aniet, María Jo­sefa reflexiona sobre una situación que —asegura— tiene más contras que pros: “No son pocos los jóvenes empleados por conocidos y hasta familiares. El gesto suele verse como ayuda, y esos lazos parecen la mejor garantía de que no habrá dificultades, pero, ojo, porque no es de iguales una relación bajo esos términos.
“Las palabras se las lleva el viento, y ante una enfermedad, accidente laboral, incumplimiento de lo pactado u otro problema, el que está ilegal saldrá siempre perdiendo. No tiene a quién quejarse ni qué exigir. Nada lo ampara ni respalda. Su posición es de subordinación, y semejante situación termina por dañarlo, desde el punto de vista psicológico y social: autoestima, sentimientos, conciencia, valores, comportamientos, imagen…
“Está ampliamente documentado por estudios, en los cuales jóvenes desvinculados aseguran sentirse mal vistos por la gente que sabe o intuye que trabajan ‘por fuera’; cuestionamiento al que suman la inseguridad, el saberse en una posición ambigua, incómoda, ante las autoridades de la sociedad, con la amenaza perenne de una inspección, una denuncia o una redada. Vivir en tamaña zozobra no es bueno y tiene consecuencias”.

¿Y LA FAMILIA?
¿Nadie hace nada en los hogares de esos jóvenes? ¿No se dan cuenta de lo que ocurre ni ven el peligro? ¿Cómo queda la familia en todo esto?
Antes de “bombardear” a la experta, me hice esas y otras preguntas: ¿Dónde quedó la frase “pobre, pero honrado”, que como lección de vida tanto escuchamos?
Que conste, esos padres y abuelos no eran extraterrestres. Habría que estudiar cómo, cuánto y por qué la ilegalidad se ha extendido y echado raíces en nuestras vidas, al punto de que en determinados ámbitos es socialmente aceptada o al menos tolerada, y a la vista pública se quebrantan normas e ignoran disposiciones.
María Josefa acepta el desafío. Para ella, además de célula básica de la sociedad, la familia es pieza clave en este asunto.
“Con razón dicen que cada casa es un mundo. ¿Cuántos hogares vemos, en que cada quien vive su vida y el muchacho hace y deshace sin que le pongan frenos? Y no hablemos de aquellos donde se aplaude, alienta y hasta se conmina al joven a que ‘luche’ lo suyo.
“Sin embargo, hay familias que sí se oponen, por las buenas e, incluso, a las malas, pero terminan cediendo, bajo protesta y un sentimiento de culpa, por no poder darle al hijo lo que pide y para él quisieran.
“Algunas se consuelan pensando que al menos el muchacho está tranquilo, haciendo algo, ganando su dinerito, y no reparan en el daño, en cuánto va resquebrajándose su sistema de valores, porque sí, muchos de esos jóvenes expresan frustración, vergüenza o intentan disimular, pero los hay que te cuentan sin tapujos qué hacen, de qué viven y afirman no importarles lo que piensan los demás”.
RAZONES EN LA BALANZA
“¿Por qué insistimos tanto en los jóvenes, si el fenómeno no tiene edad? Es que las primeras experiencias laborales resultan decisivas, nos marcan y definen.
“Igual, en esa etapa las relaciones sociales pesan mucho, tanto, que es una de las ventajas que reconocen los jóvenes cubanos al trabajo en el sector estatal y que —junto a garantías, seguridad y posibilidades de su­peración que brinda— hacen que continúen prefiriéndolo a cualquier otra modalidad de empleo.
“No es lo mismo trabajar solo o con otra persona, que en un centro donde hay gente de cualquier edad y, especialmente, coetáneos, con intereses similares; un lugar al que van no solo a hacer lo que les toca y ganar dinero, sino para relacionarse, y son convocados a una actividad política, una reunión sindical, y organizan una fiesta, un campismo, una salida al cine o la playa.
“Otra buena razón es que, para los efectos legales, el trabajo ‘por la izquierda’ no es trabajo. Los jóvenes viven el presente. El futuro les parece remoto. No tienen la experiencia ni miden las consecuencias. Quieren divertirse, comprarse ropa y zapatos de marca, y hacen algún trabajito, pero llegará el día en que deban pensar en la jubilación, y entonces esos serán años en blanco.
“Existe una terrible falta de cultura, tributaria y de la legalidad en su conjunto, a nivel social y, por supuesto, en las nuevas generaciones. Cultura es conocimiento y respeto, pero para eso resultan imprescindibles la más amplia divulgación, la educación sistemática y, sobre todo, el hacer cumplir las leyes, aunque el ejemplo de Aniet nos recuerda que hay casos y cosas.
“Es que legalizar un trabajo ocasional puede devenir odisea, la gente le huye al papeleo, repele la burocracia, y tal vez habría que pensar en aligerar los trámites para contratos eventuales, ser más flexibles y puntuales al fijar el monto del impuesto, que no puede ser igual si trabajas de viernes a domingo, que toda la semana, o dos horas y no la jornada entera.
“Con nuestros derechos, sucede igual que con los deberes. No sabemos cuáles son ni cómo defendernos cuando son violentados. No hace mucho, en un estudio en un municipio de la región oriental detectamos una inestabilidad laboral fuera de lo común en una paladar.
“El horario excesivo y un salario mucho menor que en otros establecimientos eran las causas visibles, pero detrás de eso, había varios trabajando sin licencia. Para pagarles sin perder, el empleador quitaba, a los legalmente contratados, parte de lo que les tocaba, y está claro que esos ‘por la izquierda’ tampoco recibían lo justo. De manera que todos eran explotados.
“Cosas así suceden y no hay cultura de reclamar. Hasta los que tienen sus papeles en regla piensan: para qué buscarme enemistades y líos, quién va a defenderme, si no me conviene, me voy. Nada, que en esto hay mucha tela por donde cortar”.
Ciertamente, el tema se las trae, pero algo me ha quedado muy claro y es que, con perdón de la semántica y de la opinión del delegado al X Congreso de la UJC, comoquiera que se mire y lo nombren, el trabajo informal será siempre a cuenta y riesgo, no por cuenta propia, y a juzgar por la suma de evidencias y argumentos, el peligro —especialmente para los jóvenes— es extremo.
 TOMADO DE DIARIO GRANMA

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