La memoria infamante de la esclavitud persiste en sus expresiones más crudas y obvias: el cepo, los castigos corporales, las interminables horas de trabajo, la captura de hombres y mujeres en tierras africanas, su traslado en las bodegas de los barcos y, llegados los días de la ilegalización de la trata, la condena a convertirse en carne para tiburones, a fin de escapar a las requisas de los inspectores británicos. A tantos factores que los sometían a la condición de no persona y de simple objeto de compraventa, hay que añadir la marca humillante del calimbaje, similar a la aplicada al ganado vacuno. El tatuaje con hierro candente imborrable señalaba la pertenencia a la dotación de un amo. También imborrable ha sido el color de la piel.
Cercenar la dignidad humana es una de las formas más violentas de ejercicio del poder, con vistas a sociedades donde las clases dominantes se reproducen inexorablemente según funciones prefijadas.
En la Edad Media, los leprosos tenían que andar con un cencerro. Durante la ocupación nazi, los judíos estaban obligados a portar la estrella amarilla de David, la señal pública que los marginaba de muchos derechos concedidos a otros ciudadanos. Al ingresar en los campos de concentración, se les tatuaba un número en el brazo. Hay formas visibles de calimbar a los seres humanos. Las hay también más sutiles como el despectivo «nigger», el equívoco «de color» para identificar la tonalidad de piel.
Las luchas libradas por la humanidad a través de la historia se han contrapuesto a todas las formas de calimbaje por razón de raza, de creencia o de origen social, tanto como a la implantación violenta de valores supuestamente emancipatorios. Para los griegos, bárbaro era sinónimo de extranjero. En Roma, Espartaco encarnó la rebelión de los esclavos. En su origen, la cristiandad se expandió rápidamente porque hizo iguales a todos los hombres.
Con la aparición del feudalismo se instauró la jerarquía vertical del cuerpo de la iglesia. El capitalismo borró la naturaleza pecaminosa del préstamo a interés, fuente originaria del poder financiero.
El esclavista contemporáneo no utiliza el hierro candente, demasiado primitivo. El capitalismo se alimentó de la esclavitud. El neoliberalismo, su continuador a otra escala, subordina el ser humano a las utilidades de una economía que trabaja para sí. En Tiempos Modernos, de Chaplin, y en Cronometraje, una obra de Marcelo Pogolotti, se expresaba la instrumentalización de la persona transformada en tuerca de una maquinaria para alcanzar el máximo de productividad, según la racionalidad taylorista. Los calimbados de hoy proceden del Sur y de los países periféricos. Son los indocumentados que intentan cruzar el río Bravo, las masas que atraviesan el Mediterráneo, se ahogan en el mar o en contenedores carentes de oxígeno.
En nombre del choque de civilizaciones y de la imposición de valores universales se abrió irresponsablemente la caja de Pandora. Huestes dotadas de armamentos y recursos de origen tan ignoto como ellas, difunden por el mundo actos de infinita crueldad y destruyen los inapreciables testimonios de una cultura secular construida por el trabajo del hombre. Por otra parte, la seducción de los medios y la multiplicación incesante de objetos de consumo ejercen una fascinación que nos conduce alegremente a la depredación y a la muerte, semejante a las orquestas que recibían a los condenados a las puertas de los campos de concentración.
La trata desarraigó al esclavo de su familia, de su entorno social y de la jerarquía que alguna vez ostentara. Ni eso ni el calimbaje lograron borrar su memoria ni su cultura. Preservaron su cosmogonía, imaginario, su diálogo esencial con la naturaleza y los ritmos de su música, que con nombres y formas diferentes han invadido el planeta.
Siempre sagaz en asuntos de comunicación, Umberto Eco afirmaba hace poco que las redes sociales les han dado voz a los idiotas. Yo diría, además, que Internet agiganta la distancia entre las élites del saber y las grandes masas. Los investigadores científicos más calificados encuentran allí información actualizada, así como una vía eficaz de intercambio con sus colegas de otras partes. Logran ese propósito gracias a la fortaleza de sus saberes respectivos. Así, descubren qué buscan, y discriminan el grano de la paja. Otros, más ingenuos, se convierten en meros consumidores de la tontería que construye su modo de pensar, sus aspiraciones y sus paradigmas efímeros y fútiles.
Los oprimidos hicieron para sí y entregaron al resto del mundo una cultura de la resistencia, núcleo generador de una auténtica práctica emancipadora. Nuestra especie está abocada a una disyuntiva fundamental, en el vértigo de caminos que se bifurcan inexorablemente. La filosofía neoliberal entroniza el dominio de una economía que funciona al servicio del capital financiero y sujeto a los vaivenes de la bolsa, donde se compran y venden papeles distanciados de la producción de bienes y de las necesidades reales de las grandes mayorías.
No hay tiempo que perder. Se trata ahora de refundar un humanismo a la altura de los tiempos, de formular proyectos lúcidos y rescatar los valores de una verdadera tradición emancipatoria en los cimarronajes y en las ideas de Simón Rodríguez, el joven Marx, Pablo Lafargue, José Martí, Ernesto Che Guevara y Fidel Castro. Heredados de la Revolución Francesa, derecha e izquierda son conceptos vigentes. Hoy en día, la derecha se identifica al neoliberalismo y al dominio del capital financiero especulativo. La izquierda propone la emancipación humana, la defensa de los pueblos y la salvación del planeta.
(tomado de Juventud Rebelde)
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