Por Katheryn Felipe
Foto:Silvio Rodríguez Domínguez |
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No
imaginé que el Leo que todos llamaban “maestro” llevara, con tan calmada
sencillez, el traje del virtuosismo. La mañana antes de conocerlo supe que el
Festival Les Voix Humaines (que ya no se llama como el maestro) traerá, en
edición única que durará casi un mes, más de 30 conciertos, 350 músicos y
artistas de 16 países, y 25 estrenos nacionales e internacionales, que
abarcarán variadas tendencias, estéticas y géneros musicales.
Pero
no pedí insistentemente para hacer unas cuantas preguntas sobre las voces
humanas, sino para escuchar a Juan Leovigildo Brouwer Mesquida. Después de
entrevistarlo sabré que lo mejor de la música universal no quedó en Mozart,
Beethoven o Stravinsky. Habré visto ya que sus manos acomodan los espejuelos,
cada vez que reitera que la desinformación pone en peligro la cultura.
Aunque
ha sido más aplaudido fuera que dentro de Cuba, tras 50 minutos conversando con
este genial guitarrista tendré claro que no le importa la fama y que desconfía
de las cosas bonitas. Entonces, ya estaré enterada de que cuenta demasiados
(inacabables) amigos repartidos por todo el mundo y que no pocos de ellos
viajan a La Habana desde 2009 para los espectáculos culturales que organiza. En
una, dos, tres ocasiones… habré escuchado que tan bueno es programando como
dirigiendo y componiendo.
La
cita (o mejor, la clase) será al día siguiente. De su apretada agenda
aprovecharé un ratico. Me sentaré frente a Leo Brouwer en una oficina y acabaré
por aprender al pie de la letra qué hay de deslumbrante en lo peculiar.
Durante
seis ediciones del Festival Leo Brouwer de Música de Cámara y, por única vez,
con Les Voix Humaines, defiende como premisa un maridaje de músicas
inteligentes. ¿Por qué?
-Siempre
he estado reflexionando sobre el entorno, basado en un principio inolvidable
del filósofo español Ortega y Gasset, que dijo: “Yo soy yo y mi circunstancia”.
Es algo apoteósico que leí de niño y nunca olvidé. El entorno nuestro se ha ido
deteriorando sonoramente y, manipulado por los medios, ha llegado a ser un (en
criollo) batiburrillo, es decir, una repetición exhaustiva de lugares comunes y,
en un gran porcentaje, de lo que llamo banalidad. La banalidad existe pero,
como dolorosamente la mente del hombre es manejada por la información, se puede
convertir una cosa barata, pueril o kitsch (que es casi el 90 por ciento de lo
que estamos oyendo), en algo rutinario y agradable. Yo prefiero la hermosura a
lo que denominamos “bonito”. Un hipopótamo es hermoso, como puede serlo también
una gacela. En mi opinión, programar es un arte, no solo componer, no solo
realizar o interpretar. En mis programaciones como músico siempre he tratado de
dar todo tipo de información, empezando por la tarjeta de presentación (que
puede ser de una de las grandes obras o de las más comunes, con óptima calidad,
hasta pasar a cosas que nunca se han oído jamás). Una vez que uno gana la
confianza del público, puede darle toda la información del mundo. Así hacemos
un festival de músicas que no se conocen, que no se tocan o que no se divulgan
suficientemente, porque son difíciles y exigen una cultura de información a
nivel mundial.
¿Sigue
siendo imitativa la música cubana? ¿Por qué?
-Sí
lo es. Las formas de la cultura popular en nuestros países, por falta de
formación técnica, se han convertido en reiteraciones o repeticiones de
fórmulas. Es cierto que esas formas han adquirido a través del tiempo un
folklore renovado y actualizado, convertido en música popular y reconvertido en
clichés comerciales por los medios y por los transgresores (en el peor sentido
de la palabra), que son managers, disqueras, medios de divulgación programadores
de teatros y de televisión. Todos son mediadores que manipulan al público con
un material llamado “comercial”.
Dentro
de lo comercial hay gentes muy buenas y que incluso tienen apetencias por hacer
cosas “inteligentes”. Pero el programador decide, porque es quien paga y quien
tiene acceso a la divulgación, que es tan necesaria para el arte,
específicamente sonoro. Por eso las músicas populares, que siempre han sido
corteses con la historia (en no transgredirla, pero tampoco en desarrollarla), se
quedan lamentablemente en lo repetitivo. Siempre hay algunos talentos; por
ejemplo, fue el caso de Formell, que aparte de su gracia para unos montunos o
estribillos de músicas populares absolutamente geniales, tenía un oficio
profesional altísimo. Eso no es común hoy en el siglo XXI, donde te formo un
piquete de reguetón en el cual nadie sabe de música, “pero no importa, no
hace falta”. Lo que hace falta es el tipo que divulgue la tontería que yo estoy
haciendo y eso me va a forrar los bolsillos, a mí y al que me programa, porque
para que ese me programe yo le suelto un dinerito. Eso en otros términos sería
corrupción, pero aquí no se le llama así, aquí es normal. Entonces, con todos
estos mundos siniestros, no hay posibilidad de desarrollo de unas formas populares
que se enquistan en comerciales. Por eso se es imitativo en el peor sentido, no
solo como debía ser en el respeto a la forma histórica heredada.
¿La
música es solo un vehículo económico en Cuba?
-El
vehículo económico, en los distintos niveles en que se mueve, es plausible y es
parte de todo quehacer, eso no es un pecado, al contrario, esta es una
profesión ardua que hay que ganarse. No hablo de las fórmulas simples, sino de
esas músicas que progresan en sí, que se desarrollan, que se convierten en una
pasión más que en un negocio. Lo triste es cuando el ser humano creador tiene
éxito, economía floreciente (cosa mucho más común en la música popular), y
empieza a vivir de su gran momento. Pasa, por ejemplo, con quienes con 50 años
se visten o se peinan para salir en televisión, de la misma forma que cuando
tenían 20. Ahí hay un desenchufe garrafal. Eso actúa en detrimento de ese papel
mágico que debe tener el artista.
¿Se
ha perdido entonces ese espíritu renacentista que usted defendió?
-Puede
perderse porque no hay ganas de renovar. Primero, porque la gente triunfa y
espera continuar en ese, llamémosle, status de privilegio. Recordemos un
diálogo entre la moda y la muerte de uno de los grandes poetas italianos,
Leopardi. La moda es muy peligrosa porque determina muchas veces el desvío
estético de cosas interesantes de la cultura popular y de la clásica o erudita.
No hay clasificación para la música pensante o inteligente. Ese renacimiento,
traducido popularmente como renovación o refresco, evita precisamente esa
especie de sudor del verano. No creo en la experimentación, a pesar de que
dirigí un grupo bajo ese nombre. La experimentación no es más que la
confirmación de ideas que son. Toda obra terminada no acepta experimento. Se
experimenta con lo que está en proceso. Me parece ridícula esa frase de “estoy
experimentando con tal cosa”.
¿Cómo
incentivar la inventiva para mejorar la mano de obra?
-Incentivar
la inventiva es librar al hombre de preocupaciones innecesarias. Entonces, la
mente vuela. Las preocupaciones cotidianas no te dejan volar, porque tienes que
buscar el pan que llegó, no hay transporte, o vas a llegar tarde y te van a
descontar, o tus hijos o nietos van a parir y en vez de ser cinco en una casa
seremos siete y no cabemos, etc. Ese largo etcétera de la cotidianidad atenta
contra la creatividad del hombre, evita que crezca, se expanda. El artista no
es artista porque fue a una universidad de artes. Sí, se graduó y luego qué
hizo. Yo he dado clases en todo el mundo y he tenido alumnos, por todas partes.
Si encuentro a un compositor, voy y le pregunto: “¿Cuáles músicas conoces?”, y
me responde: “Conozco de todo y me gusta la música más moderna”. Luego sigo yo:
“¿Has oído a McMillan, Takemitsu, Elliott Carter, Andriessen?”, y lo único que
responde es “no, no, no”. Entonces, tú no eres un contemporáneo. “¿Qué pintas?
(sigo preguntando yo)”, y me dicen: “Abstracto”. Bueno, “¿conoces el
expresionismo abstracto?, ¿has visto a Raúl Martínez, de la época pop de los
años 60?, ¿conoces a los 11 abstractos?, ¿has visto el neoabstraccionismo, en
Europa y Estados Unidos?, ¿sabes quiénes son Francis Bacon, Franz Kline o
Jackson Pollock?”. Si eres escritor, “¿cuáles son tus favoritos?, ¿García
Márquez? (me alegro muchísimo porque fue mi amigo)”, pero hay que leer más. Esa
es una de las partes, la falta de información, de medios que uno mismo se puede
proporcionar. No estoy hablando de tener una Internet a tope, porque en mi
oficina tengo la velocidad más lenta del mundo. Cuando no había Internet, yo me
estudié mil obras y no había dinero para comprarlas, entonces me fui a la casa
de música, me hice amigo del dueño y leí allí las partituras. Para eso me
pasaba cinco horas de pie, sin comer. Entonces, si no tengo óleos, linazas,
aceites, acrílicos, cojo un lápiz y un carbón y pinto. A los 12 años, Picasso
había hecho tres mil dibujos que están en el Museo de Barcelona. Y si no puedes
visitar esos lugares para aprender, investigas en Internet y si no tienes
conexión usa la de tu amigo que tiene más dinero o vete a un hotel. La mejor
mano de obra es la mayor cantidad de conocimiento inmediato, simultáneo, de lo
tuyo.
¿Cómo
se puede mejorar la música en Cuba?
-Hay
cosas muy simples y difíciles de explicar. Lo único que falta es cultura. ¿Qué
significa la cultura? Primero, cultura no es erudición, es conocimiento, es
integrar en tu cerebro pensante (todos son importantes: hay uno lúdico, uno que
se divierte, uno que aprende y uno que destila o saca ideas) todas esas
vivencias, informaciones, magias apresadas por los sentidos. Y va, como dije
una vez, desde la manera en que tomamos un café o hacemos un piropo para un
animalito hermoso o para una mujer bella, hasta la forma en que reflexionamos
qué se rechaza (lamentablemente hay que rechazar cosas porque el cúmulo de
información sería demencial). No hay información en Cuba. En mi barrio (que es
un barrio duro) yo hice una encuesta cuando iba a venir un amigo que se llama
Bobby McFerrin (que finalmente no pudo hacerlo). De 25 personas a las que
pregunté, 23 no sabían quién era Bobby McFerrin. De los otros dos, uno dijo:
“Creo que he oído de él, ese es uno que canta raro, de varias maneras”, y el
otro solo había escuchado alguna vez que el tipo era “un bárbaro”. Con esos
niveles de información cero, no puedes hacer cultura alta, ya sea cultura
erudita, popular, culta, filosófica o ideológica. Cuando nuestros músicos
tengan una mejor cultura, de todo, toda nuestra música va a ser mejor. No es
aprenderse mil o mil 500 partituras como hice yo, no hace falta. Falta tener un
oído atento y un sentido de la discriminación estética después de la
información. Si en un barrio no se sabe quién es Bobby McFerrin, entonces
estamos muy mal en música popular. Ahora al Festival viene Andreas Scholl, el
más grande contratenor que tiene Europa, y pocos saben quién es. Y llega con
Karamazov, un excelente laudista, no solo uno de los mejores realizadores de la
música preclásica del renacimiento y el barroco, sino que ha acompañado al
roquero Sting, que también es un musicazo, como lo son Silvio Rodríguez y Pablo
Milanés. La cultura no está vedada para los hombres de lo popular. Tú te puedes
meter tres palos de ron en la esquina y decir cuatro palabras jugando dominó, y
sigues siendo un hombre culto e inteligente, y eso se debe a que eres alguien
informado. Esas cosas se ignoran porque exigen que se engloben las
circunstancias que hay dentro de uno mismo.
¿Qué
responsabilidad tiene la música con la época que vive?
-Hubo
un momento en que yo pensé que la música debía tener cierta militancia política
y aprendí que si el mensaje político se hace de una forma redundante es de mal
gusto y estéril. El mensaje político, si es que lo va a haber en una música,
tiene que estar envuelto en papel de seda, como hacían Brecht, Hanns Eisler,
Paul Dessau y Kurt Weill, que te hacían una canción al comunismo, pero en
tiempo de blues. Así te están dando el mensaje con una calidad excepcional. Sin
embargo, eso es innecesario en el siglo XXI, porque ya el arte no está al
servicio, por ejemplo, de la Iglesia, del poder político. El papel de la
cultura en cuanto a la militancia política se centra en saber que, mientras más
abstracto es el producto, más lejano está de encasillarse como producto
mediático. Porque estamos hablando de productos, no de obras. Cuando usted
violenta una obra para otra función que no sea la inteligente y lúdica,
paralelamente está perdiendo porque hace concesiones. Este es el tiempo de la
información rápida y de buscar que la manipulación sea la menor posible.
¿Cuándo
alguien obra mal desde la cultura?
-Pueden
actuar mal los hombres de la cultura y quienes se forman con ella. Se obra mal
cuando se hacen concesiones a ideas que no son pura comunicación de calidad. Si
yo hago una obra que no comunica, no resuelvo un problema esencial. Ahora, la
culpa no la tiene el artista. Yo no tengo la culpa de que en la televisión no
se haya tenido, en los últimos 50 o 40 años, una programación estable,
equilibrada, entre cultura popular de calidad, cultura popular comercial,
también de calidad, y cultura erudita, universal y cubana. Por ejemplo, en los
conservatorios no se enseña música cubana de calidad. Lo único que los
pianistas tocan es Ignacio Cervantes, que es siglo XIX, y alguna que otra
impresión de uno u otro amigo. A un público masivo la buena música no llega. La
programación de la Orquesta Sinfónica, lamentablemente, incluye a Chaikovski,
Rachmaninov, Mozart, Beethoven, Brahms, Mendelssohn, y otros. Si por casualidad
hacen algo de Debussy (que hace más de 20 años que no se toca y es un clásico del
siglo XIX) o Falla (siglo XIX al XX), imagínate cómo podrá ser el siglo XXI.
Yo
te saco 30 de los 100 autores más geniales de este siglo, ninguno se conoce en
Cuba. ¿Quién ha oído a John Adams, al argentino Ginastera o a Revueltas, de
México? Puede haber uno o dos que sepan. ¿Cuánto hace que no se trae
discografía para vender?, 40 años. ¿Hace cuánto no se traen cuerdas de violín?,
45 años, desde que Alejo Carpentier era presidente del Instituto del Libro.
Todo el editorial que conforma las bibliotecas de los conservatorios (si es que
todavía queda) lo trajo Alejo, más lo que existía antes de la Revolución en las
casas de música. La información es uno de los grandes problemas o salvadores de
las calidades de la obra. Obra mal quien no considera que la información de la
cultura sea imprescindible para el desarrollo de una cultura específica. Esa es
la respuesta más simple.
¿Hay
que mantener el carácter trasgresor de la música?
-Yo
no pongo mi música en Cuba, porque yo no hago música bonita. Hace más de 20 o
25 años había un consumo cotidiano de muchas cosas de todas las culturas. Unas
veces llegaban de los países de Europa del Este, llegaban cosas
importantísimas, que eran de gran tradición cultural. Nunca se nos trajo
contenido de alta contemporaneidad, ni lo tenemos. Nuestros músicos más
contemporáneos son absolutamente conservadores, y no estoy hablando de
vanguardia porque eso no existe. La vanguardia fue hace 30 o 40 años. En los
años 70 no había esa posibilidad de acercarse a ese quehacer maravilloso y hubo
que ir a lugares comunes de nuestra cultura. Sí, hace falta siempre el reto.
Hay que ser trasgresor y polémico en todo. En la cultura hay árboles gigantes,
pero también debe haber arbustos. La montaña no existe sin el llano.
¿Cree
que en Cuba se pueda apreciar algún día la música de Leo Brouwer, tal como ha
pasado en el mundo?
-Hay muchas cosas maravillosas que se han hecho y son desconocidas. Hay problemas por la incultura, la falta de educación y la carencia de medios económicos. Yo preferiría que se olvidara el rol mío como creador y se empapara la gente de toda la gran cultura universal que hay.
-Hay muchas cosas maravillosas que se han hecho y son desconocidas. Hay problemas por la incultura, la falta de educación y la carencia de medios económicos. Yo preferiría que se olvidara el rol mío como creador y se empapara la gente de toda la gran cultura universal que hay.
Fuente: http://www.cubacontemporanea.com/noticias/13095-leo-brouwer-nuestro-entorno-sonoro-es-una-repeticion-exhaustiva-de-la-banalidad
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