Por: Graziella Pogolotti
23 de Abril del 2016
23 de Abril del 2016
Comenzaban los
80 del pasado siglo cuando el compañero Fidel concedió una entrevista a un
académico junto a un congresista, norteamericanos ambos. Fue publicada entonces
en un folleto por la Editora Política. De aquella lectura, recuerdo dos puntos
que me han parecido siempre reveladores de aspectos esenciales de su
pensamiento y conducta.
A la pregunta
sobre el empleo frecuente de la improvisación en los discursos, respondió que
lo hacía por falta de tiempo, pero también porque a la gente le gusta ver el
parto de las ideas. Creo que la observación trasluce un profundo conocimiento
de la sicología social. Provoca un diálogo implícito con el oyente, convocado
de esa manera a la participación activa, tal y como lo describe el Che en El
socialismo y el hombre en Cuba.
Más adelante,
casi al término de la conversación, evocando al filósofo griego Heráclito,
afirmaba que el hombre no puede bañarse dos veces en las mismas aguas, no solo
porque las aguas no son las mismas, sino porque el hombre tampoco es el mismo.
En síntesis, con empleo de la dialéctica, demostraba la necesidad del cambio en
función del yo y sus circunstancias.
A pesar de las
numerosas obras publicadas sobre el Che y Fidel, subsiste un enorme vacío en
cuanto a la evaluación del pensamiento de la Revolución Cubana y el debate de
ideas desarrollado en el mundo en los últimos 150 años. Nada sale de la nada.
Por ello, nuestras fuentes son diversas. Proceden de los libros y de la
experiencia vivida. Se nutren de la historia nacional en sus vínculos con
la América Latina y con el resto del mundo, esa articulación entre lo local y
lo universal tan anhelada por Carpentier.
La raíz
martiana, nunca reducida a citas descontextualizadas, sigue recorriendo nuestro
ideario. El Maestro comprendió la singularidad de nuestra América y para ella
diseñó sus propuestas educacionales y analizó críticamente la Conferencia
Monetaria celebrada en Washington. Sin ser economista de profesión, diagnosticó
los peligros que nos amenazaban en un terreno altamente técnico y de gran
complejidad.
En lo que se
refiere a la guerra de Cuba, Martí estudió los problemas que contribuyeron a la
derrota de la lucha iniciada por Céspedes. Hubo las fracturas internas en razón
del localismo, de confrontaciones entre algunos protagonistas y diferencias
nacidas de la variedad de posiciones ideológicas. Dificultades similares
surgieron a la hora de recabar fondos en el exterior para armar expediciones.
Los potentados cubanos que disfrutaban largas temporadas en Europa y en Estados
Unidos fueron remisos a la hora de entregar la ayuda demandada. Martí edificó
el consenso entre los veteranos y los pinos nuevos, fue haciendo el Partido
Revolucionario desde abajo, siguiendo la línea de masas, como se diría más tarde,
y recaudó fondos centavo a centavo con el respaldo de la emigración
trabajadora.
Marx, Engels y
Lenin han sido también para nosotros herramientas para el análisis de la
realidad. A esa fuente se incorporó el pensamiento socialista latinoamericano
con figuras tan imprescindibles como Mella y Mariátegui. Con la fragua de esos
ingredientes de vida y estudio, hemos tenido plena conciencia de que ningún
modelo era trasplantable a nuestro contexto por motivos económicos, históricos
y culturales.
En La
historia me absolverá, Fidel establece una definición inclusiva de pueblo.
Descarta tan solo a las capas que mantienen vínculos de intereses económicos
con el imperialismo. Más adelante, en vísperas de Girón, se referirá a nuestra
Revolución socialista «de los humildes, por los humildes y para los humildes».
El empleo preciso de las preposiciones evidencia la intencionalidad orientada a
un proyecto participativo, hecho con las manos y la inteligencia de todos. Y
que a todos pertenece. El aprendizaje de infancia y juventud en Birán, unido a
la experiencia de la Sierra, le revelaron la extrema precarización del
campesinado y su potencial revolucionario.
La proyección
internacionalista se plantea en el Manifiesto Comunista. Por otras vías
surge el propósito integrador de América Latina. «Patria es humanidad» y Las
Antillas se constituyen en muro de contención ante las ambiciones del imperio,
según José Martí. En ambos casos, la acción generosa se fundamenta en la
necesidad de unir fuerzas en una plataforma común, hecha de puntos de
convergencia de las voluntades emancipadoras.
Ante las
desviaciones sectarias, Fidel encontró el respaldo popular. Con la verdad en la
mano, ha contado siempre con la confianza de las masas. En medio de la euforia
del triunfo, advirtió que tendríamos que vencer obstáculos mayores. Predijo el
derrumbe de la URSS antes de que se produjeran los acontecimientos definitivos.
Coincidió con el Che en conceder importancia al desarrollo de la conciencia y
en rechazar esquemas y dogmas. En nombre de la Revolución no nos pidió que
creyéramos. Nos invitó a leer y a pensar. El pensamiento renovador de la
Revolución se inscribe en el debate contemporáneo. Se inscribe en la corriente
tricontinental orientada al desmontaje de todas las expresiones de colonialismo
atrincheradas hoy en el poder financiero y en la ideología neoliberal.
En enero de
1959, mi padre publicó un artículo titulado Soldado y maestro. Destacaba
entonces la intención pedagógica en los discursos de Fidel. Esta voluntad de
hacer conciencia responde también a la tradición martiana.
Tomado de Juventud Rebelde
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