Una pareja tailandesa se besó durante 58 horas, 35 minutos y 58 segundos. Este curioso récord mundial ocurrió un 13 de abril y desde entonces en esta fecha se celebra el Día Internacional del Beso, una jornada dedicada a uno de los actos humanos más sublimes. Usados para transmitir amor, pasión, amistad o el sentimiento que usted prefiera, los ósculos son también una tormenta de bacterias e incluso existe una disciplina dedicada a su estudio.
Miles de personas en todas las regiones se suman a la celebración en las redes sociales. En Twitter, es la principal tendencia a nivel global. Hasta las 10 am hora de Cuba, unos 85 mil tweet se habían compartido con el hashtag #DiaInternacionaldelBeso.
Aparecen en toda canción de amor o película y la mayoría podemos recordar perfectamente cómo fue nuestro primer beso. Gracias a la filematología (rama de la ciencia que investiga sobre el tema) se sabe que la práctica del beso romántico data de la Antigüedad, se tiene certeza de que los persas y los griegos lo hacían.
Especialistas médicos afirman que los besos reducen las dolencias, refuerzan el sistema inmunitario y ayudan a los seres humanos a pervivir en el tiempo como especie. También es el origen de afecciones tan comunes como los resfriados, el herpes labial o las caries, pero el besar libera endorfinas y hormonas ligadas al cariño y la ternura, como la dopamina y la oxitocina. Cuando besamos podemos mover hasta 36 músculos y el latido de nuestro corazón puede pasar del reposo hasta la agitación en unos breves instantes.
Ahora bien, por qué nos besamos, cuándo empezamos a hacerlo, o si es un comportamiento aprendido o instintivo, siguen siendo un misterio.
No se sabe cómo se originó. Algunos científicos defienden que es una conducta aprendida que surgió hace cientos de miles de años, en nuestros ancestros evolutivos: las madres mascaban la comida y se la pasaban a sus crías desdentadas; puede que incluso cuando éstas tuvieran dientes y pudieran masticar por sí mismos, las madres siguieran colocando sus labios en las mejillas de los hijos, para reconfortarlos.
Además, para reforzar esta idea se solía señalar que en la naturaleza muchos animales siguen conductas similares o comparables al beso para mostrar cariño. Los bonobos se “besan” o unen los labios tras una pelea, pero también para establecer lazos sociales. Los perros olisquean y lamen a sus potenciales parejas y los elefantes enroscan sus trompas e incluso las introducen en la boca del otro.
Los humanos también besamos para fortalecer lazos de unión. Investigadores de Oxford han visto que las parejas que se besan con más frecuencia son más felices y se sienten más satisfechas con su relación, independientemente de la frecuencia con que mantienen relaciones sexuales.
Menos de la mitad de las
culturas del mundo practican el beso.
Y mientras que América del Sur únicamente cuatro de las 33 contempladas (culturas, no países) se daban al intercambio de saliva, en Oriente Medio todas las sociedades analizadas disfrutaban del beso romántico. En general, concluía el estudio, aquellas sociedades que eran más complejas solían besar más, mientras que por ejemplo para las tribus cazadoras-recolectoras era algo desagradable.
Entonces, ¿por qué nos besamos? Una teoría científica que entronca de nuevo con la evolución apunta que es una forma excelente de valorar si la pareja potencial que tenemos delante es o no adecuada para tener una descendencia sana. Al besar a alguien, instintivamente nos dejamos llevar por las feromonas, marcas químicas sutiles que nos dan información acerca del sistema inmunitario de esa persona.
Además, intercambiamos saliva, repleta de bacterias y otras sustancias que nos permiten evaluar de forma rápida si esa persona es o no compatible genéticamente con nosotros.
Existe un conjunto de genes llamado complejo mayor de histocompatibilidad que se encargan de enviar esa información, como si fueran nuestro historial de salud. Cuanto más diversos sean los genes de la pareja, más probabilidades al mezclarse de conseguir un sistema inmunitario más diverso capaz de combatir mejor las enfermedades y, por tanto, de garantizar la supervivencia de la descendencia.
Un cóctel químico
Según la filematología, las
antiguas civilizaciones persas y griegas practicaban el beso romántico.
Desde un punto de vista neurocientífico, el beso es muy interesante. Cuando unimos nuestros labios a los del otro aumenta la presión sanguínea, se movilizan hasta 29 músculos faciales y quemamos unas cuatro calorías por minuto. Al tocarse los labios, más de 100 mil millones de células nerviosas se activan, le envían al cerbero un torrente de información que le ayuda a decidir si queremos continuar y, en ese caso, comienza a liberar endorfinas.
La boca es, de hecho, una de las zonas más erógenas del organismo; tanto la lengua como los labios están repletos de terminaciones nerviosas. Y nuestro cerebro le dedica una gran cantidad de recursos a la sensación procedente de los labios, en comparación con otras partes del cuerpo. También segrega un cóctel químico formado por dopamina, oxitocina y serotonina, que nos hacen sentir más que bien y con ganas de repetir; además, activan el centro del placer del cerebro y nos producen sensación de euforia.
(Tomado de La Vanguardia)
The Kiss” (El Beso) es
quizás la fotografía más famosa de dos personas besándose. Fue hecha el 14 de
agosto de 1945. Un marine besa apasionadamente a una enfermera, celebrando así
el final de la II Guerra
Mundial. Foto: Alfred Eisenstaedt/ Life.
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