Por Raúl Garcés
Vladimir Ilich
Lenin encarnó como pocos el espíritu dialéctico de la Revolución de
Octubre. Tal vez por eso, al organizar un modelo de prensa obrera que
expandiera las ideas de la nueva época, admitió la publicidad como
fuente de ingreso en los periódicos. Nadie menos interesado que él en
favorecer los negocios de los propietarios privados, pero al mismo
tiempo, nadie más urgido de contar con medios de comunicación vigorosos y
económicamente sostenibles.
Cuando algunos
sugirieron una resolución para prohibir la publicidad en Pravda, se
cuenta que el líder socialista reaccionó de modo categórico: “¿de dónde
sacará Pravda el dinero si le privan de sus anuncios?”
Para la misma
fecha en que Lenin ejercía su réplica, la prensa norteamericana había
hecho de la publicidad su principal fuente de financiamiento. La segunda
mitad del siglo XIX y las primeras décadas del XX vivieron la euforia
de los anuncios como sustento de los periódicos modernos.
Pero, a la
altura de los años 40, una comisión presidida por el Rector de la
Universidad de Chicago, Robert Hutchins, diagnosticaba que parte de las
difamaciones y violaciones éticas imputadas a los periódicos
estadounidenses se asociaban a condicionamientos impuestos por los
anunciantes. Lo que parecía hasta entonces un modelo ideal,
presuntamente capaz de autorregularse por las leyes del mercado, empezó a
hacer aguas.
Lenin y
Hutchins estuvieron muy lejos de vivir la actual sociedad de la
información o los cambios que Internet ha supuesto para el periodismo
contemporáneo, pero supieron claramente que, en materia de producción de
ideas, no valen las camisas de fuerza. Ni creer que determinadas
regularidades operan igual para todas las épocas y contextos. Andando el
tiempo fue evidente que, aun las experiencias más paradigmáticas de
prensa liberal o socialista, no pudieron librarse de críticas cuando
pretendieron universalizar, como verdades infalibles, lo que en realidad
había emergido dentro de circunstancias socioeconómicas y políticas muy
específicas.
Desde la década
de los 90 del siglo pasado, la sociedad de la información barrió con
los patrones tradicionales de generación de contenidos para la prensa.
Los consumidores de noticias pudieron convertirse, por primera vez, en
emisores. Los flujos de comunicación, antaño unidireccionales y
demasiado predecibles, emergen ahora desde todas partes e irrumpen
prácticamente sin jerarquías dentro del discurso público. Nunca se
había producido una ruptura tan radical con nociones y valores propios
de la cultura periodística precedente.
Es
una transformación impensable al margen del impacto de las nuevas
tecnologías, que demanda ajustar estratégicamente el ejercicio de la
economía, la cultura y la política a las lógicas de una sociedad red. Si
bien el acceso a Internet es todavía limitado entre nosotros —y, en
consecuencia, no pasa de cubrir en muchos casos necesidades
comunicativas básicas— resulta recientemente notable la familiaridad de
la gente con prácticas y formas de organización propias de las
estructuras en redes. Más temprano que tarde, los navegantes ocasionales
de hoy dispondrán de mayor conectividad y, al menos potencialmente, de
las competencias para realizarse con plenitud como ciudadanos digitales.
Que los jóvenes
encabecen ese proceso es una fortaleza. Y, específicamente, que los
jóvenes periodistas dispongan de las claves interpretativas para
entenderlo y dominarlo nos sitúa en una posición de ventaja. Una
investigación reciente de la Facultad de Comunicación evidenció que,
entre las cualidades mejor apreciadas en los recién graduados por sus
empleadores, figura el manejo de las TICs. No solo se desplazan
cómodamente dentro de plataformas multimediales, sino que gestionan y
posicionan información relevante con prontitud y efectividad.
Aprendieron, más rápidamente que nosotros, una lección básica del mundo
de hoy: no basta con socializar información de calidad, hacen falta
estrategias para amplificar su alcance y fomentar entrecruzamientos
entre los diferentes actores del tejido digital.
Ocupar las
redes sociales y la blogosfera con un espíritu de debate y confrontación
de ideas es una oportunidad que no tuvieron generaciones anteriores. El
problema no son las dicotomías entre los medios tradicionales y los
sociales (a fin de cuentas, nadie sabe a ciencia cierta qué tendencias
prevalecerán en el ecosistema mediático del futuro). El problema es
desarrollar masivamente las habilidades adaptativas para lidiar con las
claves de comunicación de la nueva época. Y fomentar el ambiente
cultural y ético para convertir cada discusión, lo mismo en el mundo
físico que en el virtual, en un punto de partida fecundo al presente y
el porvenir de la nación cubana.
Es, en otro
contexto, la misma voluntad de pensamiento crítico y profundidad de
ideas que defendió Fidel Castro frente a decenas de intelectuales en la
Biblioteca Nacional en 1961, aun en medio de las agresiones de Girón y
los planes subversivos contra Cuba. Solo que, 55 años después, el
espíritu deliberativo de una vanguardia se ha extendido a amplísimos
grupos sociales y, como parte de ellos, a cientos de miles de jóvenes
ávidos de participar en la solución de los problemas de su país. No es a
pesar de la Revolución, sino precisamente gracias a ella, que esos
jóvenes ganaron el capital intelectual y la madurez para sostener
criterios, que, en su mayoría, arrojan luz para la ideación colectiva de
nuestro futuro.
Claro que el
camino no está libre de entuertos, ni exento de desafíos ideológicos, ni
transitaremos, en la circunstancia actual de las relaciones
Cuba-Estados Unidos, por un lecho de rosas tendido como puente entre La
Habana y Washington.
Pero es
esencial que los árboles no nos impidan ver el bosque. Y nada parece más
prioritario para la Cuba revolucionaria que fortalecer el consenso en
torno a su proyecto anticapitalista, día tras día, activamente,
involucrando con entusiasmo a las nuevas generaciones y modernizando los
códigos para compartir con ellas la práctica política.
Este 5 de
septiembre miles de muchachos y muchachas repletarán las Universidades
cubanas y, como parte de ellas, la Facultad de Comunicación recibirá a
los nuevos estudiantes de Periodismo, Ciencias de la Información y
Comunicación Social. Probablemente vendrán mezclados de certezas e
incertidumbres, serenidad y desenfreno, sensatez y espíritu iconoclasta.
Tendrán que abrir sus propias trochas, sufrirán decepciones, acopiarán
esperanzas y, dando tumbos, encontrarán el espacio para encauzar sus
proyectos, proponer soluciones y sentirse protagonistas, que es la
única manera de sentirse militantes. Ninguna militancia honesta se
construyó nunca desde la mojigatería, la contemplación y el
aburrimiento.
Tomado del Blog Seguda Cita, del trovador Silvio Rodriguez y Publicado en Granma
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