No puede resistirse el almirante Colón respirar profundo ante tanta belleza natural. Ha querido realizar la guardia del amanecer, a la que llaman cuarto de alba. Desde el alcázar de la nave espera ver salir los rayos del sol. Ya ha tomado la determinación de poner ese día –5 de noviembre de 1492– su nao a monte, cuando recibe como una riada sobre su rostro “el ensueño marino” del entorno. Cierra los ojos unos segundos para alzar la vista un poco más allá y entonces encuentra la peña, de apenas 15 metros de altura. Sonríe y memoriza lo que escribirá horas después en su cuaderno de bitácora o Diario de Navegación: «… aquel puerto de Mares es de los mejores del mundo y mejores aires y más mansa gente, y porque tiene un cabo de peña altillo se puede hacer una fortaleza, para que si aquello saliese rico y cosa grande estarían allí los mercaderes seguros de cualquiera otras naciones».
II
La gente aguarda solemnemente por su merced el teniente gobernador de Holguín para comenzar la misa de campaña. Acto seguido se colocará la primera piedra para la construcción de la Batería de Fernando VII. La orquesta y el banquete ya están prestos. Las naves surtas en la bahía esperan el saludo del tronar de sus cañones. El amanuense ha fechado el acta: 16 de enero del año del Señor de 1817, día de San Fulgencio. Más Don Francisco de Zayas y Armijo se demora un poco más. No puede resistirse respirar profundo ante tanta belleza natural de ese lugar llamado Punta de Yarey. Se vira para dar la orden cuando recibe como una riada sobre su rostro “el ensueño marino” del entorno. Cierra los ojos unos segundos para alzar la vista un poco más allá. Sonríe. Ahora sí está seguro de la profecía del Almirante. Ordena a su oficial: –Sacad la cruz al sol. Empezad ya.
III
Se proyecta en el cine Jiba la película Miel para Oshún y Humberto Solás se da cuenta de que algo anda mal. Escucha el murmullo de los gibareños en la oscuridad de la sala. Piensa una y otra vez qué hacer. Mira que ocurrírsele filmar en este pueblo el robo de la bicicleta. Precisamente aquí, donde las bicicletas se dejan parqueadas en las aceras. Justo cuando se va a terminar el filme, recibe como una riada sobre su rostro “el ensueño marino” del entorno. Cierra los ojos unos segundos para alzar la vista hacia la pantalla. Sonríe tranquilo. Le dirá a los gibareños que la villa será la sede de un Festival Internacional de Cine Pobre. Al fin y al cabo Gibara se lo merece.
Entre la realidad y la ficción de estos tres hechos históricos, lo cierto es que fue Don Cristóbal Colón el primer descubridor y profeta de Gibara, a la que nombró Río de Mares. Le continuó, 325 años después, Don Francisco de Zayas y Armijo, el segundo descubridor de la que sería después la Villa Blanca de los Cangrejos. Le seguirá a casi 200 años, Don Humberto Solás, el tercer descubridor en su historia más reciente.
Los tres, en diferentes épocas, como tantos otros, recibieron la brisa de su “ensueño marino”, que provoca en los no nacidos en ella enamorarnos como si le perteneciéramos por siempre. ¿O acaso será la “gracia divina” de este sitio marinero nororiental cubano, que aún en su bicentenario fundacional nos sigue pareciendo que el tiempo se detiene para regocijo del espíritu, cual toque mágico de la geografía insular?
Cómo entender sino, lo que sintió la asturiana Eva Canel en su visita a Gibara en 1915, referenciada en su libro “Lo que vi en Cuba”, acuñando para la inmortalidad la famosa frase: «Ningún pueblo de Cuba ha dejado en mi alma, tan profunda huella como Gibara». O cómo entender cuando le pregunté a Don Eusebio Leal si podría definirla, y me escribiera: ¡Gibara, esa pieza de Cuba!
Hoy, a dos de mayo, en el marco de la XXXVII Feria Internacional de Turismo FITCUBA 2017, Gibara se está lanzado como nuevo destino turístico.
Sobre “la perla hermosa de nuestro Oriente” podría contarles, y solo es un ejemplo, de sus variados atractivos: el sistema de fortificaciones que la convirtieron en el siglo XIX en la segunda urbe amurallada de Cuba después de La Habana; el túnel del ferrocarril, inmutable al paso del tiempo esperando tal vez la travesía de la locomotora y sus vagones; la hermosa bahía y sus dos ríos: Gibara y Cacoyugüín; la espectacular elevación Silla de Gibara, observándonos a lo lejos y a la vez tan cerca; el inmenso sistema cavernario con la Cueva de los Panaderos; sus plazas públicas y construcciones coloniales; el pequeño e íntimo malecón; la Loma de la Vigía con su mirador; la imponente parroquial católica o la estatua de la libertad, a la cual le cubrieron la inscripción original por otra, para volver a reaparecer tiempo después, diciéndonos que “Gibara tiene estatua porque se la merece”. Podría hasta contarles de su gastronomía típica con sus jaibitas rellenas, la sopa y el arroz con coquina o el exquisito caro de los cangrejos, con su desove singular que por cientos de miles inundan calles, casas, y cuanto lugar pequeño o grande existe.
Tanto y más tiene este pueblo. Con toda su gente laboriosa y sencilla –como los versos– que te hacen suyo cuando sienten que les quiere y les mira con el corazón, porque “lo esencial es invisible a los ojos”. Tanto y más tiene este pueblo. Con sus fiestas tradicionales y sus eventos como parte de su patrimonio inmaterial: la Semana de la Cultura, el Festival Internacional de Cine –continuador del Cine Pobre–, el Festival de Cine Comunitario, las Romerías de la Cruz, los Carnavales, el Día del Gibareño Ausente o el Taller Ciudades del Mar, por citar los más relevantes.
Los planes actuales y prospectivos del desarrollo turístico gibareño, tendrán que estar en correspondencia junto a otros ámbitos con el propio desarrollo endógeno citadino en particular y de todo el territorio en general. Cuidar y preservar el legado anterior, el presente y el que está por venir, será uno de sus principales retos. Mantener su propia fisonomía material e identitaria le permitirá competir o complementarse con otros destinos de la nación y del mundo.
Cuando se corten hoy las cintas del nuevo Club Náutico y del hotel E Plaza Colón, volveremos a cantar “Viva Gibara” o “La que sube”, el himno local que en su estribillo pondera los epítetos de su natural encanto.
Como soy hijo adoptivo gibareño, me quedo con la última estrofa que dice “la soberana de los ensueños”. ¿Por qué? Porque también sentí como una riada sobre mi rostro el ensueño marino de su entorno. Cuando me sucedió, hace ya algún tiempo, no pregunté al llegar a Gibara donde se comía el mejor pescado, sino cómo se iba a la casa del patricio Don Antonio Lemus Nicolau. Pero esa, esa es otra crónica…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario