Donde se confunde el pasado y el presente, hasta el futuro, cuando se escribe sobre el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz.
Ahora, entre tantos recuerdos, urge evocar la frase del escritor brasileño Jorge Amado, de que nadie
logró permanecer indiferente a la Revolución de los barbudos; o se
estaba a favor o se estaba en contra, y siempre ferozmente. Era
imposible la neutralidad, la imparcialidad, los términos medios. La
Revolución Cubana era y continúa siendo Fidel Castro Ruz, es imposible
separarlos. Para los enemigos y adversarios, los odios y ataques tampoco
fueron y son diferenciables, aunque la mayoría lo respeta.
El
carisma del líder de la Revolución Cubana fue, es y será resaltado por
muchos estudiosos del proceso revolucionario como decisivo para la
imagen e irradiación del ejemplo cubano. Ello es cierto si se parte de
que él es una de las singularidades de la misma. El carácter honesto,
ético y valiente del compañero Fidel es un tema a considerar al examinar
la influencia colosal, en tiempo y espacio, del papel de la
personalidad en la historia y de la repercusión que tuvo en el triunfo
revolucionario y en su posterior transcurrir histórico. Dotado de un
atractivo nato -imán personal dirían algunos-, de una oratoria vibrante y
pedagógica, capaz de llegar a los más variados niveles de educación y
cultura de la población cubana y del mundo, Fidel es el exponente más
claro y profundo de la obra de la Revolución Cubana. Su genialidad
política, su visión estratégica y su método lógico, razonable y, por
sobre todo, dialéctico e historicista, capaz de comprender la realidad
nacional, regional e internacional en sus diversos giros y cambios,
coyunturas y disyuntivas, lo convirtieron en el líder revolucionario
popular y antimperialista más genuino de la contemporaneidad.
Otros
rasgos de su personalidad, como la de concebir toda idea justa, por
pequeña que sea, como un proyecto gigantesco; de creer en las virtudes
humanas por encima de todas las miserias y mediocridades, (Gabriel
García Márquez, su amigo colombiano, afirmó que, esa es su mayor virtud y
defecto); de ser tenaz y audaz en la lucha contra lo imposible, para
alcanzar lo máximo posible, lo convierten en un soñador o un utopista
irremediable, virtudes de un comunista con razón y sentimientos.
El
es el artífice natural, junto a una vanguardia política forjada en el
Moncada, el Granma, la Sierra y el Llano, de la primera revolución
social y política en América Latina y el Caribe (también en el
hemisferio occidental), y de la unidad, dentro de la diversidad, del
pueblo cubano, fundador-dirigente del Partido Comunista de Cuba en un
inolvidable 3 de octubre de 1965, y un estadista e intelectual orgánico,
martiano, marxista y leninista, (1) que ‘se suicida como clase’, de
acuerdo a sus orígenes socioclasistas, tal como expresara el político
revolucionario africano, Almicar Cabral.
Por
ello, en el encuentro que sostuvo con los Cincos Héroes de la República
de Cuba, luego de alrededor de dos meses y medio del regreso de los
tres últimos de las prisiones en los EE.UU., algunos se asombraron con
su respuesta. Nos referimos a la interrogante de Ramón Labañino, en el
último instante de la intensa e íntima reunión: “¿qué
podemos hacer los Cinco ahora?”. El genio político, quedó pensativo
pero, raudo le(s) respondió de la manera menos esperada: “…sean
científicos”. Esta afirmación posee su base en el concepto de porvenir
para Cuba, Revolución que proclama socialista el 16 de abril de 1961, y
que él enunció un 15 de enero de 1960: “El futuro de nuestra
patria tiene que ser necesariamente un futuro de hombres de ciencia,
tiene que ser un futuro de hombres de pensamiento, porque precisamente
es lo que estamos sembrando; lo que estamos sembrando son oportunidades a
la inteligencia, ya que una parte considerabilísima de nuestro pueblo
no tenía acceso a la cultura, ni a la ciencia”. A lo que sumó en 1961,
la gran campaña de la alfabetización que constituyó una revolución intelectual y moral, espiritual y cultural, brindando
a todos los cubanos la oportunidad de aprender a escribir y leer,
permitiendo un punto de partida esencial para dignificar al ser humano y
continuar los grandes planes educacionales que se desarrollaron
posteriormente.
Estuvo Fidel consciente que, saber leer y escribir encarna un derecho vital y digno de cualquier ser humano, es
tener la posibilidad de estudiar, conocer, comprender y pensar con un
nivel crítico racional y lógico, lo que aumenta la imaginación, y en el
acto de imaginar subsiste una aureola soñadora, utópica y hasta un
supuesto ‘dislate’ de cuerdo que permite el arribo de la constante
curiosidad, la necesidad de no pecar de ignorancia, que son las grandes
puertas de acceso a los saberes y conocimientos, para alcanzar,
finalmente, la libertad, el portón que significa viajar más lejos que
las cadenas de las costumbres, los formalismos y la rutina en la
comprensión de uno mismo y del mundo. Es re-crear, innovar, inventar,
ser original, audaz, y esas cualidades son necesarias en el socialismo.
Lo
que, paradójicamente, se simplificó al propiciarse una lectura sesgada,
incluso en cuadros, funcionarios políticos y científicos -incluso
intelectuales- de diferentes niveles, también en los medios de
información y comunicación, cuando sólo se refieren a los ‘hombres de
ciencia’ y se omite, por desconocimiento o intención consciente, lo
referido a los ‘hombres de pensamiento’, que no es un añadido sino un
complemento necesario para la consolidación socioeconómica, ideológica,
política y cultural del socialismo en la nación. El socialismo, para
Fidel, como lo fue para el Che Guevara, es un acto o proceso
civilizatorio y cultural de emancipación humana, en el que la mujer y el
hombre son el centro esencial que construirán el tránsito socialista de
manera voluntaria, libre, pero consciente ideológica y políticamente.
Al
descuidarse este aspecto del concepto de Fidel, se obvia, sin desearlo,
la idea de origen martiano, reiterada por Julio Antonio Mella, el
primer marxista orgánico de la Isla, que “trincheras de ideas valen más
que trincheras de piedras”, por lo que se renuncia a la contundencia y
veracidad histórica, filosófica, política-histórica e ideológica del
dialéctico apotegma.
Lo
infortunado sobreviene cuando algunos se refieren a las ciencias
naturales, las ‘exactas’ y aplicadas como las ciencias ‘duras’
-conociéndose hoy de la relatividad e incertidumbre que las rodea-,
partiendo que estas aportan soluciones ‘irrefutables’ desde la ciencia y
la técnica vinculadas a la producción material y con dividendos
económicos tangibles, y con gran subestimación de las mal denominadas
ciencias ‘blandas’ que son para estos desorientados las que indagan en
la esfera de los estudios socioculturales, la historia, la antropología,
la sociología, la historia del arte, la literatura, la arquitectura, la
música, la pintura, la escultura, entre otros, tan ineludibles y nada
dúctiles, pero ‘improductivas’, en las que incluyen, además, a la
filosofía, la economía, la economía política, la que debe ser concebida
no matemáticamente sino como una ciencia humana, las demás ciencias
sociales y las humanísticas. Sus producciones no suelen medirse como
habitualmente se hace en una fábrica y un campo agrícola, sino que su
inversión es ideológica y política, sin ellas el socialismo es una
insostenible quimera. Ellas son las que inquieren, definitivamente, en
‘la substancia de la nación cubana’, tan misteriosa / mística, como la
definiera Lezama Lima, sin obviar su relación con los demás saberes
mencionados, es decir, a través de la transdisciplinaridad.
“…Por eso, Revolución -dejó claramente definido en una intervención televisiva en 1960- y educación son una sola cosa.”
(2) O cuando manifestó, en 1993, en medio de la gran crisis económica
que vivía el país: “…la cultura es lo primero que hay que salvar”, (3)
ratificándolo en su intervención en Caracas, Venezuela, el 3 de febrero
de 1999, “(…) Una revolución sólo puede ser hija de la cultura y las
ideas.” (4)
Porque
Fidel es, además, el hombre de una voluntad de acero, probada en las
más disímiles coyunturas, lo muestran en una faceta humana de querer
ganar siempre a toda costa y en cualquier terreno, demostrando una
fuerza energética inquebrantable para convertir los reveses en
victorias, y de no rendirse ante las adversidades. La anécdota de que en
el reencuentro con el actual Presidente del Consejo de Estado y de
Ministros, Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de
Cuba, el General de Ejército Raúl Castro -su hermano menor y su más
fiel continuador en las ideas y en la acción revolucionaria- en Cinco
Palmas, pocos días después del ‘naufragio del desembarco del Granma,
donde exclamó optimistamente que, con 7 hombres y cinco fusiles podía
ganar la guerra contra un ejército de 80 mil hombres, lo reafirman con
esa esperanza ilimitada de quien puede ‘ser destruido, pero no
derrotado’, máxima que siempre resaltó de la obra hemingwyana, “El Viejo
y el Mar”, y que recuerda, además, aquel apotegma de Romain Rolland,
que tanto le gustaba repetir al insigne comunista italiano Antonio
Gramsci, de que ‘frente al pesimismo de la inteligencia el optimismo de
la voluntad’. Aunque en su caso no hubo nunca ausencia de talento y de
certidumbre revolucionaria.
No
solo se sintió el líder de la Revolución, sino que se consideró como un
hombre de las filas del pueblo. El día 8 de enero de 1959, a su entrada
a la capital de la República expresó, en un discurso memorable en el
Campamento de Columbia, hoy Ciudad Libertad, que ninguna organización,
ni ninguna tropa en específico había ganado la guerra, sino que había
sido el pueblo, y desentrañó y estimuló una idea que siempre estuvo
presente en su estrategia: desde el principio se debió estar unido en
una sola organización; ello demostró que la responsabilidad era de
todos, dirigentes y dirigidos, para llevar adelante el proceso
revolucionario de forma colectiva y con gran sentido histórico. Su
método pues, fue y es el método de masas, de ligarse a ellas en los
momentos más impensables y necesarios. Nada lo realizó de espaldas al
pueblo. Esta idea la expresó diáfanamente en 1982: “(…) Yo creo que una
buena lección para todos, cuando creamos que hemos encontrado buenas
soluciones, que meditemos y volvamos a meditar y tomar muy en cuenta el
sentimiento y la sabiduría de las masas. Esa es la verdadera democracia.
Ese debe ser siempre el estilo de nuestro Partido y de nuestro Estado,
no imponer, sino persuadir o ser persuadido, porque su papel no es de
estar persuadiendo siempre, su papel es también dejarse persuadir por el
pueblo cuantas veces sea necesario, porque la máxima sabiduría ha
estado, está y estará siempre, en el pueblo”. (5)
El
Comandante en Jefe Fidel Castro siempre estuvo y ha estado entre el
pueblo, nunca ha perdido el termómetro de cuáles son los estados de
ánimo y de la más mínima opinión popular, de las inconformidades y las
carencias, demandas y necesidades del ciudadano de la calle. Ello le
permite representar las solicitudes más sentidas y sensibles y ser, a la
vez, un catalizador innato de las iniciativas colectivas e individuales
para resolver las necesidades de la gente común, de ser un portavoz
crítico de las deficiencias e insuficiencias del proyecto revolucionario
socialista, como el más genuino representante de la idiosincrasia del
cubano.
Y
ese comportamiento natural lo ha desarrollado con una timidez y
cordialidad rayana al más común de los mortales – “Fidel, simplemente,
Fidel” -, lo llamaba, aún lo hace, el pueblo cuando lo interpelaba, al
cual respondía sin vanidades y con gran respeto de quienes conversaban
con él, como uno más. El gran sentido del honor, el ejemplo y el deber
que practica es lo que lo lleva a estar presente, directamente, en las
arenas de Playa Girón (1961), en la Crisis de Octubre (1962), en el
vórtice del huracán Flora (1963), en los múltiples actos oficiales y
públicos, en Cuba y en el extranjero, a pesar de las advertencias de la
Seguridad del Estado de que podía ser víctima de un asesinato, un
magnicidio, organizados y dirigidos por las agencias especiales de
inteligencia del establischemt estadounidense. No obstante, es el
dirigente que visita Vietnam del Sur en plena guerra imperialista, a
Salvador Allende cuando la Unidad Popular en Chile, que recorre la zona
de Medio Oriente en apoyo del pueblo palestino, entre otros de sus
múltiples compromisos internacionales, desafiando los más variados
riesgos y peligros, conociendo que era el jefe de estado con un mayor
número de atentados en su contra.
Es
el compañero Fidel, un hombre caballeroso, culto y enciclopédico en el
saber pero, a la vez, capaz de utilizar, en el plano privado y público
-muy limitado-, las palabrotas de cualquier cubano común; de ser un
hombre entusiasta, comunicativo y dialogador con todas las personas que
se encuentra; de saber escuchar y, a la vez, preguntar con avidez
incesantemente para que sean completadas las ideas de su interlocutor,
aunque sean adversarios de su ideología y de sus principios políticos,
eso dice mucho de su nivel de educación, muy caballeresco, similar a un
Quijote de las ideas y las costumbres morales. Y todo ello sin hacer
concesiones y con un discurso coherente y armónico con el quehacer
revolucionario. Poseedor de una gran avidez de conocimientos, lector
voraz que comprende las esencias de las lecturas; dueño de una memoria
privilegiada y entrenada, capaz de manejar cifras y resolver ecuaciones
difíciles con una rapidez y precisión matemáticas; un estadista y líder
político antidogmático y antisectarista por naturaleza, que duda
permanentemente de todas las propuestas y soluciones, incluidas las
suyas; rebelde y conspirador nato -“en silencio ha tenido que ser
(escribió Martí, en 1895) y como indirectamente, porque hay cosas que
para lograrlas han de andar ocultas”- y, al unísono, sabedor del momento
indicado para explicarle al pueblo las políticas aplicadas o por
ejecutar, por muy difíciles y complicadas que estas fueran.
Solidario
e internacionalista con todas las causas justas en cualquier lugar del
mundo, lo ha expresado siempre de frente a sus adversarios. Estas y
otras, son algunas de sus múltiples virtudes. Ejemplo inigualable de
desprendimiento y de cualquier vanidad y egoísmo personal, “(…) toda la
gloria del mundo cabe en un grano de maíz”, posiblemente la frase Martí
que más le gusta repetir, es además, el primer crítico de la obra
revolucionaria sometiéndose a sí mismo a una autocrítica constructiva,
fuerte, reveladora de que no hay obra humana perfecta.
Todo
ello lo hace el cubano que somos, que queremos y debemos Ser, solo
comparable, salvando el tiempo en que vivieron, a nuestro, José Martí.
Por eso, Fidel Castro, el eterno Comandante en Jefe, centellará y
sobrepasará su vida biológica; su nombre se inscribe ya como el líder
político revolucionario y comunista más genial de la contemporaneidad
cubana, latinoamericana y caribeña, tercermundista y del orbe.
Hoy,
se ha marchado sin marcharse, por lo que nos resta mostrar y ratificar
el reconocimiento y agradecimiento justo a un hombre que ha sido el
PADRE de esta colosal obra y que continúa ofreciendo lo mejor de su vida
-‘hasta después de muertos somos útiles’- a la causa revolucionaria
nacional, regional y mundial.
Hagámoslo,
sin truncar y segmentar su pensamiento integral, sus concepciones, sin
hacer abuso de sus citas, ideario que posee valor porque está
contextualizado y cada palabra es inseparable de la otra, aun cuando
analiza coyunturas específicas, ya que su pensamiento teórico-político y
práctica constituyen una unidad indisoluble dentro de la gran totalidad
de su obra, un legado imperecedero, historicista y dialéctico,
brindándole plena trascendencia y vigencia.
Hagámoslo,
al unísono, con las reflexiones críticas y la acción transformadora, en
la batalla contemporánea del proceso de actualización del Modelo
Económico y Social del tránsito socialista cubano, bebiendo -y
enriqueciendo- de las experiencias válidas, criticando y rectificando lo
mal hecho y cambiando las mentalidades obsoletas.
Fidel es de esos hombres que, como dijera el dramaturgo y revolucionario Bertolt Brecht, son y serán imprescindibles.
Notas:
(1) Fidel Castro Ruz es abogado, hijo de terrateniente, por
lo tanto, es un intelectual de formación, profesional de la política,
desde su niñez y juventud un pensador con sentido de la justicia y
rebeldía contra todo lo indigno e inmoral, y en la universidad se
autodenomina primero como un ‘comunista utópico’, que forja sin
preceptores directos su organicidad revolucionaria, latinoamericanista,
antimperialista, marxista y leninista de manera continua, en un eterno
proceso de aprendizaje / desaprendizaje, con lo mejor de las tradiciones
históricas políticas y culturales revolucionarias de Cuba, la región
nuestraamericana y el mundo, articulando creativamente las ideas
martianas y el pensamiento marxista y leninista, incluyendo las rupturas
inevitables en su evolución en el combate ideológico y político
práctico diario, en constante contacto retroalimentador con las
realidades del pueblo trabajador y humilde.
(2) Castro Ruz, Fidel (1960): Entrevista especial ante las cámaras y micrófonos del FIEL por el canal 2 de la TV, La Habana, 18 de julio. Obra Revolucionaria [17]. La Habana, p. 24.
(3) Prieto, Abel (2016): Notas en el foro “Cultura y Nación: El misterio de Cuba”, conferencia impartida en la Sociedad Cultural José Martí, 5 de mayo, Revista Bohemia, No. 81, digital.
(4) Castro Ruz, Fidel (1999): Una Revolución solo puede ser hija de la cultura y las ideas,
Discurso pronunciado en el Aula Magna de la Universidad Central de
Venezuela, 3 de febrero, Versiones taquígrafas del Consejo de Estado de
la República de Cuba, La Habana.
(5) Castro Ruz, Fidel (1982) Discurso en la clausura del VI Congreso de la ANAP, Ciudad de La Habana, 17 de mayo. Discursos en tres congresos. Editora Política, La Habana, pp. 188-189. También, en Fidel Castro Ideología, conciencia y trabajo político / 1959-1986 (1986), Editora Política / La Habana, p. 135.
Dr. en Ciencias Históricas Orlando Cruz Capote, Investigador Auxiliar, Instituto de Filosofía, Citma-Cuba.
TOMADO DEL BLOG LAPUPILA INSOMNE
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