Algo
que siempre
recuerdo son los ojos azules de Elsa Miranda, muy abiertos y fijos en
los míos,
apretándome los dos brazos y diciéndome “¡Tráemelo vivo!”, en vísperas
de
Angola. Pero desde muchos años antes su hijo Vicente era uno de los
estudiantes
más aguerridos de la secundaria. De todos nosotros era el que parecía un
héroe y, a la vez, el más elegante, el único que casi siempre andaba en
saco. Nunca pude explicarme cómo conseguía aquel balance entre muchacho
de clase media y feroz combatiente.
Yo con dieciséis
y él con quince, nos gustaban las mismas músicas, las mismas películas y a
veces las mismas compañeras (cosa que nunca nos llevó a disgustos). Creo que la
segunda vez que bebí en mi vida fue una noche que fuimos a un bar a escuchar a
Los Astros, de Raúl Gómez, que por entonces tenían un número pegado en la radio.
Después de un par de cubalibres salimos a coger la ruta 27 frente a Maternidad
de Línea, y ya en su casa de la calle Neptuno tuve que subirlo en hombros por
las empinadas escaleras. No se me olvida que Esther y Tata, sus inmortales tías,
me dijeron horrores por llevarlo en semejante estado.
Cuando
me
desmovilicé de las FAR y volví a verlo, se debatía entre hacer canciones
y graduarse
de profesor de Física. Pero la bohemia acabó seduciéndolo (era demasiado
tentadora) y aquel muchacho con portafolios se convirtió en el jipi más
sangriento de su generación. Escribió las canciones más extremas que yo
haya
escuchado nunca, en las que era bala feroz, rompía monte encuero y
llegaba a pedir que hundieran las manos en sus entrañas y experimentaran
con sus vísceras. Cantando y prodigando
generosamente su existencia, mi amigo Vicente se convirtió en una suerte
de holocausto
cotidiano que tributaba a un luminoso porvenir.
Se
sabe que la vida
no siempre premia la virtud con la justicia. Pero si este amigo tiene
fama de algo
entre sus compañeros --además de trovador irreductible-- es de nobleza
humana. Y
es que todos sabemos que él siempre ha sido el más dispuesto al
sacrificio, verdadero cantor de barricadas, tantas veces no bien
gratificado.
Para decir exactamente
eso son estas palabras y esta entrada, para decir que, aunque en ocasiones falten
honores, medallas y reconocimientos, sin duda existen dignidades ejemplares mucho más necesarias
y ciertas que las que son de humo.
Felicidades en tus nobles 70, Vicente Feliú Miranda.
Felicidades en tus nobles 70, Vicente Feliú Miranda.
TOMADO DEL BLOG SEGUNDA CITA DEL TROVADOR SILVIO RODRIGUEZ
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