lunes, 13 de noviembre de 2017

LA POLÍTICA DE LA ADMINISTRACIÓN TRUMP HACIA CUBA: UN BALANCE NECESARIO

Elier Ramírez Cañedo
El 16 de junio de 2017, durante un discurso en Miami, más parecido a un show televisivo que a un acto político, el nuevo inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump, despejó la incógnita que existía en cuanto al rumbo que tomaría su administración en relación con la Mayor de las Antillas. Sin embargo, la relación bilateral entre ambos países se da en diferentes planos, en medio de múltiples contradicciones y en un contexto cambiante, que en la actualidad no favorece las políticas fallidas del pasado, diseñadas e implementadas por los distintos gobiernos de los Estados Unidos contra Cuba,  a pesar de todo el empeño de Trump por barrer con todo lo avanzado en los últimos años en las relaciones bilaterales y los logros para nada despreciables que ha logrado en ese sentido.
No puede ignorarse que las variables que empujaron a la administración demócrata de Barack Obama a negociar secretamente con Cuba durante 18 meses y luego realizar los históricos anuncios se mantienen e incluso algunas de ellas se consolidan, lo cual dificulta el camino a Trump para destruir el legado de su predecesor, lo que parece ser una de sus mayores obsesiones y no solo en lo concerniente al tema Cuba.
Aunque existe una élite de poder de extrema derecha, encabezada por varios congresistas de origen cubano, que respaldan a Trump en el regreso a la clásica política de confrontación, el consenso dentro de la propia élite de poder de los Estados Unidos y su aparato burocrático se inclina a continuar la apertura iniciada por Obama el 17 de diciembre del 2014. Por tanto, la política que está adoptando la administración Trump hacia Cuba, tiene grandes posibilidades de convertirse en el futuro en una anomalía coyuntural, que terminará siendo barrida por la lógica sistémica, proclive a continuar el enfoque del acercamiento. Quizás Ben Rhodes, ex asesor de Obama, utilizó la frase más exacta cuando expresó que el anuncio de Trump constituía el “último suspiro ilógico de una política estadounidense con un historial de 50 años de fracaso”.[i]
Es cierto que el costo político que representa para Trump, darle marcha atrás a lo avanzado durante los años de su predecesor en la Casa Blanca en la relación con Cuba, resulta menor en comparación a otros temas de la agenda doméstica e internacional sobre los cuales pretende ganar el apoyo de los congresistas de origen cubano, junto a su respaldo electoral; pero no deja de ser alto, además de un negocio bastante inseguro. Pierde en primer lugar con Cuba, pues la Isla ha sobrevivido a este tipo de política fracasada por décadas, además de granjearse el rechazo prácticamente absoluto del pueblo cubano, incluyendo el sector privado, uno de los más afectados con un retroceso de las relaciones; pierde en su proyección hacia de América Latina y el Caribe, sobre todo teniendo en cuenta que el próximo año el presidente Trump verá las caras a los presidentes de la región en la Cumbre de las Américas a celebrarse en Lima, Perú, en el mes de abril; tampoco gana en el escenario internacional –incluyendo sus aliados-, donde existe un rechazo generalizado a la política de aislamiento y bloqueo contra Cuba, así como frente a la opinión pública de los Estados Unidos y de los propios cubanoamericanos quienes en su gran mayoría se inclinan por la mejoría de las relaciones con la Isla. Volver a las políticas del pasado con relación a Cuba va en contra los propios intereses económicos, diplomáticos, políticos y de seguridad de los Estados Unidos. Un estudio de la organización Engage Cuba, concluye que dar marcha atrás a lo logrado en tiempos de Obama impediría a mediano y corto plazo la creación de 12 295 puestos de trabajo en los Estados Unidos y la pérdida para ese país de más de 6 600 millones de dólares.[ii]
Por las informaciones filtradas a medios de prensa estadounidenses como The Hill, se conoce que los congresistas Marco Rubio y Mario Díaz Balart habían logrado pactar con Trump antes de su discurso del 16 de junio, una reversión total de todas las políticas de Obama en relación con Cuba adoptadas a partir del 17 de diciembre de 2014, que incluía el cierre de las embajadas, el retorno de Cuba a la espuria lista de países terroristas, y la suspensión de todos los acuerdos de cooperación firmados, sin embargo, cuando el borrador del memorándum circuló por las estructuras burocráticas hubo un rechazo casi unánime a estas políticas, por lo que finalmente Trump tuvo que firmar un documento bastante diluido en comparación con la propuesta original, que dejaba en pie los 22 acuerdos de cooperación firmados por ambos países durante el mandato de Obama, así como las embajadas en ambas capitales. Asimismo, junto al anuncio del presidente se hizo la aclaración, de que mientras el Departamento del Tesoro no publicara las nuevas regulaciones –algo que podía tardar varios meses-, se mantenía el estatus quo e incluso, que cuando éstas fueran publicadas serían prospectivas por lo que no se afectarían los contratos y las licencias ya existentes.
Pasarían más de cinco meses – hasta el 8 de noviembre- para que estas nuevas regulaciones fueran publicadas. No obstante, por lo que estaba ya formulado en el memorándum presidencial firmado por el presidente Trump, se podía concluir que si bien las nuevas medidas anunciadas no constituían un regreso al escenario existente antes del 17 de diciembre de 2014, sí representaban un retroceso significativo en lo avanzado en las áreas del comercio y los viajes. Los pasos hacia atrás en la política hacia Cuba anunciados por el presidente Trump fueron los siguientes:

  • Prohibición de las transacciones económicas, comerciales y financieras de compañías y entidades estadounidenses con empresas y entidades cubanas vinculadas con las Fuerzas Armadas Revolucionarias y el Ministerio del Interior.
  • Ampliación de la lista de funcionarios del Gobierno y de ciudadanos cubanos que no podrán recibir visas, remesas o involucrarse en transacciones con entidades estadounidenses.
  • Eliminación de los viajes individuales bajo la categoría de intercambios pueblo a pueblo.
  • Derogación de la Directiva Presidencial de Barack Obama sobre la Normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba.
  • Oposición de los Estados Unidos a las acciones que promuevan el levantamiento del bloqueo a Cuba en las Naciones Unidas y otros foros internacionales.
  • Aplicación estricta de la prohibición de viajar a Cuba fuera del marco de las 12 categorías autorizadas por la ley de Estados Unidos, que excluyen los viajes de turismo.
A lo anterior se añade el enrarecimiento del ambiente para el diálogo y la negociación bilateral, que provoca un discurso tan estridente  y hostil como el del presidente Trump con relación a Cuba.
Pero más allá de ese discurso que desde posiciones de fuerza pretendió fijar condicionamientos a Cuba, en la práctica, después del reality show en Miami,  la administración Trump continuó dándole cumplimiento a una buena parte de los acuerdos bilaterales firmados en época de Obama, incluyendo los nuevos acuerdos migratorios, lo que implicó la devolución a la Isla de los cubanos que habían entrado ilegalmente al territorio estadounidense. Del mismo modo, las ligeras brechas al bloqueo en el plano comercial prosiguieron su curso, y algunos de los sectores de negocios estadounidenses que habían apostado por el mercado cubano –en especial la industria de los viajes, tanto compañías aéreas como de cruceros-, lejos de retroceder, continuaron ampliando las relaciones con la Isla, incluso con viajes de delegaciones empresariales. Hubo también avances en el área marítimo- portuaria, con la firma de varios convenios con autoridades locales de varias importantes ciudades de los Estados Unidos.
Los canales de comunicación entre ambos países tampoco fueron cortados. El 19 de septiembre, mientras el presidente Trump realizaba declaraciones ofensivas e injerencistas sobre Cuba en su discurso en la ONU, tenía lugar en Washington la sexta reunión de la Comisión Bilateral Cuba-Estados, otra evidencia de las profundas contradicciones en que se desenvuelve la política de esta administración hacia Cuba. La Comisión Bilateral Cuba-Estados Unidos es un instrumento creado durante el período de Obama para avanzar hacia la normalización de las relaciones entre ambos países, proceso que Trump había anunciado el 16 de junio estaba “cancelando”.
Lo que si se ha quedado muy claro en estos meses es que el presidente de los Estados Unidos ha convertido a Cuba en una mera ficha de cambio para sus turbios manejos de política interna. Y en esos manejos turbios está la mano del senador Marco Rubio, con el cual al parecer el presidente ha llegado a algún acuerdo, a cambio de su apoyo en el Comité de Inteligencia del Senado donde su responsabilidad está siendo cuestionada en la investigación por la presunta injerencia rusa en la campaña electoral de 2016.  Estos sectores de extrema derecha de origen cubano se encuentran hoy a la ofensiva y el presidente no ha dejado de complacerlos. La construcción del nuevo pretexto de los supuestos ataques sónicos contra el personal diplomático de la embajada de los Estados Unidos en La Habana le ha venido como anillo al dedo a estos sectores, quienes son los únicos que se benefician con este tipo de operaciones de bandera falsa, en las cuales Estados Unidos tiene una larga experiencia. No hizo falta entonces esperar a que la burocracia jugara su papel y se publicaran las nuevas regulaciones con las medidas anunciadas por el presidente el 16 de junio, se utilizó el subterfugio de los “incidentes sónicos” para acelerar la implementación práctica del retroceso de las relaciones bilaterales.
El senador Marco Rubio, al conocer sobre los supuestos incidentes en La Habana, envió una carta al secretario de Estado, Rex Tillerson, en la cual pedía la expulsión de todos los diplomáticos cubanos de Washington y el cierre de la embajada cubana en ese país. Rubio logró además la firma de senadores republicanos como Tom Cotton, Richard Burr, John Cornyn y James Lankford.
A propuesta de la parte cubana, el canciller Bruno Rodríguez Parilla sostuvo una reunión con el secretario de Estado de los Estados Unidos, Rex Tillerson, en New York el 26 de septiembre, donde trasmitió la seriedad y profesionalidad de la investigación realizada por las autoridades cubanas desde que conocieron de los incidentes por los representantes del gobierno estadounidense y que hasta ese momento no se había encontrado evidencia alguna que demostrara las causas y el origen de las alegadas afecciones a la salud de los diplomáticos de los Estados Unidos, pero que no obstante, se habían adoptado medidas adicionales de protección de los diplomáticos estadounidenses y sus familiares. El Ministro cubano también solicitó al gobierno de los Estados Unidos mayor cooperación en la investigación en curso y enfatizó que la Isla no ha perpetrado nunca ni perpetrará ataques de ninguna naturaleza contra diplomáticos, como tampoco ha permitido ni permitirá que su territorio sea utilizado por terceros para este propósito.
No obstante, el 29 de septiembre se conoció la decisión de Washington de reducir más de la mitad de su personal diplomático en Cuba, cancelar por “tiempo indefinido” la tramitación de visas, acompañado de una advertencia a los ciudadanos estadounidenses de los peligros que podían correr en caso de visitar la Isla. La primera reacción del senador Marco Rubio no fue de beneplácito, sino de inconformidad, consideró la medida como débil e inaceptable, en su criterio el gobierno de los Estados Unidos debía expulsar a funcionarios cubanos de la embajada en Washington. “Es vergonzoso que el Departamento de Estado retire a la mayoría de su personal de la embajada de EE UU en Cuba pero Castro puede quedarse con los que quiera en EE UU”, escribió en su cuenta Twiter. Muy poco después, el 3 de octubre, la administración Trump siguiendo esta “recomendación” ordenaba la reducción del personal diplomático cubano en Washington al mismo nivel del existente en La Habana. El presidente llegó incluso a responsabilizar al gobierno cubano por los presuntos daños a la salud del personal diplomático estadounidense en la Isla llevando la relaciones entre ambos países a su nivel más bajo desde los anuncios del 17 de diciembre de 2014.
La saga acústica ha ido desinflándose hasta el nivel de lo ridículo. El gobierno de los Estados Unidos no ha aportado prueba alguna que demuestra la veracidad de los presuntos ataques sónicos y las afectaciones a la salud de su personal diplomático en La Habana. Como expresara el ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, en conferencia de prensa en el National Press Club, Washington, el 2 de noviembre: “Si La Habana fuese un lugar realmente inseguro, no se habrían solicitado entre enero y octubre de 2017, 212 visas para familiares y amigos de los diplomáticos –se refiere a los diplomáticos estadounidenses- ni estos hubieran realizado más de 250 viajes de recreo fuera de la capital”. [iii]
De cualquier manera, las decisiones de Washington han afectado el funcionamiento de la Embajada de Cuba en Washington, en especial la Oficina Económica Comercial que fue completamente desmantelada, con la marcada intención de afectar las relaciones con el sector empresarial estadounidense, una de las fuerzas más importantes que están pujando actualmente en los Estados Unidos por una relación normal con La Habana.  El daño recae también directamente en los ciudadanos cubanos y estadounidenses que ahora verán limitadas sus posibilidades de viajar en ambas direcciones, sobre todo aquellos con vínculos familiares. Asimismo, el impacto será nefasto para los intercambios académicos, culturales, científicos y deportivos, uno de los campos en que más se había avanzado en los últimos años. Con estas insensatas decisiones, además, se están perjudicando los 22 acuerdos de cooperación firmados entre ambos países a partir del 17 de diciembre del 2014.  Como explicó el Canciller cubano en la conferencia citada, ya se ha suspendido un encuentro técnico sobre agricultura, se ha dilatado el desarrollo de acciones de cooperación en materia de salud y se han cancelado eventos culturales, deportivos, estudiantiles y los viajes de decenas de grupos de visitantes estadounidenses.
Finalmente fueron publicadas las nuevas regulaciones el 8 de noviembre, emitidas por el Departamento de Estado, Tesoro y Comercio, estas confirmaron el serio daño que han sufrido las relaciones bilaterales y auguran un escenario aun peor, en que serán sobre todo afectados los propios ciudadanos estadounidenses y cubanos, que verán aun más limitados sus posibilidades de viajes y de comercio en ambas direcciones. El sector empresarial de los Estados Unidos resulta una de las víctimas principales de estas nuevas regulaciones, en tanto seguirán perdiendo interesantes oportunidades de negocio en Cuba frente a la competencia. El Departamento de Estado publicó una lista negra de 179 entidades cubanas con las que quedan prohibidas las transacciones financieras directas de entidades y ciudadanos estadounidenses. Por su parte, la OFAC amplió la lista de funcionarios del Gobierno y el Estado, los representantes de los órganos judiciales, las organizaciones de masas y la prensa con los que está prohibido realizar transacciones. Indudablemente se trata de un recrudecimiento del bloqueo económico, comercial y financiero contra Cuba. [iv]
Otros nuevos zarpazos pueden producirse en los próximos meses con el ánimo de llevar la relación bilateral a un nivel mayor de deterioro. Recientemente se conoció la aprobación en la Cámara de Representantes de un proyecto de ley para revisar los sistemas de seguridad de los aeropuertos cubanos que tienen vuelos comerciales con aeropuertos estadounidenses, para buscar posibles fallos. La eliminación del acuerdo de los vuelos comerciales ha sido una de las grandes obsesiones de Marco Rubio y hará todo lo posible por lograr su objetivo.
Mientras esto ocurre, la posición de Cuba ha sido ecuánime, inteligente y a la vez muy firme, respondiendo más a las acciones prácticas de los Estados Unidos que a una retórica vacía y colérica, al tiempo que se ha dejado en todo momento una puerta abierta para continuar avanzando hacia una relación más civilizada. Una vez más ha brillado el liderazgo cubano y su diplomacia, encabezada por el General de Ejército Raúl Castro, ratificando la histórica y consecuente posición de Cuba de estar dispuesta al diálogo y la negociación con los Estados Unidos, siempre que sea sobre la base del respeto mutuo y sin la más mínima sombra que afecte la soberanía de la Isla, tanto en política interna como en el plano internacional.

Sin embargo, siempre es posible encontrar alguna arista positiva dentro del escenario en que se desenvuelven las relaciones entre los Estados Unidos y Cuba, pues al tiempo que la política la poderosa nación del Norte hacia Cuba siembre ha sido un desafío, han existido también determinadas aristas que pueden ser aprovechadas de acuerdo a los intereses nacionales de la Isla. En ese sentido resulta necesario destacar que si bien la nueva administración estadounidense representa en muchos sentidos una amenaza global (aumento de la carrera armamentista y del arsenal nuclear, agresión abierta y desenfrenada al medio ambiente, discurso y prácticas ultranacionalistas, antiinmigrantes, racistas, xenófobas, etc)  también constituye una oportunidad no solo para la resistencia, sino para una mayor ofensiva anticapitalista a nivel internacional. El llamado “fenómeno Trump”, es otra muestra palpable de la crisis sistémica del capitalismo, del agotamiento de un modelo que busca desesperadamente como mantener la acumulación ampliada del capital. Ello se manifiesta en la agudización de las propias contradicciones inter capitalistas y el auge de tendencias ultraderechistas en los Estados Unidos y Europa.

Para Cuba, significa una nueva oportunidad para el avance y fortalecimiento de los procesos de transformaciones en curso hacia un socialismo próspero y sustentable, así como para afianzar las alianzas con los gobiernos, movimientos y fuerzas políticas progresistas y de izquierda en la región, y el relanzamiento de los procesos integracionistas y de unión en América Latina y el Caribe, en especial la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). De la misma forma para fortalecer los lazos con aquellos actores internacionales que a nivel global desafían la hegemonía estadounidense.
El retiro de los Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), debilita la opción derechista y neoliberal de los gobiernos latinoamericanos de la costa del pacífico, pone en aprietos el futuro de la Alianza del Pacífico y ofrece una mayor oportunidad a China para una mayor presencia e influencia en la región.
La construcción de un muro en la frontera con México, las posiciones antiinmigrantes, xenófobas y discriminatorias de la nueva administración estadounidense, generan gran rechazo en la comunidad internacional en detrimento de la imagen de los Estados Unidos. Todo esto, contribuye a debilitar aun más la hegemonía hemisférica y global de la nación del norte y coloca a Cuba en una mejor posición en la correlación de fuerzas a la hora de sentarse a negociar con el nuevo gobierno estadounidense.
Igualmente, las políticas anunciadas por la administración Trump que atentan contra el medio ambiente y contribuyen a acelerar los procesos asociados con el cambio climático, favorecen una mayor articulación y unión entre los Estados Insulares del Caribe, los cuales resultan los más amenazados de la región.
Julian Assange, fundador del sitio web Wikileaks, en una amplia entrevista que ofreciera a Página 12, daba su opinión sobre las nuevas oportunidades que se abrían para la resistencia y la lucha antisistema a nivel global con Trump en la Casa Blanca:
“Bajo la conducción de un hombre negro educado y cosmopolita como Barack Obama el gobierno de Estados Unidos no se parecía a lo que era. Bajo Barack Obama se deportaron más inmigrantes que en cualquier otro gobierno y se pasó de dos guerras a ocho. Supongamos que Argentina tiene un conflicto con el gobierno de Trump por su apoyo a Gran Bretaña en el caso de las Malvinas. ¿Es más fácil o más difícil para Argentina conseguir apoyo en la comunidad internacional que cuando era presidente Obama? Es más fácil con Trump. ¿Y a nivel doméstico en Estados Unidos? Claro que será más fácil protestar contra las políticas de Trump. De hecho las protestas ya empezaron. Los demócratas, cuando están en la oposición pueden convertirse en una fuerza que restringe y controla al gobierno. Pero cuando llegan a la presidencia y al gabinete se funden con las instituciones. El gobierno de Obama era un lobo con piel de oveja. El gobierno de Trump es un lobo con piel de lobo. Es más fácil tratar con un lobo que no se disfraza” 

TOMADO DEL BLOG DIALOGR DIALOGAR





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