Llovía. De
edad avanzada, la maestra seguía fiel a su aula, siempre puntual. Al cruzar Vía
Blanca, un carro la atropelló. Enredada en su sombrilla, la violencia del golpe
la hizo volar por los aires. Cayó sobre la calle mojada. La fractura de cráneo
era irreparable. Murió como combatiente en el cumplimiento del deber.
Conmovidos, los estudiantes del preuniversitario Rosalía Abreu le rindieron
homenaje póstumo. Me pregunto ahora si algo semejante hicieron en su comunidad,
porque la sociedad en su conjunto debe modelar valores reconociendo sus
paradigmas, no solo a quienes alcanzan relieve nacional, sino a los que
conviven con cada uno de nosotros en el día a día de la bodega, la carnicería y
las reuniones de vecinas, la Carmela que está al doblar de la esquina.
Un filme, Conducta, convocó a un
público masivo. Por lo que me han contado, no es una historia truculenta. No
acude a los ganchos hipnóticos utilizados por el consumismo. Remueve rescoldos
de sentimientos enraizados en la aspiración latente al mejoramiento humano.
Invita a una reflexión que a todos compromete.
Desde hace
algún tiempo, sufrimos las consecuencias de la falta de maestros numéricamente
suficientes y cualitativamente calificados en lo que respecta al conocimiento y
al modo de conducirse. Ya se sabe, los salarios son bajos, atrapados como
estamos en la búsqueda del difícil equilibrio entre las limitaciones
financieras y la voluntad política, entre los apremios del día que corre y las
exigencias del mañana que se nos viene encima. Y, sin embargo, en el aula
estamos sembrando futuro. Allí descansa el porvenir de la nación.
Para
afrontar los problemas, hay que analizar su origen y naturaleza y perfilar las
aristas de la verdad. En la república neocolonial, el capitalismo
subdesarrollado mantenía altas tasas de desempleo. La discriminación racial
marginaba a negros y mestizos del acceso a ciertos puestos de trabajo. La
frontera se levantaba en las oficinas de las empresas privadas y llegaba al
mostrador de las tiendas más elegantes, aunque todo ello violara la
Constitución de la República. Recuerdo el batallar para conquistar estos
espacios vedados.
Mal pagado
siempre, el magisterio público garantizaba estabilidad laboral. Para los
marginados, ofrecía reconocimiento social y reforzaba la autoestima en quienes
tuvieron que contar con el respaldo familiar de tantas madres que entregaron
sus vidas lavando para la calle. En la sociedad moderna, el médico que cuida la
salud del cuerpo y el maestro que transmite conocimiento y valores son los
sustitutos del gurú de la tribu. En una sociedad corroída por el afán de lucro
y por el dominio del poderoso caballero don dinero, los educadores constituían
excepción de la regla. Modesta en el vestir, con la misma ropita una y otra
vez, encarnaba la imagen de la persona decente. Cuando iban cayendo los años,
de vez en cuando recibían la visita de un antiguo alumno, muestra de eterna
gratitud.
No se puede
rebobinar la historia y mucho menos, restaurar la injusticia estructural de
entonces. Por voluntad política y para preservar la soberanía de la nación,
tenemos que someternos a un autoanálisis tan implacable como una operación
quirúrgica. El Día del educador necesita despojarse del formalismo impuesto por
el cumplimiento rutinario de las tareas. Hay que estimular en los niños y en
sus padres la capacidad de invención. El aula ha de ser un espacio sagrado de
intercambio entre alumnos y maestros, libre de interferencias ajenas donde el
educador preserva el ejercicio pleno de su autoridad. La experiencia me dice
que el conglomerado humano que se reúne cada inicio de curso es siempre
diferente. El grupo resultante de las pequeñas individualidades se consolida
sin perder su heterogeneidad intrínseca, en el trabajo cotidiano apuntarán
liderazgos incipientes, aliados potenciales del maestro, al que corresponde dar
cauce a las rebeldías mediante la cohesión de responsabilidades y el incentivo
a formas de participación activa, iniciación primera a la construcción de la
conciencia ciudadana.
Propongo
considerar en la formación de maestros una atención sustantiva al desarrollo de
la facultad de observar. En cualquier nivel de enseñanza, tendrá ante sí un
conjunto de personitas en proceso de crecimiento intelectual, psicológico y
moral, sobreprotegidos o carentes de cariño, portadores de conflictos
familiares, víctimas de sentimientos de inferioridad o deformados por la
vanidad. El manejo inteligente de esas conductas garantiza el éxito del
aprendizaje y el mantenimiento de la disciplina.
El proyecto
educativo no puede desentenderse de la permanente problematización de la
realidad. El diseño de la economía, necesidad de la supervivencia, provee
soluciones para superar la crisis y formular medidas con el propósito de sentar
las bases de un porvenir más satisfactorio. Su perspectiva debe situarse a
mediano y largo plazo, porque todo cambio en este terreno repercute en la
sociedad y en el sistema de valores imperante teniendo en cuenta, además, que
crecimiento no implica, por necesidad, desarrollo. Este último se sustenta en
la dimensión humana de un proyecto equitativo, garante de la igualdad de
oportunidades con la consiguiente apertura a la cristalización de nuestros sueños.
En este sentido, la voluntad política tiene que mantener, con mano firme, la
brújula apuntalada en el andamiaje educativo.
«Los niños
nacen para ser felices» se ha convertido en lema vaciado de contenido por la
reiteración mecánica. Expresa el anhelo más profundo de la especie. Su esencia
se borra cuando la frase se desarticula del pensamiento integrador del Maestro.
La noción de la felicidad es conquista y aprendizaje. Se hace a la medida de
cada uno. Entraña una filosofía de la vida inspirada en el amor, nunca en el
estímulo a una mentalidad competitiva.
Tomado de Juventud Rebelde.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario