Animada por mil
proyectos y deseosa de compartir su música con sus seguidores de la Isla, Diana
Fuentes conquistó el viernes el auditorio del Teatro Nacional
Yelanys
Hernández Fusté
Los conciertos
también nos motivan desde la propuesta escénica que los artistas
intencionalmente nos dejan apreciar como parte de su actuación. Sucedió con
Diana Fuentes el viernes último, en la sala Avellaneda del Teatro Nacional. La
joven cantante apeló a una escenografía sencilla y muy original para conectarse
con su público de la capital.
Con temas
pertenecientes a sus dos producciones discográficas: Amargo pero dulce
(Egrem) y Planeta planetario (Sony Latin Music/Egrem), Diana ofreció una
velada que consumió alrededor de una hora y media de espectáculo. Detrás de
ella dos elementos sobresalieron: una banda de lujo, compuesta por noveles
músicos, y una pantalla que fue también un personaje dentro de esa concepción
dramática que la artista quiso darle a su concierto. Este último detalle
resultó un factor simbólico dentro de la presentación, ya que con ello se
reprodujeron mensajes audiovisuales atractivos que se conjugaron con un trabajo
casi perfecto de las luces.
Diana interpretó temas de
sus discos Amargo pero dulce y Planeta planetario. Foto: Roberto Ruiz
En el Nacional
vimos una Diana Fuentes desinhibida y que mostró las potencialidades de su voz.
Ella supo ser sensible con canciones como Tu nombre, de Descemer Bueno.
Esta versión de la vocalista, que incluyó en su ópera prima, fue escuchada el
viernes, seguida solamente de la guitarra que impecablemente ejecutó Nam San
Fong.
Bien «aupada»
por la herencia afrocubana, la cantante fue capaz de bailar con soltura ritmos
sincréticos en un movido instrumental de su grupo —algo que repitió al
interpretar Tanta dicha—, y supo conectar con el auditorio a través de
su contagiosa conga De Oriente a Occidente.
Fuentes se hizo
acompañar de estudiantes de la Big Band de la Escuela Nacional de Arte (ENA),
quienes con una alta carga dramatúrgica hicieron su entrada para que sonara Malas
lenguas, una pieza escrita por la cantante y que se inspiró en «esos
personajes pintorescos y entrometidos».
A las grandes
cantantes de bolero y filin de Cuba las reverenció con Otra realidad,
mientras que con Asuntos de invención remarcó la valía de personas
especiales como su abuela Aurora Fernández, y las mujeres latinoamericanas y
caribeñas, al tiempo que se sumó a la campaña contra la violencia de género.
Evocó esa noche
en la Avellaneda la pieza Decirte cosas de amor, que le permitiera
obtener en 2007 el Gran Premio en el concurso Adolfo Guzmán, y para ello contó
con el virtuosismo del pianista Jorge Luis Lagarza. Y para continuar con las
evocaciones, invitó a Adrián Berazaín, con quien recordó un éxito de ambos: El
club de los corazones rotos.
Diana regaló
El amor de mi vida, dedicado a la persona más importante de su universo, y
que obsequió como un adelanto de lo que será su tercera placa fonográfica, cuya
grabación, aseguró, comenzaría en enero próximo.
Aunque
mencionado antes, es necesario hacer un aparte con el grupo que acompañó a
Fuentes. Trascendió, melódicamente hablando, la sección de metales, liderada
por el saxofonista Michel Herrera y el trombonista Eduardo Sandoval, así como
la percusión, segmento en el que destacaron Ruly Herrera y Frank David Fuentes.
Igualmente fue meritorio el desempeño del guitarrista Nam San Fong y el
pianista Jorge Luis Lagarza, además de la participación activa del boricua
Eduardo Cabra, conocido en los escenarios como el Visitante de Calle 13.
Animada por mil
proyectos y deseosa de compartir su música con sus seguidores de la Isla, Diana
Fuentes dejó en el Nacional una puerta abierta para regresar seguramente. Su
cierre con Amargo pero dulce, y todo lo que se apreció en esa velada,
avizoró su propósito de estar siempre cercana a su público.
Tomado de Juventud Rebelde
Tomado de Juventud Rebelde
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