martes, 29 de diciembre de 2015

Ni cansada ni vencida



24 de diciembre de 2015
Cada tarde pasa empujando su carrito de dos pisos, impecablemente vestida, pregonando lo que haya dispuesto cocinar para vender a los vecinos que son hace mucho una parte sensible de su vida.
¡Llegó la Gallega!, vocifera, y con la lista de alimentos que enumera, la gente se moviliza porque ella trae con su voz la rápida solución de un asunto que en ese horario es impostergable.
Tamales, garbanzos, frituritas de malanga, natilla, arroz amarillo, croquetas y viandas fritas son algunas de las ofertas con las que la barriada de Luyanó se beneficia cuando ella pasa. Nunca se le queda la comida, que elabora con sus mismas manos, y que después sale a vender esta mujer de 65 años que hace algunos años vimos pasar en un sillón de ruedas, prácticamente inmovilizada por una artrosis que pretendió en vano ponerle fin a su permanente actividad.
La estampa que mostraba a Emma Posada Rodríguez en aquella postura no era fácil de aceptar por tratarse de una mujer cuyo extremo dinamismo nos sacudió a todos cuando fue durante tres mandatos ininterrumpidos delegada de la circunscripción 19 del Consejo Popular de Luyanó, y dejó  huellas concretas en el alma de sus vecinos, al irle de frente a los problemas y no dejar para mañana lo que en el preciso instante de conocerlos debía hacerse
para encontrarles solución.
Con muletas llegó a participar en las últimas reuniones cuando parecía que la enfermedad anunciaba el fin a su habitual efervescencia y le dio a su trabajo un adiós incierto porque siguió siendo consultada y aludida por los que la sucedieron.
El tiempo, su fuerza y la medicina cubana nos la trajeron de vuelta al escenario popular, esta vez como una cuentapropista acogida a la licencia de alimentos ligeros ambulatorios. Sobre un carrito que le facilitó una vecina monta utensilios y recipientes y desanda calzada abajo para recoger más tarde el bien ganado saldo de tanto coraje.
Las manos que antes cortaron caña, quemaron marabú, recogieron tomate, a la llamada de cualquier campaña de los primeros años revolucionarios, y que han sostenido una familia decente y humilde de la que se enorgullece, preparan ahora sabrosos platos que llenan rápido una mesa y satisfacen por su calidad y módico precio a muchos hogares, cuando la dinámica de una vida laboral no da tiempo para tener siempre la comida lista a la hora precisa.
Emma, la Gallega —o la delegada, pues de aquel apelativo ya no se podrá librar— sabe que ser útil es mejor que ser príncipe y cuando llega a su casa con la noche ya entrada, con su carrito y los pozuelos vacíos, pregunta si la nieta hizo las tareas, si todo estuvo bien en la escuela. Solo después de pasar revista, como toda madre o abuela responsable de sus retoños, se dispone a descansar. A recuperar las fuerzas para la faena que en horas se recicla.
Pronto amanece, ya el fuego calienta las primeras cazuelas que se sucederán por otras y otras durante la mañana, con el menú bien seleccionado en dependencia de lo que aparezca para hoy. Emma amarra sus tamales, ayudada por alguno de los suyos, revisa la higiene de sus recipientes, agrega una pizca de sal a algo que lo amerita. Contabiliza lo que venderá esta tarde, cuando vaya como un crisol a transformar el trabajo en frutos.
Ya sale, va feliz, como me ha dicho que es, aun cuando le falten mil cosas, cuando su casa sea un discretísimo “palacio” que hay que reparar…  a Dios rogando y con el mazo dando, para que el día sea fructífero, para que no se le quede nada…
Hoy llegará de nuevo, con la esperanza ma­dura, después de un día fatigoso, alimentando sus sueños honrados, saciando ese apetito de no dar tregua a la ociosidad, de echar “pa’lante” a toda costa. Entre tanto, muchos de los que tienen la suerte de su ejemplo, dormirán con la barriga llena y el corazón contento, acariciado por la persistencia de unas manos invencibles.
Tomado de diario Granma.


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