Autor: Jessica
Acevedo
26 de noviembre
de 2015
—Tengo que
comprarle una lunchera a la niña. No tengo el dinero pero haré el esfuerzo,
imagínate la mayoría de sus amiguitos tienen una para la merienda y ella no
puede ser menos. La quiere con Dora la Exploradora.
—Y eso no es
nada, deja que pase para primer grado, ¡ahí sí que te vuelves loca!, ahora lo
último son las mochilas de rueditas con las Barbies, la de la mía me costó
carísima.
Mientras espero
la guagua, escucho la conversación de ambas madres que ya no es privada, sino
más bien pública, porque los criterios de quienes las rodean avivan la polémica
gestión de compra de las señoras. A ello se añade la diversidad de opiniones
en cuanto a los nuevos animados de moda: la princesa Sofía, la Doctora
Juguete, Angellina Ballerina y no sé cuántos otros dibujos más.
Mientras
interiorizo el nombre de tantos personajes infantiles espero oír el de alguno
autóctono, quizá el reconocido Elpidio Valdés, Cecilín y Coti, Chuncha o Guaso
y Carburo. Sin embargo, para decepción mía, creo que pocos recuerdan a estos íconos
de la cinematografía nacional.
Una simple
mirada a la salida de muchas de las escuelas primarias yumurinas así lo
confirman. Los tonos rosas, las Barbies de pulcras figuras, Spiderman, las
princesas, resultan los héroes y heroínas que la mayoría de las niñas y niños
idolatran, a los que ellos ansían parecerse. Sus estampas ruedan en mochilas,
cartucheras, pulóveres y toda suerte de accesorios.
Más allá del
gasto que implica adquirir estas colecciones importadas (tela para otro
comentario), para satisfacer los exigentes gustos de los pequeños, duele ver
como desde tempranas edades las producciones foráneas son implantadas a este
grupo etario y ganan cada vez más adeptos, quedando relegadas a la última fila
las nacionales.
Las series
animadas roban la atención de los infantes, atraídos por las propuestas, ricas
en efectos y colorido, y que los alejan cada vez más de los valores y
contenidos que defiende la cultura cubana. Por supuesto que se perfilan como
más atrayentes, pues incluso muchos de los canales nacionales en lugar de
priorizar los contenidos propios, asumen los extranjeros.
No se trata de
protagonizar una pelea cubana contra las estilizadas Bratz; tampoco dejar de
reconocer que muchas de las propuestas foráneas resultan instructivas; sin
embargo, hoy es una tarea pendiente incentivar el gusto de las nuevas
generaciones hacia nuestra cultura, valores y símbolos, máximos exponentes de
la cubanía, la historia e idiosincrasia nacional.
Gran parte de
estas ofertas, porque sería injusto absolutizar (pues algunas se distinguen por
su originalidad y tratamiento de los temas), forman parte de una maquinaria
cultural que se esfuerza por propagarse y consolidar su mercado consumista en
otros pueblos, cuya idiosincrasia y costumbres nada tienen que ver con los
productos que intentan legitimar allí.
Sin dudas, se
hace muy difícil la competencia contra la promulgación de sus íconos, que cada
vez con más fuerza nos impone sus cánones de belleza, valores y consumo.
Espacio que perdemos además, ante la falta de diversificación, discreta, nula o
excesivamente cara presencia de las producciones locales en nuestras redes
comerciales.
No obstante,
los padres son quienes condicionan el gusto desde tempranas edades; los
círculos infantiles y las escuelas también se suman a esta faena. ¿Cómo exigir
a los pequeños que conozcan y sientan amor por lo autóctono, si desde que dan
los primeros pasos llevan la estampa de Mickey Mouse en el pecho? (Tomado de
Girón digital)
Tomado de Granma.
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