la última jornada de debates de la Asamblea Nacional, como las inesperadas aguas de diciembre en el malecón habanero.
Apuntaba ella a las posibles insatisfacciones de quienes propusieron algo que no quedó en la última letra. Esa casi mitad de las 783 174 propuestas recogidas en los debates anteriores de la propia Asamblea y en las reuniones populares realizadas entre julio y diciembre de este año, que no lograron entrar a la nueva Ley de leyes.
Muy arduo tiene que haber sido el ejercicio de sopesar criterios, conservando las esencias. Imposible que todo estuviera. Lo que quedó al final es el resultado de consensos, sumum de lo mucho que une a todos los cubanos por encima de las diferencias de sus mayorías, e incluso de sus minorías, de las que, por cierto, recién comenzamos a tomar conciencia, gracias a los propios debates de estos meses.
La tarde antes de aprobarse la nueva Carta Magna, Eusebio Leal abrazaba el borrador de su proyecto con entusiasmo de adolescente. Un malestar pasajero lo obligó a sentarse y quedé cerca. Entonces se abrió el folleto y vi la firma de Raúl encima del escudo de la portada y otras del resto de los integrantes de la Comisión alrededor del símbolo nacional.
“Este es su legado”, comentó el insustituible Historiador de La Habana, recordando los ya lejanos días de la decisión del General de Ejército de poner a la nación a tono con las demandas populares y las exigencias de estos tiempos.
Homero Acosta, el Secretario del Consejo de Estado, cuyas presentaciones, brillantemente expuestas una y otra vez, provocaron un diluvio de reconocimientos dentro y fuera de la Asamblea, había pedido esa propia tarde, dirigir los aplausos hacia quien más lo merece.
El General, quien desde su escaño en el plenario asistió de civil a las sesiones –siempre de traje gris y camisa negra-, había seguido todas las intervenciones con atento y respetuoso silencio. Ya se sabe que nadie trabajó más y con mayor interés en esta Constitución, desde la primera idea, cuya paternidad le pertenece.
“Él es el padre de todo esto” confirmó el Secretario. Lo más tremendo me lo había comentado antes Eusebio, testigo de excepción de la dedicación de Raúl a preparar el camino de estas transformaciones y con ello la continuidad de la Revolución sobre bases más sólidas, durante meses y años cargados para él y para Cuba de penas tan profundas como la desaparición física de Vilma y los quebrantos de salud y posterior fallecimiento del líder histórico de la nación.
Todos esos sentimientos y certezas gravitaban en la sala principal del Palacio de Convenciones, mientras se asistía a la discusión definitiva del posiblemente único texto constitucional que en el mundo se ha sometido a consulta popular, atendiendo a cuanto era posible incorporarle o amputarle, sin lesionar los asuntos blindados (sistema político, por ejemplo) y evitando los enfoques que pudieran contradecir el cuerpo de ideas principal.
Pero faltaban las bendiciones, imprescindibles en un contexto marcado por la agresiva campaña que, en nombre de un Dios excluyente, levantaron algunas denominaciones religiosas, cuando Cuba entera empezó a dar claras señales de madurez y compromiso con el texto en consulta.
Los primeros deseos de “luz, amor y progreso” los derramó el espiritista Enrique Alemán sobre la Asamblea y por extensión sobre el país.
Luego, el reverendo Pablo Odén Marichal, trajo el mensaje del movimiento ecuménico cubano, algunos de cuyos miembros, reunidos hasta altas horas de la madrugada anterior, reflexionaron sobre la inaceptable “vigilancia” de que es objeto Cuba, incluida en las listas del Departamento de Estado de Estados Unidos que acusan a nuestro país de “no respetar la libertad religiosa” mientras exaltan las actividades de grupos cristianos fundamentalistas, que tratan de quebrar la unidad nacional y religiosa.
Resaltando el valor del estado laico, Odén Marichal ratificó el compromiso del movimiento ecuménico, apelando a una frase de Fidel en los primeros años de la Revolución, durante el período de más compleja relación con las iglesias: “Quien traiciona a los pobres, traiciona a Cristo”.
“Esta Constitución no termina sino que empieza hoy y aquí”, advirtió el reverendo diputado, en clara alusión a la pelea que habrá que dar contra las campañas de las denominaciones supremacistas que disfrazan de religioso su mensaje político interesado en quebrar la unidad nacional.
Un inspirado babalao, Orlando Gutiérrez, movió sus collares y pulsos, invocando a los espíritus de las religiones de origen africano, expresión primera y última de nuestra cultura de la resistencia que, en su opinión, se afirma en tres ingredientes: el pueblo, las armas y la unidad.
Antes había agradecido el reconocimiento que por fin tienen en la Carta Magna las asociaciones fraternales, imbricadas de manera profunda y documentada en la historia nacional desde Céspedes hasta los moncadistas.
Esta vez su tradicional “Aché por el humilde y heroico pueblo de Cuba”, alcanzaría sus mayores resonancias en los minutos siguientes.
En el abrazo de Mariela a su padre y maestro, quien a su vez la llamó a recordar la obra de Vilma, madre y educadora en los complejos temas que la hija aprendió a defender con ella. En el sí de cada parlamentario a la Constitución nueva. Y en el crítico pero optimista, serio pero apasionado, discurso de Díaz Canel, tan coherente con ese “carácter, que nos viene de los abuelos y de los padres, que por la Patria nos arranca hasta lágrimas, pero sobre todo nos lanza al galope sobre cuantos quieren dañarla.”
De ambos impulsos hubo expresiones en el magnífico cierre de este período intenso de aprendizaje de nosotros mismos que fue la construcción de una Constitución nueva, posible o seguramente la que más hemos estudiado, discutido y mejorado de todas cuantas ha tenido el país desde Guáimaro hasta la fecha.
Como dijo y dijo bien Reina de la Caridad, no podemos tener una Constitución para cada cubano. Pero entre todos logramos hacer la Constitución de todos los cubanos. Aché pa´ella. Los que anunciaron fracturas, son los únicos que perdieron. Llovió consenso. Que nos sirva para enfrentar a golpe de sí la campaña que querrán imponernos como revancha.
“No se trata de una Constitución para cada cubano” dijo en una de las
primeras intervenciones la diputada avileña Reina de la Caridad, en
cuyo nombre late la espiritualidad cubana, que se desbordó en Apuntaba ella a las posibles insatisfacciones de quienes propusieron algo que no quedó en la última letra. Esa casi mitad de las 783 174 propuestas recogidas en los debates anteriores de la propia Asamblea y en las reuniones populares realizadas entre julio y diciembre de este año, que no lograron entrar a la nueva Ley de leyes.
Muy arduo tiene que haber sido el ejercicio de sopesar criterios, conservando las esencias. Imposible que todo estuviera. Lo que quedó al final es el resultado de consensos, sumum de lo mucho que une a todos los cubanos por encima de las diferencias de sus mayorías, e incluso de sus minorías, de las que, por cierto, recién comenzamos a tomar conciencia, gracias a los propios debates de estos meses.
La tarde antes de aprobarse la nueva Carta Magna, Eusebio Leal abrazaba el borrador de su proyecto con entusiasmo de adolescente. Un malestar pasajero lo obligó a sentarse y quedé cerca. Entonces se abrió el folleto y vi la firma de Raúl encima del escudo de la portada y otras del resto de los integrantes de la Comisión alrededor del símbolo nacional.
“Este es su legado”, comentó el insustituible Historiador de La Habana, recordando los ya lejanos días de la decisión del General de Ejército de poner a la nación a tono con las demandas populares y las exigencias de estos tiempos.
Homero Acosta, el Secretario del Consejo de Estado, cuyas presentaciones, brillantemente expuestas una y otra vez, provocaron un diluvio de reconocimientos dentro y fuera de la Asamblea, había pedido esa propia tarde, dirigir los aplausos hacia quien más lo merece.
El General, quien desde su escaño en el plenario asistió de civil a las sesiones –siempre de traje gris y camisa negra-, había seguido todas las intervenciones con atento y respetuoso silencio. Ya se sabe que nadie trabajó más y con mayor interés en esta Constitución, desde la primera idea, cuya paternidad le pertenece.
“Él es el padre de todo esto” confirmó el Secretario. Lo más tremendo me lo había comentado antes Eusebio, testigo de excepción de la dedicación de Raúl a preparar el camino de estas transformaciones y con ello la continuidad de la Revolución sobre bases más sólidas, durante meses y años cargados para él y para Cuba de penas tan profundas como la desaparición física de Vilma y los quebrantos de salud y posterior fallecimiento del líder histórico de la nación.
Todos esos sentimientos y certezas gravitaban en la sala principal del Palacio de Convenciones, mientras se asistía a la discusión definitiva del posiblemente único texto constitucional que en el mundo se ha sometido a consulta popular, atendiendo a cuanto era posible incorporarle o amputarle, sin lesionar los asuntos blindados (sistema político, por ejemplo) y evitando los enfoques que pudieran contradecir el cuerpo de ideas principal.
Pero faltaban las bendiciones, imprescindibles en un contexto marcado por la agresiva campaña que, en nombre de un Dios excluyente, levantaron algunas denominaciones religiosas, cuando Cuba entera empezó a dar claras señales de madurez y compromiso con el texto en consulta.
Los primeros deseos de “luz, amor y progreso” los derramó el espiritista Enrique Alemán sobre la Asamblea y por extensión sobre el país.
Luego, el reverendo Pablo Odén Marichal, trajo el mensaje del movimiento ecuménico cubano, algunos de cuyos miembros, reunidos hasta altas horas de la madrugada anterior, reflexionaron sobre la inaceptable “vigilancia” de que es objeto Cuba, incluida en las listas del Departamento de Estado de Estados Unidos que acusan a nuestro país de “no respetar la libertad religiosa” mientras exaltan las actividades de grupos cristianos fundamentalistas, que tratan de quebrar la unidad nacional y religiosa.
Resaltando el valor del estado laico, Odén Marichal ratificó el compromiso del movimiento ecuménico, apelando a una frase de Fidel en los primeros años de la Revolución, durante el período de más compleja relación con las iglesias: “Quien traiciona a los pobres, traiciona a Cristo”.
“Esta Constitución no termina sino que empieza hoy y aquí”, advirtió el reverendo diputado, en clara alusión a la pelea que habrá que dar contra las campañas de las denominaciones supremacistas que disfrazan de religioso su mensaje político interesado en quebrar la unidad nacional.
Un inspirado babalao, Orlando Gutiérrez, movió sus collares y pulsos, invocando a los espíritus de las religiones de origen africano, expresión primera y última de nuestra cultura de la resistencia que, en su opinión, se afirma en tres ingredientes: el pueblo, las armas y la unidad.
Antes había agradecido el reconocimiento que por fin tienen en la Carta Magna las asociaciones fraternales, imbricadas de manera profunda y documentada en la historia nacional desde Céspedes hasta los moncadistas.
Esta vez su tradicional “Aché por el humilde y heroico pueblo de Cuba”, alcanzaría sus mayores resonancias en los minutos siguientes.
En el abrazo de Mariela a su padre y maestro, quien a su vez la llamó a recordar la obra de Vilma, madre y educadora en los complejos temas que la hija aprendió a defender con ella. En el sí de cada parlamentario a la Constitución nueva. Y en el crítico pero optimista, serio pero apasionado, discurso de Díaz Canel, tan coherente con ese “carácter, que nos viene de los abuelos y de los padres, que por la Patria nos arranca hasta lágrimas, pero sobre todo nos lanza al galope sobre cuantos quieren dañarla.”
De ambos impulsos hubo expresiones en el magnífico cierre de este período intenso de aprendizaje de nosotros mismos que fue la construcción de una Constitución nueva, posible o seguramente la que más hemos estudiado, discutido y mejorado de todas cuantas ha tenido el país desde Guáimaro hasta la fecha.
Como dijo y dijo bien Reina de la Caridad, no podemos tener una Constitución para cada cubano. Pero entre todos logramos hacer la Constitución de todos los cubanos. Aché pa´ella. Los que anunciaron fracturas, son los únicos que perdieron. Llovió consenso. Que nos sirva para enfrentar a golpe de sí la campaña que querrán imponernos como revancha.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario