Los duros y los cínicos se pelean por usar la Internet como arma contra Cuba
Por:
Rosa Miriam Elizalde
Del encuentro el pasado miércoles en Washington ha trascendido la indignación del jefe de la gubernamental Oficina de Transmisiones para Cuba de Estados Unidos, Tomás Regalado. El ex alcalde de Miami dijo a cuanto periodista se le atravesó en el camino estar totalmente en contra de que las empresas estadounidenses de telecomunicaciones tengan intercambios comerciales con el gobierno cubano, aunque sea para clavarle un puñal por la espalda.
Regalado calificó de “inaceptables” que “ciertos elementos” que integran la comisión, solicitaran al gobierno de EEUU “que aliviara unas partes del embargo a fin de que Cuba tuviese acceso a infraestructura de Internet”. Con él, otros duros se apuraron en declarar más o menos lo mismo, y dieron por sentado que ese punto de vista se impuso frente a los que promueven la vía negociadora con La Habana.
No es nueva esta pelea entre los duros y los cínicos por la “democratización” de Cuba vía Internet. Ambos grupos alternan sus proyectos de subversión y ya va siendo una regularidad que cuando los ultraconservadores logran imponer sus estrategias para Cuba en el ciberespacio, es porque el gobierno de Estados Unidos ha pasado a la defensiva. Apenas se percibe en la Casa Blanca posibilidades de desarrollo en la isla con el empleo de las llamadas nuevas tecnologías, termina la retórica del Tío Sam bondadoso que pacta hasta con el diablo para mejorar “el acceso a la libre información”, y la mano dura del bloqueo tecnológico se cierra amenazadoramente.
Pero cuando el cálculo de los estrategas es que la Revolución está en riesgo, enseguida reaparece la narrativa de que Internet es una oportunidad para revertir el proceso cubano. Los cínicos entran en el juego y el gobierno de Estados Unidos levanta algunas de las barreras que antes clavaron los duros.
Un poco de historia
Desde que la Internet comenzó a ser el sistema nervioso central de la sociedad contemporánea, los duros y los cínicos se alternaron con acciones defensivas u ofensivas, según los pronósticos dominantes para Cuba en Washington.Mientras Europa y la mayoría de los países de América Latina comenzaron a conectarse a Internet a mediados de los años 80 del siglo pasado, Cuba estuvo sometida durante más de una década a una política de “filtración de ruta” de la National Science Foundation (NCF) que bloqueaba los enlaces desde y hacia la isla en territorio estadounidense. Los indicadores sociales y económicos de la nación caribeña eran entonces los mejores de la región.
Con el Período Especial -la crisis que sobrevino tras el “desmerengamiento” de Europa del Este-, la situación cambió dramáticamente. Estados Unidos calculó que el socialismo en Cuba tenía los días contados. Era el turno de los cínicos.
En octubre de 1996 se hizo efectivo el permiso para enlazar a Cuba a la red internacional bajo la Ley de la Democracia Cubana (Ley Torricelli), aprobada cuatro años antes. Aunque daba carta blanca al tráfico de información, mantuvo límites draconianos para las personas naturales o jurídicas estadounidenses que favorecieran el comercio electrónico, el turismo o cualquier otra área que generara beneficios económicos a los cubanos, incluyendo la provisión de tecnologías. Prohibió explícitamente inversiones en “las redes de comunicaciones domésticas dentro de Cuba”, en particular “la contribución (incluida la donación de fondos o de cualquier cosa de valor […] y el otorgamiento de préstamos para ese fin”.
A pesar de las restricciones que duran hasta hoy para el uso de los servicios comerciales que soporta la red, los cínicos habían logrado abrir una rendija en el blindaje del bloqueo impuesto por los duros. Las oportunidades económicas se abrirían más temprano que tarde con estos cambios, se especuló por aquellos días.
Lo que pocos saben es que el lobby de AT&T fue determinante para que la Ley Torricelli incluyera la cláusula del acceso de Cuba a Internet. La empresa de telecomunicaciones combinaba la carnada comercial con el entusiasmo por destruir a la Revolución. Los intereses de la compañía venían de lejos. En 1921, AT&T inauguró el primer cable submarino entre La Habana y Cayo Hueso. Tras el triunfo del Primero de Enero de 1959, el tráfico telefónico entre ambos países se convirtió en un objetivo del bloqueo estadounidense, aunque se le permitió al gigante tecnológico continuar las operaciones con el gobierno cubano a través de las conexiones que ya existían. Sin embargo, el gobierno estadounidense prohibió cualquier modernización de estas. Las leyes establecieron que todos los ingresos correspondientes a la participación cubana en el tráfico telefónico bilateral no podían pagarse al gobierno de la isla, sino que se depositarían en una cuenta en Estados Unidos.
Con el tiempo, las conexiones del cable de 1921 se volvieron irremediablemente anticuadas. La Comisión Federal de Comunicaciones de EEUU estimó que de 60 millones de intentos de llamadas anuales, se completaba menos del 1 por ciento. Esta situación cambió después de que la Ley Torricelli diera el giro importante en la política de comunicaciones de Estados Unidos a la isla.
Pero los duros darían otro golpe de tuerca en febrero de 2001, siete meses antes del ataque a las Torres Gemelas, cuando el director de la Agencia de Inteligencia de la Defensa (DIA), almirante Thomas R. Wilson, identificó al gobierno cubano como un posible “ciberatacante”, lo que convirtió a Cuba en el primer país de la Historia que ha sido acusado como tal, en un momento en que toda la nación caribeña tenía menos capacidad de conexión que un solo hotel en Miami.
En mayo de ese año, Geoff Demarest, de la Oficina de Estudios de Ejércitos Extranjeros (Foreign Military Studies Office), adscrita al Departamento de Defensa, publicó un análisis sobre la “transición en Cuba” donde admitía que “la alfabetización informática está generalizada en la isla”, los “cubanos podían sacar ventaja” de Internet y “si el pensamiento [del gobierno estadounidense] era acelerar la transición de Cuba a la libertad [gracias al acceso concedido con la Ley Torricelli], esto no funcionó”. Los halcones del Pentágono habían llegado a la conclusión de que, a corto plazo, Cuba estaría en condiciones de dar un salto en su desarrollo tecnológico, científico y económico. El gobierno de EEUU estaba, otra vez, a la defensiva.
Esta actitud comenzó a reajustarse a partir de 2003, con la escalada de las tensiones entre Cuba y Estados Unidos en el contexto de la guerra en Iraq y las provocaciones y amenazas del gobierno de George W. Bush contra la isla, lo que obligó a la dirección de la Revolución a concentrarse en este escenario. Sopesaron, además, las limitadas inversiones en la extensión de la red, la divulgación de regulaciones ministeriales que acotaban el acceso, la escasa conexión fuera de las instituciones, los altos precios del servicio de conectividad en centros turísticos y cierta sobredimensión de la percepción de riesgo de Internet.
Los cínicos volvieron a imponerse, ahora con los republicanos en el poder. El Informe de la Comisión para la asistencia a una Cuba Libre, del 6 mayo de 2004, contempló “alentar a gobiernos de terceros países para que brinden a los cubanos acceso público a Internet desde sus misiones diplomáticas en la isla”. La actualización de este Plan, anunciado por George W. Bush el 10 julio de 2006, avanzó aún más en este camino al centrar su estrategia en la decisión de “romper el bloqueo informativo”, para la cual otorgó veinte millones de dólares anuales al Departamento de Estado, dedicados fundamentalmente a proporcionar “información no censurada a través de emisiones convencionales y vía satélite e Internet”.
El 14 de febrero de 2006, la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, creó oficialmente el Grupo de Tareas para la Libertad de la Internet Global (GIFT), que, bajo la retórica libertaria, tuvo entre sus objetivos principales monitorear a Irán, China y Cuba las veinticuatro horas del día y elaborar para ellos estrategias específicas con la facultad de convocar equipos multidisciplinarios capaces de hacer viables las decisiones del gobierno estadounidense y de crear, entre otros recursos, herramientas altamente especializadas contra “la censura”.
Hillary Clinton, quien remplazó a Condoleezza en el cargo, dio la orden de revitalizar el GIFT “como foro para abordar las amenazas a la libertad de Internet en todo el mundo, e instó a las empresas y medios de los Estados Unidos a asumir un papel proactivo para desafiar a los gobiernos extranjeros que practican la censura y la vigilancia”.
Desde 2008, y de manera sostenida, el gobierno de Barack Obama dirigió hacia el ciberespacio cubano la mayoría del presupuesto público destinado a la política de “cambio de régimen” en la isla. Las regulaciones emitidas en septiembre de 2009 por la Oficina de Industria y Seguridad crearon una excepción a la licencia de exportación a Cuba para “dispositivos de comunicación donados” — teléfonos celulares, tarjetas SIM, PDA, computadoras portátiles y de escritorio, memorias flash, equipos Bluetooth, y dispositivos de conexión inalámbrica a Internet. De pronto se tenía la impresión gaseosa de que en este ámbito el bloqueo no existía.
Obama amplió el plan diseñado por Bush y elaboró una política de “oportunidades” para el sector de las telecomunicaciones en Cuba. El 17 de diciembre de 2014, la Casa Blanca llegó a publicar una hoja informativa titulada Charting a New Course on Cuba que afirmaba que “los proveedores de telecomunicaciones podrán establecer los mecanismos necesarios, incluida la infraestructura, en Cuba para proporcionar servicios comerciales de telecomunicaciones e Internet, que mejorarán las telecomunicaciones” entre ambos países.
El 21 de marzo de 2016, en una entrevista con ABC News en La Habana, el Presidente estadounidense aseguró que para que la isla “pueda prosperar, tenemos que traer las nuevas tecnologías a Cuba”. A duras penas disimuló que el concepto de prosperidad estaba asociado a la libre empresa y al fin del socialismo en el Caribe, un objetivo que parecía estar a la vuelta de la esquina. Los cínicos gozaban un momento de gloria.
¿Vuelve el reinado de los duros?
La primera reunión del Grupo de Tareas tuvo lugar el 7 de febrero de 2018 en el Departamento de Estado, con el objetivo de “examinar los retos y oportunidades tecnológicas para expandir el acceso a internet en Cuba” en dos subcomisiones, una que investiga el papel de los medios y la libertad de información, y otra centrada en la ampliación del acceso de la nación caribeña a la red de redes. En el público asistente por invitación al encuentro del Cuba Internet Task Force (CITF) coincidieron representantes de los duros y de los cínicos, y entre estos últimos, algunos con inversiones en medios privados digitales en Cuba que sobreviven en un limbo legal.Diez meses después y ante los mismos asistentes, ambas subcomisiones presentaron un informe preliminar con recomendaciones que, según el ex alcalde Regalado, “han tomado un viraje total” respecto a la línea precedente -la de los cínicos. El documento final con las recomendaciones para “democratizar” vía Internet, deberán estar sobre la mesa del secretario de Estado, Mike Pompeo, en mayo de 2019.
Regalado se opone a la facción que une el deseo de cambiar a Cuba con la conveniencia económica en materia de subversión en Internet. Por cierto, habla de su participación en la “Fuerza de Tarea”, término militar con el que se denomina el Cuba Internet Task Force (CITF) del Departamento de Estado.
Esta reunión coincidió con la apertura del servicio de datos móviles en la isla (3G), que ha tenido enorme acogida entre los cubanos. El rendimiento del servicio es lo suficientemente bueno para prever que el acceso móvil será más conveniente y cómodo que los puntos de acceso WiFi actuales o las salas de navegación, por lo que se convertirá en la forma en que la mayoría de los cubanos se conectan en línea. Jorge Luis Perdomo, Ministro de Comunicaciones, aseguró que la próxima etapa será extender la tecnología 4G, que permitirá mayor y mejor calidad en el acceso.
Buenas noticias para los cubanos en el escenario digital; malas noticias para los cínicos del telecom estadounidense, republicanos y demócratas. Como hemos visto, la política de la Internet como arma subversiva, utilizada por Estados Unidos desde hace más de 30 años contra Cuba, no depende tanto de qué partido se sienta en la Casa Blanca, como de la percepción que se instale sobre el destino de la Revolución.
Se cumple la regularidad. Los duros ya están en zafarrancho de combate para evitar que Cuba se conecte con el mundo bajo sus propias reglas. La Administración Trump está a la defensiva.
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